lunes, 2 de agosto de 2010

La vida en las aulas de la escuela secundaria técnica y en el Colegio Morelos de Salvatierra, Gto.


Remembranza de la Etic Nª 18

por David López Castillo

    En Salvatierra, en aquella época, tan solo se podía hacer estudios hasta el nivel de la Secundaria. Ni rastros de una Escuela Preparatoria y mucho menos de la presencia universitaria con algunas licenciaturas.

    Quienes tuvieran intención de seguir estudiando, tenían que emigrar a México, a Morelia, a Guanajuato...

    Eran los años cincuenta del siglo pasado, y era una bendición contar con la Escuela de Enseñanzas Especiales Número 18. Así se llamaba la Secundaria de Salvatierra.

    Quizás la juventud actual que derrama torrentes de vida por toda la ciudad, suponga que en aquellos tiempos nuestra Secundaria era tan solo una escuelita sin mayor profundidad académica. Nada más lejos de la realidad. Ese no era el caso en lo más mínimo.

    Recuerdo con cariño a los profesores que nos enseñaban algunas destrezas técnicas, en los talleres de carpintería, el trabajo de metales en el torno, el manejo de cables y artefactos para hacer instalaciones eléctricas...

    Por otra parte en las áreas propiamente académicas, el profesor Elías sabía mantener nuestra atención con sus cursos de civismo: “El Hombre y la Sociedad”, “El Hombre y la Economía”, “El Hombre y el Derecho”, pero nos animaba sobre todo con sus clases de Literatura. Y nos explicaba con lujo de detalles (a estudiantes de doce, trece y catorce años) lo que era una endecha, una seguidilla o un soneto... y nos dejaba de tarea para la siguiente clase ¡una poesía, elaborada por nosotros mismos!

    Aún recuerdo claramente, como si fuera ayer, el tono y timbre de su voz cuando nos declamaba la “Canción del Pirata”, de Espronceda:

...“Con diez cañones por banda,


viento en popa, a toda vela,

no corta el mar, sino vuela

un velero bergantín.

Bajel pirata que llaman,

por su bravura, El Temido,

en todo mar conocido

del uno al otro confín.”...

O de Fray Luis de León, su “Vida Retirada”:

    ... “Del monte en la ladera, por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto.”...

    Y de la misma calidad eran todas las clases que se impartían en esa Secundaria # 18, por ejemplo las matemáticas, la biología...

    Un buen día, o una buena tarde, no lo recuerdo, tuvimos nuestra primera clase de física. Fue toda una sacudida del alma ¿Cómo le hacía este señor para transformar en una sinfonía todos aquellos conocimientos tan abstractos?

    Y clase tras clase el pizarrón se llenaba de símbolos, dibujos y ecuaciones. Nos hablaba de átomos... y de Niels Bohr; de protones, neutrones y electrones... y de Millikan y De Broglie. Eran las clases que a ese grupo nos impartía “el Bachiller”.

    Sus clases de física eran de física moderna. Nos platicaba (porque sus clases acababan siendo una plática que, al menos para mí, suspendía el paso del tiempo) de lo que se enseñaba en la UNAM y en todos los centros académicos del mundo... en Salvatierra.

    Nos llevaba de la mano en el camino a los descubrimientos, que en aquella época eran del todo recientes. Y pegaba lo nuevo con lo antiguo. La tabla periódica de los elementos no era así por casualidad, había una lógica profunda en cada una de sus filas. Y como en las rimas de los versos en las clases del profesor Elías, nos hacía comprender cual era esa lógica, y de ahí en un salto, al misterio que encierra la naturaleza.

    Cualquier profesor de física o de química sabe lo que digo, lo dificil que resulta interesar a los alumnos. Transformar lo pesado y rutinario, lo gris y lo indeseable en unos ojos abiertos por la admiración ante un nuevo mundo por conocer y descubrir.

    Hoy en día salir de prepa, ser bachiller, quizás signifique poco conocimiento, no era así al llegar a la mitad del siglo veinte. En aquel entonces quien ya fuera Bachiller, y lo escribo con mayúscula, bien podría equivaler a un diploma de posgrado actual, dependiendo ¡claro! de la persona que portara ese título. Y ese era el caso de Salvador Ortiz Vega, “El bachiller” en Salvatierra.

    Pero todo esto no eran hechos aislados en Salvatierra. En las tiendas de entonces, así en plural: en las tiendas, había una vitrina donde aparecían los libros en venta. Igual podíamos comprar un libro sobre cómo hacer quesos, o como criar colmenas, que algún libro que diera elementos de aviación, o la manera como se había descubierto a los electrones y cómo se había medido su carga.

    Yo recuerdo claramente cómo en el colegio “José María Morelos” a un lado del Templo de Capuchinas, nuestra maestra de segundo de primaria nos pedía que lleváramos velas y pedazos de vidrio “con el filo matado” para que no nos fuéramos a cortar. Ahí en clases, ahumábamos los vidrios para poder ver al Sol. Después de una meticulosa revisión que la maestra hacía de cada vidrio, nos sacaba al patio y podíamos sin riesgo ver al Sol.

    ¡Claro! Todo esto era previa explicación del Sol y del sistema solar. Yo estudié por primera vez todo esto en segundo año en el Colegio Morelos que estaba bajo la mirada atenta del profesor Bombela.

    ¡Cómo no iba a promoverse así una vocación científica, en ese medio!

    Es quizás responsabilidad de quienes educan, el no permitir que los empeños de personas que decidieron hacer su vida en Salvatierra, y le ofrecieron su mejor esfuerzo se vaya perdiendo lentamente en el paisaje y el olvido.

    Ciertamente son tiempos idos. Las nuevas generaciones ya poco conocen de todo eso. Ana María Castillo lo dice en su poesía:


“Mas yo estaré”

“Hay un sueño intangible, mas por eso intacto:
el sueño aquel que morirá conmigo.
Serán nuevas las risas y nuevos los sollozos.
Turbulentas angustias de almas adolescentes
que no se explican cómo se provocó su incendio.
Yo sonreiré en el tedio de mi tarde.
O quizá me hallaré tras el Misterio.


... Y todo cambiará. Si alguien me nombra
preguntarán: ¿quién fue? No dejó huella.
No sentirán la luz tras de la sombra,
la música del río,
ni sentirán -muy cerca- el canto de los árboles.”

David López Castillo. 30 de julio de 2010.

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