Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO DÉCIMOCUARTO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
LAS FIERAS
Nunc mihi lustra diu fidis agitanda molossis
Quae sylvis obducta nigris numerosa ferarum
Turba Cilit.........
Rusticatio Mejicana, Libro XIV.
Hora, ayudado de mi fiel jauría,
he de, por largo tiempo, las entrañas
agitar de los antros, que en la umbría
selva se ocultan; donde, noche y día,
albérganse las fieras alimañas
formando numerosa compañía:
Y, al penetrar en su mansión secreta,
¡oh ninfas, que moráis en la espesura
de los montes! al pávido poeta
prestad amparo y protección segura.
Y ya que, acostumbradas
estáis con vuestras danzas bulliciosas
a perturbar la paz de las calladas
selvas; hora mostradme bondadosas
(si con ello no os causo pesadumbre),
los hábitos, tendencias y costumbres
de las fieras rabiosas;
y las que en la pradera
van haciendo matanzas horrorosas,
muerte y luto sembrando por doquiera.
Y los gamos ligeros
que hiciere prisioneros,
de tracio plectro con los dulces sones,
en vuestro altar inmolaré rendido,
acordándome fiel de vuestros dones
y, por ellos, asas reconocido.
De una extensión inmensa
cierta selva existió, toda poblada
de frecuentes encinas y velada
de árboles varios por la sombra densa;
y, en todas direcciones,
erizadas de cactus y cambrones,
con cuyas sombras --de pavura lleno--
niégase el sol dorado,
con sus áureas cuadras, del cerrado
profundo bosque a visitar el seno.
Mas selva, que, extendida
se ve en torno de campos anchurosos,
a los que llenan de copiosa vida
arroyos cristalinos y copiosos;
y en los que se derrama
con profusión la florecida grama.
Este bosque, estas ondas, y del prado
el gramíneo tesoro,
son los sitios que más ha frecuentado
el melenudo toro (1);
tal vez así llamado,
porque de espesas crines adornado
el dorso lleva por mayor decoro;
y que, por tal vestido,
merece ser de Europa conocido.
Y del cual, observando con atento
ojo la catadura,
creyéramos mirar de un corpulento
novillo la figura;
si no doblase él mismo, torpemente,
con grave curvatura,
el espaldar ingente;
y una monstruosa giba
no alzara de su lomo por arriba.
Pero, además, el Cíbolo sañudo,
de sus miembros las vastas proporciones
cubre de críes con ropaje crudo;
y, a su cuerpo nervudo
exorna con atálicos vellones;
y, semejante al toro, con fiereza,
armada de pitones
retorcidos levanta la cabeza;
y de crines privada totalmente
cauda presenta rala,
que con nombre ninguno se señala,
y dos ojos azules en la frente,
que, a guisa de luceros
brillando están con vivos reverberos;
y por las dilatadas
narices vierte llamas abrazadas
mostrando en su apostura
y varias posiciones,
toda la majestad y la hermosura
de que están adornados los leones.
Mas cuando con venablos venenosos
traspasados han sido
de su nervudo cuerpo los vellosos
miembros; enloquecido
de rabia, los internos
fuegos del corazón rápido excita;
y furioso y veloz se precipita
para, con duros cuernos,
embestir al osado
que, haciendo uso de impío
dardo, dejóle el cuerpo mancillado
la roja sangre con tepente río.
Mas después de que el Cíbolo postrado
ha en la arena rojiza
al cazador, y de él ha reportado,
la corona triunfal; se encoleriza
más y más; y, aunque vea
que ya se ha derribado
el mísero enemigo, lo acocea
dura y prolijamente,
hasta anegarlo en sangrienta fuente.
Después, vibrando el caballero noble
larga pica de roble,
de férreas medias lunas guarnecidas,
parte, a campo traviesa,
tras de la insigne, codiciada presa,
a la que ataca con su veloz huida.
Y en tanto que, ligera
va cortando con pies apresurados
la muy larga extensión de la pradera;
el cazador, en rápida carrera,
que deja muy atrás a los alados
vientos, sigue a la tierra a la fiera;
y tras ella corriendo, prontamente
la alcanza y la asegura,
y con la luna del astil potente
las delicadas piernas le tortura.
Empero, si el sentirse el melenudo
bisonte mal herido,
del fiero dardo por el golpe rudo;
en cólera encendido,
acometiese fiero
con las astas de fuerte caballero;
y éste, firme y seguro,
se apoyase en la fuerza del acero;
o, bien, en el vigor del cuerpo duro,
cuya potencia es mucha;
con grave riesgo, entonces, ya se empeña
entre el hombre y la bestia zahareña,
tremenda lid y encarnizada lucha.
Así que, conmovido
por amargo rencor, el toro fiero
se lanza, con el cuerno retorcido
a embestir al potente caballero:
Mas este, apercibido,
con la alabarda de lunado acero
le deja el cuello herido,
golpe en él asestándole certero.
Y los dos, con furor reconcentrado
de sus propias defensas uso haciendo,
se traban y, por tiempo dilatado,
luchando están con ímpetu tremendo;
hasta que, ensangrentado
caiga el toro por tierra derribado.
No así en rabiosa cólera encendido,
frenético a nosotros se adelanta
el Tapyr (conocido
en la hiperbórea América por Danta)
al que, difícilmente,
se ve con ágil planta
discurrir por la vega floreciente.
Esta fiera salvaje
prefiere de la selva los asilos,
cuyo espejo frondaje
penates muy tranquilos
le prepara el recóndito paraje:
Penates placenteros
que tienen la fortuna
de contar con senderos
de salida, vecinos y fronteros
a las aguas de limpia laguna;
y que muestran la vía asegurada
y de todo peligro defendida,
con quietud no alterada,
a través de la vega dilatada
que ondulante se extiende y retorcida.
Con singular agrado
esta vez te a procura
que de todo su cuerpo recreado
por mansas ondas de fontana pura.
Y, con potentes fríos,
imitando del cerdo la figura,
salva, a nado, la anchura
de caudalosos y profundos ríos.
Felino tal, ofrece a las miradas
del que lo observa, un lomo sinuoso,
todo lleno de crines erizadas,
las orejas alzadas,
y una trompa de aspecto monstruoso
que surge en las narices achatadas;
y de pardo vestido
el cuerpo todo en derredor ceñido,
al que apoya ligera
pierna exigua, que tiene parecido
con la que se sostiene la ternera.
Y es sensible la fiera;
pues, con frecuencia, lúgubre gemido
saca del corazón que se le altera.
Pero si tú, pastor, con ponderosa
diestra, acaso pretendes del costado
del Cíbolo arrancar la piel vellosa,
y mirarte colmado
de sus despojos fieros,
haciendo acopio de nervudos cueros;
(ya que la piel, estando macerada,
según dicen, por sabios curtidores
tiene la propiedad muy señalada
de burlar los amagos de traidores,
y aun de la dura espada
resistir a los filos destructores);
cerca de cenagoso
lago, tiende tus redes cauteloso,
y asegúralas bien, con fuertes lazos,
en el tronco nodoso,
de algún árbol, vecino de los ribazos.
Con áspero cordel el delicado
cuello llevando atado
el animal indómito, procura
con esfuerzos tenaz y redoblado
empuje quebrantar la ligadura
que, por fuerza, lo tiene subyugado.
Y, en tanto que se aleja
del tronco que lo tiene bien asido,
lanzando, con dolor, fúnebre queja;
ya, por la asfixia fuerte,
el gutural aliento sofocado,
encuentra el desgraciado,
bajo del árbol, espantosa muerte.
Mas, ya no muy distante
se oye el rumor del bosque, sacudido
por el ronco rugido
del rampante León, cuya tonante
voz al pávido oído
pronto llega sutil y penetrante.
De tallas corpulenta
(que cuadra bien a próceres alcuñas),
cubierto de amarilla vestimenta,
y de aceradas uñas
protegidos los pies; se nos presenta
arrogante el León, que lleva erguida
la cerviz orgullosa,
y abundante la cauda y extendida,
con que barre la tierra temblorosa.
Y con torvas miradas
domina de las fieras las mesnadas...
Y, en furor las entrañas encendidas,
va sembrando pavura
a través de las vegas extendidas
y por los senos de la selva obscura.
Más por tiempo bastante, condenado
a sufrir los atroces
rigores del ayuno; va con voces
agudas, que propaga el viento alado,
infundiendo pavor en el ganado;
y con cauces feroces
arranca de los senos maternales
a los frutos precoces
de los tiernos imbeles recentales;
y con garra de hierro,
cien veces más temible que un cuchillo,
ora cautiva a tímido becerro,
o bien, a algún novillo
de estatura procera;
de los cuales los miembros, al momento,
con despiadadas uñas dilacera,
bañándolos en piélago sangriento.
Muchas veces, también, la selva umbrosa
dio al cobrizo León, por compañero,
el Tigre, que en audacia es el primero;
y al que incesante acosa
el ansia de verter sangre espumosa,
por ser, de condición, muy carnicero.
Felino que amansado
nunca ha podido ser por domadores
que en ellos han puesto singular cuidado;
por estar inflamado
siempre de su pecho en rábidos furores.
De su cuerpo la recia contextura
todas se ve arropada
de piel lustrosa en luenga vestidura;
cuya parte supina, salpicada
de color amarillo,
deslumbre de los ojos la mirada,
con la potente fuerza de su brillo;
y, a través de la boca dilatada,
asoma con horrura
trágica dentadura,
de dientes agudísimos armada;
y dentro del alma negra alimentando
enconada bravura,
va feroz azotando
con su cauda prolija la llanura.
Esta temible fiera,
recatada, del monte en la espesura,
tiene su madriguera;
y cuando sale de la cueva obscura,
se da a vagar por la veraz pradera,
Y en estas excursiones
que por los campos hace en ligera
planta; en depredaciones
y matanzas supera
con ventaja de Hircania a los leones.
Mas la animosa juventud florida,
con penetrantes dardos y certeros,
acaba con los fieros
ímpetus de la bestia embravecida.
Pero apenas la fama resonante
va propagando por los vientos vagos,
los horrendos estragos
de que víctima fue la grey errante,
en la vasta pradera,
por parte de la bestia carnicera;
y cuando ya los prados,
debido a la hecatombe más reciente,
se ven de roja sangre salpicados,
y aun humeando están; súbitamente
los boyeros furiosos,
en cuyos pechos la venganza late,
conducen al combate
a sus pieles cohortes de molosos.
Y de ellas por delante,
van el galgo que, en correr, es más ligero,
y de olfato más fino y penetrante;
y más ducho y mañero
en descubrir, del bosque en las entrañas,
los sitios de las fieras alimañas,
y allí atacarlas con encono fiero.
En pos del cual, ligera
va la turba, tratando
de poder igualarle en la carrera
que ha emprendido veloz.
Empero, cuando,
tras de mucho llegar y haber corrido,
dan con el tigre herido
los boyeros y el bando
de perros, a luchar apercibido;
de éstos el más astuto, desde luego,
va con sagas nariz olfateando
los miembros que empapó sanguíneo riego,
y con ávido hocico rastreando
las huellas criminales
del animal feroz; y vueltas dando
innúmeras, en torno a los gramales,
con incesante brío;
hasta que, al fin, encuentra las señales
que el peso anuncian del ladrón impío.
Luego en rápido curso, e inclinado
hacia tierra el hocico, por el prado
ancho va discurriendo
el galgo, y recogiendo
de entre el césped del campo florecido,
del botín los despojos, que ha esparcido
por todas partes el ladrón tremendo.
Y por el verde prado,
nuevamente, veloz se precipita
y, por tiempo alargado,
fuentes y selvas hórridas visita;
de sus huellas zagueros
llevando numerosos compañeros;
hasta que del profundo
bosque saque al pirata furibundo.
Pronto, ya con ladridos la jauría
llena los senos de la selva umbría;
y a la rabiosa fiera,
que ya miran cautiva y prisionera,
con clamores la acosan a porfía:
Entonces, temeroso
empieza a vacilar el asesino
animal, cuando el grupo numeroso
de perros lo circunda y, presuroso,
con salto repentino
gana la copa de gigante pino.
Mas el tronco nodoso
del pino, nuevamente rodeado
se mira por el grupo numeroso
de canes, que al curioso
animal, acosado
lo tienen con ladrido clamoroso.
Entonces avisados los boyeros
del clamor por los ecos vocingleros,
penetran con presura
en la maraña de la selva obscura;
y, de rabia crujiendo,
van sus potentes armas disponiendo;
y pronto mano echando
de los canes, que en torno se congregan,
lentos vanse acercando,
hasta que al tronco formidable llegan:
y con mano ligera
arrojando un boyero plúmbea masa
en mitad de las cienes de la fiera
rabiosa, la traspasa;
y por el rudo asalto
y golpe del plomazo repentino,
la derriba del alto
y firme siento que le daba el pino.
Otro, en tanto, se arroja
veloz sobre la presa, que, postrada,
no sé de a la congoja
y se revuelve airada,
tinta toda la piel en sangre roja.
Mas, al punto, el boyero, con presteza
desnudando la espada,
con un tajo cena la cabeza
de la vista iracunda
que, a pesar de encontrarse moribunda,
con todo, aún amenaza con fiereza.
Y de sus musculosos
miembros sacado el rabadán fragmentos,
los cede a los molosos
que están necesitados de alimento.
También, a veces, en el bosque umbroso
que es de todas las bestias madriguera,
con el León y Tigre belicoso
suele juntarse el Oso,
de hispido cuerpo y catadura fiera;
y envuelto en saya obscura
que imita de ña noche la negrura;
las patas deformes, amparadas,
y el cuerpo todo, lleno de grosura.
El cual, frecuentemente,
va caminando en pos de los ganados,
que vagan por los prados;
y, con habido diente,
los deja despojados
de los frutos más tiernos y preciados.
Y cuando en la floresta
gozando está de regalada siesta,
y a perturbarlo llega los pastores
con horrísonos tiros de ballesta
o confusos clamores;
a los que del tranquilo
y enervante soporte lo han arrancado;
de su potente rictus con el filo,
ataca con furor despiadado.
Después, con el voraz y dilatado
buche, nunca saciado,
(pues, de continuo, el hambre lo maltrata);
del árbol por los frutos encorvado
las hojas arrebata;
y las que, por doquier, se han derramado
ricas y simientes, a través del prado.
Y por la de comer ansia rabiosa
que, sin cesar, le acosa,
consume con presteza
de las campiñas toda la riqueza.
Y por la mies del campo florecido
sintiéndose atraído,
con frenético ardor, la que en su seno
ya no puede caber, por estar lleno,
con encorvada mano la coloca
bajo el amparo de profunda roca.
Empero, de los hechos criminales
de esta fiera enemiga,
la turba de los jóvenes rurales
toma dura venganza y los castiga
con armas justas, sí, pero mortales.
Con todo, porque el oso
no vaya (de sus fuerzas uso haciendo)
a ceñir las espaldas del fogoso
cazador, ni con brazo vigoroso
a oprimirle con ímpetu tremendo;
al cazador astuto
va cabalgando en generoso bruto,
y con pica aguzada,
que por diestra robusta es impulsada,
va molestando con frecuencia acoso
las espaldas del oso,
que ya huyendo, a través de las llanuras
cubiertas de rocío;
logrando del astil las picaduras
tener a raya al animal bravío.
Mas éste, con ardor, sólo desea
con sus nervudos brazos
ceñir al cazador que lo espolea,
y convertirlo, de su boca fea
con los dientes y garras, en pedazos.
Mas cuando, poco a poco, va el furioso
felino ya cediendo,
y lento y perezoso
se echa de ver que va retrocediendo;
el cazador, entonces, al fogoso
caballo tuerce, y a la bestia fiera
nuevamente vulnera
con el rígido astil y vigoroso;
hasta que, roto el vientre, por el suelo
las vísceras se esparzan; y, en seguida,
huya en rápido vuelo
del mísero la vida,
sangre manando de la vena herida.
Entre estos animales la Pantera
parva (la Onza feroz) también figura,
grácil de cuerpo, más de boca fiera,
y que tiene su asiento y madriguera
bajo el ramaje de la selva obscura;
en cuyos hondos senos
de continuo se hospeda; y, por reacia
a los del claro sol rayo serenos,
nunca libres espacia
por los fértiles campos, de luz llenos.
Tal bestia, ante los ojos se presenta
con la orgullosa frente levantada,
el vientre recogido, y la opulenta
espalda de manchones salpicada;
y una cola pintada
de diversos colores, y que cuenta,
tres palmos de extensión, bien mesurada.
La piel, cubierta de copiosos vellos
y de negro teñido,
ciñe y protege de los miembros bellos
y la esbeltez y prestancia distinguida.
Y de la cual en torno,
negras manchas, que afectan la figura
de caprichoso círculo adorno, adorno
le prestan hermosura
de tan altos quilates,
que dejan superadas la negrura
de que tanto blasonan los Gagates.
Revestida de la fiera
con esta negra ropa deslumbrante,
se iguala a la Pantera,
de fuerza más pujante
y, en dote señaladas, la primera.
Empero, tú que vas, de noche y día,
a esta fiera acosando
de batida tenaz con la energía,
de tus flechas usando
con vigoroso pulso y valentía;
clávalas con destreza
del pecho en la mitad, o en la cabeza
de la fiera bravía.
La que, una vez que, por la flecha dura
malherida se siente,
las riendas aflojando a su bravura
feroz en viste el cazador valiente
que, con frecuencia golpes, la tortura
y, con agudo diente,
de aquél el cuerpo desgarrar procura,
con ímpetu tratando
de ir, entre sí, sus miembros separando;
y, una vez desunidos,
dejarlos por el campo esparcidos.
No así, en ira inflamado,
con frenético ardor avanza el Lobo,
temido más por frecuentar el robo
y pérdidas causar en el ganado.
Ladrón que, descarado,
en pleno día, con rudeza franca,
del florecido prado
a las greyes lanígeras arranca;
o, bien, pretende con instintos fieros
a las madres privar de sus corderos;
o llenar sus voraces intestinos
con carne de polinos,
engendros de caballos manaderos.
Y astuto, cuando mira
que, lejos del ganado, se retira
su vigilante dueño,
y que ya, sin afanes,
vencidos por el sueño
duermen tranquilos los temibles canes;
invade presuroso
todo el redil, y altera su reposo.
Empero, cuando, lleno de osadías,
(tras de haber destruido los rebaños)
a salta de caballos a las crías;
armase de arterias,
y echa mano de pérfidos engaños:
En un principio, con dudosa planta
se acerca a los rebaños generosos
de que se ufana Ethón; mas, luego, espanta
con los de su garganta
clamores dolorosos,
la quietud de los campos silenciosos.
Al punto, los ganados
recogen a sus hijos delicados;
y, al verlos de terror sobrecogidos,
los dejan bien ceñidos
por círculo potente, en que hacinados
los tienen y escondidos.
Círculo que, con orden admirable,
de padres y de madres la caterva
forma, a guisa de muro impenetrable,
que firma Unión conserva;
y del cual en redor, con duras coces,
el apretado bando
de ovejas y corderos, rechazando
va del Lobo los ímpetus feroces.
Más el ladrón, con iras inflamado,
activo y presuroso,
pretende que del círculo anchuroso
quede fuera el ganado;
y acreciendo su fiera
rabia, lo va atacando por doquiera.
Empero, los feroces
ataques del corsario enfurecido,
con repetidas coces
y, por la unión, ceñido,
el ganado rechaza, decidido.
Lleno, entonces, de ira,
el felino desatase furioso
y, una vez y otra, gira
al rededor del grupo numeroso;
hasta que ya, deshecho
de la falange el "cuadro" poderoso,
y roto el nudo estrecho
del escuadrón valiente; victorioso
el lobo, por el prado
va dispensando al pávido ganado.
Yendo, entonces, veloz por las llanuras,
al pollino fatiga
el Lobo; y, con frecuentes mordeduras,
le va, en tanto, rasgando la barriga;
hasta que ya del seno
roto salgan las vísceras potentes
ya sueltas, y el ameno
campo rieguen de sangre en las corrientes.
Mas a que el Lobo osado
la coraza del vientre ha desgarrado,
a los ojos dejándola patente;
pára el curso veloz de su carrera,
y con acerbo diente
del pollito yaciente
las entrañas furioso dilacera;
y a las que humo esparciendo,
va por el roto vientre distendiendo.
Tal como suele, a veces, con mirada
sagaz, exploraciones
hacer un capitán en los bastiones
de una extensa ciudad amurallada,
y atacar sus potentes guarniciones
de flechas con furiosa granizada;
ya por el rumbo izquierdo o el derecho,
procurando la entrada
asegurarse, con heroico pecho;
hasta romper con duro
hierro las capas del espeso muro.
Después el vencedor, que ya domina
en la ciudad tomada, determina
(gala haciendo de instintos inhumanos)
sacrificar algunos ciudadanos
a la pena más fuerte,
y al más grande rigor de los rigores,
cual es darles, al fin, trágica muerte,
para que, de esta suerte,
ya extinga de su pecho los furores.
Más tarde, si a ésta fiera
pretendes apartar de la pradera,
con astucia procura
de redes en la rígida clausura
retenerla cautiva y prisionera;
o, con vira certera
traspasarle las sienes con presura en.
Empero, si te sientes satisfecho
por haber de los campos arrojados
esta plaga cruel; por de contado
y con igual derecho,
arrojar debes al Coyote osado,
que, en cuanto a catadura,
del Lobo es fiel traslado,
o, bien, copia de un perro de la figura.
Este animal ladino
la piel ostenta de color vulpino;
y de la zorra astuta
va por la misma ruta,
siguiendo sus costumbres de contino;
acechando constante
al redil, como perro vigilante;
y de aves agrupadas
dejando las praderas despojadas.
Con todo, ni de canes corredores
la turba desatada,
ni la de los pastores
honda tremenda o matadora espada,
son parte a rechazar de los rediles
cerrados, los hostiles
ataques de esta bestia, siempre armada
de perfidias y dolos muy sutiles.
Es lenta en el andar, y recatada
siempre se ve del monte en la espesura,
por arbolado denso sombreada;
mas cuando de su cóncava morada
sale a tomar el fresco en la llanura,
a las aves que vuelan en bandada
se acerca con afán; o en la clausura
penetra del establo, cuyo seno
de lanígeras greyes está lleno.
Y cuando, con asalto repentino,
de redil a un cordero ha secuestrado,
o bien, tierno pollino
ha de los verdes campos arrancado;
al punto, presuroso
el Coyote iracundo
torna, de nuevo, al seno cavernoso
de su cubil recóndito y profundo.
Y ya de la caverna
en el fondo sintiéndose seguro;
despedaza con duro
diente a la presa delicada y tierna.
Mas si la rabia de comer acosa
a su vientre afligido
por luengo ayuno o dieta rigurosa;
con queja entrecortada y clamorosa
va llenando los aires dolorido.
Y de su voz acerba
es el eco tan triste y miserando,
que creyeras, tal vez, que está ululando
de coyotes, más bien, una caterva.
Así que, a veces tal, con vigilante
cuidado, tú procura
que esté de las dehesas muy distante;
para lo cual conviene que, segura,
con fuerte ligadura,
la retengas; o bien, con flecha cierta
hiriéndola, a tus pies la dejes muerta.
A no ser que prefieras
que bestia tan dañina,
de tus predios, las ricas sementeras
deje asoladas con fatal ruina.
Se une a estos animales el bravío
Jabalí, que conduce sus legiones
compactas, a través del bosque umbrío;
y cuando de este deja las mansiones
do están sus madrigueras,
va asolando veros las sementeras.
Este cerdo salvaje
cubre sus miembros rígidos con traje
todo negro, y ceñido
de muy duro y muy áspero pelaje,
que parece de púas revestido;
con cuya cerda se arma
la punta del astil que causa alarma;
infundiendo pavura
su rictus y espumosa dentadura.
Y del fragante dorso por encima
llevando gran alforja (que se estima
por estar de odorífera grosura casi siempre),
esta bestia camina con presura;
y, además, en sí copia la figura
de la porcina grey encenegada.
Mas, a veces, también se encoleriza,
y va por la llanada,
que se extiende a sus pies, haciendo risa
en la mies sazonada;
con terribles mordidas acosando
de hombres y perros al temido bando;
y con rictus tremendo,
los dilatados cuerpos dividiendo.
Y, una vez que ya el sol, en su carrera,
fogoso se avecina
a la mitad de la cerúlea esfera,
y con dorada lámpara ilumina
la anchurosa pradera;
la turba jabalina
rechinando los dientes aguzados
y llena de furores,
los bosques en sepultados
atruena con horrísonos clamores;
y, hecha toda un ovillo, con presura
se la mire rodar por la llanura.
Entonces, si del campo en el abrigo,
a lo lejos, divisa el enemigo
que asoma; prontamente
vuela la turba fiera
cuál si de arco tendido y prepotente
flecha mortal con rapidez saliera.
Y, en rápida carrera,
suelta de su furor toda la brida,
ataca con furiosa acometida
al que postrarla con el dardo espera.
Y si con la que esgrimes
flecha sutil en tu nervuda diestra,
del Jabalí las iras no reprimes;
o, con balas siniestra,
no el combate dirimes,
sacándole, al momento,
del roto vientre el corazón sangriento;
la bestia embravecida,
con frecuentes mordiscos desgarrado
te dejará, y la vida
perderás en el lance desgraciado.
No así en iras se inflama
el Puerco-espín, del bosque en la espesura
ni sus fueros reclama,
de la violencia con la mano dura,
con dientes vengadores
destrozando a infelices cazadores:
Animal, al que próvida Natura
dióle de otros defensas la armadura.
En su testa espinosa y arrogante
una selva se yergue amenazante;
y, de dardos henchida,
va por el cuerpo todo difundida
mies densa y abundante;
de la que una porción --la más menuda,
pero que causa espanto--
la piel del cuerpo escuda
y la protege, cual si fuera un manto;
mientras la otra, sañuda
se levanta y crispada,
más que astiles ligeros alargada;
la que, frecuentemente, el espinoso
cerdo agita y sacude,
lanzándola con ímpetu furioso
al enemigo que a atacarle acude.
La traza de esta bestia, por su horrura,
la del cerdo recuerda, desde luego,
y por el brillo intenso que fulgura
en sus ojos, del fuego
más vivo representa la figura.
Y, en cuanto al delicado
calcañar, del de un perro es fiel traslado;
y de espina ceñido
el cuerpo dilatado,
tiene con una selva parecido.
Mas, de los ojos las ardientes llamas,
y las boscosas ramas
de la piel sacarás, si duro y terco
con báculo nudoso
pretendes golpear el horroroso
hocico de este montesino puerco,
que, en la grama florida,
perderá sus furores y la vida.
Pues que esta bestia fiera
suele esquivar, en rápida carrera,
de los molosos a la turba vaga;
y de ella yendo a zaga,
arrojándoles dardos muy certera,
las carnosas espaldas les vulnera.
Mas ya, de nuevo, al campo florecido
por abundante grama,
me convoca y solicito me llama
el Ciervo que, salido
de los bosques obscuros,
va tras las aguas de regatos puros;
de descarriada vía
por quebrado senderos,
de caudillo sirviéndoles y guía,
llevando a sus cornudos compañeros.
Y he aquí que, ante tus ojos, ya presento
siete siervos de hermosa catadura;
que, en longitud y altura,
superan a un novillo corpulento;
y que, con gentileza,
ostentan de ramosa encornadura
ceñida la cabeza;
y ésta hacia atrás echando,
van, con suma presteza,
con los cuernos la cola acariciando.
De tiempo atrás, la turba enardecida
de Venus en la hoguera,
corre veloz --al viento parecida--
persiguiendo ligera,
a través de la grama florecida,
a la cierva que, ansiosa
a los gemelos cuida
de ella nacidos en la selva umbrosa;
y a los cual, es radiantes de blancura,
educa con solicita ternura.
A esta turba de hermosos animales
privó naturaleza de letales
armas; no defendiendo
con duros dientes el hocico horrendo,
ni con uñas corvadas los talones,
ni los cuernos con ímpetu tremendo.
Mas, si de tales dones
la dejó despojada; con largueza
dio a sus plantas extrema ligereza,
que atrás deja a los raudos aquilones;
y, en fuga acelerada,
evita de la suerte desgraciada
los reveses y negras aflicciones.
Por donde, sin con flecha
aguda pretendieres derribada
a la turba dejar que, satisfecha,
va corriendo veloz por la llanada;
impide a los molosos
el que ladren y corran presurosos,
para que no del bosque en los horrores
esparzan a los ciervos voladores;
y todos espantados,
pronto abandonen los feroces prados.
Para mayor seguridad, tu cuida,
con matador acero,
de quitarle la vida
a la arrogante cierva; y todo entero
el cornífero bando,
una vez y otra vez, con tu certero
rejón, herido estando,
lo irás bajo tu imperio asegurando.
Pues que los machos, cuando ven tendida
por certero flechazo, en la pradera,
a la cierva de todos tan querida;
no siguen adelante, su carrera
dejando suspendida.
Ni hay alguno que quiera
grupas volver atrás, o que, vencida
ya la cierva cuitada,
en el prado la deje abandonada.
Entonces, con certeros
dardos, irás del bando
cornífero y potente a los ligeros
ciervos, uno tras otro, derribando.
Y antes del cazador la mano acerba
agotará las flechas en la aljaba;
que de ciervos la brava
y pujante caterva,
abandone a la cierva,
que yace herida en la llanura flava.
Empero, si advirtieras que, arrogante,
por los abiertos ya nos va errante
un ciervo, sin temer flecha enemiga;
tras él corre, al instante,
echando a tus mastines por delante;
que, al fin, lo rendirán a la fatiga.
Conociendo tu intento,
el animal, en remos poderoso,
dispárase violento,
dejando atrás al rayo fragoroso,
y los veloces ímpetus del viento;
con su planta ligera
midiendo la extensión de la pradera;
y con ágiles saltos
volando por encima la cimera
de los arbustos altos;
librándose, con rápida carrera,
del asedio tenaz de los molosos
que le siguen furiosos,
pretendiendo oponerle una barrera.
Más ya que la latrante
turba pisando va por la llanura
las huellas de los pies del ciervo errante;
con apremio constante
al fugitivo quebrantar procura.
Y cuando de la rábida jauría
(que ya se va acercando)
se deja oír la ronca gritería,
y del ciervo las corvas lacerando
los canes van con mordedura impía;
el ciervo, prontamente,
rápido salto dando,
librase de la boca, que furente
lo acosa duramente;
y. En su curso ligero,
burlado deja al enemigo bando
que trataba de hacerlo prisionero.
Mas, con tenaz porfía,
de nuevo, por los campos anchurosos,
insiste la jauría
de los fieros molosos
en perseguir al ciervo que, violento,
volando va, más rápido que el viento.
Y, una vez que cogido,
lo tiene por las corvas delicadas,
lo vence con furiosas dentelladas;
dejándolo impedido
de poder con ligera
planta, seguir su rápida carrera.
Como cuando, en un tiempo, de frondoso
árbol --prez de la loma--
el pájaro de Jove poderoso
se arroja, con estruendo fragoroso,
sobre el cuerpo de tímida paloma;
y el ave delicada,
temblando de pavura,
azota con el ala desplegada
del espacio la líquida llanura;
y va y viene ligera,
al vuelo de sus alas redoblando,
por la cerúlea esfera
mil caprichosos círculos trazando;
y con doliente queja
un asilo seguro demandando
que del águila fiera la proteja;
mas Jove el tremendo
pájaro, su querella desoyendo,
de su ala poderosa
con el rápido vuelo más la acosa;
y de su garra dura y agresiva
con raudo golpe y fuerte,
a una trágica su muerte
condena a la paloma inofensiva;
no de otra guisa y suerte,
el de los perros escuadrón acerbo
tras del cobarde ciervo
va y dale alcance en su veloz huida;
y en la boca teniéndole apresado,
mediante cruda herida,
le deja todo el cuerpo ensangrentado.
El cazador entonces, prontamente,
habiendo de la vaina ya sacado
el hierro refulgente,
sepúltalo en el pecho delicado
del ciervo que, al morir, dobla la frente.
Mas, con fuerza mayor y viva fiebre
quebrantará, a través de la pradera,
a los molosos rábidos la Liebre,
bastante conocida
por ser insuperable en la carrera
y, por demás, artera,
para evadir de perros la embestida.
Hay un hermoso valle
que va abriéndose paso y amplia calle
por campos anchurosos,
de gramíneo verdor siempre calmados;
y siempre esplendorosos
por estar de mil flores matizados;
y de arroyos copiosos
por incesantes aguas fecundando.
Pero campos que, a causa de los vientos
que allí siempre dominan;
abaten del ganado los alientos,
o con tórridos fuegos los calcinan.
Y son tan numerosos las doradas
liebres, que de estos campos las moradas
visitan con frecuencia
que hasta llegue a obligar la poderosa
Dictina la creencia
de que este valle mudo y sin testigo,
de fieras alimañas es abrigo.
Con todo, disfrutar de los favores
de la quietud ansiada,
no dejan a la libre los clamores
que levantan los perros ladradores
que corren tras la presa codiciada.
Porque de éstos el bando
se empeña en ir solicitó buscando
del rastro las señales,
que van las liebres tras decidir dejando;
de ellas en seguimiento,
corriendo más veloz que el mismo viento;
hasta que, al fin, con áspera mordida,
a la presa desgarran aborrecida.
Apenas, sin embargo, con osado
rictus se ufana la legión canina
de haber, al fin, las corvas ya tocado
de la liebre ladina;
cuando ésta, con cabriola repentina,
salta en contraria dirección, ligera,
y más y más festina
de sus ágiles remos la carrera,
a través de los prados;
dejando así de la mesnada fiera
los designios maléficos burlados.
Con saltos redoblados
nuevamente, después, se extralimita;
y al escuadrón de perros azuzados,
una vez y otra vez, turba y agita;
y su rabia desprecia,
y de vencerla la esperanza necia.
Hasta que ya rendida,
no pudiendo seguir más adelante;
cede al furor del escuadrón latrante,
quedando a su dominio sometida.
Con todo, los peligros inminentes,
de que escapan con planta muy ligera
las liebres y los siervos eminentes;
y aún la acechanza artera
y del propio enemigo el fiero encono;
burla hagas el Mono,
que presta honor y gloria a la pradera;
y que en el bosque impera,
tal como un rey, desde su excelso trono;
por su agudeza y mañas,
siendo pres de las fieras alimañas.
El cual, todo su cuerpo nos presenta
ceñido de negruzca vestimenta;
y los miembros tocados
con velos de cabellos desgreñados;
y ni el vientre copioso
ni a las piernas y brazos delicados
falta el pelo copioso
de fúnebre color; cuyos vellones
la cabeza y riñones
también cubren livianos;
lo mismo que el semblante y que las manos.
Mas si, prodiga en dones
ceñida de ancho lago por el agua,
la apacible región de Nicaragua
te diere, como eximio
regalo y grande premio,
algún grotesco Simio
de los que nutre en su fecundo gremio;
será rico presente
que debes aceptar; pues, ciertamente,
muy otra es la figura
de este simio, en un todo, diferente
a los demás de su legión; pues lleno
de nítida blancura,
que el ampo imita de la nieve pura,
el vientre lleva y dilatado seno,
y también la chistosa catadura.
Tal bestia, empero, fuera
de la humana figura fiel traslado
y copia verdadera;
a no ser por el rabo que, en ingente
curva hacia atrás echado,
de forma torpemente
los miembros de su cuerpo delicado.
Con todo, muchos de estos animales
alcanzan estaturas colosales;
a tal grado, que creas,
si has de tomar en cuenta sus tamaños,
que tiene a la vista, de diez años
un etíope de formas giganteas,
en fuerzas poderoso,
y dotado de aliento vigoroso;
y sobre esto, el más apto
(si ha de crédito darse a pareceres
de algunos) para el rapto
que consumen a veces, y es exacto,
en casadas y frágiles mujeres.
Empero, sin Natura
anduvo parca al conceder al simio
el don de la hermosura;
prodiga, en cambio, lo adornó de eximio
ingenio; tan agudo y delicado,
que pueda fácilmente
la astucia superar del afamado
Castor, que es sorprendente;
y con los chistes de que está dotado,
burlarse impunemente
del vulgo en los boscajes encerrado.
Así que, a veces, lo verás colgado,
por la cola, de un álamo eminente,
cuando a tomar el sol sale tranquilo
indiano Cocodrilo,
cabe la orilla del fluvial corriente;
y mostrar especial contentamiento
en burlarse con risa estrepitosa
del animal hambriento,
que gana de comer siente furia.
Pues que, apenas del álamo frondoso
ha empezado a poner el movimiento
las rumorosas ramas el doloso
simio; cuando, al momento,
la fiera, conmovida
por el furor del vientre clamoroso,
que le pide comida,
saca los dientes por la boca hendida;
y procura ardoroso
festinar la captura del gracioso.
Mas el mono avisado,
una caída trágica fingiendo,
del álamo se arroja apresurado,
círculos por el aire describiendo;
cual sí ya fuese, con audacia loca,
del animal horrendo
a deslizarse por la abierta boca:
La que luego clausura
el lagarto famélico, creyendo
que ya, bajo su férrea dentadura,
la presa cautivada está segura;
en tanto que, del álamo inminente
suspenso por la cola al cuadrumano,
se le ve sonriente
burlarse del insano
por del monstruo, y del intento vano
que pretendió con su terrible diente.
A poco, por segunda
vez, con engaño acude a la tarea
de otro colapso rápido, y chasquea
nuevamente a la vez de a furibunda,
que en vano se fatiga y forcejea;
hasta que ya el bravío
furor de sus entrañas apagando
y al simio despreciando;
en las ondas sepultase del río.
Por tanto, es conveniente
que de insidias sutiles hechos mano,
cuantas veces pretendas hábilmente
burlarte de un cautivo cuadrumano.
Porque éste, protegido
estando siempre por el bosque denso;
colgado y suspendido
de árbol gigante, y con el rabo tenso,
va, de uno en otro tronco,
ágil saltando con empuje bronco;
yendo astuto por toda la llanura,
con brincos muy ligeros,
evitando la rígida clausura
de redes y el rigor de los aceros.
Pero sí planes trazas
para los monos cautivar ligeros,
te los darán arteros
dos (carentes de vientre) calabazas;
y jocosos engaños,
que a risa muevan y no causen daños.
Ya por el sol secadas,
y la parte superior, rasgadas
con pequeña abertura,
llévalas, y que queden colocadas
cerca las lindes de la selva obscura;
lugar a donde llegan,
como a sus propias sedes y mansiones,
y en ellas se congregan,
de simios incontables batallones;
y, con hábiles manos,
de aquellas en el fondo va metiendo
de trigo candeal algunos granos,
y también piedrecillas
que, de fluvial corriente en las orillas,
hayas ido solicito cogiendo;
y que produzcan pavoroso estruendo
que eco sonoro encuentre,
al sacudirlas en seco vientre.
El mono (que haya agrado
en explorarlo todo con cuidad),
dejada allá la altura
del espeso y frondífero arbolado,
se desata veloz por la llanura;
y ya a ésta calabaza codicioso
examinar procura;
o bien, con bien nervioso
a esotra la sacude y la tortura;
y, con oído atento,
aun del trigo percibe el movimiento.
Y con brega incesante
y poderoso esfuerzo de las manos,
rasgar pretende el vientre resonante,
y adueñarse poder de sus arcanos;
y observar, a la vez, muy cuidadoso,
atento y prevenido,
cuál el origen principal ha sido
del ruido clamoroso
en el fondo del vientre producido.
Después, dentro del vaso, y por el aire
los brazos extendiendo con donaire,
el simio con sus manos
rápidas se apodera prontamente
de los floridos y crujientes ramos.
Y cuando ya ha cogido con potente
mano los tiene; con empeños rudos
después, frecuentemente,
lucha por arrancar del seno ingente,
aun del trigo los trozos más menudos.
Y la mano del simio enriquecida
por la copia profusa
de los granillos que robó atrevida,
se opone y se rehúsa
a abandonar la calabaza hendida
que, a través de pequeña
ranura, la hace dueña
de muy copiosa y sápida comida.
Más, aunque apriete y vigorosa oprima
la calabaza prima
convoca angosta la derecha a mano
del faceto tu animal; éste, liviano,
sin olvidarse de sus viejas mañas,
que en todo caso muestra;
escudriña sagaz, con la siniestra,
de la otra calabaza las entrañas.
Y, otra vez, se apodera muy ufano
de los granados frutos,
y de la calabaza los astutos
bordes retornan a estorbar la mano.
Y por entrambos codos ya ceñido,
pretende el mono, con empeño vano,
dar las espaldas y eludirlo liviano
la trampa artera en que se ve cogido.
Y no abate, con todo, el comprimido
lomo por la clausura,
que lo tiene, por fuerza, retenido;
aunque presa segura
ofrezca a los dolosos
ardides de los rábidos molosos:
¡Tan grande es el empeño
que tiene de robar el insaciable
mono, y el detestable
afán de verse de lo hurtado dueño!
Ya una vez cautivado,
con rapidez el cazador procura
en palmas conducirlo, y el costado
con fuerte ligadura
todo en rededor ceñirle, y encerrado
dejarle, al fin, en cavidad obscura;
por más que, embravecido,
lamente, con horrísono rugido,
de la cárcel estrecha la clausura;
y la astucia y engaños
que hanle causado tan terribles daños.
Pero, también, el cazador prudente
cuidado tiene de que, no cegado
el simio por la cólera, furente
vaya a ceñirle el cuello delicado,
con el anillo de su cola ingente;
pues que de hacerlo así, con despiadado
nudo, a manera de drogar que espanta,
dejar la ceñida
y bien ligada, en torno, la garganta;
por donde, comprimida
por tan dura presión y fuerza tanta
ya que de sin alientos y sin vida.
Pero si el duro cazador ansía
con férvidos anhelos
a las madres burlar, que de su cría
cuidado tienen o, con mano impía,
pretende arrebatarle sus hijuelos,
a los que tierna y pía
en su regazo maternal ampara;
entonces con solicita porfía
secos leños prepara;
y con mucho ramaje, desde luego,
alza una hoguera de ardoroso fuego;
cuyo centro, cercado
por ígneo torbellino, que rechaza
a muchos de su lado,
lo ocupa, con su vientre desgarrado
y abundante, fecunda calabaza.
Y por el crudo frío torturado
el simio, desde luego,
de la vívida hoguera acude al lado;
y, en derredor del fuego
que se desata en tórridos vellones,
que por el aire ondulan,
es deber cual circulan
de padres y de madres las legiones;
junto con los livianos
jóvenes y decrépitos ancianos;
y a los pequeños que, por ser de corta
edad frutos tempranos,
en sus hombros la madre lo soporta.
Todos muéstranse ufanos
por haber expulsado de sus miembros
a los fríos tenaces y tiranos.
Mas, apenas la turba placentera
empieza a disfrutar, cabe la hoguera
candente, del calor apetecido
que tanto la solaza;
cuando, súbito se oye un estallido,
como de nube rota, producido
por explotado a ver la calabaza.
Entonces, de temor sobrecogida
la turba nemorosa,
por las ramas del bosque y la torcida
llanura se desliza presurosa;
atónitos, en medio de los prados,
a sus hijos dejando abandonados.
Y a los que, llenos de mortal pavura,
mas ya de sombras densas ya libertados,
el cazador recoge con presura,
y los deja encerrados
de lóbrega prisión en la clausura.
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