martes, 21 de noviembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo Tinoco, (Prólogo, transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate 


A GUISA DE PRÓLOGO

Ut pictura, poesis...



    Si la Poesía debe ser como la Pintura según el docto precepto de Horacio, en cuanto que de ésta debe aquella trasladar al papel con exactitud y fidelidad los innumerables matices, encantos y primores en que abunda la Naturaleza, irrestañable vena de toda hermosura; fácilmente se comprenderá la ventaja que sobre las otras artes bellas lleva la Pintura, cuando se convierte en la aliada de la Poesía, haciendo que ésta venga a ser como espejo reverberador de las maravillosas perfecciones que centellean en los luminosos campos del cielo, en la vasta redondez del orbe, y en el anchuroso seno de los mares. 

Y aunque siga siendo verdad que a la Poesía - arte bella por excelencia - pagan desinteresado tributo y rinden pleitesía amorosa las demás artes bellas que, sin litigio reconocen la superioridad de la alta Emperatriz de quien son fidelísimas feudatarias, poniendo a su servicio y contribución los ricos tesoros y preciados atavíos de que son felices poseedoras; todavía la Pintura, que más que sometida esclava es hermana gemela de la Poesía y. por ende, su inseparable compañera, préstale uno de los más valiosos elementos constitutivos de lo Bello que es el suave matiz o alba lumbre que todo lo colora, embellece y encanta; haciendo de las concepciones artísticas  irreprochables modelos de buen gusto, copias exactas, verdaderos retratos, y fieles traslados de la bella Naturaleza, que por manera irresistible fascinando los ojos, interesan el corazón, y le mueven poderosa y eficazmente a que pague, con honda delectación estética y complacencia secretísima, las visiones encantadoras que, viniendo de fuera, le bañan en vivos resplandores, envolviéndole todo en manto de luz, y dejándole naufragar en un piélago de hermosuras.

    Más para que las obras vistas por los que las contemplan, puedan enamorar, seducir y obtener triunfos de las voluntades rebeldes; impónese la necesidad de que todas ellas sean acabadas y perfectas, para que resulten hermosas; porque, como hace notar sabiamente un moderno calólogo, (El P. Jaime Monell, S.J.) la belleza no es más que la misma perfección de las cosas, en cuanto que deleita al alma del que las contempla

    Por donde, mayor emoción estética, y más intensa, viva y perdurable producida en el ánimo de sus lectores, el poeta que presente obras más cercanas a la perfección; y de seguro lo serán las en que se deje notar la paciente, pero fructífera labor del artífice, que no descansa ni sosiega hasta, tanto que, emulando al Creador de los cielos y de los mundos, pueda -como él- exclamar y decir -"Igitur, perfecti sunt coeli". - "Ya puedo descansar, hechos están los cielos."

    Así también, señores académicos tienen el Arte los suyos hermosos y sublimes, cuando como los genesiacos, están bien hechos, acabados, perfectos. ¡Bienaventurados aquellos de quienes se pueda decir lo que de la autora de "San Francisco" dijo el Maestro Menéndez y Pelayo: "Ha hecho un libro!"  

    Ahora bien; si la perfección es de todo punto necesaria en las obras de arte, para que se conquisten más que tibios devotos, férvidos y entusiastas adoradores; de tal suerte que lo que empezó por simple admiración o curiosidad pasajera, se convierta en pasmos sublime y elevación del alma hasta el éxtasis, ¿quién duda que en los siete cielos del Arte, el de la Poesía -por más bello- debe ser, por lo mismo, más acabado y más perfecto?

    Tan cierto es así, que en todas las demás artes bellas se toleran las medianías, pero en la Poesía... nunca. Que el poeta, como observa atinadamente el Cisne de Ofanto, tan pronto como se desvía del supremo ideal, que es la perfección, rueda por el suelo: "Qui paulum a summo discessit, vergit at imum". Repitiéndose así por milésima vez el muy lamentable suceso de los que, como el Ícaro de la fábula, acometen la temeraria, por no llamarla loca empresa, de escalar las cumbres del sol, sostenidos por frágiles alas de cera, que, derretidas a poco por tórridas llamas, dan en tierra con sus audaces dueños, pagando muy caro su osadía.

    De esta sabia doctrina fácilmente se infiere la gravísima obligación que pesa sobre los poetas de acercarse, por cuanto medio estén a su alcance, al perfeccionamiento total de sus obras, siendo interpretes fieles de tantas arcanas bellezas como la Naturaleza les prodiga. 

    Pero si esto alcanza por igual a los cultivadores de la Poesía en cualquier género que se les estudie, todavía con mayor justicia y razón deben aplicarse a los poetas descriptivos, que tienen por fuerza que copiar en sus cantos, con la mayor precisión, exactitud y fidelidad, los múltiples cuadros y variadísimos paisajes que presenta al observador la Naturaleza, nodriza perenne de lo Bello, Y como quiera que ésta es un ejemplar insuperable, de ahí la tremenda dificultad de acercarse a ella para sorprender sus secretos, robarle sus galas, y adueñarse de sus tesoros. Esta ha sido, en mi humilde concepto, la potísima causa por la que habiendo en todo tiempo florecido numerosos poetas descriptivos, apenas si unos cuantos de entre ellos merecen la pomposa hiedra o el verde laurel para sus doctas frentes. Y es que la piedra de toque para conocer a los verdaderos escritores estriba - ¿quién jamás lo creyera- en una descripción. Los clásicos de la antigua Grecia y de Roma, si por algo son hasta nuestros días dignos de todo encomio, es por eso: por haber sido maestros en copiar con verdad los encantos de la Naturaleza, no exhumándonos, restos momificados e indigestas moles; sino pintándonos con pulso firme y vigoroso a Jove, con ligero pestañar de ojos haciendo retemblar el Olimpo; a Apolo, vengador, volando, negro como la noche, sobre los campos enemigos; a Hércules, ahogando entre sus férreas brazos a los dragones que trataban de sacrificarle en la cuna; a los titanes, acumulando montes sobre montes para escalar las cumbres del cielo; y a la cándida Venus saliendo del fondo del mar arrebujada en manto vaporoso de espumas. 

    Si los dos grandes representantes del aúreo ciclo de la literatura romana, Virgilio y Horacio, y el decadente, pero inspiradísimo Ovidio, nos seducen y nos arrebatan hasta el día de hoy; ello se debe, no a otra causa, sino a que supieron, con cinceles de Lacio, labrar imperecederas figuras en mármol pentélico. 

    Pues bien, profundizando un poco en las obras que nos legaron ingenios tan esclarecidos, encontraremos que la clave de sus aciertos se debió en mucha parte a los cuadros que de la Naturaleza nos trazaron, ricos de luces y colores, llenos de movimiento, palpitantes de vida. Ahí están las Geórgicas del Mantuano, el "Beatus ille"... del Venusino, y las "Metamorfosis y Elegías" de Masón, que no nos dejaran mentir. 

    Pues a las obras de esos autores de tan justa y merecida fama, ¿sabéis lo que les dio más realce y colorido, e hizo como que se pusiesen más de manifiesto sus primores y lo peregrino de su hermosura? Pues no otra cosa sino el elemento pictórico en los epítetos, que tanto pondera Menéndez y Pelayo en Virgilio y Horacio, y en el autor de la Silva "a la agricultura de la Zona Tórrida", don Andrés Bello.

    Estos epítetos pintorescos, como los llamaba el inmortal crítico ante citado, tienen la ventaja de darnos, en pocas palabras, la impresión de una imagen tan viva, que una vez contemplada, no se va de los ojos, ni se borra de la memoria, ni se arranca del corazón; y en la frecuencia con que de ellos hacen uso los grandes poetas y excelentes noveladores, se hecha de ver cuánta es su bondad y excelencia. 

    Sería punto menos que imposible dar cabida en este reducido trabajo a las muy numerosas e interesantes citas que pudieran presentaros de frases felicísimas en que nuestros clásicos españoles y americanos abundan, ostentando verdadera prodigalidad por este procedimiento muy sencillo para los amados de Mnemósine, pero en extremo dificultoso para los pedantes. 

    Con todo, no estará de más que pongamos tal cual ejemplo que confirme lo que decimos. Entrándonos por "la noche es cura del alma", nos hará gustar el Cisne de Ontiveros las soberanas dulzuras de sus cantares místicos, mostrándonos los sitios por donde discurre el Esposo, y los objetos que le cautivan y enamoran:

-------------------------------------- las montañas 
los valles solitarios, nemorosos
las ínsulas extrañas
los ríos sonorosos, 
el silbo de los aires amorosos
la noche sosegada 
en par de los levantes de la aurora, 
la música callada,
 la soledad sonora,
 la cena que recrea y enamora; 

    haciéndonos sentir.......... 

los miedos de la noche veladores

    y escuchar...... 

el canto de la dulce Filomela 

    y beber y aspirar respectivamente 

el adobado vino 

    y......... 

emisiones de bálsamo divino; 

    para, por fin, arrebatarnos con esta sublime optación: 

¡Oh, cristalina fuente, 
si en esos tus semblantes plateados 
formases de repente 
los ojos deseados 
que tengo en mis entrañas dibujados

    Pasando de los amores celestiales a los terrenos, Garcilaso de la Vega nos habla en su célebre oda "A la flor de Gnido", 

---------- de aquel cautivo, 
de quien tener se debe más cuidado, 
que está muriendo vivo, 
el remo condenado
en la concha de Venus amarrado

    y de cierta linda pastora dice: 

Flérida para mi dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno

    y aquella preciosísima miniatura: 

Corrientes aguas, puras, cristalinas
árboles que os estáis mirando en ellas. 

    Lope de Vega en las esculturales estancias de la Canción que empieza: "¡Oh libertad preciosa!" nos proporciona esta brillantísima enumeración, que viene a ser como el alba precursora de los grandes poetas descriptivos que tras él habían de brillar. Dice así: 

Aquí la verde pera 
con la manzana hermosa, 
de gualda y roja sangre matizada,
y de color de rosa
 la cermeña olorosa 
tengo, y de la endrina color morada. 
Aquí de la enramada
parra que al olmo enlaza, 
melosas uvas cojo; 
y en cantidad recojo, 
a tiempo que las ramas desenlaza 
el caluroso estío,
 membrillos que coronan este río.

     y aquella magistral pincelada con que nos describe a la heroína de Betulia en el soneto que le dedicó: 

"y sobre la muralla coronada 
del pueblo de Israel, la casta hebrea
 con la cabeza resplandece armada." 

    Francisco de Rioja, en su célebre silba "a la rosa" filosofando sobre lo efímero de su existencia, se expresa así: 

"El mismo cerco alado, 
que estoy viendo riente 
ya temo amortiguado
presto despojo de la llama ardiente". 

    Lupercio Leonardo de Argensola dice, cantando a la esperanza: 

"Alivia sus fatigas
 el laborador cansado 
cuando su yerta barba escarcha cubre, 
pensando en las espigas 
del agosto abrazado 
en los lugares ricos del octubre". 

    Y don Francisco de Quevedo se lamenta mirando los muros de su patria: 

"Si un tiempo fuertes, ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados." 

    Y don Antonio Mira de Mescua nos pinta aun pardo jilguerillo que, rompiendo el aire,

"Ufano, alegre, altivo, enamorado,
 se sentó en los pimpollos de una haya,
y con su pico de marfil nevado,
 de su pechuelo blanco y amarillo 
la pluma concertó pajiza y baya,"

    y cuando de la mujer habla, dice que es,

 "-------------en suma: 
breve bien, fácil viento, leve espuma." 

    Y Pablo de Céspedes, en su poema didáctico de la Pintura, refiriéndose a una de las varias cualidades que posee el caballo, apunta con sagacidad, que lleva 

"-----------las orejas
 altas y derramadas y parejas." 

    Fray Luis de León, en su siempre antigua y siempre nueva loa a la vida descansada, hace pasar delante de nosotros "a una fontana pura", que, 

"como codiciosa
 de ver y acrecentar su hermosura, 
desde la cumbre airosa 
-----------------------------------
hasta llegar corriendo se apresura;" 

    para ir en tortuoso curso fecundando los campos, y en ellos flores diversas esparciendo. 

Pero nada tan encantador como 

"el manso ruido
 que del oro y del cetro pone olvido;" 

    y aquella maravilla de observación cuando en otra parte dice, refiriéndose a las constelaciones boreales: 

"Y, ¿por qué están las Osas 
de bañarse en el mar siempre medrosas? "

    y aquel epíteto tan sencillo como sublime con que moteja de envidiosa a la nube que transportó al Señor a los cielos, alejándose ella muy rica, pero dejándonos a nosotros muy pobres y muy ciegos. Pero será mejor citar los versus de la estrofa inmortal: 

"¡Ay! nube envidiosa, 
aún de este breve gozo ¿qué te aquejas?
¡dó vuelas presurosa
¡Cuán rica tú te alejas! 
¡Cuán pobres y cuán ciegos ¡ay! nos dejas!" 

    Repasando la famosa epístola atribuida al capitán Francisco de Andrada, ¿cómo olvidar la gallarda antítesis que establece entre el sabio modesto y silencioso, y el erudito a la violeta, presumidos y parlero?: 

¡Cuán callada que pasa las montañas 
el aura, respirando mansamente! 
¡Qué gárrula y sonante por las cañas! 
¡Qué muda la virtud por el prudente! 
¡Qué redundante y llena de ruido 
por el vano ambicioso y aparente! 

    Y ¿quién, al contemplar unas ruinas, no se ha sentido asaltado en más de una ocasión por el recuerdo de aquellos

campos de soledad, mustio collado,

    que--------------- 

fueron un tiempo itálica famosa? -------- 

    Y como los antiguos, así también así también los modernos poetas españoles se distinguen en el uso de los epítetos pintorescos que tanto agracian el estilo, y tan perdurables huellas dejan en el ánimo de los lectores. Ahí está, si no, para confirmarlo la magistral Elegía de don Juan Nicasio Gallego en la muerte de la Duquesa de Frías; obra en la que campean rasgos descriptivos de primer orden, como pueden fácilmente estimarse por los que aquí citamos, y que resultan verdaderos cuadros y expresivas pinturas. 

"En el mezquino lecho,
 de cárcel solitaria
 fiebre lenta y voraz me consumía 
cuando sordo a mis quejas 
rayaba apenas en las altas rejas 
el perezoso albor del nuevo día. 
De planta cautelosa 
insólito rumor hiere mi oído; 
los vacilantes ojos 
clavo en la ruda puerta estremecido 
del súbito crujir de sus cerrojos, 
y el repugnante gesto 
del fiero alcaide mi atención excita, 
que hacia mí sin cesar la mano agita 
con labio mudo y sonreír funesto.
----------------------------
"Insensible al horror del bronce fiero, 
fijar te miro impávida y serena 
la planta breve en la menuda arena." 
------------------------------
"Yo te miraba atónito; no empero 
sentí en el alma el pasador agudo 
de bastarda pasión: que ha dicho pudo 
del honor y el deber la ley severa 
ser a mi pecho impenetrable escudo". 

    ¡Dudo que pueda remozarse con más novedades y poesía, como lo hace Gallego, el vulgar pensamiento de no sentir pecaminoso afecto mirando las gracias femeniles! Ese pasador agudo tan poético nos atrae a la memoria aquel 

"pecho tranquilo y sosegado 
que late ya sin torcedor cuidado". 

    de que nos habla Larmig en su bellísimo canto a la madre de Dios, en la magnífica obra poética que escribió con el título de "Las mujeres del Evangelio." 

    Y por fin, aquellos lindísimos versos del ya mencionado Gallego con que nos da cuenta de la impresión que le causó el crujir del sérico ropaje de la augusta dama que fue a visitarle en su cautiverio: 

y en soledad sumido 
oigo ¡ay de mí! del caracol torcido 
barrer las gradas la crujiente seda". 

    Don Gaspar Melchor de Jovellanos es, a sí mismo, notabilísimo en su "Descripción del Paular", que contiene, entre otros, estos primorosos conceptos: 

"Aquí en camino mis inciertos pasos, 
y en su recinto sombrío y su silencioso
mansión la más conforme para un triste, 
entro a pensar en mi cruel destino. 
La grata soledad, la dulce sombra, 
el aire blando y el silencio mudo
mi desventura y mi dolor adulan. 
No alcanza aquí del padre de las luces
 el rayo acechador, ni su reflejo 
viene a cubrir de confusión el rostro 
de una infeliz en su dolor sumido. 
El canto de las aves no interrumpe 
aquí tampoco la quietud de un triste, 
pues solo de la viuda tortolilla 
se oye tal vez el lastimero arrullo, 
tal vez el melancólico trinado 
de la angustiada y dulce Filomena. 
Con blando impulso el céfiro suave 
las copas de los árboles moviendo, 
recrea el alma con el manso ruido, 
mientras al dulce soplo desprendidas 
las agostadas hojas, revolando, 
cúbrenle en torno, y la frondosa pompa 
que el árbol adorna en primavera, 
yace marchita y muestra los rigores
 del abrazado estío y seco otoño." 

    Más para terminar estas citas, que ya más de lo justo y prometido se van alargando, traslademos aquí de dos de los más conspicuos representantes de la escuela poética sevillana, Lista y Reynoso, sendas estrofas que, cada uno de por sí, constituyen riquísimos joyeles y pinturas, en cuanto cabe, bien acabadas y perfectas. 

    El cantor a "La muerte de Jesús" dice así: 

Venció la excelsa cumbre 
de los montes el agua vengadora
el sol, amortecida la alba lumbre 
que el firmamento rápida colora,
 por la esfera sombría 
cual pálido cadáver discurría." 

A esta sublime estrofa no le va en zaga la octava siguiente, digna del nombre del real, del autor de "La Inocencia Perdida": 

Alza la vista Adán: por la ancha esfera, 
morada inmensa del radiante día 
ve al sol nadar en luz, y en su carrera 
llover vida a los seres y alegría. 
El frutecido suelo considera,
 del mar bullente la tenaz porfía
 por asaltar la tierra; y...... ¡dueño solo 
se ve de Cinosura al otro polo!" 

    Pero viniendo ya a tratar de los poetas americanos, ¿cómo no deleitarnos con Olmedo en aquel apóstrofe soberbio con que saluda al Chimborazo: 

"¡Rey de los montes la ardua frente inclina 
que pasa el vencedor! ......?  

    Y con Heredia, cuando frente al Niágara, le celebra con estos inspirados acentos: 

"Corres sereno y majestuoso, y luego 
en ásperos peñascos quebrantado 
te abalanzas violento, arrebatado 
como el destino irresistible y ciego!
---------------------------------------- 
Abrió el señor su mano omnipotente, 
cubrió tu faz de nubes agitadas, 
dió su voz a tus aguas despeñadas
 y ornó con su arco tu terrible frente. 
-----------------------------------------
Miro tus aguas que incansables corren, 
como el largo torrente de los siglos 
rueda en la eternidad?" 

    y con Andrés Bello, cuando en su celebrada Silva a la "Agricultura de la Zona Tórrida", con verdadera opulencia de estilo nos hace admirar embelesados las. Más de coral en que cuaja la almendra. 

que en la espumante jícara rebosa. 

    y el carmín viviente que bulle en los nopales, 

"que afrenta fuera al múrice de Tiro;" 
"y del añil la tinta generosa," 
"emula de la lumbre del zafiro;" 

    y el vino que 

---------------la herida agave 
para los hijos vierte 
del Anáhuac feliz

    y la fresca parche que 

-----------------------"tendida 
en enramadas de verdor lozano
cuelga de su sarmiento trepadores 
nectáreos globos y franjadas flores;" 

    y el maíz

 ------------------------"jefe altanero 
de la espirada tribu";

    y el banano, que 

"desmaya al peso de su dulce carga"; 

    y por cima de todo, 

"aquella mano robusta 
que tostó el sol y encareció el arado, 
y bajo el techo humoso campesino 
los hijos educó, que el conjurado 
mundo allanaron al valor latino?" 

    más ya fijándonos en los de casa, ¿cómo dejar en injusto olvido a quién, como Carpio, cinceló aquellos versos inmortales; 

"Con el vapor de la caliente arena 
el cuello tuerce el espinoso cardo, 
y entre las grietas del peñasco pardo
 se marchita la flor de la verbena? ..... 

    y la confesión encantadora del General y poeta Riva Palacio: 

"Tengo un amor tan callado
tan puro, tan inocente
como la mansa corriente
 que se desliza en el prado?;

    y del clásico Altamirano la descripción del Atoyac, que 

"corre blandamente sobre la oscura alfombra
 que el mangle con sus hojas espesas le formó? ... "

    y de Casimiro del Collado, el pulcro académico, aquella elegante personificación que hace de nuestro México:

 "Morena Venus de la indiana zona, 
bañada por la espuma de dos mares?; 

    y de "Clearco Meonio", el más elegante de nuestros vates, cuando describiendo sitios poéticos de su valle natal, así canta en el soneto XX a "la cumbre:" 

"Soledad y quietud! .... Monte y más monte 
de verdes tilos, álamos y abetos; 
grandes peñascos, húmedos y escuetos 
sin raudales, sin cielo, ni horizonte. 

No hay una alondra que el rigor afronte 
del crudo frío en los salvajes setos; 
y el negro buitre y céfiros inquietos 
se alejan antes de que el sol tramonte. 

Sólo el rumor de cristalina gota 
que rueda en la hojarasca allí se escucha, 
y el chasquido al abrir de la bellota. 

Y los robles calada la capucha 
de liquen, aunque el cierzo los azota, 
mantienen con el sol eterna lucha?" 

    Y las de ..... pero ¿hay que seguir? De continuar en esta sabrosa tarea, no daríamos paz a la pluma, y haríamos interminable la lista de poetas que, entre nosotros, han sabido con sus acabadas descripciones animar la Naturaleza, y penetrarse de las secretas lágrimas que lloran las cosas. 
    
    Y en este punto, Manuel Flores en su "Eva", Pagaza en sus "Murmurios de la selva", y sobre todo Othón, el inmenso Othón, en sus "Poemas Rústicos", son de lo más selecto con que cuenta nuestro repertorio literario, y los que con su ejemplo han confirmado y hecho bueno el viejo apotema del lírico romano: "Ut pictura, poesis."     

    Empero, después de esta categórica afirmación, seríamos injustos en extremo si no reservásemos aquí un sitio preferente y de honor al jesuita Landívar, si guatemalteco de origen, mexicano de corazón; quien con su "Rusticatio mexicana", escrita en cinco mil cuatrocientos trece hexámetros latinos que corresponden a quince cantos y un Apéndice, abarca y comprende todo cuanto en materia de Historia Natural patria pudiera pedirse. Y esto, cabalmente, es lo que más admira en el docto jesuita: que, a pesar de lo prolijo de su obra, no decae un punto, ni desmaya; antes bien, parece que las dificultades que le salen al paso en su "jornada pintoresca", le animan y estimulan más y más a vencerlas; y a medida que avanza en la empresa, cobra mayores bríos y fuerzas mayores; pudiendo muy bien aplicársele lo que de la fama voladora dice Virgilio: "Mobilitate viget; viresque  acquirit eundo" 

    Esto desde luego, ya es una cualidad nada despreciable y argumento inequívoco de gran potencia intelectual en el escritor. Pero, aparte está envidiable cualidad que muchos quisieran para sí, lo que más agrada en Landívar, al decir de Menéndez Pelayo, es el color local con que atinó a trasladarnos en latín sitios y paisajes mejicanos, en cuya difícil labor han sudado después inútilmente no pocos de nuestros compatriotas. 

    No seré yo quien ponga reparo (lo que sería de mi parte notoria inmodestia y loca presunción) a las palabras del docto Maestro; pero si me atrevo a apuntar que, más que color local (salvo ciertos nombres indígenas en que abunda la obra, y uno que otro cuadro de costumbres como las regatas en los lagos, la casa de patos, captura del pavo, y los típicos juegos de los jaripeos y volantines, etc.), destella toda la Rusticatio vivos fulgores del Renacimiento, que por todas partes se manifiestan. 

    En lo que sí vamos de acuerdo con el esclarecido crítico antes mencionado es en que Landívar, a haber escrito su poema en lengua vulgar, hubiera superado a Bello, de quién es precursor, en el uso de esos pintorescos epítetos que, como perlas coruscantes, abrillantan con profusión las obras de los grandes clásicos latinos. 

    La imitación de estos no servil, sino libre y desembarazada, es visible en todo el poema de Landívar; así como también la de sus hermanos en religión Vaniére y Rapin; cuyas obras el Cortijo y los Huertos no debieron ser desconocidos al jesuita guatemalteco, como parece evidenciarlo el hecho muy significativo de haber puesto como epígrafe en la portada de la Rusticatio estos versus elegantísimos del libro primero de "El Cortijo": 

"Secreti tacita capior dulcedine ruris
 quod spectare jubat, placuit deducere versu"; 

que el casi traslada al pie de pie de la letra en "Los lagos mejicanos," cuando dice: 

"Tunc capti tacita rigui dulcedine ruris 
Littora concentu replent quandoque Poetae:"

 y cuando en el Libro XVIII de la Rusticatio, al tratar de las aves domésticas, se excusa de hablar de las gallinas por haber ya de ellas escrito Vaniére con aplausos. 

Quis tamen has memoret, postquam Vanierius omnes 
Providus implevit pretioso munere chortes, 
Aoniamque tulit, Phoebo plaudente coronam? ..." 

    Como se ve, la prueba no puede ser más convincente. Por lo que toca a Rapin, la imitación que de él hace Landívar, también es clara, aunque no tan justa y conforme como el Vaniére.

     Con efecto, Rapin había escrito en su égloga Parténica: 

"Hoc nemus, has valles, haec flumina pastor amavit Jessaus ..."; 

    y nuestro poeta, en el Libro XIV, verso XVI, dice hablando del Bisonte: 

"Hoc nemus, haz undas, haec graminea torvus amavit 
impexis per terga comis, Bos saepe jubatus Dictus ..."; 

    y ya antes en el Libro 1, verso 232, había dicho: 

"Hoc melos, has undas, haec littora grata frequentat ....". 

    Pero sin parar mientes en los purísimos manantiales en que abrevó la bucólica musa de nuestro poeta, ya es tiempo, señores académicos, de que espiguemos en el ubérrimo cuanto extenso campo de la Agricultura Mexicana, y de él recojamos unas cuantas doradas aristas, que embellezcan este desmazalado trabajo. 

    Abro al azar el poema, y en el Libro II me encuentro con estas descripciones de sabor netamente virgiliano: 

--------------------------------"Las colmenas 
recamadas de gotas de rocío 
se hinchan de miel, que es delicioso néctar, 
y las cañas de almíbar rebosantes 
en quebradizos conos se aprisionan."
-------------------------------------------Luego el colono, 
de los carneros al rebaño torpe 
juntó la tribu de pacientes bueyes, 
y la familia de ligeros potros 
que en la abierta llanura despuntaban 
los tiernos tallos del risueño césped,
 o iban ufanos en el bosque umbroso
 a gozar de frescor.
                                              Más, porque el campo
 no al labrador viniese de fastidio 
objeto al fin a ser; Naturaleza 
providente a aumentar vino las aves 
que vuelan en bandadas, porque mansas
solacen al cansado, y con ingenio 
apacible reparen el perdido 
vigor del alma, y por acerbas cuitas 
al oprimido corazón embarguen 
en oculto placer. 
                                                  De aquí que de Anades 
numeroso escuadrón; de aquí que el ganso 
locuaz, y la gallina ---de su prole 
la más fiel guardadora------- la cohorte 
compacta de las aves aumentasen, 
tras sí llevando a los polluelos tiernos 
que pipiaban sin cesar, alzando 
persistente clamor. 
                                                    Más, entre todas, 
el pintado Pavón ----ave de Juno---- 
campa soberbio, con la sien ceñida 
de sideral diadema; ya gozando 
con su cola de perlas matizada 
el vil polvo en barrer; ya de su frente 
el penacho de estrellas levantado, 
en pasear ufanase, engreído 
por el vano esplendor de su plumaje, 
y por doquiera en ir con lento paso
 círculos caprichosos describiendo. 
A más de esto, veloces las palomas 
----blanca legión de Venus Citere----
de gigantesca torre despeñadas, 
por el éter azul alternos grupos 
entre sí concertaban, y por raudo 
vuelo ser impulsadas consentían 
varios giros formando, hasta el extremo 
de velar con sus alas la esplendente 
lumbre del astro - rey! 
                                                    Empero, cuando 
de los campos tornaban a los techos 
para ellas conocidos; a manera 
de una preñada nube, de la casa
 los anchurosos patios invadían." 

    Como veis, un pintor sin dificultad trasladaría al lienzo los anteriores cuadros que están arrancados del natural y, por lo mismo, llenos de color y de vida. 

    Pero en la paleta mágica del padre Landívar hay opulencia de colores para matizar todo cuanto se pone al alcance de su prodigioso pincel. Ved en que forma nos describe los efectos causados por un terremoto, al hablar del Jorullo

               -------------------Sacudida
por el sísmico agente, la llanura
 debajo de los pies se tambalea, 
a guisa de beodo; y ya no puede 
en su turbado y vacilante paso 
fijar las plantas bien; ya las rodillas 
trémulas se doblegan, y la tierra 
rápida huyendo sin ningún apoyo 
deja a los pies! ------------------ 
                                                                       Entonces de los techos los artesones a crujir empiezan, 
y a cuartearse las paredes todas, 
y las rústicas chozas a volcarse 
y dar en tierra por la acción terrible 
del furioso temblor-
 Y... ¡hasta los templos 
de consistente mármol fabricados
parecieron del aire a las regiones 
encaramados ir, por el impulso 
de tierra que, grávida, enarcaba 
su dorso colosal

(Quin etiam solido constructum marmore templum, 
Attolli visum sursum tellure  tumente!) 

    Este último rasgo es ... sencillamente sublime y digno de la época de Augusto. Y, ¿de dónde tanta belleza, sino del epíteto pintoresco tumens aplicado a la tierra; y, merced al cual, concebimos en nuestra mente, acerca de cualquier temblor, la representación más cabal y perfecta? En verdad, que el mencionado epíteto sugiere más de lo que, a primera vista, pudiera pensarse. Basta que se le despoje de la aparente sencillez que lo encubre, para darnos perfecta cuenta de que encierra en el fondo toda una imagen o figura poética de las más hermosas.

    Ahora apacentemos los ojos en un pasaje más sereno y tranquilo, aunque no tan sublime como el pasado; pero, de todas suertes, elegante bello y muy expresivo: 

------------------------------"Érase un río 
que, en ondas de cristal, de alto collado 
desprendido, por cuenca rocallosa 
iba huyendo veloz; y, de pasada, 
de su corriente, con el sesgo giro 
derramaba en las verdes sementeras 
bienhechora humedad; o bien bañaba 
con gélido caudal, de las nacientes 
plantas, los tiernos brotes; o suave 
refrigerio prestaba a los ganados 
que en ardorosa sed se consumían 
por la estiva calor. 
---------------------------------------------------
    Ésta primorosa descripción como que refresca la memoria y despierta el recuerdo de "Fons edat  illimis  nitidis argentns undis". Ovidio, y la "Lympha fugax trepidare rivo" de Horacio. 

    A veces, en pocos versos nos da el poeta gráficas imágenes, como, por ejemplo, cuando compara el salto de Tzaráracua, la maravilla de Michoacán, con 

un inmenso tamiz escopleado 
por dura lanza; 
(Ceu magnum densa terebratum cuspide critubrun")

    o cuando de una clara voy abierta en la techumbre de obscura caverna, dice que.
-------------------------------------------Con avara
 boca bebe la luz pura del día, 
y las tinieblas de la noche aleja. 
(Sed quae avido bibit ore diem noctemeque repellit.) 

    cuando describiendo una pelea de gallos se expresa así: 

"¡Vuela a la pluma y del rasgado vientre 
empiezan las entrañas a correr! ...." 
(Pluma volat, scissoque fluunt praercodi vientre);

    o, por fin, cuando refiriéndose a nuestras cordilleras, dice
en gallardísima perífrasis: 

Clivoru series, series longissima visu!..."
¡De collados una serie, serie muy larga a la vista! ... 

    Más sobre todo lo hasta aquí presentado, nada más bello ni expresivo que el siguiente elogio, que teje en honor del centzontle, "trovador de las selvas, bardo errante," como le llamó Rosas Moreno. La siguiente descripción del admirable pájaro canoro es digna de Mira de Mescua. Dice así: 

Alegre juguetea, 
y entre todas las aves se señala 
cuál Príncipe que a todas señorea, 
y a quien en voz canora nadie iguala, 
el Cenzontle preclaro
a Europa ignoto; en cuya voz campea 
de varios tonos el registro raro.
   Porque, con trino suaves 
imitad de las aves
los gorjeos sentidos;
 y de los hombres pronunciar simula 
las voces y del perro los ladridos, 
y aun los cantos modula, repite e interpreta, 
del que ajusta sus versos a la lira, 
inspirado poeta. 
    Ora sujeto a número ya canta;
 ora el voraz milano representa; 
ora el gato cruel que nos espanta; 
ora el eco sonoro 
imita del clarín, que se apacienta 
por el aire incoloro
Ya festivo se goza
 ladrando en compañía
 de la fiera jauría 
que en el bosque retoza; 
con los polluelos pía, 
y con la triste tórtola solloza. 
    En estrecha prisión está morando; 
cosa en volar cantando 
y con sus melodías 
encadena las noches con los días. 
    No así en queja sentida 
la triste Filomela acaso impío 
lamenta, protegida
tras de las ramas del boscaje umbrío
con trémulos cantares 
hinchendo de dolor los encinares; como alegre y encanta 
los prados el canoro 
Cenzontle, de su voz con el tesoro 
y primorosos juegos de garganta. 

    Aquí fuera de la locución mejicana Centzontle, todo lo demás es oro puro del más y acendrado clasicismo; y bien se pueden acomodar al padre Landívar por su obra, las peregrinas cualidades y maravillosas excelencias que él admira, canta y celebra en el pájaro mexicano que emite "voces innumerables". Si, no cabe duda: el padre Landívar es un egregio poeta descriptivo, y de talla tan vigorosa, que al verlo caminar en pos de los insuperables bucólicos griegos y latinos, con tanto desahogo y seguridad; he llegado a pensar que hay momentos en que si no le sobrepasa en vuelo; sí, por lo menos se les empareja en la carrera y se cubre con el mismo manto triunfal con que aquellos genes se cobijaron. Merece, pues, que le digamos que ... "entre todas las aves se señala -- cual príncipe que a toda señorea, -- y a quién, en voz canora, nadie iguala:" -- Alituum Princeps, quo non vocalior alter, -- Centzontlus! 

     México, a 2 de mayo de 1916. 

Federico Escobedo, Pbro. (Rúbrica) 


      
    

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