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domingo, 25 de julio de 2010

El último puente colonial de cal y arena que se conserva actualmente, está en Salvatierra, Gto.





Foto: Guanajuato Desconocido

El puente de Batanes de la ciudad novohispana como


Proyecto Estratégico del Gobierno Colonial

por Pascual Zárate Avila

"Y en cuanto a la jurisdicción así estas, como las que se poblaren de indios, estén sujetas al Corregidor de dicha Ciudad, la cual dentro de sus términos ha de poder hacer Puentes para seguridad y pasaje de la gente y ganados, tomando para estas obras por ayuda de costa lo que se impusiere de barcajes y pontajes, los cuales han de ser tasados por el Gobierno precediendo orden para la imposición." (Acta de Fundación de la Ciudad de San Andrés de Salvatierra, fechada el 9 de febrero de 1644).


El proceso de consolidación del Imperio español se llevó a cabo sin improvisar las acciones. Como lo menciona el párrafo anterior, los propósitos de fundar una ciudad son evidentes:

1.- La ciudad tendrá un Corregidor español para gobernar a los indigenas que estén en su juridicción, a nombre de la Corona española.

2.- El Corregidor tiene facultades para iniciar construcciones en beneficio de la Corona, así como potestad para lograr fuentes de financiamiento para puentes.


La construcción del puente de Salvatierra es un objetivo a realizar dentro de los treinta años que tiene concedida la ciudad como tiempo para poblarse y edificarse, pasado ese tiempo será supervizada para poder ser ratificada su Cédula Real de Fundación.


El virrey García Sarmiento de Sotomayor tomó las medidas correctas para concretizar el proyecto de construir una ciudad dentro de su periodo como gobernante de la Nueva España:

asignó a la Orden de los Carmelitas Descalzos la misión de educar a la población y solicitó que fuera enviado al valle de Guatzindeo el destacado arquitecto carmelita fray Andrés de San Miguel, para cumplir cabalmente con las ordenanzas del plan de urbanización de la ciudad de San Ándrés de Salvatierra, fijado en la Cédula Real de Fundación.


Fray Andrés de San Miguel llegó a San Andrés de Salvatierra el 14 de enero de 1645, y en mayo de 1645 tiró el trazo en tierra de la edificación del convento con cordeles, iniciando el proceso constructivo el 15 de agosto de 1645. Tres años después reciben la donación de un cerrito con una mina de cal y, otro, con una de cantera.


El plan de desarrollo consignado en el Acta de Fundación contempla el objetivo de levantar puentes, por lo que se inicia el primer puente y, único, el 23 de julio de 1649 y para noviembre de 1649 ya estaba terminado. El periodo de construcción duró 80 días, y fue posible porque la construcción del puente sobre el río Grande era una de las prioridades del plan de desarrollo de la ciudad, puesto que era el proyecto estratégico que aumentaría las alcabalas para el Rey de España, por lo que estaba contemplado desde el momento que el Virrey pidió la presencia de fray Andrés de San Miguel como arquitecto de la ciudad novohispana que llevaba su nombre, y que sería su orgullo.


En 1701 se publicó la crónica de fray Manuel de San Jerónimo sobre la Orden Carmelita en la Nueva España, donde realizó la siguiente descripción de la fabricación de los materiales necesarios para la construcción del puente:


"La piedra al pie de la obra partida, y acomodada; la arena a tiro de piedra en los márgenes del río; la lama para ladrillo en ese mismo paraje; las maderas de sabino para puertas y ventana. Del río son pabellones los cedros, de que son todas la vigas, se traen de Tlapujaua. La cal les da en abundancia con piedra de cantería de media legua de la fundación un apacible cerrillo, les descubrió el señor muy cerca de la otra banda del río; con que creció la obra como espuma a poca costa".


Las ordenanzas contenidas en el Acta de Fundación del 9 de febrero de 1644 se fueron cumpliendo en los tiempos señalados, y el valor estratégico de la ciudad de San Andrés de Salvatierra se llevó a cabo al concretizar la principal función económica que era de sumo interés para el Monarca español:

facilitar la comunicación de mercancías entre las provincias y recaudar una mayor cantidad de alcabalas para la Corona. Por ello en un documento histórico tenemos el pleno reconocimiento del Rey, se trata de una Cédula Real sobre el trabajo de fray Andrés de San Miguel:


"Se ha abierto y dado paso franco, libre y sin peligro para el trajín y comercio de toda aquesta tierra y de la Nueva Galicia, provincias de Jalisco, Michoacán, San Luis y otros pueblos que por evitar estos peligro rodeaban muchas leguas, y hoy hacen por ahí su camino derecho, han crecido las alcabalas y mi hacienda, pues no pasando antes de de sesenta o setenta pesos, hoy casi llegan a quinientos, hace aumentado la ciudad y va cada día creciendo más."


En los tratados de arquitectura escritos por fray Andrés de San Miguel, se encuentra la explicación del sistema tecnológico que empleó para construir el puente de Batanes.


La destreza y conocimientos geométricos, hidrológicos y de albañilería despertaron la imaginación de los indígenas del valle de Guatzindeo, quienes inventaron la leyenda de que el Diablo había tomado la forma de un fraile lego carmelita para resolver los difíciles problemas de la construcción del puente, lo cual hacía de manera rápida y fácil, con la finalidad de entrar al convento y tentar a los santos frailes que ahí morarían al inugurar el edificio en construcción dentro de la ciudad. La leyenda dice que sí ocurrieron hechos escandalosos que perturbaron la vida conventual, y que involucraban al fraile, el cual fue expulsado, según la leyenda indígena.

martes, 20 de julio de 2010

El tema del agua en el Tratado del sabio renacentista edificador de San Andrés de Salvatierra

* DE LA NATURALEZA Y SITIO DE LAS AGUAS
por fray Andrés de San Miguel

El agua es naturalmente fría y húmeda, y más pesada que el aire y no tanto como la tierra, por cuya causa tiene su propio sitio y lugar en la redondez y superficie de la tierra, como se escribe en el Génesis, Capítulo 1, de donde se colige claramente que toda la haz de la tierra estaba rodeada y circundada de las aguas, pues fue menester que Dios les mandase que se apartasen y retirasen a una parte y lugar para que areciese la tierra y así pudiese fructificar y tuviese lugar de producir yerbas, árboles y plantas, para el sustento de los hombres y mantenimiento de los demás animales de la tierra y aves del aire, y aunque el eterno soberano Dios mandó a las aguas que se retirasen a una parte, no por eso les dio lugar contrario a su propia naturaleza, como algunos han pensado antes.
Así como el creador dispone y ordena todas las cosas suavemente, así ordenó su divina providencia que en la redondez de la tierra hubiese muchas y muy grandes concavidades adonde al agua, como flexible y pesada se retrujese, y como en lugar propio y natural estuviese sin recibir fuerza ni violencia alguna. Lo más bajo de toda la superficie de la tierra es el lugar y sitio de la mar y por eso todas las aguas de los ríos y fuentes, por ser deleznables, van a porfía corriendo a la mar como lugar más bajo y su natural, porque, como la tierra es redonda y el agua lo es también, no tiene quietud, reposo ni descanso, hasta llegar a su centro y natural asiento.
También es verdad que fue menester que el sumo hacedor de todas las criaturas pusiese término a las aguas, para que no saliesen de sus términos, porque siendo el agua de su natural tan flexible y tan fácil de moverse y de convertirse de una a otra parte, fuérale muy fácil tornar a cubrir la tierra y abrazarse con toda ella, como lo estaba al principio de su creación y lo estuvo en el tiempo del diluvio general, y esto pudiera suceder no sólo por las grandes conmociones que causan en la mar los grandes vientos y empestades, sino también con las grandes hinchazones y crecientes que la Luna suele causar en esas extendidas aguas y profundos mares, a cuyo ímpetu y fuerza ningún poder natural bastara, si Dios Nuestro Señor no les pusiera aquel freno de su eterno y poderoso mandamiento, para que no pasasen los límites de sus términos y riveras.
El agua es un elemento muy eficaz y más poderoso que los demás elementos, pues se abraza con la tierra, apoderándose de ella, y se sube con la virtud del sol por los altos aires, causando muchas nieves, lluvias y rocío, nieves, granizos y nieblas y finalmente, con su fuerza natural, vence y mata al fuego, siendo un elemento tan fuerte y voraz y consumidor. Es el agua muy importante y principal medio y remedio de nuestra vida corporal y espiritual, pues Dios Nuestro Señor ordenó que no solamente sirviese de refrigerio y conservación del calor natural, pero quiso que nuestra regeneración y bautizo fuese por medio del agua, de lo cual escribe Moisés, Génesis Capítulo 1, que también fue medio para limpiar y purificar el mundo de los grandes pecados que antes del diluvio había en la tierra, subiendo más altas que el más alto monte quince codos, sin dejar cosa viva en todo el Universo, salvo los que por mandamiento de Dios entraron en el Arca de Noé.
Del agua dijo Tales de Mileto ser principio de las cosas y de la conjunción humana; Eurípides dijo que el aire y la tierra, con la lluvia del cielo, engendraban todas las cosas. * ¿Pero quién negará que la agua sea a los animales como pasto del calor y alimento de la vida? ¿Pues qué diré de las yerbas y plantas y árboles y de lo demás de que los hombres usan? Cosa cierta es que todas las cosas que en la tierra se crían y todas las que crecen, si les quitasen el agua, se desvanecerían y convertirían en nada.
Junto al Éufrates echan los ganados del pasto, porque se engordan mucho más de lo que conviene en aquellos prados, y dicen ser la causa la abundancia de la humedad y que en la mar se crían cuerpos grandísimos, porque el agua les da mucha copia de nutrimento. Aristóbulo dice haber él visto más de mil pueblos desiertos, por haberse el Río Indo apartado por otra parte; Jenofonte hace mención que a los reyes de Lacedemonia, por causa de mayor grandeza, se les daba que tuviesen un estanque de agua junto a las puertas delante de la casa. En las bodas y en los sacrificios, y casi en todas las cosas sagradas, por muy antigua costumbre se aplica el agua y de ella usamos todo el tiempo, así en salud como en enfermedad. Los masagetas llenaron la 'región de agua en muchos lugares cortando el río Arago; el Tigris y el Éufrates fueron metidos en Babilonia porque estaba edificada en seco, y Semirámides metió una acequia en la ciudad de Ecbatana, por un monte cavado en alto veinticinco estadios, con fosa de ancho [de] quince pies. Desde el Río Coro de Arabia, hasta los lugares desiertos y secos, guió el agua el rey árabe esperando en aquel lugar a Cambises con una acequia, según Herodoto, hecha de cueros de toro. En Sarnas era admirable, entre las obras raras, un foso de largo de setenta estadios, guiado por un monte de ochocientos pies de alto. Admirable fue también la mina de Melgara, obra de alto veinte pies, por la cual se guiaba una fuente a la ciudad de Pera. La ciudad de Roma, como excedió a muchas en grandeza, así en artificios de guiar grande abundancia de aguas que en ella entran.

Diferencias de aguas

No todas las aguas son buenas par el uso de ellas, porque unas se hallan calientes y otras frías, unas dulces, otras amargas y otras acedas; unas muy puras y otras cenagosas, unas viscosas y otras untosas, unas saben a pez y otras que, a las cosas metidas en ellas, las convierten en piedra.
Y otras hay que, en una misma corriente, corren parte claras y parte turbias; otras que en una misma madre son aquí dulces y allí amargas.
Hay también otras cosas dignas de memoria, con 'las cuales las aguas difieren mucho por natura y 'fuerza, que hacen mucho para el daño o salud de los hombres; otras aguas hay milagrosas como las del río Arcinoe en Armenia, del cual escriben que despedaza las vestiduras que en él se lavan, y de la fuente de Diana, junta a Camerino, que no se incorpora su agua con el vino, En el 'Pueblo de Bri de los garamantes, hay una fuente que de día se enfría y de noche hierve. Junto a los segestanos el Helbeso, en medio de su corrida súbitamente hierve; en Epiro hay una fuente que llaman sagrada, en la cual las cosas que arden se apagan y las apagadas se encienden, en Eleusina hay otra fuente que salta al son de las zampoñas; los animales extranjeros que beben en el río Indo mudan los colores; en la ribera del mar Eritreo hay una fuente de la cual, si beben las ovejas, mudan el vellón en color negro; en las fuentes de Laodicea, el animal que se concibe junto de ellas nace de color rubio; en el campo de Gadarena hay una fuente la cual, si la gusta el ganado, pierde los pelos y las uñas; junto del mar Hircano hay un lago en el cual el que se lava se hace sarnoso y se cura con sólo aceite; en Susa hay un agua que hace caer los dientes; junto al estanque de Zelonio hay una fuente que los que de ella beben se hacen estériles, y cerca de ella otra que los fecunda: en Chía otra que vuelve locos y otra que sólo gustada mata riendo; hay también otra con que si se lavan mata y en Arcadia, junto a Nonagro, hay un género de agua que por una parte es muy pura y por otra tiene tanta fuerza de veneno que no se puede retener en algún metal.
En Córcega se dice hubo una agua que soldaba los huesos quebrados y conque se curaban los venenos. y hay también, en otras partes, que causan a los que las beben buen ingenio y adivinador; hay en Córcega otra fuente buena para los ojos, y si algún ladrón negare el hurto allí delante, con juramento, y se lavare los ojos, quedana ciego.
Cuatro cosas hacen a nuestro propósito acerca de las aguas: La primera que la halléis, la segunda que le guiéis, la tercera que la escojáis, la cuarta que la conservéis. Pero primero diremos algunas cosas que pertenecen al general uso de ellas y no trataré aquí de ellas cosas de los filósofos, si las aguas van a la mar como a lugar donde reposan, o si se hacen con las influencias de la Luna, que la mar por momentos se aumenta y a veces se disminuye, porque ninguna cosa aprovechará para nuestro propósito; pero no dejaré de decir lo que vemos con nuestros ojos, que el agua naturalmente va a las partes más bajas y no sufre que el aire esté más bajo que ella, y que aborrece la muda de los cuerpos más livianos y más pesados que ella y que desea henchir todas las formas de concavidades adonde ella corre y que, mientras más le prohíben ir su camino, tanto más pertinazmente con sus fuerzas lucha y restriba en contrario, y que nunca sosiega, hasta que, según con sus fuerzas, consigue las cosas que para su quietud desea y que, conseguidos los asientos donde sosiega, solamente contenta consigo, menosprecia todas las demás cosas mixtas y en su
madre se contiene con los extremos labrios, hasta que pone su más alta superficie en parejo igual de su altura.
Hay algunos que afirman que las aguas que perpetuamente corren no se derraman como recogidas en vaso, sino que por continuo movimiento son engendradas en los lugares de donde mana el aire, y no de todo, sino que aquel que últimamente está más aparejado para ser hecho vapor, porque está la tiera, y principalmente los montes, como una esponja llena de poros; por los cuales, concebido el aire, se espera con el frío y se une.
Esto les parece ser así, lo uno por los demás indicios y lo otro porque se ve que los grandes ríos nacen de los grandes montes. Otros no llegan del todo a este parecer, porque dicen que hay también grandes ríos, como el Pírarno y otros, que son navegables y nacen en tierra llana, por lo cual el que dijere que la tierra bebe los humores de las lluvias y con su peso y sutileza penetran y corren por los lugares vacíos, ¿por ventura el tal no será de reprobar, y es cosa cierta que en las regiones de pocas lluvias hay falta de ríos? Sabemos que la esponja se humedece con la humedad del aire y de ahí hacemos balanza con que pasamos los pesos y sequedades de los vientos y aire; empero yo no negaré que el jugo del aire nocturno no sea atraído por la superficie de la tierra, o que puede entrar de suyo por los poros o ser fácilmente convertido en humor aunque ninguna cosa tengo yo averiguada, cerca de mí, que la pueda bien afirmar. Tan varias son las cosas que acerca de los escritores hallo, y tantas y tan diversas se ofrecen de suyo al que las considera, y es cosa clara que en muchos lugares, o por terremotos o de suyo repentinamente manaron fuentes y corrieron mucho tiempo, y que faltaron en varios tiempos, de suerte que unas se desaparecieron por el estío y otras por el invierno, y fuentes que después se secaron tornaron otra vez a manar, con grande copia de agua, yaguas de fuentes que no solamente manaron dulces de la tierra, sino también del medio de las olas de la mar.

lunes, 19 de julio de 2010

Sobre la siembra de melocotones y duraznos en Salvatierra, una página selecta de Andrés de San Miguel

J H S
* TRATADO BREVE DE LAS PLANTAS QUE MEJOR SE CRÍAN EN ESTA HUERTA DE SAN ANGELO

DE LOS DURAZNOS PRISCOS y MELOCOTONES

por fray Andrés de San Miguel
Todos estos géneros quieren aires templados, no fríos ni recios. Consérvense como en su propio centro en lugares abrigados de tierra suelta y húmeda, que toque algo en arena; en semejantes lugares viven más tiempo y dan mejor y más abundante fruto y en las tierras frías, ventosas y barriales, sucede todo lo contrario. Es árbol que con facilidad se cría y en breve se envejece, y aunque se pueden plantar de rama y de los hijos que le nacen al pie, pero los buenos y más provechosos son los que se plantan de sus huesos, que se siembran de esta manera:
Dispónese la tierra como se hace para sembrar hortaliza, bien cavada y estercolada, con estiércol podrido, y aunque la tierra lo esté de antiguo se ha de estercolar de nuevo. Si es cantidad la que se siembra, se dispone la tierra en canteros y los canteros en eras no muy anchas, porque sin entrar en ellas se puedan escavar. El tiempo en que se deben sembrar en esta huerta, para que nazcan y se críen bien, es quince o veinte días después de haberlos comido, habiéndose enjugado a la sombra. Siémbrense los huesos enteros y sin quebrar y una cuarta o tercia desviados, hondos cuatro dedos, y la parte del pezón abajo, que es la raíz. En tiempo seco se han de regar cada ocho días; la primera escarda se puede hacer con azadón, cortando la yerba entre dos tierras, porque los huesos no nacen aquí hasta que los duraznos comienzan a brotar sus hojas, y así fuera lo mismo sembrarlos por diciembre y parte de enero, pero porque las pepitas se enjugan y secan demasiado estando mucho tiempo al aire, y después nacen pocas y mal, por esto conviene sembrarlas al tiempo dicho.
Sean los huesos de fruta sana y bien madura y de árbol de mediana edad y que dé todos los años la fruta bien crecida, en abundancia y sazonada.
Importa que en esto se ponga mucho cuidado, porque hay muchos árboles en la huerta, así de duraznos como de melocotones, que la fruta que dan es buena, pero siempre dan poca, y de éstos no se ha de tomar semilla, porque los hijos imitan a los padres. Algunos quieren que para que el árbol nazca mejor, se siembre el hueso con su carne bien madura y sazonada, y para que dé la fruta amarilla y de buen gusto, se tienen los huesos algunos días, antes de sembrarlos, en agua teñida con azafrán, y después los riegan con la misma agua. Y para que den la fruta colorada, se siembra el hueso en una zanahoria que lo sea, y se riega con agua sacada de las mismas zanahorias; y para que nazcan escritas, según Palladio, se siembran los huesos y cuando quieran reventar se saca la pepita y se escriben en ella con bermellón lo que quieren y la vuelven a meter en su lugar y sembrar como estaba, y los duraznos que diere tal árbol tendrán escrito lo que se escribió en la pepita. Reciben los duraznos cualesquiera sabores y olores como los demás frutos.

domingo, 18 de julio de 2010

El desagüe del Valle de México y luego los canales subterráneos de Salvatierra son las obras hidráulicas de fray Andrés de San MIguel

Participación de fray Andrés de San Miguel
en las Obras del Desagüe del Valle de México
Eduardo Báez Macías

EL DESAGÜE DEL VALLE DE MÉXICO



¿A quién debiste, México mía, a quién debiste no ser sumergida en las aguas que te amenazaban en tiempo del Marqués de Cerralvo, sino al talento y saber de fray Andrés de San Miguel? ... Enrico Martínez, célebre y tal vez el mayor matemático que la América tenía después del humilde hermano Andrés de San Miguel, gastó mucho dinero, sacrificó muchas vidas a sus proyectos, hizo mucho, aunque todo inútilmente; el carmelita descalzo consiguió lo que México deseaba y necesitaba y nadie se atrevía a poner en ejecución; el proyecto del desagüe de Huehuetoca . .. Así es como dio, por decirIo así, la existencia a la gran México, que sale de las aguas con la hermosura de la juventud, cual la fingida Venus del océano ...


Estos magníficos párrafos fueron pronunciados en un sermón por fray Manuel de San Juan Crisóstomo, desde el púlpito del Colegio de San Ángel, en el año de 1831. Pero aparte de la apología ¿cuál fue la verdadera historia de la participación de fray Andrés en la magna tarea del desagüe del Valle?
Los escritores carmelitas que se refieren a este artífice, dejaron de él una descripción equivocada a medias, ya que no llegaron a apreciar todo su valor como arquitecto y, en cambio, le atribuyeron la cualidad más estimable en todo fraile, pero que fray Andrés estaba lejos de poseer: la humildad.
En la historia de sus intervenciones en el desagüe, se revela como un carácter exasperado, soberbio, herido por el despecho y presa de un odio irreconciliable contra Enrico Martinez, a quien los gobernantes habían favorecido con la dirección de la magna obra. Escuece al carmelita, sobre todo, esa inexplicable preferencia por alguien a quien suponía inferior en conocimientos.
Hablemos, pues, de este interesante capítulo de su vida.
Durante los años que corren de 1634 a 1642 no volvemos a saber que hubiera reparado o trazado algún convento, pues la Orden contaba con varias casas, todas en buen estado, y no se pensaba en ninguna próxima fundación; aclaremos, sin embargo, que en estos años desarrolló enorme actividad, pues a su labor en el desagüe hay que agregar, en la misma época, la redacción de su voluminoso manuscrito. Era para entonces un arquitecto completamente maduro, autoritario y áspero, acostumbrado a hacer prevalecer sus opiniones, incluso sobre sus superiores; inteligente, sabio, y conscientemente orgulloso de saberse superior en conocimientos y capacidad. .
Pero este orgullo estaba profundamente herido, ya que para conducir una obra que requería un maestro que tuviera los mayores conocimientos en hidráulica, como era el desagüe del Valle, se había preferido a Enrico Martínez, cosmógrafo e impresor, mientras que a él se le relegaba a una situación secundaria.
Durante la colonia, ninguna obra iguala en dimensiones a la del túnel de Huehuetoca, para evitar las inundaciones de la capital, iniciada en los principios del siglo XVII y protagonizada por figuras tan relevantes como el virrey Velasco, Enrico Martínez, Górnez de Trasmonte, Arciniega, etcétera.
Desde 1607 el marqués de Salinas había principiado los trabajos para el canal del desagüe, primero en su género en todo el mundo, encomendando la dirección y planos a Enrico Martinez, que tenía presentado un proyecto ante las autoridades coloniales, que resultó aceptado, por parecer más ventajoso que otros proyectos de renombrados artífices, como Andrés de Concha, Alonso de Arias, Juan de Cebicos y Damián Dávila. El carmelita fray Andrés, como lo relata él mismo, realizó por entonces algunas mediciones sobre el nivel de las lagunas.
La obra principiada por Enrico avanzó rápidamente, construyéndose un socavón en dirección a Huehuetoca y Nochistongo, que daba salida fuera del Valle a las aguas del río de Cuautitlán y de la laguna de Zumpango, alcanzando en sólo dos años una longitud de 6,600 metros, por donde desaguaban hasta una reguera, cuyo declive las arrojaba en el río de Tula. El mismo fray Andrés se encontró presente cuando la inauguración, en el momento en que se esparció paja sobre la líquida superficie de la laguna de Zumpango, para probar la corriente, deslizándose aquélla con natural fluidez hacia el túnel.
Pero para 1609 aparecieron los defectos, como los derrumbes que lo obstruyeron, y dieron pábulo a los rivales de Enrico para criticar esta obra, en la que se había gastado mucho dinero, sin resolver el problema de las inundaciones. El remedio se buscó principiando otro socavón por la parte de salida, con mayor profundidad, pero cuando apenas llevaban perforada una tercera parte de su longitud, el maestro varió bruscamente el nivel, subiendo hasta el piso del primer socavón, con lo que quedaba inutilizada la obra nueva.
Como las críticas aumentaban, la corona ordenó, por Cédula dada en Aranjuez el8 de mayo de 1611, al virrey fray García Guerra, que hiciera una consulta con las personas más autorizadas, sobre la utilidad que reportaba el socavón, reuniéndose en efecto varios artífices, que después de practicar un examen sobre la obra, en compañía de las autoridades del virreinato, rindieron sus dictámenes, condenando casi todos como inútil la obra de Enrico. Particular animadversión demostró en el suyo Alonso Arias, armero mayor, quien afirmaba que la obra no había servido sino para vaciar el vaso de la laguna de Zumpango, pero que resultaba impotente para desalojar el agua de las otras lagunas, porque las nivelaciones seguidas por el cosmógrafo alemán estaban equivocadas, andando por el mismo camino las declaraciones de Alonso Hernández y Damián Dávila.
En 1614 vino a la Nueva España el ingeniero holandés Adrián Boot, con encargo del monarca de examinar las obras, y habiéndolo hecho dictaminó que no servirían para preservar a la ciudad de las inundaciones. A su vez, presentó un proyecto que no se llegó a poner en ejecución.
En nueva junta celebrada en 1615, se acordó que Enrico Martínez continuara los trabajos, pero las críticas y los tropiezos con que se enfrentaba despertaron tanta desconfianza, que para el año de 1623 el marqués de Gelves ordenó suspenderlos, y que se volviera el río de Cuautitlán a la laguna para observar el incremento de los niveles, experimento o imprudencia, que ocasionó el aumento considerable de los lagos, hasta que en 1629 comenzaron a vaciarse sobre la ciudad. Enrico Martínez, acusado por rumores vulgares de obstruir la boca del desagüe y haber roto el vertidero, fue puesto en prisión, pero la necesidad que se tenía de socorrer a la ciudad forzó al virrey a dejarlo en libertad, para que continuara combatiendo la inundación.
El 21 de septiembre de 1629, día de San Mateo, un formidable aguacero se precipitó durante treinta y seis horas sobre la capital, provocando un gran desbordamiento de los lagos, cuyas aguas no dejaron a flote más que las calles de Santa Teresa y la de las Escalerillas. En semejantes circunstancias, el virrey don Rodrigo de Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo, reunió una junta a la que asistieron los cabildos eclesiástico y secular, la universidad, Inquisición y órdenes religiosas, examinando diferentes proyectos para el socorro de la metrópoli; se optó, una vez más, por encargar a Enrico Martínez las obras.
La desesperación de ver hundida la ciudad y no tener remedio inmediato para evitarlo, habían exaltado hasta el extremo los ánimos. Cuando el virrey, en compañía de Enrico Martínez y las personas entendidas en la materia practicaban una nueva inspección en la entrada del túnel, preguntó al cosmógrafo sobre el remedio que pondría para desalojar las aguas, contestó el interrogado que haría un segundo socavón debajo del ya hecho, respuesta que tal vez no pareció muy comedida al gobernante; fray Andrés, que se hallaba presente, y no dejaba pasar oportunidad para zaherir a su rival, dice en un párrafo de su manuscrito:

... esta respuesta tuvo el Marqués, y todos los presentes muy pesadamente, y se la reprendió con palabras harto graves.


Empero, Enrico Martínez continuó dirigiendo los trabajos, y este nuevo nombramiento desató la ira del carmelita, que desahogó en la relación que escribió en 1631 al general de la Orden, fray Esteban de San José, vapuleando muy a su sabor al impresor y cosmógrafo alemán. Del primer socavón, ejecutado en 1607, le critica haber optado por el túnel y no por un tajo abierto, haber equivocado las nivelaciones.» y haber escogido, cosa que no podría nunca defender Enrico, la menor de tres profundidades que se habían propuesto, pues habiéndole hecho un socavón:


... no había de ser el costo más porque el socavón se abriese diez varas más abajo o más alto ..


y cuando se refiere al segundo socavón, su inquina se envenena más, avivada por los yerros nuevamente cometidos por su rival, que dieron armas al carmelita para escarnecerlo hasta la crueldad. Le reprocha que, habiéndole iniciado con buena profundidad por la parte de salida, suficiente para desalojar hasta la laguna de México, variase súbitamente el declive, subiéndolo de golpe hasta el plano del socavón antiguo, con lo cual inutilizaba la obra nueva; y lo que es peor, agrega el fraile, que fue haber salido con el plano del socavón más alto que la superficie de la laguna de Zumpango, de lo que se burla escribiendo:


... y como si no pudiera ya ser gran maestro en yerros, cometió aquí el que puede ser corona de todos los que había cometido ...


Añadiendo este otro sarcasmo:


Cosa es para admirar y en que se ve claro ser Enrico el azote con que Dios azota esta ciudad, pues habiendo cometido tantos y tan pesados yerros que uno sólo bastaba para que otro hubiera perdido el reino o la vida, y que él se haya conservado acerca de los virreyes en tan grande opinión, como si hubiera hecho los mayores servicios a Su Majestad y reino, que hombre pudo hacer en el mundo ...


y no paraban aquí los ataques, agregando en la misma relación que, desde el año de 1607, el marqués de Montesclaros había querido ahorcar a Enrico, comentando lo siguiente:
De grandes trabajos y gastos perdidos hubiera librado a la ciudad y naturales si lo hiciera.
Deseo que no concuerda muy bien con la virtud que los cronistas refieren de fray Andrés y que, por otra parte, parece una afirmación falaz, porque las relaciones entre Enrico Martínez y el marqués de Montesclaros eran más bien cordiales.os
Desahogada su inquina, el carmelita presentaba en el mismo informe un proyecto para hacer el desagüe a tajo abierto, pero parece que por el momento no fue debidamente considerado, siguiendo al frente de las obras el cosmógrafo alemán, hasta su muerte acaecida en el año de 1632.
Desaparecida la influencia de Enrico Martínez, volvieron a presentarse proyectos que en general coincidían en llevar el desagüe a tajo abierto, aprovechando en parte la obra anterior. En 1634, el virrey, marqués de Cadereyta, hizo reunir nueva junta en la que examinaron diferentes proyectos, entre los que se encontraba otro del carmelita fray Andrés. A partir de esa fecha, el gobierno de la colonia tomó la obra en sus manos, directamente, auxiliado por maestros competentes. Desaparecido Enrico Martínez, continuóse la obra a tajo abierto, según el proyecto del fraile carmelita y de otros artífices. Sin rivales ni contradictores, sin diatribas ni violencias, libre de sus resentimientos, el religioso alcanzaba a mirar a los realizadores del desagüe sujetarse a su proyecto, con la consecuente satisfacción de su orgullo legítimo de sabio. Aunque la superintendencia de las obras se encargó al franciscano Luis Flores, la dirección técnica, indudablemente, competía a fray Andrés.
El mismo año de 34, dirigía y trabajaba en un profundo socavón, a 50 estados bajo el nivel del suelo, cuando sus barreteros descubrieron, engastado en el tepetate del tajo, el colmillo de un enorme animal, perteneciente a alguna especie extinguida, que los llenó de asombro, y que los descubridores fraccionaron y se repartieron.
Otra prueba de que su actividad en el desagüe fue ininterrumpida, es la relación existente en el Archivo General de la Nación, fechada en 30 de mayo de 1639, con la que daba cuenta a sus superiores monásticos de los trabajos que se habían ejecutado bajo su dirección, entre los lugares conocidos como la zanja de San Gregorio y la cata de San Francisco, tales como la doble compuerta para contener las aguas del río de Cuautitlán, cuya corriente aprovechaban. para limpiar la tierra de la zanja, el reforzamiento de los tramos que habían quedado de socavón, correcciones en la nivelación, etcétera. Se queja en este informe de cierto molinero y ciertos labradores, que practicaban sangrías en el río desviando sus aguas, necesarias para la obra, proponiendo como remedio justo que se les vigilase, cuidadosamente, que no tomaran más agua que la indispensable para sus labores.
Firma este breve informe en el Colegio de Santa Ana (San Ángel) adonde había acudido a tomar la bendición de sus prelados:
De Vuestra Excelencia menor siervo, fray Andrés de San Miguel.
Gobernaba la colonia don Juan de Palafox y Mendoza, en el año de 1642, cuando aún se luchaba tenazmente contra las inundaciones. La Orden del Carmen había prescindido por varios años de su primer arquitecto en beneficio de la ciudad, pero quizás su altruismo se iba agotando, porque empezaron a recurrir a un medio sutil y legal para retener al arquitecto entro del claustro, aplicando estrictamente las constituciones, entre cuyas prohibiciones figuraba la de no dejar que los frailes vivieran fuera del convento.
En efecto, los permisos para dejarlo asistir a los trabajos del desagüe principiaron a hacerse discutibles en los Definitorios, y bajo el virreinato de Palafox fue preciso que el obispo, personalmente, reclamara su presencia para no exponer el resultado y buena marcha de la obra, como se infiere del acta correspondiente a la reunión del día 17 de julio de 1642:
También se propuso en esta sesión otra petición del señor Obispo Virrey, que pedía la asistencia del hermano fray Andrés de San Miguel, el pitipié de esta provincia en la obra del desagüe de esta ciudad, por la plena inteligencia que dicho hermano de ello tiene ...
Ya no le encontraremos aquí por más tiempo, pues en 1644 se marchó a Salvatierra para encargarse del convento y del puente que iban a edificar. El desagüe continuaría aún por muchos años, pasados los de mayor peligro, prosiguiendo su ejecución en los mismos términos en que el carmelita lo había proyectado, a tajo abierto. Enrico Martínez había tenido la audaz concepción de buscar salida al agua de las lagunas, perforando la sierra que rodea el Valle, pero había sido necesario que alguien, con mayores conocimientos en cálculo y en hidrología, viniera a corregir los yerros que en la práctica no había conseguido vencer el primero.

sábado, 17 de julio de 2010

Fray Andrés de San Miguel en la historia de la ciencia y la arquitectura en México

El autor y el manuscrito

por Eduardo Báez Macías

    Fray Andrés de San Miguel, hermano lego de la Orden de Carmelitas Descalzos de la Provincia de San Alberto de México, vivió en la primera mitad del siglo XVII. Fue arquitecto, hidrólogo y matemático, y dejó manuscritos una serie de tratados comprendidos en un volumen en folio, que se encuentra actualmente en la Colección Latinoamericana de la Biblioteca de la Universidad de Austin, Texas.

    Obra de gran extensión, pues su autor había penetrado por los variados campos que un buen arquitecto precisaba dominar, ha estado fatalmente condenada al olvido, y de los numerosos títulos que la componen, apenas si se han publicado dos, sin ser los más importantes, en ediciones hoy día difíciles de obtener. Retirarlos del olvido, publicándolos completos en una versión paleográfica moderna y acompañada de las anotaciones indispensables, es el cometido que este trabajo pretende alcanzar.'

    Este sabio carmelita es conocido, más que por sus escritos, por haber construido varios conventos para su Orden y por haber rivalizado con Enrico Martínez, cuando éste se encargaba de dirigir el desagüe del Valle de México, aunque también bajo este aspecto son reducidas las noticias acerca de su vida y de su obra. Los mismos cronistas de la Orden del Carmen, que podían haber legado una granada biografía, solamente le dedican los acostumbrados párrafos apologéticos, en los que elogian su mansedumbre y su obediencia, dejando desapercibido su recio carácter y su justa categoría de arquitecto.

    Solamente fray Agustín de la Madre de Dios, primer cronista de la provincia, que tuvo a su disposición los archivos carmelitas y que conoció de cerca a Andrés de San Miguel, parece haber intentado una relación explícita de su vida. Lo impidieron las dificultades en que el historiador se vio envuelto con sus superiores, por hacer en cierta forma una defensa de los criollos, lo que le obligó a dejar inconclusos algunos capitulos de su historia. En el plan de la obra incluía dos capitulos para narrar la biografía de fray Andrés, pero al tiempo que la suspendió, apenas había redactado algunos párrafos del primero, que tituló Naufragio del hermano fray Andrés de San Miguel, antes de tomar el hábito; su valor y trabajo que le disponen a la vida religiosa y lo desengañan del mundo.

    Incuestionablemente que el autor y el manuscrito merecen un lugar destacado, tanto para la arquitectura como para la historia de la ciencia en México, y sin menoscabo alguno podrían incluirse en la serie de tratadistas que realzaron la ciencia española del Renacimiento, con la cualidad, especialmente valiosa, de haberse escrito en nuestro suelo.

    Como los conocimientos de este lego parecen extenderse a todas las ciencias de su época, los capítulos que contiene el volumen constituyen una serie de tratados de material diverso independientes a veces unos de otros, careciendo el manuscrito de una relación de continuidad del principio al fin. Pero bajo este desorden ostensible, habremos de reconocer un arquitecto a lo Vitruvio, conocedor de las matemáticas, la astrología, la hidráulica, la geometría y la perspectiva, disciplinas estrechamente unidas en la época del Renacimiento y que fray Andrés, como el maestro romano a quien continuamente sigue, consideraba indispensables en todo buen artífice.

    Y sin embargo, todo lo que hasta la fecha se ha publicado del manuscrito, se reduce a las dos siguientes relaciones:
En 1890, José María de Agreda y Sánchez dio a conocer el informe rendido por el fraile arquitecto al virrey marqués de Cadereyta, sobre el estado en que se encontraban los trabajos del desagüe de la Ciudad de México, hacia 1636, precediendo al informe de una importante nota bibliográfica)

    En 1902 Genaro García, como aportación ante el Congreso de Americanistas, publicó la relación del viaje que realizó fray Andrés a bordo de la nave Santa María de la Merced, para llegar a Nueva España, que en el manuscrito se titula Relación de los trabajos que la gente de una nao llamada Nuestra Señora de la Merced padeció, y de algunas cosas que en aquella flota sucedieron.

    Cabría aun considerar, como parte del manuscrito impresa y en consecuencia conocida, la corta serie de dibujos incluidos por Manuel Toussaint, en un artículo de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad de México," y en su libro sobre el arte mudéjar.

    La presente versión paleográfica es casi completa; algunos folios, 6 en total, han resultado imposibles de copiar, pero puedo afirmar que su falta no menoscaba el valor de la obra, ya que son folios que se refieren, por una feliz coincidencia, a la parte menos valiosa del conjunto: el tratado sobre aritmética."

    Para aclarar el sentido de algunos párrafos, se han hecho indispensables las anotaciones al
texto, pero en todo caso procurando emplearlas 10 menos posible.
En el folio primero del cartapacio se lee:
                            este libro pertenece a este Colegio de Carmelitas Descalzos de la Señora Santa Anna.

    En efecto este colegio, que conocemos mejor como Convento de San Ángel, lo guardó en su copiosa librería hasta el año de 1860, en que, por la exclaustración de los regulares, cayó en manos ajenas al convento, como José María de Andrade, Vicente de P. Andrade, Agreda y Sánchez y Genaro García. Al morir este último, el manuscrito fue llevado a Austin, al ven- der los herederos la biblioteca íntegra a la Universidad de Texas, en el año de 1921, lugar donde permanece actualmente.

    Ciento setenta folios, de 41 x 27 cms, integran el volumen, aunque la numeración es defectuosa, pues salta varios números y algunos otros los deja en blanco. En el caso del número 49, parece evidente que fue desprendido porque debía contener la planta y el perfil de una figura cuya descripción pormenorizada se lee en el folio 48v. El folio 78 está mutilado en su base, cosa que sucedió al sustituirle sus guardas de pergamino por pastas de cartón.

    En otros sitios, la tinta se ha ido borrando a causa de la humedad y su transcripción, materialmente, se ha hecho imposible, como sucede en los marcados con los números 20 al 23, 118 y 164.

    Otras dificultades vienen en añadidura de las anteriores: la letra es pequeña y cerrada, la puntuación prácticamente inexistente y varias palabras se encuentran que fueron testadas por el mismo autor. En algunas fajas, por su gran tamaño y por ser su letra menuda, los renglones pierden con frecuencia su horizontalidad y las palabras parecen saltar de una línea a otra, sugiriendo que se escribió con gran apresuramiento. Sucede lo contrario en otras partes, desgraciadamente las menos, que fueron escritas con especial cuidado, como el Tratado de geografía, en el que, además de la claridad caligráfica, se aprecian renglones trazados previamente, con esmero, revelando la decidida inclinación del autor por esta disciplina.

    Contiene seis planos para conventos y doscientas veintiuna figuras intercaladas en el texto, todas ellas dibujadas a línea, sin descontar la posibilidad de que su número fuera originalmente mayor, pero que manos irresponsables las fueron mutilando.

Los tratados de Andrés de San Miguel obra renacentista para la historia de la ciencia en México

Comentarios al manuscrito

por Eduardo Báez Macías


    Diseño de fray Andrés de San Miguel

    Los autores que citan a fray Andrés de San Miguel, lo hacen invariablemente con cauteloso respeto, inspirado en parte por la larga serie de títulos que escribió y en parte por la fama que alcanzó de ser el primer arquitecto de su época. Fama es ésta que merece justificarse, además de sus obras materiales, de las que escaso testimonio queda, por los tratados que dejó reunidos en su manuscrito.

    Cabe advertir, en principio, que no todo el volumen puede juzgarse igualmente valioso, porque si bien es cierto que algunos capítulos son tan buenos y en algunos aspectos superiores a los tratadistas peninsulares, otros, en cambio, parecen desganados y aburridos. Pero posee, por otra parte, el incontrastable mérito de destacarse como el único tratado de arquitectura y matemáticas escrito en la colonia, estrechamente enlazado a los tratadistas que, siguiendo a Vitruvio, surgieron en el Renacimiento europeo.

    Mucho necesitaba la Nueva España de una obra que abriera el cauce al estudio de las ciencias exactas, pues revisando las publicaciones científicas, según las bibliografías de lcazbalceta y Andrade.i» no tenemos para el siglo XVI y los principios del XVII más que los Diálogos militares (1583) y la Instrucción náutica (1587) de García de Palacio, en cuanto a ingeniería militar; el Reportorio de los tiempos (1606) de Enrico Martínez y el Arte menor de aritmética (1623) de Pedro Paz, obra al parecer elemental y no obstante esta escasez, la obra que merecía servir como punto de apoyo para el desenvolvimiento de la ciencia en la Nueva España, permaneció fatalmente inédita e ignorada, vedando a su autor la posibilidad de representar, en el movimiento intelectual de la colonia, lo que habían representado Alberti o Vitruvio para el Renacimiento.

    Aunque no tuvo la proyección del genio innovador, del que descubre, del que penetra campos para su época desconocidos, aunque carente de las grandes intuiciones, puede decirse de él que representa la suma, el acervo total, de los conocimientos alcanzados hasta su momento. Pertenece a ese género de talentos que, sin abrir épocas nuevas, llegan a encerrar en conclusiones exhaustivas todo cuanto el pasado había recopilado; y es ésta la razón por la que ninguna obra podría ser más adecuada para conocer el límite que había alcanzado la ciencia en la colonia, durante ese tránsito del siglo XVI al XVII.

    Formado en la segunda mitad del Renacimiento español, viene a representar uno de los últimos ejemplos de la más pura descendencia alberti-vitruviana, tratando bajo una estrecha e indisoluble vinculación a la arquitectura con las matemáticas, en una época en que estas dos disciplinas iniciaban ya su desarrollo por caminos separados.

    Comprende el extenso manuscrito un material amplísimo y desordenado, no presentando el aspecto de un tratado homogéneo y redactado con arreglo a un plan, sino el de un agrupamiento de obras escritas en diferentes épocas. Cabe, sin embargo, hacer una separación de los capítulos bajo tres grupos de materias: la primera, de aquellos en los que escribió sobre el Templo de Salomón, algunos templos del Perú y las reglas para construir las iglesias de su Orden. Una segunda parte, que desde nuestro punto de vista despierta mayor interés por ser la parte técnica, abarca todo lo que se refiere a arquitectura y matemáticas, y, finalmente, los informes sobre el desagüe de la ciudad y los tratados sobre aguas, acueductos y bombas, for- mando en conjunto un tratado de hidrología. Intercala por ahí la relación del viaje de la Santa María de la Merced, que no supo acomodar sino donde buenamente cayó, la demostración de la gracia de la Virgen María por cálculos numéricos, y el breve tratado sobre priscos y melocotones, al final del volumen.

El Templo de Salomón

    El primer capítulo se titula: El Templo de Salomón. Es comprensible que, en un arquitecto fraile, el templo bíblico ejerciera una poderosa influencia, como punto de partida para toda arquitectura religiosa, y fuera concebido como modelo de perfección, por haber sido su traza "inspirada" a Salornón por el mismo Dios. Relata este capítulo siguiendo a pie juntillas el texto bíblico; de cómo el rey David y su hijo Salomón tenían acumuladas cuantiosas riquezas para la edificación, de cómo fue el proceso de construcción y cuáles fueron la planta, las medidas y la decoración, sin omitir detalle, no pareciendo cuando lo describe sino que lo tenía ante sus mismos ojos, por la fluidez y la seguridad con que proporciona el largo y altura, y a tal grado se ciega su obediencia al texto de la Escritura, que no duda en aceptar como cierto que 270,000 trabajadores habían participado en la construcción, cosa difícil de creer en un arquitecto que, como él, había propuesto una obra inmensamente mayor, como el desagüe del Valle, empleando únicamente 8,000 trabajadores; además de que toda la población de Judea no alcanzaba aquella cifra. Se refiere además a la destrucción del templo por Nabucodonosor, el cautiverio, la segunda edificación, y la segunda destrucción por los flavios, dejándonos así una descripción tan minuciosa de un templo legendario, como no la tuvimos nunca de ninguna de nuestras pirámides o monasterios.

    En el folio 3 habla de las riquezas de los templos del Perú, que habían maravillado a los conquistadores españoles y cuyos relatos habían llegado a sus oídos, sin haber él estado nunca en aquel reino. Cuando se refiere a esos templos, no es su arquitectura lo que le interesa, sino la riqueza en metales preciosos que les había dado fama, viajando de boca en boca desde el Perú hasta la Nueva España; mas no era que el carmelita se dejara subyugar por tan fabulosas riquezas, sino que ellos le proporcionaban un punto de comparación para poder exaltar el Templo de Salomón, concluyendo tras la comparación que ni todos los templos del Perú, ni los del mundo entero, igualaban en magnificencia al bíblico. La fuente para este capítulo, indudablemente, fueron las obras delInca Garcilaso de la Vega.

    El tercer capítulo, titulado: De cuáles han de ser nuestros templos a imitación de la vida de Jesús ... comprende del folio 3v. al 4v. y está esencialmente relacionado con los dos anteriores, como conclusión y escolio de la trilogía.

    Al tomar el hábito, fray Andrés se había encontrado con las constituciones de la Orden; que prescribían una arquitectura muy sencilla, y que le obligaron a subordinar la riqueza y variedad de sus conocimientos a la escueta regla que había jurado acatar, aunque siempre buscando soluciones para no prescindir de la belleza intrínseca de todo arte. Pero esa belleza, ¿se podía conciliar lo mismo con la suntuosidad del Templo de Salomón que con las reglas de austeridad inspiradas en la Reforma de Santa Teresa?

    Para el carmelita, la contradicción se disuelve por consideraciones sencillas: el Templo de Salomón, necesariamente tendría que haber sido magnificente para que representara sin menoscabo al omnipotente Dios, encumbrado muy alto, por encima de la humanidad; pero desde el momento en que había descendido a la tierra, toda representación devenía superflua, y la comunión de Dios y el hombre se verificaba bajo la santidad de la pobreza, como lo habían enseñado los santos fundadores de Órdenes y Dios mismo, al decir de fray Andrés, al nacer en un pesebre. Como consecuencia, la arquitectura monástica, por esencia, tendría que ser pobre y severa.

    Radica la importancia de este capítulo al esbozarse, en un bello contraste con el riquísimo templo salomónico, una arquitectura sencilla, nacida y gobernada de las reglas estrictas de los mendicantes. El espíritu de la Reforma penetraba el arte, para enunciar una teoría a seguir en la construcción de los monasterios de los carmelitas descalzos.

    Discurre en los siguientes párrafos sobre las diferencias, semejanzas y aplicaciones de los oficios de ingeniero y mecánico, aunque siempre vinculándoles al campo de la arquitectura.

    A propósito de algunas páginas de Alberti, hace la apología del arte de la carpintería, elevando al maestro carpintero por encima del platero y el cantero, colocándolo en el rango de consumado arquitecto. Dice ser este arte noble por su antigüedad, habiendo sido el origen de las ciudades, el comercio y varias disciplinas y oficios; afirma además, que por su origen, es más antiguo que cualquier otro arte, siendo su inventor Caín, " ... por haber sido el primero que hizo casas ... " y más noble por haberse Dios mismo sustentado de la carpintería, lo mismo que San José. Cita en este cápítulo a Platón, Aristóteles, Plinio, Oribaso y a un tal Juan Bautista Sanchi, difícil de identificar.

Sobre las formas de cimentar

    En el folio 6 trata sobre diferentes maneras de cimentar, según la flaqueza o firmeza del suelo y de la relación que con él deben guardar paredes y cimientos, así como de algunas maderas adecuadas para estacar. Relata el yerro cometido por un "Maestro Mayor de una Catedral", cuyo nombre ni siquiera menciona, que aconsejó a unos religiosos que construyeran su iglesia sobre muy ligeros cimientos, la cual aun antes de estar terminada se había principiado a hendir, ocasionando costosas reparaciones.

    Es difícil adivinar contra quién va la crítica de fray Andrés, porque al agregar que se trata de un arquitecto extranjero, libera de la acusación a los maestros de nuestras primeras catedrales, todos ellos españoles. El único extranjero que trabajó dirigiendo una catedral fue Vicenzo Varrochio Escallola, en Valladolid, pero lo hizo algunos años después de que el carmelita había escrito su tratado. Queda sólo la posibilidad de que su crítica esté dirigida contra algún extranjero que construyó, no en la colonia, sino en la península.

Las matemáticas.
Influencia de Luca Paccioli

En el folio 7 comienza el estudio de las matemáticas. Al proponer su división lo hace, siguiendo la corriente general de los tratadistas del Renacimiento, en el quadrivium tradicional, constituido por la aritmética, la geometría, la música y la astrología, si bien al entrar en materia con cada una de ellas, se olvida de la música y la substituye por la perspectiva. Para estas materias parece irrefutable la influencia recibida, como todos los renacentistas, de las obras del franciscano Luca Paccioli o Luca de Burgo Sancti Sepu1cri, cuyos conocimientos en el campo de los números habían penetrado hasta lo más avanzado de su época. En,1494, en Venecia, aparecía impresa la primera obra de Paccioli, que fue la Suma de Aritmetica, Geometría et Proportionalita, en que trataba de quebrados, álgebra, números negativos, ecuaciones de segundo grado y ecuaciones exponenciales. Pero fue su segunda obra, La Divina Proportione, publicada en 1498, la que deja huellas más sensibles en fray Andrés de San Miguel, que aunque parece no haberlo estudiado directamente, sí manifiesta su influencia, recibida con seguridad a través de otros autores como Guido. Ubaldo Marchesi del Monte (1545-1607) y Jerónimo Cardano (1501-1576), a los que cita en el manuscrito.

La geometría.
Su utilidad. El Arca de Noé

    Como Juan de Arfe y fray Lorenzo de San Nicolás, sitúa la geometría en un lugar preemi- nente, en el umbral de la arquitectura, y recuerda aquella famosa frase escrita sobre la puerta de Platón: "No entre el que ignore la Geometría".

    Afirma que una de las cosas que a su juicio encarecen dicha disciplina, es el hecho de que nunca los geómetras difieren entre sí, afirmación que no tarda en contradecir en su propio manuscrito, como adelante se verá.

    Explica asimismo por- qué es ·una ciencia útil para el arte militar, para las leyes civiles, la cosmografía, la arquitectura y, aunque parezca risible, para el conocimiento de la Sagrada Escritura, abriendo como ejemplo una controversia en contra del teólogo Juan Gropper.» para determinar las medidas que, según el texto bíblico, había tenido el Arca de Noé. Para el carmelita, las medidas citadas por la Biblia estaban dadas en codos comunes, mientras que según el teólogo alemán, lo estaban en codos geométricos, seis veces mayores que los primeros. Como nuestro fraile manejaba los números, además de la Biblia, aventajó a Gropper en la controversia, demostrando lo descabellado de suponer un Arca de Noé medida en codos geométricos, según las dimensiones proporcionadas por la Escritura.
La geometría

    En el folio 8 sigue el tratado sobre geometría, primera división de las matemáticas, que desarrolla sobre los Elementos de Euclides. El autor griego había aparecido impreso desde 1570 y su primera versión española en 1576, en traducción de Rodrigo Zamorano.iss astrólogo y matemático sevillano. Me imagino que este tratado fue el punto de partida para la riquí- sima producción matemática española del Renacimiento, resultando difícil, por la misma variedad de textos, saber en cuántos se documentó el carmelita. En algún párrafo menciona a Moya, seguramente Juan Pérez de Moya, cuyos numerosos libros de aritmética y geometría se publicaron durante la segunda mitad del siglo XVI. 

    Principia el capítulo con las definiciones de figura, punto, diversas clases de líneas, superficies y ángulos; demuestra en segunda las maneras diferentes de trazar normales a una recta propuesta, y como duplicar por geometría superficies rectangulares. Al abordar el cálculo de la superficie, altura y lados de los triángulos, lo hace, sin enunciado, aplicando. el teorema de Pitágoras.

    Estudia la circunferencia y el círculo, y para hallar su superficie se remite al artificio de Arquímedes, que solucionaba el problema encontrando un cuadrado equivalente al círculo dado, cuya superficie, por otra parte, equivalía a la de un medio rectángulo producido al multiplicar el medio diámetro por la circunferencia del círculo. 
    
    Siguiendo al maestro griego, había bordeado también el cálculo infinitesimal, al conocer la relación entre el diámetro y la circunferencia, pero sin atreverse a dar el salto del mundo de los números tangibles al empleo de las funciones, manteniéndose dentro del viejo problema de la cuadratura del círculo, engendrado por el desconocimiento del número 1t (Pi). Citando a Arquímedes asienta:
· 
... porqué él halló por vía de Geometría, que la circunferencia corresponde al diámetro del círcu- lo por tres y un séptimo 3 1/7, que es decir que la circunferencia del círculo tiene tanto como tres veces su diámetro, aunque la verdad es que a muchos les ha parecido que no es puntualmente un séptimo sino un poco menos, y más que un octavo, así que corresponde la circunferencia al diámetro como el 22 al 7 ...

    Por medio de dos figuras demuestra cómo es posible encontrar ese cuadrado, de superficie igual a la del círculo propuesto.

    Calcula también, por tanteos, la superficie de porciones de círculo y de figuras de óvalos. En el folio doce comienza el cálculo de volúmenes ocupándose en primer término de cubos y prismas, aplicando los mismos métodos al problema de conocer el volumen de tramos de murallas y de vasos de forma geométrica; prosigue con los cilindros sólidos y huecos, conos, pirámides y esferas.

    Calcula en este mismo capítulo de geometría el volumen de los poliedros regulares, el número de ángulos rectos que contiene cada figura, la proporción que guardan las superficies inscritas con las circunscritas y concluye enseñando cómo se puede, por geometría, dividir la cuarta parte del círculo en 6, 9 Y 3 1/2 partes iguales.

    El método empleado a lo largo de este tratado consiste en enunciar el teorema, proponer la solución y hacer una demostración, sirviéndose en cada caso de dibujos trazados a línea, que en total ascienden a 78 figuras.

La pobreza de la aritmética

    En el folio 20 entra a la aritmética, siendo la parte más borrada del manuscrito, de lo que resulta que el texto y los números en gran parte se encuentran ilegibles. 

    Hasta donde es posible leerlo, puede considerarse como la parte más pobre y descuidada de todo el conjunto, limitándose a las operaciones elementales de suma, resta, multiplicación y división, llegando apenas a tratar de los quebrados, lo que resulta elemental, considerando que otros matemá- ticos españoles ya explicaban en forma corriente el álgebra y la resolución de ecuaciones de segundo y aun de tercer grado. Sus métodos para operar son anticuados y no llega siquiera a emplear los signos de adición ( + ) y substracción ( - ), generalizados en Europa, desde que en 1489 se les había empleado en un Rechenbuch publicado por Johann Widmann.

    Parece como si fray Andrés estuviera contagiado del fatalismo de la matemática española, que detuvo su brillante carrera en el siglo XVI, pues mientras que en 1625 se cerraba la Aca- demia de Matemáticas de Madrid, en otros países, autores como Viete (1540-1603), Stevin (1548-1620) y Napier (1550-1617) operaban con literales, fracciones decimales, logaritmos, etcétera.

    Lo único sobresaliente de esta parte del manuscrito es una laboriosa tabla, en el folio 23v., con las raíces y los cuadrados de los números comprendidos entre el 2 y el 630.

Gnománica y unidades de medida

Los folios 18 a 20 contienen un tratado de gnomónica, o ciencia que enseñaba a construir relojes de sol, horizontales y verticales, con dibujos y meticulosas ilustraciones.

    En el folio 24 expone la equivalencia de las medidas más usadas en la geometría y en la cosmografía de su época, como el pie, palmo, dedo, vara, legua y otras sumamente raras que dice eran empleadas por los pueblos de la antigüedad, trazando líneas sobre los folios para marcar la distancia equivalente a un dedo, un pie y un palmo, sirviendo el primero como unidad del sistema, del que propone la siguiente definición:
        Dedo es el espacio que ocupan cuatro granos de cebada puestos de lado.

    Definición curiosa, generalizada entre los matemáticos españoles renacentistas y aceptada por la Real Academia Española.

Los descubrimientos erróneos de Molina Cano

En el folio 24v., bajo el título De algunas razones por que no puede tocar la línea en el círculo en más de un punto, pasa a refutar animosamente los descubrimientos matemáticos que creía haber alcanzado un autor contemporáneo.

    Era natural que dentro de la profusión de tratados que se escribieron en España en el Renacimiento, se vieran algunos cuyas conclusiones resultaban erróneas, como sucedió al alférez Alfonso de Molina Cano, quien sirviendo en los famosos Tercios de Flandes, había publicado en Amberes, en el año de 1598, el libro Descubrimientos geométricos en el que impugnaba algunas de las proposiciones de Euclides.

    Pretendía el alférez dejar demostrado que los diámetros y semidiámetros de todo círculo causan dos ángulos rectos en el tocamiento que hacen sus extremos en la circunferencia del mismo círculo, y que la centésima parte de una circunferencia es una línea recta, con lo que daba por falsas diecisiete proposiciones de Euclides, y valiéndose de estos descubrimientos llegaba al absurdo de encontrar un triángulo formado de dos ángulos solamente, conclusión errónea que brindaba ocasión a fray Andrés para comentar en tono irónico.

. . . cosa de que con mucha razón él mismo [Molina] se admira y espanta, pues .presume haber hallado lo imposible.

    Molina había tenido igualmente la ocurrencia de bautizar sus descubrimientos con curiosos nombres: al ángulo formado por el tocamiento del diámetro con la circunferencia, con el nombre de ángulo "Molina", por haberlo descubierto él; a la supuesta línea recta, parte de la circunferencia, "línea Figueroa", y al pretendido triángulo de dos ángulos "desengaño", por haber, con su novedad, desengañado al mundo "engañado por Euclides".

    Con ejemplos y razonamientos destruye el carmelita los descubrimientos de Molina, demostrando que había caído en el error de confundir el tocamiento que hace el diámetro en la circunferencia, con los ángulos que se forman en la intersección de las tangentes con el radio del círculo.

El movimiento de los astros

    En cambio, cuando deja la geometría y pasa a tratar de la astrología, coincide con Molina afirmando que los cielos son tan fijos como lo es la tierra y que los planetas están dotados de movimiento propio. Al decir esto se apartaba de la tradición medieval apoyada en Aristóteles, que consideraba los planetas y las estrellas fijas en diferentes cielos, afirmando que el movimiento que observamos no es propio de ellos sino de cada uno de los cielos en que está encajado cada planeta. Por lo demás se mantiene dentro de la concepción ptolemaica del universo, concibiendo a la Tierra como centro del sistema, perfectamente fija; llama la atención en esta parte su tendencia a subordinar la astrología a la Biblia y opiniones de santos, concluyendo el capítulo con una nueva referencia a las medidas del Arca de Noé, cuya capacidad calcula equivalente a once de las naves portuguesas que viajaban de Lisboa a la India y que desplazaban cada un alrededor de 1,800 toneladas. Termina por recomendar, en los últimos renglones, que todo nuevo descubrimiento astronómico o matemático sea recibido con recato, para no repetir los errores de Molina y Gropper y no salirse de lo dicho en la Sagrada Escritura, en aquellas partes en que "es tan clara".

Los granos de semilla de col que caben en la esfera terrestre

    En el mismo folio 28 inicia un cálculo que se antoja caprichoso, pues se propone nada me- nos que obtener la cuenta de los granos de semilla de col "algo chupada" que podrían caber en la esfera terrestre. El método es sencillo pero dilatado, y consiste en contar los granos de semilla de col que caben en una esfera cuyo diámetro mide un dedo, encontrando que son 385. Esto lo multiplica por los dedos cúbicos que tiene la vara cúbica y el producto por las varas cúbicas que tiene la esfera terrestre, obteniendo un producto tan grande que resulta confuso para leer:
    46 mil 583 millones y 183 mil 585 cuentos de millones y 493 mil 815 millones de granos de semilla de col ... 200

    Este cálculo presenta, desde luego, el problema con que ya antes había tropezado el carmelita, consistente en conocer el volumen de una esfera, y adolece de un error cometido desde la base, al confundir los volúmenes esféricos con las unidades cúbicas.

    La gracia de la virgen demostrada matemáticamente todo lo anterior podría calificarse de simple pasatiempo, si no es porque a continuación, con operaciones aún más descabelladas, lleva sus conocimientos matemáticos por un camino extraviado, al pretender justificar la gracia de la Virgen María por cálculos numéricos.

    En este capítulo quiso glosar a Juan Eusebio de Nieremberg, que en su libro De las aficiones de María, capítulo 24, titulado "Virtudes de María Virgen Santísima Madre de Dios" relataba cómo la virgen se iba desarrollando en santidad a grandes pasos, de manera que cada acto de su vida era tan fervoroso que cada uno valía por tanta gracia y santidad como todos los anteriores juntos. Y este pasaje mencionado, como los libros de caballería frente al Alonso Quijano de Cervantes, hizo perder el buen juicio al sabio carmelita que debió de pasarse, a juzgar por lo que escribió, muchas horas de desvelo tratando de dejar aclarada y de- mostrada esta historia.

    Tomando la pluma, parte de conceder a María, en el primer acto de su vida, tanta gracia como la de un serafín; en cada acto siguiente, según el texto de Juan Eusebio de Nieremberg, la gracia se iba duplicando, de manera que en el décimo acto tenía tanta como la podrían tener 1,024 serafines juntos, y duplicando sucesivamente, llega al centésimo acto en el que alcanzó:
    un cuento y 961 millones y 957 millones de millones y 488 mil 248 millones y 937 mil 424 cuentos y 983 mil 768 serafines ...

    Como la cuenta es una progresión aritmética, suponiendo que María hiciera un acto en cada hora o en cada mes, durante los setenta y dos años en que vivió alcanzaría, con el último acto de su existencia, tanta gracia como los serafines que se leen en un número, tan grande, que estaría compuesto de j 19,523 números en hilera!

    El carmelita había criticado a Molina Cano por sus equivocaciones geométricas, pero él a su vez, se había dejado llevar de su irrefrenable habilidad en los cálculos, que lo condujo hasta un mero malabarismo numérico, o lo que es más exacto, hasta el desvarío matemático.

    En los folios 28v. y 29 explica por qué las aguas de los manantiales, ríos y mares, han ido en crecimiento.

La perspectiva. Fuentes.

    Escorzos de figuras geométricas y arquitectónicas
Faltan los folios 30 y 31, Y desde el 32 hasta el 71 sigue una de las mejores partes de toda la obra, que es el "Tratado sobre perspectiva", ciencia que gozó de mucha consideración en el Renacimiento por su utilidad a las artes plásticas. Como lo ilustra con una primera figura dibujada a línea en el folio número 32, explica, partiendo desde la base, el concepto del cono o haz de rayos que van del ojo del observador a distintos puntos de un objeto, y que son cortados por un plano que causa intersecciones que indican el lugar que aquellos puntos pasan a ocupar, viendo en perspectiva el mismo objeto.

    Tratada en Vitruvio, la perspectiva había sido cultivada por Brunelleschi y Ghiberti, alcanzando un alto grado de desarrollo con Piero Della Francesca (1406-1492),203 con su libro De Prospectiva Pingendi, que aunque no se imprimió hasta muy tarde, en Estrasburgo en 1899,204 trataba con amplitud las cuestiones importantes de la perspectiva. Esta obra fue estudiada por Luca Paccioli, que trasmitió los conocimientos al ingeniero militar Guidobaldo Marchesi del Monte (1545-1607), citado por fray Andrés en su manuscrito, y que publicó en el año de 1600 la obra Perspectiva Libri Sex, en Pesaro.

    En la segunda figura del mismo folio 32, enseña los trazos y rasgos de compás elementales para escorzar o poner en perspectiva cualquier figura; meticulosamente comienza llevando a escorzo superficies sencillas como un cuadrado, círculo, rectángulos y varios poligonos. Desde el 39v. explica cómo se escorzan volúmenes, poniendo como ejemplo las perspectivas de un pozo cuadrado y de otro hexagonal, y pasa a continuación a hacerlo con elementos arquitectónicos. En el folio 41 v. escorza una escalera vista por todas sus caras, en el 42v. una escalera mostrando sus dos perfiles, en el 43v. una escalera fuera de escuadra, entre dos muros, en el 44v. una escalera fuera de escuadra, en el 45v. una contraria a la vista, en el 46v. una opuesta a la vista, en el 47v. continuando la progresiva complicación, una escalera ochavada en espiral. En el 48v. lleva a escorzo dos arcos con la vista en medio; los arcos ya escorzados se encuentran en el folio 50, pero falta el 49, en que debían estar la planta y el alzado. En el 50v. escorza dos arcos fuera de escuadra, en el 52v. dos arcos colocados uno enfrente del otro, en el 54v. una sencilla bóveda de crucería, puesta fuera de escuadra; en el 58v. pasando a otro elemento, procede a escorzar un pedestal toscano, en el 60v. lo hace con una base toscana y en el 61v. con el capitel, con lo que tiene completa la perspectiva de este estilo tan sencillo y tan gustado por él. En el 62v. tiene en perspectiva encasamientos, en el 64v., 65v. y 66v. los escorzos de diferentes esferas, en el 67v. un rollete de cuatro faces (corona), en el 68v. la pirá- mide equilátera (tetraedro), en el folio 69 los cinco sólidos platónicos, que repite en el 70, dibujándolos huecos, tal como aparecen en la Divina Proporción de Paccioli (Tetrahedron planum vacuum, Exahedron planum vacuum, Octahedron planum vacuum, Dodecahedron planum vacuum, Icosahedron planum vacuum).

    En el folio 71 siguen varios poliedros irregulares, y por último vuelve a entregarse al juego con la geometría, dibujando la complicada figura de un hexaedro hueco, dentro del cual inscribe otros sólidos irregulares.

La carpintería de lo blanco

    El folio 72 está en blanco; el 72v. lleva por titulo De cómo se traza una armadura, su almizafe cuajado de lazo de ocho y los paños de signos y nudos, que es el principio del extraordinario capítulo de la lacería, 10 mejor del manuscrito, en plena sublimación del arte de emplear la escuadra y las puntas de compás, que Diego López Arenas llamó Carpintería de lo blanco
Veinte folios, del 72 al 92, integran este tratado de carpintería mudéjar, que es quizá el mejor que en esta materia se conserva. El mudejarismo, con la virtud suprema de haber emergido en todas las épocas con renovada vitalidad, entre todos los estilos que se sucedieron en el cambio de los años, tuvo importantes manifestaciones en el siglo XVII, en la colonia, al armarse los mejores artesonados y alfarjes de que tenemos noticia, pero que lamentablemente fueron pronto substituidos por el renovador siglo XVIII, que no dejó sino una paupérrima muestra de tan bello estilo. No es probable que las cubiertas de fray Andrés, aunque en muchos casos fueron de madera, tuvieran artesonados de tipo exuberante, pero tenemos en sus folios una buena muestra de la riqueza de sus conocimientos en este arte, que si no llegó a materializarse en los monasterios fue, sin duda, por las inflexibles constituciones de la Orden. Irónicamente, una gran porción de nuestro mudéjar se quedó en las hojas de un tratado inédito, al que difícilmente igualarían los ejemplos en fábrica.

    Lo que duele sobre todo, del silencio que se echó sobre fray Andrés, es la circunstancia de que fueron muy escasos los tratados que se escribieron sobre carpintería mudéjar y que, teniendo en cuenta lo extenso del nuestro, sólo lo podemos comparar con el de López de Arenas de texto poco inteligible, porque tanto éste como el carmelita manejaban los términos y las demostraciones dirigiéndose a los entendidos y desentendiéndose de los simples aficionados.

    Fray Andrés es más minucioso y asequible que el sevillano, cuando discurre sobre las reglas que precisa seguir para trazar las lacerías, y contiene un número mayor de figuras. Por desgracia, ha faltado a nuestro arquitecto que alguien, con suficientes conocimientos en la materia, lo estudie, como lo hizo don Eduardo de Mariátegui con el de López de Arenas, al publicado en su tercera edición en 1867, anotándolo y glosándolo hasta dejar su texto mucho más claro.

    Dice en el folio 72:
        De los principios del lazo de ocho y de cómo se traza una rueda de su lazo.

    Se llama lazo de ocho a la labor formada al despedirse los lados de un polígono octagonal, de donde resulta que todos los miembros o elementos de la labor resultante son siempre en número de ocho. En este folio demuestra el procedimiento para obtener el polígono central para este género de lazo, y la forma en que se van derivando las reglillas, hasta completar primero un cuartillejo y en seguida un conjunto de cuatro cuartillejos.

    En el folio 72v. sigue:
        De cómo se traza una armadura, su almizate cuajado de lazo de ocho y los paños de signos y nudos.

    Recuérdese, siguiendo en esto a Vicente Lampérez y Romea que una armadura, en corte, presenta el perfil de una letra A. El plano horizontal, visible únicamente desde el interior, es el almizate, harneruelo o nudillo, y los planos inclinados son las alfardas o pares. Explica en este folio cómo obtener las dimensiones de cada uno de estos elementos y cómo obtener las medidas de los cartabones para armaduras cuadradas, llanas o de lazo, ilustrando con un ejemplo la forma de sacar los cortes necesarios para el lazo de ocho, continuando con el es- tudio de las boquillas de diferentes medidas. En el folio 74, con dibujos, enseña cómo se obtienen los cartabones de cualquier medida, instrumento esencial para las composiciones de lazo. Aparentemente, todas las labores tratadas por el carmelita son del tipo ataujerado, en que los pares quedan ocultos por las delgadas tablillas que entretejen la lacería.

    En el folio 74v. traza el corte de una armadura, en la cual los faldones se disponen cada uno en dos planos de diferente inclinación. Es evidente que la carpintería no encerraba secretos para fray Andrés, que aquí describe los ángulos y cortes para la suntuosa cubierta de cinco planos, considerada como una complicada variante de la armadura de tres paños.

    En el folio 78v., que se refiere a las armaduras de lazo de ocho, cuadradas por arriba y ochavadas por en medio y por abajo, faltan los últimos renglones, que fueron mutilados. En el folio 80 prosigue con la demostración de los cortes necesarios a toda buena labor y en el 81 compone figuras de almizates que, por evolución de los cuadrales, adoptaban la forma ochavada.

    En el 87v, después de una serie de lacerías, siguen dibujos para plantillas de mocárabes, exquisita decoración con que culminó la irrefrenable fantasía árabe, y que desafortunadamente no llegó a practicarse en la colonia. Procede a explicar minuciosamente, acompañando al texto con dibujos, cómo se cortan los diferentes prismas que en variadas agrupaciones forman los racimos, la multitud de bovedillas y las estalactitas.

Dibujos arquitectónicos

    A partir del folio 93 se suceden los dibujos arquitectónicos, a línea y sin texto, con prin- cipios de barroquismo en algunos de ellos. El 93 tiene un alzado de rica ornamentación; en el95 viene una sobria portada, que no es dibujo de fray Andrés, pues lleva la firma de Andrés de Concha, rematando en un frontón. En el 96 otro alzado barroco, en el 96v y 98 (salta el 97) otro alzado de dos cuerpos, que remata en un frontón abierto, curvo, de columnas corintias y cornisa muy moldurada; en el 101 un retablo barroco; en el 102 la clásica espadaña que fue el modelo para los conventos de la Orden; en el dibujo, la espadaña consta de tres cuerpos, con un frontón roto como remate, siguiendo sus pilastra s el orden toscano. En el l02v sigue un dibujo de mucha ornamentación.

    Vienen a continuación las plantas para conventos; la primera, en los folio s I06v Y 107, encaja perfectamente con el Colegio de San Ángel. Los dibujos del carmelita carecen de escala, pero la proporción de su planta coincide con el plano actual del edificio, así como con las dimensiones que él mismo aconsejaba para los monasterios de su religión. A los pies del templo está el pórtico, y la bóveda del sotocoro tiene señaladas sus aristas. Los relicarios, a ambos lados del presbiterio, están señalados con sus cupulillas. Al sur de la iglesia queda el claustro; la escalera para el piso superior, la sacristía, el lavatorio o cuarto de los azulejos, los claustros menores, coinciden en todo con el edificio actual.

    En el folio 109 sigue otro plano, que no es sino la planta alta del Carmen de San Ángel, como se puede constatar si se le compara con los planos actuales. La nave queda cu- bierta con bóveda de medio cañón y lunetas; en el crucero, un perfecto círculo indica la existencia de una cúpula. Se distinguen asimismo la tribuna y las escalerillas que comunican al coro.

    En e1109v sigue otra planta alta; en el 111 otra más, alta también, con un pórtico a los pies del templo y cuatro claros que corresponden a cuatro camarines en torno al crucero. En el 111 v y 113 (salta el folio 112), sigue la planta, muy rara, de una pequeña iglesia inscrita dentro de un gran atrio. Finalmente, en el 114, incluye dos plantas: una es de proporciones respetables, con cubos de torre en los pies, y una inscripción que dice "Iglesia que se deshizo"; la otra es de dimensiones modestas y tiene otra inscripción, "Iglesia que se puede hacer". Con anterioridad, sugerí la idea de que esta planta correspondía al convento de la ciudad de México.

Trazo de una elipse

    En el folio 120 entra al problema geométrico de cómo trazar elipses con un solo rasgo de compás y su aplicación práctica, consistente en rebajar una bóveda de medio punto a elíptica. La cuestión había sido abordada y resuelta por los artífices en diferentes maneras, pero a todas ellas califica el carmelita de imperfectas. Del afamado matemático francés Diego Besson, 2lO refiere que empleaba un método sumamente original, en el que se servía de cartabones o patrones, pero que resultaba tan ingenioso y tan curioso "como sin provecho". En cambio, describe un compás muy sencillo, capaz de trazar de un solo rasgo todo género de óvalos, sin tener otra falta, dice con ironía, que la de haber sido su inventor un alarife granadino, cuyo nombre no proporciona. Tal compás no era sino un artefacto que constaba de un cordel y dos puntas, cuyo funcionamiento constituía una aplicación empírica de las propiedades de la elipse, considerada, para emplear la definición analítica, como lugar geomé- trico. Lo usaba también para enseñar cómo cubrir espacios rectangulares con bóvedas ova- ladas, valiéndose para todo defiguras.

    En el folio 121 vienen dibujadas dos bóvedas, una de crucería sencilla y otra decorada por rectángulos, que ya señalé como el modelo para el medio cañón en el convento del Carmen de San Ángel.

    Salta los folios 122 Y 123, Y en el 124 continúa el proyecto, presentado ante el virrey, marqués de Cadereyta, en el año de 1636, sobre el estado en que estaban las obras del desagüe y de cómo convenía continuadas.

El naufragio de la Santa María de la Merced y aventuras en la Florida

    Entre los folios 128v Y 138 está la relación del viaje a bordo de la Santa María de la Merced, que no tiene nada que hacer en un tratado de arquitectura y matemáticas, pero que introduce en la sequedad de la obra muchas páginas de entretenidas aventuras, que van desde lo trágico, como el naufragio de la embarcación, hasta lo jocoso, como el espanto que un simple gato fue capaz de provocar en la tripulación de toda una nave. El capítulo constituye una fuente de primera mano, todavía no explotada, para el conocimiento de la historia, vida y costumbres de los indios de la Florida, con episodios tan curiosos como la caza de la ballena, sus juegos y la bebida de la cacina. También el estudio de la navegación del siglo XVI puede obtener en estos párrafos datos de interés, porque la curiosidad científica de fray Andrés lo llevaba a penetrar en todos los detalles de las embarcaciones, describiendo algunos en los que pocos cronistas se detienen, por ejemplo, la forma en que se transportaba a los caballos para las travesías marítimas, pasándoles una lona por la barriga, con el fin de suspenderlos del techo de las bodegas.

    En la descripción de sus aventuras, el autor es irónico, pero veraz; es incisivo, pero justo, y junto a cada personaje, junto a cada episodio, está siempre su comentario sutil, fruto de su ingenio despierto. El soldado, el fraile, el cacique, el marino y el funcionario, aparecen moviéndose en el mismo escenario que la rapacidad, la piedad, la ambición y la cobardía. Aunque a veces es ingenuo, su relato es valioso porque ocurrió en la época álgida de la conquista de la Florida. Los caciques en cuyos territorios desembarcaron, por una venturosa coincidencia, brindaron buena acogida a los náufragos, pero de ninguna manera estaban pa- cificados, sino en constante amenaza de sublevarse. Por eso los españoles encontraron, en una choza india, una figurilla de chacal, hecha a semejanza de un soldado español de San Agustín que habían asesinado recientemente, y muy poco tiempo después, los mismos caciques que los habían regalado desataban una sangrienta rebelión, que culminaba con la ejecución y martirio de los frailes franciscanos que evangelizaban el territorio.

Hidrología. Aguas maravillosas En el folio 139 principia a tratar de hidrología, disciplina que conoció muy bien, teórica y prácticamente, como lo acredita su colaboración indispensable en la tarea de desaguar la capital del virreinato.

    Tratando en primer término de la naturaleza y sitio de las aguas, revela un pensamiento encadenado a la antigüedad, para el que el agua constituye uno de los cuatro elementos básicos. Lo que fatiga un poco, aparte de 10 divertido, es nuevamente su tendencia a confundir en un mismo plano las propiedades físicas del agua con la intervención divina, hasta el grado de señalar como virtud suprema del líquido elemento, en un ttttado que suponemos de ciencia, el haber servido como medio para "la regeneración espiritual", a través del bautismo.

    Documentado en Plinio, Herodoto, Columela, hereda de ellos la credulidad, sin que se encuentre en los primeros folios, por ninguna parte, el aspecto de una obra científica, pues se limita a repetir relatos curiosos y fantásticos, aunque muy entretenidos desde el punto de vista literario. No revela la preocupación científica, sino una erudición de anécdotas, cuando habla de las diferentes aguas, distinguiéndolas en frías o calientes, dulces, acedas, cenagosas, aguas que convierten los objetos en piedras, aguas medicinales, otras que despedazan las ves- tiduras con sólo meterse en ellas, aguas que hacen caer los dientes, que cambian el color del pelo a los animales, que causan esterilidad o fecundidad, que sueldan huesos quebrados, que producen ingenio o hacen al que las bebe adivinador; otras ante las cuales si algún ladrón, bajo juramento negare el hurto y bebiere de ellas, quedaría irremisiblemente ciego, y como si no fuera bastante, aguas de una fuente que saltan al son de las zampoñas.

Hidrología. 

    Cómo construir pozos, acueductos y bombas muy diferentes, desde el punto de vista estrictamente científico, resultan los folios que vie- nen a continuación, en los que se ocupa de la manera de aprovechar el agua. Una larga experiencia y firmes conocimientos se perciben desde luego en esta parte, enseñando como cosa primera la forma de encontrar el agua escondida bajo la superficie, y una vez localizado el manantial, cómo construir el pozo, evitando peligros de derrumbes y cómo construir sangrías apoyándose en la larga experiencia que en este campo había adquirido. Distingue las aguas, saludables de las malsanas, las frías de las calientes, las potables y las que nacen en el betú y en el azufre.

    Enseña la forma de conducir el agua por zanjas o arcaduces, aconsejando el empleo de caños de barro, madera, plomo, etcétera, y los artificios para conducirlas salvando obstáculos como lomas, ciénegas o barrancas, recomendando asimismo algunas maderas para los caños. Es de León Bautista AIberti de quien aprovecha más conocimientos, porque transcribe de él párrafos enteros.

    A partir del folio 143 principian los dibujos de acueductos, caños y bombas hidráulicas, describiendo de éstas un gran número, y clasificándolas, como lo hacían los otros tratadistas, en bombas que trabajan por expulsión, por succión o por aprovechamiento de la fuerza de las corrientes. Agrega algunas otras empleadas en la navegación, detallando sus partes y funcionamiento. En esto supera al mismo Vitruvio, pues mientras el arquitecto romano solamente incluye cinco máquinas en su tratado, el fraile descalzo describe hasta doce, habiendo ampliado considerablemente sus conocimientos por el desarrollo logrado en los siglos xv Y XVI en la náutica y en la ciencia de la irrigación.

    La obra más completa de la época sobre ingeniería hidráulica, según Felipe Picatoste Rodríguez, fue la de Juanelo Turriano Cremonense.m ingeniero de Felipe n. Dudo que fray Andrés hubiera conocido estos tratados, pues de los datos que proporciona Picatoste, se desprende que fue una obra que casi no se divulgó.
En el folio 160 describe el uso y aplicación de niveles, acompañando al texto de dibujos. Entre los folio s 162 Y 164v, sigue con la fabricación de caños de barro y plomo. Para hacer los de plomo detalla, desde el principio, cómo se hace el banco sobre el que derrama el plomo fundido para hacer las láminas, cómo se hace el molde y cómo la mezcla sobre la que corre el metal derretido hasta enfriarse y formar la lámina. El proceso de fundición es completo y en él se hace admirar al verdadero artífice, que relata haber experimentado hasta siete diferentes tipos de mezcla de arena y otros ingredientes, antes de lograr uno capaz de soportar al plomo derretido sin causarle roturas ni irregularidades.

    Termina instruyendo cómo se remedian las cañerías cuando quiebran, aunque por desgracia, el folio 164v. es ilegible al final.

Emplomados

    En el folio 165v., aprovechando el capítulo anterior de fundición, enseña el procedimiento para hacer emplomados, cosa que afirma ser fácil y de mucho ornato para la arquitectura. Siendo una labor sencilla, se queja del egoísta secreto con que la guardaban todos aquellos maestros que la conocían, temiendo que de su divulgación habrían de perder ellos los altos precios que se hacían pagar, relatando el caso de un oficial que rehusó recibir $ 300.00 que el fraile ofrecía, a cambio de la fórmula para hacer las planchas de plomo.

    En el 165 describe la forma de fundir el plomo que se usaba entre los oficiales de la Casa Real de Madrid, traída a la Nueva España, según cuenta, por un tal fray Juan de San Pedro.

    Desde el folio 166 hasta el 169v, inciuyendo dos figuras, sigue la primera relación del estado del desagüe y proyecto para perfeccionarlo, dirigido al general fray Esteban de San José en 1631, citada con ocasión de la rivalidad entre el fraile y Enrico Martínez.

Priscos y melocotones

    Termina el extenso manuscrito en el folio 170, con un brevísimo escrito sobre las plantas que mejor se criaban en las huertas del Colegio de San Ángel, en el cual vuelve, a pesar de la brevedad, a mostrarse metódico dando consejos sobre la tierra que se debe escoger, la manera de cavada y abonada y la época propicia para sembrar. Son los duraznos priscos y melocotones los que acaparan su atención, asegurando con rara mezcla de ciencia y magia, que se podrían obtener duraznos rojizos si el hueso se sembrara dentro de una zanahoria del mismo color, o que si en el hueso se inscribía alguna cosa, los duraznos del árbol que de él crecieran reproducirían la misma inscripción, caso evidente de magia homeopática, en el que se ve que el sabio arquitecto no perdía nunca, a pesar de su sabiduría, una cierta y simpática ingenuidad.