ARRIEROS, AGUADORES Y CAMPESINOS OFICIAN MISAS
Por Luz Paola López Amescua
En las calles de Zaragoza, Morelos e Hidalgo, fue donde se celebraron más misas secretas en la ciudad. La actual casa de la cultura, en el barrio de Guadalupe, albergó a sacerdotes que también oficiaban celebraciones religiosas (Entrevista a Francisco Jiménez, 2005). Los párrocos (o padres) que celebraban misas en los hogares, llegaban vestidos de arrieros o aguadores: el sacerdote arribaba a la casa con unos burros cargados de cántaros de agua sacada de un manantial que surtía del líquido a Salvatierra.
En la comunidad de Eménguaro, se habla de un sacerdote, conocido como“Panchito” Mendoza, que trabajaba en el campo arando la tierra. Las personas sabían donde andaba trabajando y ahí lo iban a buscar para que les administrara los sacramentos (Entrevista a Socorro Aranda, 2005).
Hubo quiénes llegaron a denunciar los escondites de los sacerdotes, pero nunca aprendieron a ninguno. “El gobierno civil de Salvatierra fue muy tolerante, se hacían de la vista gorda. Ellos mismos iban a las misas en las casas” (Entrevistas a Francisco Vera y Francisco Jiménez, 2005).
LA CIUDAD PROTEGIDA
Ya que en la cabecera municipal no hubo desmanes ni saqueos a templos, las leyendas lo atribuyen a la protección de la Virgen de la Luz, patrona de Salvatierra. A continuación, doña Socorro Nava cuenta dos leyendas sobre la protección divina, que salvaguardaba tanto de los cristeros como de los federales: Las leyendas que a mí me platicaba mi papá y mi abuelito, mis abuelitos, y que todavía las platican las personas mayores, es que dicen que cuando venían los revolucionarios o el ejército a buscar sacerdotes, siempre se encontraban una ancianita en el camino, pero esta ancianita era como una peregrina que venía de aquí de la ciudad. Entonces, los soldados le hablaban y le preguntaban que cómo veía la ciudad, que si con el número de tropa que traían podían entrar a la ciudad. Y ésta ancianita siempre les decía que ni se arriesgaran, porque la ciudad estaba llena de contrarios y que los iban a destrozar. Esta es una leyenda que se nos ha transmitido oralmente a todos, pero nosotros atribuimos pues que fue la Santísima Virgen disfrazada de anciana la que les salía al paso, para que no entraran a la ciudad.
Otra de las leyendas que se comentan actualmente, es que cuando venían los revolucionarios o el ejército anticristero a perseguir a los sacerdotes, siempre tenían la precaución de tender los miralejos –catalejos, como les decían en aquel tiempo– [a los binoculares] y veían la ciudad, los techos de la ciudad los veían tapizados de gorras de ejército nacional (o de ejército cristero, según fuera el caso) protegiendo la ciudad. Nosotros seguimos diciendo que fue la Santísima Virgen la que nos cuidó.
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