martes, 12 de diciembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro XIV, Las fieras; transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila 


LIBRO DÉCIMOCUARTO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

LAS FIERAS 




Nunc mihi lustra diu fidis agitanda molossis
Quae sylvis obducta nigris numerosa ferarum
Turba Cilit.........
                      Rusticatio Mejicana, Libro XIV.

Hora, ayudado de mi fiel jauría, 
he de, por largo tiempo, las entrañas 
agitar de los antros, que en la umbría 
selva se ocultan; donde, noche y día, 
albérganse las fieras alimañas 
formando numerosa compañía: 
Y, al penetrar en su mansión secreta, 
¡oh ninfas, que moráis en la espesura 
de los montes! al pávido poeta 
prestad amparo y protección segura. 
Y ya que, acostumbradas 
estáis con vuestras danzas bulliciosas 
a perturbar la paz de las calladas 
selvas; hora mostradme bondadosas 
(si con ello no os causo pesadumbre), 
los hábitos, tendencias y costumbres 
de las fieras rabiosas; 
y las que en la pradera 
van haciendo matanzas horrorosas, 
muerte y luto sembrando por doquiera. 
Y los gamos ligeros 
que hiciere prisioneros, 
de tracio plectro con los dulces sones, 
en vuestro altar inmolaré rendido, 
acordándome fiel de vuestros dones 
y, por ellos, asas reconocido. 

    De una extensión inmensa 
cierta selva existió, toda poblada 
de frecuentes encinas y velada 
de árboles varios por la sombra densa; 
y, en todas direcciones, 
erizadas de cactus y cambrones, 
con cuyas sombras --de pavura lleno-- 
niégase el sol dorado, 
con sus áureas cuadras, del cerrado 
profundo bosque a visitar el seno. 
Mas selva, que, extendida 
se ve en torno de campos anchurosos, 
a los que llenan de copiosa vida 
arroyos cristalinos y copiosos;
y en los que se derrama 
con profusión la florecida grama. 

    Este bosque, estas ondas, y del prado 
el gramíneo tesoro, 
son los sitios que más ha frecuentado 
el melenudo toro (1); 
tal vez así llamado, 
porque de espesas crines adornado 
el dorso lleva por mayor decoro; 
y que, por tal vestido, 
merece ser de Europa conocido. 
Y del cual, observando con atento 
ojo la catadura,
creyéramos mirar de un corpulento 
novillo la figura; 
si no doblase él mismo, torpemente, 
con grave curvatura, 
el espaldar ingente; 
y una monstruosa giba 
no alzara de su lomo por arriba. 

    Pero, además, el Cíbolo sañudo, 
de sus miembros las vastas proporciones 
cubre de críes con ropaje crudo; 
y, a su cuerpo nervudo 
exorna con atálicos vellones; 
y, semejante al toro, con fiereza, 
armada de pitones 
retorcidos levanta la cabeza; 
y de crines privada totalmente 
cauda presenta rala, 
que con nombre ninguno se señala, 
y dos ojos azules en la frente, 
que, a guisa de luceros 
brillando están con vivos reverberos; 
y por las dilatadas 
narices vierte llamas abrazadas 
mostrando en su apostura 
y varias posiciones, 
toda la majestad y la hermosura 
de que están adornados los leones. 

    Mas cuando con venablos venenosos 
traspasados han sido 
de su nervudo cuerpo los vellosos 
miembros; enloquecido 
de rabia, los internos 
fuegos del corazón rápido excita; 
y furioso y veloz se precipita 
para, con duros cuernos, 
embestir al osado 
que, haciendo uso de impío 
dardo, dejóle el cuerpo mancillado 
la roja sangre con tepente río. 
Mas después de que el Cíbolo postrado 
ha en la arena rojiza 
al cazador, y de él ha reportado, 
la corona triunfal; se encoleriza 
más y más; y, aunque vea 
que ya se ha derribado 
el mísero enemigo, lo acocea 
dura y prolijamente, 
hasta anegarlo en sangrienta fuente. 

    Después, vibrando el caballero noble 
larga pica de roble, 
de férreas medias lunas guarnecidas, 
parte, a campo traviesa, 
tras de la insigne, codiciada presa, 
a la que ataca con su veloz huida. 
Y en tanto que, ligera 
va cortando con pies apresurados 
la muy larga extensión de la pradera; 
el cazador, en rápida carrera, 
que deja muy atrás a los alados 
vientos, sigue a la tierra a la fiera; 
y tras ella corriendo, prontamente 
la alcanza y la asegura, 
y con la luna del astil potente 
las delicadas piernas le tortura. 

    Empero, si el sentirse el melenudo 
bisonte mal herido, 
del fiero dardo por el golpe rudo; 
en cólera encendido, 
acometiese fiero 
con las astas de fuerte caballero; 
y éste, firme y seguro, 
se apoyase en la fuerza del acero; 
o, bien, en el vigor del cuerpo duro, 
cuya potencia es mucha; 
con grave riesgo, entonces, ya se empeña 
entre el hombre y la bestia zahareña, 
tremenda lid y encarnizada lucha.

    Así que, conmovido 
por amargo rencor, el toro fiero 
se lanza, con el cuerno retorcido 
a embestir al potente caballero: 
Mas este, apercibido, 
con la alabarda de lunado acero 
le deja el cuello herido, 
golpe en él asestándole certero. 
Y los dos, con furor reconcentrado 
de sus propias defensas uso haciendo, 
se traban y, por tiempo dilatado, 
luchando están con ímpetu tremendo; 
hasta que, ensangrentado 
caiga el toro por tierra derribado. 

    No así en rabiosa cólera encendido, 
frenético a nosotros se adelanta 
el Tapyr (conocido 
en la hiperbórea América por Danta) 
al que, difícilmente, 
se ve con ágil planta 
discurrir por la vega floreciente. 
Esta fiera salvaje 
prefiere de la selva los asilos, 
cuyo espejo frondaje 
penates muy tranquilos 
le prepara el recóndito paraje: 
Penates placenteros 
que tienen la fortuna 
de contar con senderos 
de salida, vecinos y fronteros 
a las aguas de limpia laguna; 
y que muestran la vía asegurada 
y de todo peligro defendida, 
con quietud no alterada, 
a través de la vega dilatada 
que ondulante se extiende y retorcida. 

    Con singular agrado 
esta vez te a procura 
que de todo su cuerpo recreado 
por mansas ondas de fontana pura. 
Y, con potentes fríos, 
imitando del cerdo la figura, 
salva, a nado, la anchura 
de caudalosos y profundos ríos. 

    Felino tal, ofrece a las miradas 
del que lo observa, un lomo sinuoso, 
todo lleno de crines erizadas, 
las orejas alzadas, 
y una trompa de aspecto monstruoso 
que surge en las narices achatadas; 
y de pardo vestido 
el cuerpo todo en derredor ceñido, 
al que apoya ligera 
pierna exigua, que tiene parecido 
con la que se sostiene la ternera. 
Y es sensible la fiera; 
pues, con frecuencia, lúgubre gemido 
saca del corazón que se le altera. 

    Pero si tú, pastor, con ponderosa 
diestra, acaso pretendes del costado 
del Cíbolo arrancar la piel vellosa, 
y mirarte colmado 
de sus despojos fieros, 
haciendo acopio de nervudos cueros; 
(ya que la piel, estando macerada, 
según dicen, por sabios curtidores 
tiene la propiedad muy señalada 
de burlar los amagos de traidores, 
y aun de la dura espada 
resistir a los filos destructores); 
cerca de cenagoso 
lago, tiende tus redes cauteloso, 
y asegúralas bien, con fuertes lazos, 
en el tronco nodoso, 
de algún árbol, vecino de los ribazos.

    Con áspero cordel el delicado 
cuello llevando atado 
el animal indómito, procura 
con esfuerzos tenaz y redoblado 
empuje quebrantar la ligadura 
que, por fuerza, lo tiene subyugado. 
Y, en tanto que se aleja 
del tronco que lo tiene bien asido, 
lanzando, con dolor, fúnebre queja; 
ya, por la asfixia fuerte, 
el gutural aliento sofocado, 
encuentra el desgraciado, 
bajo del árbol, espantosa muerte. 

    Mas, ya no muy distante 
se oye el rumor del bosque, sacudido 
por el ronco rugido 
del rampante León, cuya tonante 
voz al pávido oído 
pronto llega sutil y penetrante. 
De tallas corpulenta 
(que cuadra bien a próceres alcuñas), 
cubierto de amarilla vestimenta, 
y de aceradas uñas 
protegidos los pies; se nos presenta 
arrogante el León, que lleva erguida 
la cerviz orgullosa, 
y abundante la cauda y extendida, 
con que barre la tierra temblorosa. 
Y con torvas miradas 
domina de las fieras las mesnadas... 
Y, en furor las entrañas encendidas, 
va sembrando pavura 
a través de las vegas extendidas 
y por los senos de la selva obscura.

    Más por tiempo bastante, condenado 
a sufrir los atroces 
rigores del ayuno; va con voces 
agudas, que propaga el viento alado, 
infundiendo pavor en el ganado; 
y con cauces feroces 
arranca de los senos maternales 
a los frutos precoces 
de los tiernos imbeles recentales;
y con garra de hierro, 
cien veces más temible que un cuchillo, 
ora cautiva a tímido becerro, 
o bien, a algún novillo 
de estatura procera; 
de los cuales los miembros, al momento, 
con despiadadas uñas dilacera, 
bañándolos en piélago sangriento. 

    Muchas veces, también, la selva umbrosa 
dio al cobrizo León, por compañero, 
el Tigre, que en audacia es el primero; 
y al que incesante acosa 
el ansia de verter sangre espumosa, 
por ser, de condición, muy carnicero. 
Felino que amansado 
nunca ha podido ser por domadores 
que en ellos han puesto singular cuidado; 
por estar inflamado 
siempre de su pecho en rábidos furores. 
De su cuerpo la recia contextura 
todas se ve arropada 
de piel lustrosa en luenga vestidura; 
cuya parte supina, salpicada 
de color amarillo, 
deslumbre de los ojos la mirada, 
con la potente fuerza de su brillo; 
y, a través de la boca dilatada, 
asoma con horrura 
trágica dentadura, 
de dientes agudísimos armada; 
y dentro del alma negra alimentando 
enconada bravura, 
va feroz azotando 
con su cauda prolija la llanura. 

    Esta temible fiera, 
recatada, del monte en la espesura, 
tiene su madriguera; 
y cuando sale de la cueva obscura, 
se da a vagar por la veraz pradera, 
Y en estas excursiones 
que por los campos hace en ligera 
planta; en depredaciones 
y matanzas supera 
con ventaja de Hircania a los leones. 
Mas la animosa juventud florida, 
con penetrantes dardos y certeros, 
acaba con los fieros 
ímpetus de la bestia embravecida. 

    Pero apenas la fama resonante 
va propagando por los vientos vagos, 
los horrendos estragos 
de que víctima fue la grey errante, 
en la vasta pradera, 
por parte de la bestia carnicera; 
y cuando ya los prados, 
debido a la hecatombe más reciente, 
se ven de roja sangre salpicados, 
y aun humeando están; súbitamente 
los boyeros furiosos, 
en cuyos pechos la venganza late, 
conducen al combate 
a sus pieles cohortes de molosos.

    Y de ellas por delante, 
van el galgo que, en correr, es más ligero, 
y de olfato más fino y penetrante; 
y más ducho y mañero 
en descubrir, del bosque en las entrañas, 
los sitios de las fieras alimañas, 
y allí atacarlas con encono fiero. 
En pos del cual, ligera 
va la turba, tratando 
de poder igualarle en la carrera 
que ha emprendido veloz. 

    Empero, cuando, 
tras de mucho llegar y haber corrido, 
dan con el tigre herido 
los boyeros y el bando 
de perros, a luchar apercibido; 
de éstos el más astuto, desde luego, 
va con sagas nariz olfateando 
los miembros que empapó sanguíneo riego, 
y con ávido hocico rastreando 
las huellas criminales 
del animal feroz; y vueltas dando 
innúmeras, en torno a los gramales, 
con incesante brío; 
hasta que, al fin, encuentra las señales 
que el peso anuncian del ladrón impío. 

    Luego en rápido curso, e inclinado 
hacia tierra el hocico, por el prado 
ancho va discurriendo 
el galgo, y recogiendo 
de entre el césped del campo florecido, 
del botín los despojos, que ha esparcido 
por todas partes el ladrón tremendo. 
Y por el verde prado, 
nuevamente, veloz se precipita 
y, por tiempo alargado, 
fuentes y selvas hórridas visita; 
de sus huellas zagueros 
llevando numerosos compañeros; 
hasta que del profundo 
bosque saque al pirata furibundo. 

    Pronto, ya con ladridos la jauría 
llena los senos de la selva umbría; 
y a la rabiosa fiera, 
que ya miran cautiva y prisionera, 
con clamores la acosan a porfía: 
Entonces, temeroso 
empieza a vacilar el asesino 
animal, cuando el grupo numeroso 
de perros lo circunda y, presuroso, 
con salto repentino 
gana la copa de gigante pino. 
Mas el tronco nodoso 
del pino, nuevamente rodeado 
se mira por el grupo numeroso 
de canes, que al curioso 
animal, acosado 
lo tienen con ladrido clamoroso. 


    Entonces avisados los boyeros 
del clamor por los ecos vocingleros, 
penetran con presura 
en la maraña de la selva obscura; 
y, de rabia crujiendo, 
van sus potentes armas disponiendo; 
y pronto mano echando 
de los canes, que en torno se congregan, 
lentos vanse acercando, 
hasta que al tronco formidable llegan: 
y con mano ligera 
arrojando un boyero plúmbea masa 
en mitad de las cienes de la fiera 
rabiosa, la traspasa; 
y por el rudo asalto 
y golpe del plomazo repentino, 
la derriba del alto 
y firme siento que le daba el pino. 
Otro, en tanto, se arroja 
veloz sobre la presa, que, postrada, 
no sé de a la congoja 
y se revuelve airada, 
tinta toda la piel en sangre roja. 
Mas, al punto, el boyero, con presteza 
desnudando la espada, 
con un tajo cena la cabeza 
de la vista iracunda 
que, a pesar de encontrarse moribunda, 
con todo, aún amenaza con fiereza. 
Y de sus musculosos 
miembros sacado el rabadán fragmentos, 
los cede a los molosos 
que están necesitados de alimento.

    También, a veces, en el bosque umbroso
que es de todas las bestias madriguera,
con el León y Tigre belicoso   
suele juntarse el Oso,
de hispido cuerpo y catadura fiera;
y envuelto en saya obscura
que imita de ña noche la negrura;
las patas deformes, amparadas, 
y el cuerpo todo, lleno de grosura.
El cual, frecuentemente, 
va caminando en pos de los ganados, 
que vagan por los prados; 
y, con habido diente, 
los deja despojados 
de los frutos más tiernos y preciados. 

    Y cuando en la floresta 
gozando está de regalada siesta, 
y a perturbarlo llega los pastores 
con horrísonos tiros de ballesta 
o confusos clamores; 
a los que del tranquilo 
y enervante soporte lo han arrancado; 
de su potente rictus con el filo, 
ataca con furor despiadado. 
Después, con el voraz y dilatado 
buche, nunca saciado, 
(pues, de continuo, el hambre lo maltrata); 
del árbol por los frutos encorvado 
las hojas arrebata; 
y las que, por doquier, se han derramado 
ricas y simientes, a través del prado. 
Y por la de comer ansia rabiosa 
que, sin cesar, le acosa, 
consume con presteza 
de las campiñas toda la riqueza. 
Y por la mies del campo florecido 
sintiéndose atraído, 
con frenético ardor, la que en su seno 
ya no puede caber, por estar lleno, 
con encorvada mano la coloca 
bajo el amparo de profunda roca. 

    Empero, de los hechos criminales 
de esta fiera enemiga, 
la turba de los jóvenes rurales 
toma dura venganza y los castiga 
con armas justas, sí, pero mortales. 
Con todo, porque el oso 
no vaya (de sus fuerzas uso haciendo) 
a ceñir las espaldas del fogoso 
cazador, ni con brazo vigoroso 
a oprimirle con ímpetu tremendo; 
al cazador astuto 
va cabalgando en generoso bruto, 
y con pica aguzada, 
que por diestra robusta es impulsada, 
va molestando con frecuencia acoso 
las espaldas del oso
que ya huyendo, a través de las llanuras 
cubiertas de rocío; 
logrando del astil las picaduras 
tener a raya al animal bravío. 
Mas éste, con ardor, sólo desea 
con sus nervudos brazos 
ceñir al cazador que lo espolea, 
y convertirlo, de su boca fea 
con los dientes y garras, en pedazos. 

    Mas cuando, poco a poco, va el furioso 
felino ya cediendo, 
y lento y perezoso 
se echa de ver que va retrocediendo; 
el cazador, entonces, al fogoso 
caballo tuerce, y a la bestia fiera 
nuevamente vulnera 
con el rígido astil y vigoroso; 
hasta que, roto el vientre, por el suelo 
las vísceras se esparzan; y, en seguida, 
huya en rápido vuelo 
del mísero la vida, 
sangre manando de la vena herida. 

    Entre estos animales la Pantera 
parva (la Onza feroz) también figura, 
grácil de cuerpo, más de boca fiera, 
y que tiene su asiento y madriguera 
bajo el ramaje de la selva obscura; 
en cuyos hondos senos 
de continuo se hospeda; y, por reacia 
a los del claro sol rayo serenos,
nunca libres espacia 
por los fértiles campos, de luz llenos. 

    Tal bestia, ante los ojos se presenta 
con la orgullosa frente levantada, 
el vientre recogido, y la opulenta 
espalda de manchones salpicada; 
y una cola pintada 
de diversos colores, y que cuenta, 
tres palmos de extensión, bien mesurada. 
La piel, cubierta de copiosos vellos 
y de negro teñido, 
ciñe y protege de los miembros bellos 
y la esbeltez y prestancia distinguida. 
Y de la cual en torno, 
negras manchas, que afectan la figura 
de caprichoso círculo adorno, adorno 
le prestan hermosura 
de tan altos quilates, 
que dejan superadas la negrura 
de que tanto blasonan los Gagates. 
Revestida de la fiera 
con esta negra ropa deslumbrante, 
se iguala a la Pantera, 
de fuerza más pujante 
y, en dote señaladas, la primera. 

    Empero, tú que vas, de noche y día, 
a esta fiera acosando 
de batida tenaz con la energía, 
de tus flechas usando 
con vigoroso pulso y valentía; 
clávalas con destreza 
del pecho en la mitad, o en la cabeza 
de la fiera bravía. 
La que, una vez que, por la flecha dura 
malherida se siente, 
las riendas aflojando a su bravura 
feroz en viste el cazador valiente 
que, con frecuencia golpes, la tortura 
y, con agudo diente, 
de aquél el cuerpo desgarrar procura, 
con ímpetu tratando 
de ir, entre sí, sus miembros separando; 
y, una vez desunidos, 
dejarlos por el campo esparcidos.

     No así, en ira inflamado, 
con frenético ardor avanza el Lobo,
temido más por frecuentar el robo 
y pérdidas causar en el ganado. 
Ladrón que, descarado, 
en pleno día, con rudeza franca, 
del florecido prado 
a las greyes lanígeras arranca; 
o, bien, pretende con instintos fieros 
a las madres privar de sus corderos; 
o llenar sus voraces intestinos 
con carne de polinos, 
engendros de caballos manaderos. 
Y astuto, cuando mira 
que, lejos del ganado, se retira 
su vigilante dueño, 
y que ya, sin afanes, 
vencidos por el sueño 
duermen tranquilos los temibles canes; 
invade presuroso 
todo el redil, y altera su reposo. 

    Empero, cuando, lleno de osadías, 
(tras de haber destruido los rebaños) 
a salta de caballos a las crías; 
armase de arterias, 
y echa mano de pérfidos engaños: 
En un principio, con dudosa planta 
se acerca a los rebaños generosos 
de que se ufana Ethón; mas, luego, espanta 
con los de su garganta 
clamores dolorosos, 
la quietud de los campos silenciosos.  

    Al punto, los ganados 
recogen a sus hijos delicados; 
y, al verlos de terror sobrecogidos, 
los dejan bien ceñidos 
por círculo potente, en que hacinados 
los tienen y escondidos. 
Círculo que, con orden admirable, 
de padres y de madres la caterva 
forma, a guisa de muro impenetrable, 
que firma Unión conserva; 
y del cual en redor, con duras coces, 
el apretado bando 
de ovejas y corderos, rechazando 
va del Lobo los ímpetus feroces. 

    Más el ladrón, con iras inflamado, 
activo y presuroso,
pretende que del círculo anchuroso 
quede fuera el ganado; 
y acreciendo su fiera 
rabia, lo va atacando por doquiera. 
Empero, los feroces 
ataques del corsario enfurecido, 
con repetidas coces 
y, por la unión, ceñido, 
el ganado rechaza, decidido. 
Lleno, entonces, de ira, 
el felino desatase furioso 
y, una vez y otra, gira 
al rededor del grupo numeroso; 
hasta que ya, deshecho 
de la falange el "cuadro" poderoso, 
y roto el nudo estrecho 
del escuadrón valiente; victorioso 
el lobo, por el prado 
va dispensando al pávido ganado.

    Yendo, entonces, veloz por las llanuras, 
al pollino fatiga 
el Lobo; y, con frecuentes mordeduras, 
le va, en tanto, rasgando la barriga; 
hasta que ya del seno 
roto salgan las vísceras potentes 
ya sueltas, y el ameno 
campo rieguen de sangre en las corrientes. 
Mas a que el Lobo osado 
la coraza del vientre ha desgarrado, 
a los ojos dejándola patente; 
pára el curso veloz de su carrera, 
y con acerbo diente 
del pollito yaciente 
las entrañas furioso dilacera; 
y a las que humo esparciendo, 
va por el roto vientre distendiendo. 
Tal como suele, a veces, con mirada 
sagaz, exploraciones 
hacer un capitán en los bastiones 
de una extensa ciudad amurallada, 
y atacar sus potentes guarniciones 
de flechas con furiosa granizada; 
ya por el rumbo izquierdo o el derecho, 
procurando la entrada 
asegurarse, con heroico pecho; 
hasta romper con duro 
hierro las capas del espeso muro. 

    Después el vencedor, que ya domina 
en la ciudad tomada, determina
(gala haciendo de instintos inhumanos) 
sacrificar algunos ciudadanos 
a la pena más fuerte, 
y al más grande rigor de los rigores, 
cual es darles, al fin, trágica muerte, 
para que, de esta suerte, 
ya extinga de su pecho los furores. 
Más tarde, si a ésta fiera 
pretendes apartar de la pradera, 
con astucia procura 
de redes en la rígida clausura 
retenerla cautiva y prisionera; 
o, con vira certera 
traspasarle las sienes con presura en. 

    Empero, si te sientes satisfecho 
por haber de los campos arrojados 
esta plaga cruel; por de contado 
y con igual derecho, 
arrojar debes al Coyote osado, 
que, en cuanto a catadura, 
del Lobo es fiel traslado, 
o, bien, copia de un perro de la figura. 
Este animal ladino 
la piel ostenta de color vulpino; 
y de la zorra astuta 
va por la misma ruta, 
siguiendo sus costumbres de contino; 
acechando constante 
al redil, como perro vigilante; 
y de aves agrupadas 
dejando las praderas despojadas. 

    Con todo, ni de canes corredores 
la turba desatada, 
ni la de los pastores 
honda tremenda o matadora espada, 
son parte a rechazar de los rediles 
cerrados, los hostiles 
ataques de esta bestia, siempre armada 
de perfidias y dolos muy sutiles. 
Es lenta en el andar, y recatada 
siempre se ve del monte en la espesura, 
por arbolado denso sombreada; 
mas cuando de su cóncava morada 
sale a tomar el fresco en la llanura, 
a las aves que vuelan en bandada 
se acerca con afán; o en la clausura 
penetra del establo, cuyo seno 
de lanígeras greyes está lleno. 

    Y cuando, con asalto repentino, 
de redil a un cordero ha secuestrado, 
o bien, tierno pollino 
ha de los verdes campos arrancado; 
al punto, presuroso 
el Coyote iracundo 
torna, de nuevo, al seno cavernoso 
de su cubil recóndito y profundo. 
Y ya de la caverna 
en el fondo sintiéndose seguro; 
despedaza con duro 
diente a la presa delicada y tierna. 
Mas si la rabia de comer acosa 
a su vientre afligido 
por luengo ayuno o dieta rigurosa; 
con queja entrecortada y clamorosa 
va llenando los aires dolorido. 
Y de su voz acerba 
es el eco tan triste y miserando, 
que creyeras, tal vez, que está ululando 
de coyotes, más bien, una caterva.  

    Así que, a veces tal, con vigilante 
cuidado, tú procura 
que esté de las dehesas muy distante; 
para lo cual conviene que, segura, 
con fuerte ligadura, 
la retengas; o bien, con flecha cierta 
hiriéndola, a tus pies la dejes muerta. 
A no ser que prefieras 
que bestia tan dañina, 
de tus predios, las ricas sementeras 
deje asoladas con fatal ruina. 

    Se une a estos animales el bravío 
Jabalí, que conduce sus legiones 
compactas, a través del bosque umbrío; 
y cuando de este deja las mansiones 
do están sus madrigueras, 
va asolando veros las sementeras. 
Este cerdo salvaje 
cubre sus miembros rígidos con traje 
todo negro, y ceñido 
de muy duro y muy áspero pelaje, 
que parece de púas revestido; 
con cuya cerda se arma 
la punta del astil que causa alarma; 
infundiendo pavura 
su rictus y espumosa dentadura. 
Y del fragante dorso por encima 
llevando gran alforja (que se estima 
por estar de odorífera grosura casi siempre), 
esta bestia camina con presura; 
y, además, en sí copia la figura 
de la porcina grey encenegada. 

    Mas, a veces, también se encoleriza, 
y va por la llanada, 
que se extiende a sus pies, haciendo risa 
en la mies sazonada; 
con terribles mordidas acosando 
de hombres y perros al temido bando; 
y con rictus tremendo, 
los dilatados cuerpos dividiendo. 
Y, una vez que ya el sol, en su carrera, 
fogoso se avecina 
a la mitad de la cerúlea esfera, 
y con dorada lámpara ilumina 
la anchurosa pradera; 
la turba jabalina 
rechinando los dientes aguzados 
y llena de furores, 
los bosques en sepultados 
atruena con horrísonos clamores; 
y, hecha toda un ovillo, con presura 
se la mire rodar por la llanura. 

    Entonces, si del campo en el abrigo, 
a lo lejos, divisa el enemigo 
que asoma; prontamente 
vuela la turba fiera 
cuál si de arco tendido y prepotente 
flecha mortal con rapidez saliera. 
Y, en rápida carrera, 
suelta de su furor toda la brida, 
ataca con furiosa acometida 
al que postrarla con el dardo espera. 
Y si con la que esgrimes 
flecha sutil en tu nervuda diestra, 
del Jabalí las iras no reprimes; 
o, con balas siniestra, 
no el combate dirimes, 
sacándole, al momento, 
del roto vientre el corazón sangriento; 
la bestia embravecida, 
con frecuentes mordiscos desgarrado 
te dejará, y la vida 
perderás en el lance desgraciado. 

    No así en iras se inflama 
el Puerco-espín, del bosque en la espesura 
ni sus fueros reclama, 
de la violencia con la mano dura, 
con dientes vengadores 
destrozando a infelices cazadores: 
Animal, al que próvida Natura 
dióle de otros defensas la armadura. 
En su testa espinosa y arrogante 
una selva se yergue amenazante; 
y, de dardos henchida, 
va por el cuerpo todo difundida 
mies densa y abundante; 
de la que una porción --la más menuda, 
pero que causa espanto-- 
la piel del cuerpo escuda 
y la protege, cual si fuera un manto; 
mientras la otra, sañuda 
se levanta y crispada, 
más que astiles ligeros alargada; 
la que, frecuentemente, el espinoso 
cerdo agita y sacude, 
lanzándola con ímpetu furioso 
al enemigo que a atacarle acude. 

    La traza de esta bestia, por su horrura, 
la del cerdo recuerda, desde luego, 
y por el brillo intenso que fulgura 
en sus ojos, del fuego 
más vivo representa la figura. 
Y, en cuanto al delicado 
calcañar, del de un perro es fiel traslado; 
y de espina ceñido 
el cuerpo dilatado, 
tiene con una selva parecido. 

    Mas, de los ojos las ardientes llamas, 
y las boscosas ramas 
de la piel sacarás, si duro y terco 
con báculo nudoso 
pretendes golpear el horroroso 
hocico de este montesino puerco, 
que, en la grama florida, 
perderá sus furores y la vida. 
Pues que esta bestia fiera 
suele esquivar, en rápida carrera, 
de los molosos a la turba vaga; 
y de ella yendo a zaga, 
arrojándoles dardos muy certera, 
las carnosas espaldas les vulnera.

    Mas ya, de nuevo, al campo florecido 
por abundante grama, 
me convoca y solicito me llama 
el Ciervo que, salido 
de los bosques obscuros, 
va tras las aguas de regatos puros; 
de descarriada vía 
por quebrado senderos, 
de caudillo sirviéndoles y guía, 
llevando a sus cornudos compañeros. 

    Y he aquí que, ante tus ojos, ya presento
siete siervos de hermosa catadura; 
que, en longitud y altura, 
superan a un novillo corpulento; 
y que, con gentileza, 
ostentan de ramosa encornadura 
ceñida la cabeza; 
y ésta hacia atrás echando, 
van, con suma presteza, 
con los cuernos la cola acariciando. 

    De tiempo atrás, la turba enardecida 
de Venus en la hoguera, 
corre veloz --al viento parecida-- 
persiguiendo ligera, 
a través de la grama florecida, 
a la cierva que, ansiosa 
a los gemelos cuida 
de ella nacidos en la selva umbrosa; 
y a los cual, es radiantes de blancura, 
educa con solicita ternura. 

    A esta turba de hermosos animales 
privó naturaleza de letales 
armas; no defendiendo 
con duros dientes el hocico horrendo, 
ni con uñas corvadas los talones, 
ni los cuernos con ímpetu tremendo. 
Mas, si de tales dones 
la dejó despojada; con largueza 
dio a sus plantas extrema ligereza, 
que atrás deja a los raudos aquilones; 
y, en fuga acelerada, 
evita de la suerte desgraciada 
los reveses y negras aflicciones. 

    Por donde, sin con flecha 
aguda pretendieres derribada 
a la turba dejar que, satisfecha, 
va corriendo veloz por la llanada; 
impide a los molosos 
el que ladren y corran presurosos, 
para que no del bosque en los horrores 
esparzan a los ciervos voladores; 
y todos espantados, 
pronto abandonen los feroces prados. 
Para mayor seguridad, tu cuida, 
con matador acero, 
de quitarle la vida 
a la arrogante cierva; y todo entero 
el cornífero bando, 
una vez y otra vez, con tu certero 
rejón, herido estando, 
lo irás bajo tu imperio asegurando. 

    Pues que los machos, cuando ven tendida 
por certero flechazo, en la pradera, 
a la cierva de todos tan querida; 
no siguen adelante, su carrera 
dejando suspendida. 
Ni hay alguno que quiera 
grupas volver atrás, o que, vencida 
ya la cierva cuitada, 
en el prado la deje abandonada. 
Entonces, con certeros 
dardos, irás del bando 
cornífero y potente a los ligeros 
ciervos, uno tras otro, derribando. 
Y antes del cazador la mano acerba 
agotará las flechas en la aljaba; 
que de ciervos la brava 
y pujante caterva, 
abandone a la cierva
que yace herida en la llanura flava. 

    Empero, si advirtieras que, arrogante, 
por los abiertos ya nos va errante 
un ciervo, sin temer flecha enemiga; 
tras él corre, al instante, 
echando a tus mastines por delante; 
que, al fin, lo rendirán a la fatiga. 
Conociendo tu intento, 
el animal, en remos poderoso, 
dispárase violento, 
dejando atrás al rayo fragoroso, 
y los veloces ímpetus del viento; 
con su planta ligera 
midiendo la extensión de la pradera; 
y con ágiles saltos 
volando por encima la cimera 
de los arbustos altos; 
librándose, con rápida carrera, 
del asedio tenaz de los molosos 
que le siguen furiosos, 
pretendiendo oponerle una barrera.

    Más ya que la latrante 
turba pisando va por la llanura 
las huellas de los pies del ciervo errante; 
con apremio constante 
al fugitivo quebrantar procura. 
Y cuando de la rábida jauría 
(que ya se va acercando) 
se deja oír la ronca gritería, 
y del ciervo las corvas lacerando 
los canes van con mordedura impía; 
el ciervo, prontamente, 
rápido salto dando, 
librase de la boca, que furente 
lo acosa duramente; 
y. En su curso ligero, 
burlado deja al enemigo bando 
que trataba de hacerlo prisionero. 

    Mas, con tenaz porfía, 
de nuevo, por los campos anchurosos, 
insiste la jauría 
de los fieros molosos 
en perseguir al ciervo que, violento, 
volando va, más rápido que el viento. 
Y, una vez que cogido, 
lo tiene por las corvas delicadas, 
lo vence con furiosas dentelladas; 
dejándolo impedido 
de poder con ligera 
planta, seguir su rápida carrera.   

    Como cuando, en un tiempo, de frondoso 
árbol --prez de la loma-- 
el pájaro de Jove poderoso 
se arroja, con estruendo fragoroso, 
sobre el cuerpo de tímida paloma; 
y el ave delicada, 
temblando de pavura, 
azota con el ala desplegada 
del espacio la líquida llanura; 
y va y viene ligera, 
al vuelo de sus alas redoblando, 
por la cerúlea esfera 
mil caprichosos círculos trazando; 
y con doliente queja 
un asilo seguro demandando 
que del águila fiera la proteja; 
mas Jove el tremendo 
pájaro, su querella desoyendo, 
de su ala poderosa 
con el rápido vuelo más la acosa; 
y de su garra dura y agresiva 
con raudo golpe y fuerte, 
a una trágica su muerte 
condena a la paloma inofensiva; 
no de otra guisa y suerte, 
el de los perros escuadrón acerbo 
tras del cobarde ciervo 
va y dale alcance en su veloz huida; 
y en la boca teniéndole apresado, 
mediante cruda herida, 
le deja todo el cuerpo ensangrentado. 
El cazador entonces, prontamente, 
habiendo de la vaina ya sacado 
el hierro refulgente, 
sepúltalo en el pecho delicado 
del ciervo que, al morir, dobla la frente. 

    Mas, con fuerza mayor y viva fiebre 
quebrantará, a través de la pradera, 
a los molosos rábidos la Liebre, 
bastante conocida 
por ser insuperable en la carrera 
y, por demás, artera, 
para evadir de perros la embestida. 

    Hay un hermoso valle 
que va abriéndose paso y amplia calle 
por campos anchurosos, 
de gramíneo verdor siempre calmados; 
y siempre esplendorosos 
por estar de mil flores matizados; 
y de arroyos copiosos 
por incesantes aguas fecundando. 
Pero campos que, a causa de los vientos 
que allí siempre dominan; 
abaten del ganado los alientos, 
o con tórridos fuegos los calcinan. 
Y son tan numerosos las doradas 
liebres, que de estos campos las moradas 
visitan con frecuencia 
que hasta llegue a obligar la poderosa 
Dictina la creencia 
de que este valle mudo y sin testigo, 
de fieras alimañas es abrigo. 

    Con todo, disfrutar de los favores 
de la quietud ansiada, 
no dejan a la libre los clamores 
que levantan los perros ladradores 
que corren tras la presa codiciada. 
Porque de éstos el bando 
se empeña en ir solicitó buscando 
del rastro las señales, 
que van las liebres tras decidir dejando; 
de ellas en seguimiento, 
corriendo más veloz que el mismo viento; 
hasta que, al fin, con áspera mordida, 
a la presa desgarran aborrecida. 

    Apenas, sin embargo, con osado 
rictus se ufana la legión canina 
de haber, al fin, las corvas ya tocado 
de la liebre ladina; 
cuando ésta, con cabriola repentina, 
salta en contraria dirección, ligera, 
y más y más festina 
de sus ágiles remos la carrera, 
a través de los prados; 
dejando así de la mesnada fiera 
los designios maléficos burlados. 
Con saltos redoblados 
nuevamente, después, se extralimita; 
y al escuadrón de perros azuzados, 
una vez y otra vez, turba y agita; 
y su rabia desprecia, 
y de vencerla la esperanza necia. 
Hasta que ya rendida, 
no pudiendo seguir más adelante; 
cede al furor del escuadrón latrante, 
quedando a su dominio sometida.

    Con todo, los peligros inminentes, 
de que escapan con planta muy ligera 
las liebres y los siervos eminentes; 
y aún la acechanza artera 
y del propio enemigo el fiero encono; 
burla hagas el Mono, 
que presta honor y gloria a la pradera; 
y que en el bosque impera, 
tal como un rey, desde su excelso trono; 
por su agudeza y mañas, 
siendo pres de las fieras alimañas. 
El cual, todo su cuerpo nos presenta 
ceñido de negruzca vestimenta; 
y los miembros tocados 
con velos de cabellos desgreñados; 
y ni el vientre copioso 
ni a las piernas y brazos delicados 
falta el pelo copioso 
de fúnebre color; cuyos vellones 
la cabeza y riñones 
también cubren livianos; 
lo mismo que el semblante y que las manos. 

    Mas si, prodiga en dones 
ceñida de ancho lago por el agua, 
la apacible región de Nicaragua 
te diere, como eximio 
regalo y grande premio, 
algún grotesco Simio 
de los que nutre en su fecundo gremio; 
será rico presente 
que debes aceptar; pues, ciertamente, 
muy otra es la figura 
de este simio, en un todo, diferente 
a los demás de su legión; pues lleno 
de nítida blancura, 
que el ampo imita de la nieve pura, 
el vientre lleva y dilatado seno, 
y también la chistosa catadura. 

    Tal bestia, empero, fuera 
de la humana figura fiel traslado 
y copia verdadera; 
a no ser por el rabo que, en ingente 
curva hacia atrás echado, 
de forma torpemente 
los miembros de su cuerpo delicado. 

    Con todo, muchos de estos animales 
alcanzan estaturas colosales; 
a tal grado, que creas, 
si has de tomar en cuenta sus tamaños, 
que tiene a la vista, de diez años 
un etíope de formas giganteas, 
en fuerzas poderoso, 
y dotado de aliento vigoroso; 
y sobre esto, el más apto
(si ha de crédito darse a pareceres 
de algunos) para el rapto 
que consumen a veces, y es exacto, 
en casadas y frágiles mujeres. 

    Empero, sin Natura 
anduvo parca al conceder al simio 
el don de la hermosura; 
prodiga, en cambio, lo adornó de eximio 
ingenio; tan agudo y delicado, 
que pueda fácilmente 
la astucia superar del afamado 
Castor, que es sorprendente; 
y con los chistes de que está dotado, 
burlarse impunemente 
del vulgo en los boscajes encerrado. 
Así que, a veces, lo verás colgado, 
por la cola, de un álamo eminente, 
cuando a tomar el sol sale tranquilo 
indiano Cocodrilo, 
cabe la orilla del fluvial corriente; 
y mostrar especial contentamiento 
en burlarse con risa estrepitosa 
del animal hambriento, 
que gana de comer siente furia.

    Pues que, apenas del álamo frondoso 
ha empezado a poner el movimiento 
las rumorosas ramas el doloso 
simio; cuando, al momento, 
la fiera, conmovida 
por el furor del vientre clamoroso, 
que le pide comida, 
saca los dientes por la boca hendida; 
y procura ardoroso 
festinar la captura del gracioso. 

    Mas el mono avisado, 
una caída trágica fingiendo, 
del álamo se arroja apresurado, 
círculos por el aire describiendo; 
cual sí ya fuese, con audacia loca, 
del animal horrendo 
a deslizarse por la abierta boca: 
La que luego clausura 
el lagarto famélico, creyendo 
que ya, bajo su férrea dentadura, 
la presa cautivada está segura; 
en tanto que, del álamo inminente 
suspenso por la cola al cuadrumano, 
se le ve sonriente 
burlarse del insano 
por del monstruo, y del intento vano 
que pretendió con su terrible diente. 

    A poco, por segunda 
vez, con engaño acude a la tarea 
de otro colapso rápido, y chasquea 
nuevamente a la vez de a furibunda, 
que en vano se fatiga y forcejea; 
hasta que ya el bravío 
furor de sus entrañas apagando 
y al simio despreciando; 
en las ondas sepultase del río. 

    Por tanto, es conveniente 
que de insidias sutiles hechos mano, 
cuantas veces pretendas hábilmente 
burlarte de un cautivo cuadrumano. 

    Porque éste, protegido 
estando siempre por el bosque denso; 
colgado y suspendido 
de árbol gigante, y con el rabo tenso, 
va, de uno en otro tronco, 
ágil saltando con empuje bronco; 
yendo astuto por toda la llanura, 
con brincos muy ligeros, 
evitando la rígida clausura 
de redes y el rigor de los aceros. 
Pero sí planes trazas 
para los monos cautivar ligeros, 
te los darán arteros 
dos (carentes de vientre) calabazas; 
y jocosos engaños, 
que a risa muevan y no causen daños. 
 
    Ya por el sol secadas,
y la parte superior, rasgadas 
con pequeña abertura, 
llévalas, y que queden colocadas 
cerca las lindes de la selva obscura; 
lugar a donde llegan, 
como a sus propias sedes y mansiones, 
y en ellas se congregan, 
de simios incontables batallones; 
y, con hábiles manos, 
de aquellas en el fondo va metiendo 
de trigo candeal algunos granos, 
y también piedrecillas 
que, de fluvial corriente en las orillas, 
hayas ido solicito cogiendo; 
y que produzcan pavoroso estruendo 
que eco sonoro encuentre, 
al sacudirlas en seco vientre. 

    El mono (que haya agrado 
en explorarlo todo con cuidad), 
dejada allá la altura 
del espeso y frondífero arbolado, 
se desata veloz por la llanura; 
y ya a ésta calabaza codicioso 
examinar procura; 
o bien, con bien nervioso 
a esotra la sacude y la tortura; 
y, con oído atento, 
aun del trigo percibe el movimiento. 
Y con brega incesante 
y poderoso esfuerzo de las manos, 
rasgar pretende el vientre resonante, 
y adueñarse poder de sus arcanos; 
y observar, a la vez, muy cuidadoso, 
atento y prevenido, 
cuál el origen principal ha sido 
del ruido clamoroso 
en el fondo del vientre producido. 

    Después, dentro del vaso, y por el aire 
los brazos extendiendo con donaire, 
el simio con sus manos 
rápidas se apodera prontamente 
de los floridos y crujientes ramos. 
Y cuando ya ha cogido con potente 
mano los tiene; con empeños rudos 
después, frecuentemente, 
lucha por arrancar del seno ingente, 
aun del trigo los trozos más menudos. 
Y la mano del simio enriquecida 
por la copia profusa 
de los granillos que robó atrevida, 
se opone y se rehúsa 
a abandonar la calabaza hendida 
que, a través de pequeña 
ranura, la hace dueña 
de muy copiosa y sápida comida. 

    Más, aunque apriete y vigorosa oprima 
la calabaza prima 
convoca angosta la derecha a mano 
del faceto tu animal; éste, liviano, 
sin olvidarse de sus viejas mañas, 
que en todo caso muestra; 
escudriña sagaz, con la siniestra, 
de la otra calabaza las entrañas. 
Y, otra vez, se apodera muy ufano 
de los granados frutos, 
y de la calabaza los astutos 
bordes retornan a estorbar la mano. 
Y por entrambos codos ya ceñido, 
pretende el mono, con empeño vano, 
dar las espaldas y eludirlo liviano 
la trampa artera en que se ve cogido. 
Y no abate, con todo, el comprimido 
lomo por la clausura, 
que lo tiene, por fuerza, retenido; 
aunque presa segura 
ofrezca a los dolosos 
ardides de los rábidos molosos: 
¡Tan grande es el empeño 
que tiene de robar el insaciable 
mono, y el detestable 
afán de verse de lo hurtado dueño! 

    Ya una vez cautivado, 
con rapidez el cazador procura 
en palmas conducirlo, y el costado 
con fuerte ligadura 
todo en rededor ceñirle, y encerrado 
dejarle, al fin, en cavidad obscura; 
por más que, embravecido, 
lamente, con horrísono rugido, 
de la cárcel estrecha la clausura; 
y la astucia y engaños 
que hanle causado tan terribles daños.

     Pero, también, el cazador prudente 
cuidado tiene de que, no cegado 
el simio por la cólera, furente 
vaya a ceñirle el cuello delicado, 
con el anillo de su cola ingente; 
pues que de hacerlo así, con despiadado 
nudo, a manera de drogar que espanta, 
dejar la ceñida 
y bien ligada, en torno, la garganta; 
por donde, comprimida 
por tan dura presión y fuerza tanta 
ya que de sin alientos y sin vida. 

    Pero si el duro cazador ansía 
con férvidos anhelos 
a las madres burlar, que de su cría 
cuidado tienen o, con mano impía, 
pretende arrebatarle sus hijuelos, 
a los que tierna y pía 
en su regazo maternal ampara; 
entonces con solicita porfía 
secos leños prepara; 
y con mucho ramaje, desde luego, 
alza una hoguera de ardoroso fuego; 
cuyo centro, cercado 
por ígneo torbellino, que rechaza 
a muchos de su lado, 
lo ocupa, con su vientre desgarrado 
y abundante, fecunda calabaza. 

    Y por el crudo frío torturado 
el simio, desde luego, 
de la vívida hoguera acude al lado; 
y, en derredor del fuego 
que se desata en tórridos vellones, 
que por el aire ondulan, 
es deber cual circulan 
de padres y de madres las legiones; 
junto con los livianos 
jóvenes y decrépitos ancianos; 
y a los pequeños que, por ser de corta 
edad frutos tempranos, 
en sus hombros la madre lo soporta.  
Todos muéstranse ufanos 
por haber expulsado de sus miembros 
a los fríos tenaces y tiranos. 

    Mas, apenas la turba placentera 
empieza a disfrutar, cabe la hoguera 
candente, del calor apetecido 
que tanto la solaza; 
cuando, súbito se oye un estallido, 
como de nube rota, producido 
por explotado a ver la calabaza. 

    Entonces, de temor sobrecogida 
la turba nemorosa, 
por las ramas del bosque y la torcida 
llanura se desliza presurosa; 
atónitos, en medio de los prados, 
a sus hijos dejando abandonados. 
Y a los que, llenos de mortal pavura, 
mas ya de sombras densas ya libertados, 
el cazador recoge con presura, 
y los deja encerrados 
de lóbrega prisión en la clausura. 






     

No hay comentarios: