miércoles, 6 de diciembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro XI, Los rebaños; transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila 


LIBRO XI

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

LOS REBAÑOS


Armentis sociare greges per rura vagantes,
Lanigerumque pecus, caprasque haedosque petulcos,
Atque saginatos aurato germine porcas
Musa jubet-----------------------------
Rusticatio Mexicana, libro XI.


Juntar a los ganados 
las greyes, errabundas por los prados 
de lanudos corderos baladores, 
y cabras y cabritos triscadores 
y cerdos bien cebados 
de rica mies con gérmenes dorados; 
hoy manda la del Pindo 
alta deidad, ante la cual me rindo. 
Mas antes de que, fiel a sus consejos, 
me entregue a estas bucólicas tareas,
¡salid, Ninfas, de aquí, salid muy lejos! 
y ¡vosotras, también, salid, Mapeas! 
Que yo no necesito, 
ni para nada quiero 
dardos mortales de brillante acero; 
como, tampoco, cebos solicito, 
ni lazos que, tras césped traicionero, 
encubiertos estén y recatados; 
yo, para mis labores, 
me valdré solamente de pastores 
diestros; y a los ganados 
que vagan por los campos anchurosos, 
llevaré del aprisco a los cercados, 
con la ayuda eficaz de los molosos; 
a cuya vista, escapan temerosos 
los fieros animales en los prados. 

    ¡Oh caprípedo Pan!: que de tu avena 
menalia con la placida ternura 
llevando vas por la campiña amena 
y laberintos de la selva obscura 
a rebaños inmensos 
que oyen tu voz absortos y suspensos; 
y que, con los dulzores 
que se derraman de tu agreste de canto, 
de citados pastores 
melificas las penas y dolores, 
llenando su alma de inefable encanto; 
de tu rabel sonante 
con las dulces y plácidas canciones, 
de mis ojos presenta por delante, 
de ganados las múltiples legiones; 
y a los pastores, de tu voz amiga 
llamados por las blandas vibraciones, 
a que me den a conocer, obligas, 
las del ganado varias condiciones. 
Que si tal beneficio 
me concedes, rendido ante tus plantas, 
y por encima de tus aras santas, 
yo mismo, el sacrificio 
te ofreceré de siete recentales, 
robados a las ubres maternales. 

    No a todo satisface 
contemplar, a veces de los potreros, 
al ganado que pace; 
como, tampoco, percibir les place 
la grita que levantan los boyeros. 
Que unos tienen la idea 
sólo de consagrarse con apaños 
a la fácil tarea 
de trasquilar ovejas de dos años. 
Otros, por el contrario, en cocineros 
trocados, con ayuda de saleros 
profusos, son amantes 
de preparar adobos exquisitos 
con la pulpa quitada a los cabritos 
que por los altozanos van errantes; 
o bien, la rigidez de la caprina 
piel suavizan con varia medicina. 
Mientras otros, con próvidos acuerdos, 
tan sólo cuidan de engordar los cerdos, 
y prevenirse cautos 
con carne de estos pingües animales, 
para, más tarde, regalar con lautos 
banquetes a selectos comensales. 

    Los predios oportunos 
que destinan los ricos hacendados 
para que en ellos puedan ovejunos 
rebaños ser criados, 
están --por todas partes-- de llanuras 
extensas rodeados, 
y cubiertos de gráciles pasturas 
y grama en profusión; siendo bañados 
que las corrientes puras d
e numerosos ríos 
con cuyos sorbos fríos 
los sedientos se sienten aliviados. 
Estos predios, con todo, sombreados 
están por bosques densos y sombríos, 
y por las cabelleras 
abundosas y finas 
de gigantes encinas, 
que, en los campos se yerguen altaneras .... 

    Y aun cuando el ovejuno 
ganado, en las prisiones 
no se haya visto de redil alguno 
y haga sus excursiones 
por el abierto llano, 
espaciándose libre y soberano; 
con todo, precauciones 
toma cauto el pastor y se asegura; 
y aguijando a los fieles escuadrones 
de mastines que le hacen compañía, 
hasta las sombras de la selva oscura 
de las ovejas los rebaños guía; 
ora ya Febo con la sublime altura 
del cielo prenda fulgurante hoguera, 
o bien, de lluvia con tenaz porfía, 
Saturnio azote la feraz pradera. 

    De tres socios, después, acompañado, 
al errante ganado 
adhiérese el pastor con ufanía; 
y de noche y de día 
emprendiendo camino prolongado,, 
seguro y sin afanes, 
a las ovejas guía 
al escuadrón de vigilantes canes. 

    Apenas, con solicito cuidado 
y de tajante a cero con la ayuda, 
el rabadán que cuida del ganado 
ha de blancos vellones despojado 
los costillares de la grey lanuda; 
cuando, súbitamente, 
saca de las prisiones 
estrechas del redil, los escuadrones 
de ganado al patente 
campo; y, tomando serias precauciones, 
con paso negligente 
caminando caminatas emprende 
prolongadas por los ricos llanuras, abrazadas 
del fiero Cancro por el soplo ardiente; 
mirando con desvío 
los campos yertos por el crudo frío. 

    Va el lanígero bando 
por las vastas llanuras caminando, 
sin que pueda mezclarse los corderos 
con sus padres severos, 
ni manchar en parejas 
con sus maridos fieles las ovejas. 
Y, de entre los zagales, 
unos guiando van por los potreros 
a los ya trasquilados recentales; 
otros, a los carneros 
conducen por la parte en que el ardiente 
son rápido camina, 
para ocultar su lumbre mortecina 
en los remotos mares de Occidente. 
Y del rústico bando 
otros hay que, por tierras del Levante, 
con afán incesante 
a los castrados van pastoreando; 
y otros también, que llevan por delante 
de sí, por la extensión de la llanura, 
de corderuelos a la grey balante. 

    ¡Y es deber cómo quedan de blancura 
deslumbradora henchidos 
los anchurosos prados, 
por los hatos en ellos esparcidos, 
y los vientos poblados 
de ovejas por los trémulos balidos! 

    Mas que los ganados, 
en apretadas la haces, por los prados 
van discurriendo perezosamente; 
la turba de pastores, con cayados 
aguija al negligente 
grupo veloz carneros rezagados; 
y a ovejas y corderos, 
con amena amenaza de castigo fieros; 
para que de unas y otras las catervas 
que, en el campo florido, 
se van nutriendo de fecundas yerbas, 
prosigan el camino interrumpido; 
y ya, con paso, igual se unan al bando 
que, con planta ligera, 
va a través de los campos caminando, 
sosteniendo tenaz la delantera. 
Salvo, que, cautamente, 
para evitar del sol el fuego ardiente, 
el pastor, con solicito cuidado, 
del bosque a la espesura 
lleve todo el ganado, 
a que del arbolado 
se detenga a gozar de la frescura. 

    Mas del fresno ninguno, sombra amiga 
y plácidos frescores 
a los ardientes tálamos prodiga 
en que están los ganados baladores; 
toda la grey (que acata, desde luego, 
del pastor el mandato, que la obliga 
a que goce de plácido sosiego) 
detiénese; y la liga 
del disperso ganado, 
queda trocada en círculo cerrado; 
con el fin evidente
de que puedan las leyes errabundas 
ponerse a salvo de que el sol ardiente 
las hiera con sus flechas iracundas; 
y de que para sí busquen, sagaces, 
las lanígeras haces 
mutuo amparo y seguros lenitivos, 
contra los fuegos vivos 
que del horno solar surgen voraces. 
Y, Por esta razón, van con destreza 
ya de uno y otro bando 
ovejas y corderos, la cabeza 
al amparo del vientre colocando; 
pero, incautos, dejando 
sin defensa posible y sin abrigos, 
las espaldas, que, siguen soportando 
de ígneo Titán los dardos enemigos. 

    Mas ya que de las cimas elevadas 
de los montes descienden con presura 
las sombras silenciosas y calladas; 
y cuando ya la obscura, 
lóbrega noche a la terráquea esfera 
a velar con tinieblas se apresura; 
al punto el rabadán, que en la pradera 
toda labor preside, 
a las greyes errantes les impide 
seguir más adelante en la carrera; 
y en medio de los prados 
manda que se detengan los ganados, 
y entreguen, desde luego, 
sus miembros fatigados 
al del sueño pacífico sosiego. 

    Entonces, ya de afanes libre, 
toda la grey queda callada 
y también los pastores y los canes; 
y la turba inclinada, 
lánguida se recuesta 
en los lechos que brinda la floresta. 
Hasta que a la durmiente; 
tranquila turba, con furgón risueño 
venga a sacar del soporoso sueño 
la luz del sol que asoma por oriente. 

    Mas, prudente el pastor, antes que extienda 
sus miembros fatigados 
sobre el césped mutilado de los prados; 
o bien, que los defienda 
bajo la sombra de una encina obscura; 
solicitó procura
de carne repartir blandos fragmentos 
entre los canes flácidos y hambrientos, 
para el hambre calmar que los tortura 
y la gana furiosa 
que de comer, sin tasa, les acosa.

    Súbito la caterva 
fiel de perros --orgullo de su raza-- 
del campo se difunde por la yerba, 
y ciñe con intrépida coraza 
al durmiente ganado; 
del que pronto rechaza, 
con rictus enconado; 
de cualquier enemigo la amenaza. 


    Para sí, entonces, el pastor despliega, 
en medio de la vega, 
amplió Toldo de juncos adornado; 
y en la grama tumbado, 
a disfrutar su entrega 
las delicias de su sueño sosegado, 
en parte interrumpido 
del pecho por el áspero ronquido. 

    Mas si en las sombras de la noche obscura 
un ladrón embozado 
pretendiese quizá, con mano dura, 
sustraer el ganado; 
o salido, poco ha, de la espesura 
del monte lobo hambriento, 
amenazare airado 
con hacer en la grey duro escarmiento; 
al punto, con ladrido resonante, 
de mastines la turba vigilante 
se apresta de la guerra a los furores,
 a las ramas, llamando a los pastores. 

    Estos ya despertados 
del sueño, por los canes ladradores, 
del campo en que dormidos 
estaban, se levantan azorados; 
y a combatir se lanzan decididos 
en pro de sus ganados; 
a los que van en torno protegiendo, 
ora ya de los rústicos estrados 
los céspedes moviendo; 
o rápida la planta conduciendo 
hasta la selva densa, 
en que prestan los árboles defensa; 
o al trashumante bando 
con candela, fumígera alumbrando, 
hasta que el atrevido 
ladrón quede del campo removido. 

    En tanto, con saetas inflamadas 
blanda Venus dardea 
las pecuarias manadas; 
y los pechos caldea 
con llamas sí ligeras, muy tenaces, 
de pujante carnero y procaces 
ovejas, que se agitan, 
y con furia al amor se precipitan; 
con tumulto espantoso 
turbando de los campos el reposo. 

    Entonces, prontamente, ya del grupo 
apartado, extraído los carneros, 
(a quienes la honra cupo 
de en fuerza y juventud son los primeros); 
los pastores se gozan 
en mezclarlos a ovejas que retozan; 
cuyas mixtas parejas 
conducen, a través de las campañas, 
hasta que las ovejas 
ya muestran fecundadas las entrañas. 


    Mas ya que su viaje ha terminado 
por todas las llanuras del ganado; 
y cuando ya, debajo de la esfera 
calurosa, ha llegado 
a la fértil pradera 
en que pasto prolífico ha brotado 
por los rayos de un sol de primavera; 
y en la que numerosos 
árboles hay, que elevan orgullosos 
de sus hojas obscuras la cimera; 
va, desde luego, con asiduo diente 
haciendo enorme gasto 
en los gramales de abundoso pasto,
 que le brinda la vega floreciente; 
y el cuerpo todo basto 
--merced a la pastura-- 
lo deja revestido de grosura. 

    Cada oveja, después, ya con las tetas 
de leche bien repletas, 
saca de sus entrañas maternales 
a los de ellas nacidos 
tierno y delicados recentales 
--donde para la grey harto queridos-- 
que, por la sangre, nombres conocidos 
obtengan entre todos los mortales; 
siendo, por años y años, 
honra y prez de lanígeros rebaños. 


    Mas luego que en el vientre desgarrado 
han las tiernas ovejas recibido 
las verdes gramas del florido prado,
y, una vez, que nutrido, 
han con ella sus pechos, 
y dejado tendido 
el cuerpo frágil sobre muelles lechos; 
creyeras, enseguida, 
tal escena mirando, 
irse de las ovejas a la vida 
la fatídica muerte adelantando; 
y que aquellas, del viento en la guarida 
misteriosa y obscura, 
más bien están cavando 
para sus hijos tristes sepultura, 
que confortable lecho preparando. 
¡Las fuerzas, a tal grado, abandonan el cuerpo delicado! ...

    Mas sin tenerlo o deshonor ni a mengua, 
antes bien, con solícitos cuidados, 
va la madre lamiendo con la lengua 
los de su prole miembros delicados; 
que, cuando languidecen, 
inclinándose al suelo desmayados, 
se reparan muy pronto y endurecen; 
por el soplo de céfiro ligero; 
hasta que, al fin, con planta 
vigorosa el cordero 
en medio de los campos se levanta; 
y, al instante, ligero 
con tembloroso cuerpo se adelanta 
a buscar la de las ubres el venero. 
Y en tierra las rodillas doblegando 
y, lleno de ufanía, 
con frecuencia la cola meneando, 
va, con tenaz porfía 
y labio comprimido, pero blando, 
extrayendo raudales 
lechosos de las pobres maternales.

    Lentamente después, va, del potrero 
moviendo por encima los gramales, 
sus encorvadas piernas el cordero; 
y, al ir por la llanura, 
discurriendo con paso sosegado, 
el vigor de sus fuerzas asegura; 
hasta poder, osado, 
ya, con saltos menudos y ligeros, 
las gramas abatir del verde prado, 
y triscar con sus otros compañeros. 

    Empero, si en mitad de la llanura, 
y caminata siendo prolongada, 
del parto ya se viere en la estrechura 
la oveja delicada; 
y diere a luz, del campo en los gramales; 
dos cándidos y tiernos recentales; 
el rústico labriego 
en sus brazos fornidos 
acoge, desde luego, 
y apoyo ofrece a los recién nacidos; 
o bien, joven honesta 
en su blando regazo, pudibunda 
grato albergue les presta; 
cuya labor secunda 
de jóvenes pastores el lucido 
grupo que la acompaña, 
a la consorte fiel que, en la campaña, 
acostumbra a seguir a su marido; 
hasta que al cabo, la recién nacida 
prole fuerzas obtenga, 
y. plena ya de vigorosa vida, 
en la vega florida 
con intrépida planta se sostenga; 
y vaya caminando 
en pos de las ovejas errabundas 
que, tras si, van dejando 
las huellas de su tránsito profundas.   

    Más adelante, cuando
peste violenta, en forma de epidemia, 
dura acosa y apremia 
al ovejuno bando, 
en sus miembros mil perdidas causando; 
del escuadrón incólume, al instante,
el pastor vigilante 
separa los ganados, 
y a sitio más seguro los conduce; 
y a los que están tocados 
de fiebre o duramente lesionados, 
prudente y cauteloso, los reduce 
a que vivan sujetos 
de anchurosos corrales tras los setos; 
a donde, sin ninguna 
oposición, al punto se repliegan 
los que la grey integran ovejuna; 
pues que ahí se congregan, 
en apretados grupos fraternales, 
las ovejas y tiernos recentales, 
junto con los capones 
imbeles, los carneros retozones. 

    El rústico aldeano 
trocado, desde luego, en cirujano, 
va de lienzos sencillos 
con vendas apropiadas 
ciñendo de los tiernos corderillos 
las vacilantes piernas delicadas; 
o bien, de las heridas infectadas 
de las ovejas, saca gusanillos; 
y sagaz adaptando 
de malvas y tomillos 
suave fomento y lenitivo blando, 
a las leyes enfermas va curando.  

    Empero, si la oveja delicada 
a su cordero cría 
con leche inficionada 
por el aliento de la peste impía, 
o, enferma, ve agotada 
de sus fecundas ubres la ambrosía, 
y triste y macilenta, 
ya no a sus tiernos hijos alimenta; 
el pastor, reteniendo en el cercado 
a la oveja enfermiza, 
deja el débil cordero confiado 
a robusta nodriza, 
que de nutrirlo bien tenga cuidado. 

    Nodriza, a la que luego 
asegura solicito el labriego; 
y al de sus pechos manantial fecundo 
de néctar regalado, 
deja el labio pegado 
del cordero balante y sitibundo. 
Al que, una vez nutrido 
con leche confortante, 
ya como a hijo querido, 
lo reconoce la nodriza amante. Y el pastor vigilante, 
cuando ve que el cordero ya ha adquirido 
fuerza y vigor pujante; 
sin demoras ni plazos, 
de su madre retórnalo a los brazos. 

    En tanto, la riente primavera 
con flores renovadas 
y abundantes matizan la pradera; 
y con alegres parvadas 
zagales y pastoras recatadas, 
con las cienes ceñidas 
de refulgentes rosas, 
a través de las vegas florecidas, 
van concertando danzas jubilosas.  

    Entonces el pastor, por vez segunda, 
a la grey errabunda 
de los pingues ganados 
conduce por los fértiles sembrados; 
y, habiendo lentamente recorrido 
el sendero florido, 
y en él prudentes estaciones hecho; 
al ganado esparcido 
pone a la sombra de abrigado techo; 
para, después, ufano, 
teniéndole del cerco en las prisiones, 
ir, con experta mano, 
quitándole de lana los vellones.

    Mas, antes de entregarse a la faena 
de trasquilar, los rústicos peones; 
el amo rico ordena 
numerar las lanígeras legiones, 
sacando una decena 
del acervo común, como tributo 
que a la iglesia se pague prontamente, 
por el copioso fruto 
que se obtuvo de aquellas; e, igualmente, 
manda que los zagales 
saquen de sus prisiones 
a otros diez recentales 
que --como justo premio y galardones 
por los grandes trabajos soportados-- 
se den al mayoral de los ganados. 

    De éste mismo, después, las superiores 
órdenes acatando, 
van en sendos apriscos los pastores 
a sus greyes guardando, 
y del predio buscando 
siempre el abrigo y techos protectores. 
Y súbito, la alegre muchedumbre 
de jóvenes armadas de tijeras, 
según uso y costumbre, 
ata y derriba al suelo a las terneras 
que llevan de vivir dos primaveras.
Y, desde luego, ufana, 
a los costados de la grey menuda 
roba vellones de rizada lana, 
como también el espaldar desnuda 
del nevado primor que lo engalana. 

    Tras esto, los peones 
juveniles acervan 
de lato tronchada lana los vellones; 
y astutos los conservan, 
para, después, sacarlos en porciones 
ocultas de su casa en las mansiones; 
con la mente e idea 
de que, cuando del predio el propietario 
ya obligado se vea 
a cubrir de cada uno la tarea 
con el justo salario  
que en rigor se le debe; en numerario 
pague tantos doblones, 
cuántos son de la lana los vellones. 

    Mas cuando los pastores 
se entregan con afán a estas labores 
de trasquilar ovejas y corderos; 
gózanse los carneros 
en provocar de guerra los furores 
entre sus compañeros; 
empeñando reñidos 
combates, con los cuernos retorcidos. 

    Cada cual de los fieros gladiadores 
finas armas consigo 
aportando, provoca a su enemigo; 
y dentro los corrales 
en que vive encerrado, 
con ataques frecuentes y mortales 
lo acosa, hasta rendirlo fatigado. 
Porque retrogradando 
uno y otro carnero combatiente, 
y los dos simulando 
esquivar el ataque; en rabia ardiente 
encendidos, de súbito, volando 
van con flechas sutiles, 
y se topan con ímpetus hostiles 
las duras frentes entre sí juntando. 
A poco, nuevamente, 
reculando los dos sobre la arena 
extendida; con ímpetu furente 
renuevan de atacarse la faena 
cual fieros enemigos 
sin cesar infligiéndose castigo. 

    Y la próxima selva, en tanto, suena 
con estridor violento; 
y, con tan duros golpes, treme el viento 
a través de la bóveda serena. 
Mas, pronto los pastores 
reprimen los combates con aceros; 
y con dura tenaza los furores 
sofocan de los rábidos carneros luego. 

    Luego que ya la turba clamorosa 
tranquila los ganados; 
al momento, (los padres separados), 
procura cuidadosa 
vayan con la oveja (numerosa 
densa legión) los machos enlazados; 
aquellos que, en un tiempo, ya castrados 
dejó el pastor prudente, 
para en ricos manjares ser trocados; 
y que hora, de contino, 
los tiene en el corral bien engordados, 
y les muestra el camino 
astuta cabra de pelaje fino. 

    Empero ya contemplo la llanura 
vestirse de blancura, 
por las cabras que en ella van errando; 
y cómo va el barbudo 
rebaño, del menudo 
césped las verdes hojas despuntando! ... 

    El campo, con horrura 
mira los escuadrones 
que se presentan llenos de manchones, 
y a los que con pintura 
varia tiñe en la pródiga natura. 
Porque, cuando la calma placentera 
de la noche callada, 
rápida se apodera 
de la ovejuna grey, que está cansada; 
y a dormir la persuade 
el tranquilo silencio que la invade; 
las pieles del rebaño retenidas 
en diversos colores, 
sacuden a las greyes sumergidas 
de pánico terror en los horrores; 
y de los ricos fundos 
a través de los sotos protectores, 
los hatos errabundos 
se esparcen por doquiera triscadores. 

    Por lo cual, el pastor, de la llanura 
toda mancha elimina con presura; 
y alegre y confiado, 
conduce su ganado 
que supera del cisne la blancura; 
haciendo que convierta en nieve pura 
la verde grama del florido prado. 
Como en níveas escarchas suele, a veces, 
vestirse la pradera, 
y emitir argentadas brillanteces, 
que le dan duradera 
e inagotable luz; así, con creces, 
por las cabras nevadas 
quedan todas las vegas plateadas. 

    Empero, cuando --va según costumbre-- 
a través de las yerbas olorosas, 
la de cabras inquieta muchedumbre, 
y en las vegas herbosas 
con pastos oportunos 
ya mitiga el rigor de sus ayunos; 
y libre se pasea 
por el campo y el monte que negrea; 
se alza, después, con brío, 
de los pies con la punta, y va trochando 
las verdes hojas del boscaje umbrío; 
o, con salto bravío, 
de las viejas encinas ocupando 
la alta copa; o buscando 
para matar la red sin fresco frío. 

    Empero, en rabadán que, a su cuidado, 
tiene la grey lanuda, 
fácilmente la esparce por el prado, 
de sus fieles mastines con la ayuda; 
y obliga con porfías 
duras y resistentes al ganado 
lanar, todos los días, 
a que emprenda camino prolongado. 

    Mas, cuando de Titán la lumbre pura, 
en su carro dorado 
ya no recorre la celeste altura; 
y la noche, cerrada y muy obscura, 
en densa lobreguez, sume al ganado; 
el mayoral que impera 
en el campo, al instante, 
manda a la grey errante 
que se detenga en su veloz carrera; 
y con frondas recoge el devorante 
fuego, que fue extraído 
de las venas y pecho endurecido 
del recio pedernal; con el que, ahora, 
en medio a la pradera, 
alza pujante y colosal hoguera 
que sube por los aires triunfadora! ... 

    Tras esto, prontamente, 
toda la grey en torno se derrama 
de la hoguera potente, 
que está lanzando crepitante llama; 
y quieta y mansamente, 
ya sin temor, sobre el haber de grama 
se recuesta el ganado, 
y disfruta de sueños sosegado. 

    Pero sí de las nubes, roto el seno, 
flechado sale el rayo, y va con saña 
el velo desgarrado del sereno 
polo, que en luz se baña; 
y por la voz del fragoroso trueno 
que aturde a la montaña, 
el antro que, del bosque en la maraña 
se oculta queda, de terrores lleno; 
de súbito terror sobrecogida 
la caprina legión, por la anchurosa 
vega marcha esparcida; 
y temerosa de perder la vida, 
con planta presurosa 
va a ocultarse en la selva silenciosa. 
Y no tiene el pastor fuerza bastante, 
ni de perros la turba vigilante, 
para el acelerado 
curso impedir del tímido ganado, 
que va huyendo del rayo detonante. 
Del campo el ancho seno 
queda de horror y de tumultos lleno; 
en tanto que el cuitado 
pastor acosa torcedor cuidado, 
oyendo retumbar el ronco trueno. 

    Mas cuando ya a las cosas el perdido 
color, restituido 
ha, de nuevo, la lumbre placentera; 
entonces, ingenioso 
va el pastor con sutil gamitadera 
turbando de los vientos del reposo; 
y con la plañidera voz 
del típico cuerno fragoroso, 
atruena la llanura 
vasta y los senos de la selva obscura; 
con el fin de que, oyendo los clamores 
que del cuerno han salido, 
las cabras y las chivas triscadoras 
tornen al verde prado conocido, 
y el disperso escuadrón quede reunido. 
No de otra suerte, ni por otra vía, 
valiente capitán, con resonante 
trompeta, al campamento llamaría 
a la legión errante 
de sus pávidas tropas, las que, un día, 
en bélica porfía, 
rotas quedaron por rival pujante. 

    Una vez que la turba de pastores 
activa ha terminado 
tantas arduas labores, 
a costa de fatigas y sudores; 
con el cayado obliga 
nuevamente al ganado 
lanar, a que prosiga 
la ruta del camino comenzado. 
Y manda, desde luego, 
que el escuadrón lanígero, inflamado 
de Venus por el fuego, 
quede con otro igual encadenado; 
y que también, con bríos, 
unidos vayan cabras y cabríos; 
de cuyo maridaje 
brote después barbífero linaje. 

    Los pastores, con todo, cuando errando 
se les ve por las vegas amorosas; 
van de la verde palma cercenando 
las crenchas abundosas; 
y de éstas, con destreza,  
innúmeros cordeles van formando 
--maguer suda del árbol la corteza--; 
con cuyas ligaduras 
más tarde seguirán el cuerpo blando 
de las crías futuras 
que las cabras y hirsutas vayan dando. 

    Empero, apenas en la grey caprina 
el parto de la alguna hembra se avecina, 
de su seno ya viéndose pendiente; 
cuando, dentro de las cercas espinosas, 
el pastor diligente 
va encerrando las gramas abundosas; 
y clava fuertemente 
de aquellas en el fondo, 
robusto palo y, a la vez, redondo. 

    Después, ya que el ganado 
torpe, con muy feliz alumbramiento 
al feto que ha engendrado 
sácalo lleno de vital alimento, 
y lo deja fiado 
a las caricias placidas del viento; 
de un madero con cables bien acida 
deja a la cabra de robusta mole, 
en unión de la prole, 
a la que acaba de infundirle vida; 
para que así, la amante 
cabra conozca a la recién nacida, 
y la prole, también, a su querida 
madre conozca, viéndola adelante;
y el labio sitibundo 
de las maternas ubres se aproveche, 
de ellas sacando manantial fecundo 
que le prodigue regalada leche. 

    Mas ya que el pecho blando
de uno y otra ha ceñido 
con fuertes lazos el amor, y, cuando 
del cabrito nacido 
el cuidado a la madre va apremiando; 
el cabrito en los setos prisionero 
queda, mientras errando 
va por fértil sendero 
la madre, sin llevar un compañero. 
Y dos veces, al día, 
retorna de sus largas excursiones, 
para venir a alimentar la cría 
con la láctea ambrosía 
que, para ella, reserva en los pezones. 

    Más, cuando apa sentada 
ha sido ya la cabra en la llanura 
y, de nuevo, es llevada 
por el pastor, del seto a la clausura; 
el cabrito expectante 
aplaude con balidos de ternura 
a su madre que torna, para amante 
a negarlo de leche en la dulzura; 
y, una vez y otra vez, salta triunfante
 por la anchurosa vega, 
y retozando entre las gramas, juega. 

    Mas si el pastor cansado y aburrido 
de esta ingrata tarea, 
de la pradera separar desea 
a la madre y a su hijo delicado; 
y el pueblo envilecido 
el natural amor pone en olvido; 
la madre, entonces dura, 
no en su regazo acariciar procura 
al fruto de sus vísceras nacido; 
ni la prole famélica raudales 
saca de leche pura, 
de las pródigas tetas maternales. 

    Mas luego que la gente 
ha con arduos afanes terminado 
esta labor ingente; 
al momento se entrega con cuidado 
y muy rápidamente 
a privar de sus bríos 
nobles, a los cabríos 
machos, que, usando sus dos pitones, 
perturban de la grey los escuadrones; 
y, con igual presteza y energía, 
a los padres resella, cuya frente 
no cuenta con defensa todavía. 

    Entonces, es de ver cuan prontamente 
de robustez se llena y lozanía 
toda la grey de la velluda gente; 
y a viles carniceros 
cuántas ganancias rinden, a porfía, 
las cabras y cabritos zalameros, 
y los que ya carecen de energía! 

    Entre tanto, Pomona las risueñas 
campiñas va a adornando 
con manojos de cándidas alheñas, 
y, pródiga dejando 
de legumbres cubiertos 
y varias plantas los alegres huertos.  

    Mas, apenas sonríe la pradera 
con renovada vida, 
que le debe a una nueva primavera, 
cuando afanó su cuida 
el pastor de apartar de la caliente 
tierra, a todo el rebaño; y, en seguida, 
nuevo camino emprende y, nuevamente, 
a través de los prados, 
los obesos ganados 
va conduciendo paulatinamente; 
hasta que ya seguros 
los deja de los predios en los muros; 
en donde, por costumbre, 
de toda la región gran muchedumbre 
de pueblo acude avara, 
y con puñal sangriento 
a degollar las greyes se prepara. 

    Para tal fin e intento, 
el mayoral ordena que, al momento, 
con setos elevados 
elevados se ciñan dos apriscos dilatados, 
teniendo en los umbrales 
de las puertas, batientes apretados; 
y dando a cada cual de los rurales 
servidores, trabajos especiales; 
por donde, a uno le ordena 
que de huelle a la pécora, sin pena, 
a esotro, que de cuero 
deje desnudo el costillar entero; 
y aquél, últimamente, 
que, con sales, los miembros condimente. 

    Y, una vez que ya todo ha preparado 
con madurez y juicio el encargado 
del campo, prontamente 
la juventud ardiente 
deja en muchos apriscos encerrado 
al eunuco ganado; 
al que arrancó del prado floreciente 
en que se apacentaba con usura, 
y al que, hora, nuevamente 
de los setos lo lleva a la clausura. 

    A poco dos peones, 
de aquí para acullá, con los cuchillos 
desnudos, los portones 
allanan del redil en que, a montones, 
se congregan las cabras y cabrillos. 
Y uno tiene cuidado 
de evitar el escape del ganado 
por la única salida 
con que cuenta el redil circundado; 
y otro, del retorcido 
cuerno agarra al que errante 
iba ya por el campo florecido; 
y, una vez que lo tiene ya cogido, 
lo degüella al instante; 
y, ya sacrificado, 
y de sangre copiosa todo lleno, 
prontamente es llevado 
del segundo redil al ancho seno. 

    Después la juventud, con nuevos bríos, 
a uno en pos de otro (a nadie exceptuando), 
va a los machos cabríos 
con el tajante cero vulnerando; 
y enseñándose en ellos, 
los golpes del acero renovado, 
corta, a cercén sus candorosos cuellos. 
Entre tanto, el barbudo
chivo, sangrando por el golpe 
rudo que le asestó furioso carnicero, 
dando un berrido agudo, 
prolijo y lastimero, 
a los aires levantase ligero; 
y con frecuentes saltos 
supera, a veces, los cercados altos. 
Y vomitando un río de la herida 
letal, que se le ensancha, 
con él deja la arena enrojecida, 
y, girando en redor, todo lo mancha; 
por la sangre vertida 
perdiendo, al cabo, el infeliz la vida. 

    Al punto, ya del chivo inanimado 
el vientre desgarrado, 
la caterva desnuda 
de matanceros viles y crueles, 
de las rígidas pieles 
a los miembros fumígeros desnuda 
y los destroza, cuando ya el acero 
los despojó primero 
de espesa capa de manteca cruda; 
de cuya masa la pequeña parte, 
que fuera sustraída 
por las industrias que sugiere el arte, 
haya pronta acogida 
en selectos peones, 
que están apercibidos y dispuestos 
con notables arrestos 
a llenar de sus cargos las funciones. 

    Así que, unos porfían 
en sazonar con sales 
los miembros de los pingües animales;
mientras otros quebrantan 
con drogas especiales 
las pieles que enarcadas se levantan; 
y otros hay que eslabonan e
l cebo y en pilones lo amontonan. 

    Cuidando de que todo 
el fruto percibido 
por tan diverso y laborioso modo, 
una vez que ya ha sido 
a la urbe trasladado prontamente, 
halle en ella acomodo, 
y haga de selección el presidente. 

    Hora, avanzad; y pues que ya indulgente 
me cubre con sus alas, 
dando a mi cuerpo fuerzas y a mi mente 
divina inspiración la diva Palas; 
en versos (arrancando de la primera originaria fuente) 
relataré, contando 
con la ayuda eficaz de mis recuerdos, 
los riquísimos predios en que holgando 
están los pingües cerdos 
y la prestancia del setoso bando. 

    En un principio, de estas posesiones 
el dueño inteligente, 
a la par de las domésticas mansiones, 
un campo floreciente 
mete en el centro de altos murallones. 
Y con lujo y derroche de caudales, 
por la extensa llanura difundidos 
construye dos corrales, 
que están apercibidos 
para de agua captar puros raudales. 
Porque, de no contar, para sus baños, 
con la corriente de fontana pura, 
los pútidos rebaños 
jamás acrecerán, ni por asomo, 
el peso y la grosura 
de sus obesos y pujantes lomos; 
a pesar de que estén alimentados 
de amarilla cebada con puñados.

    Y del corral primero la morada, 
por las fecundas madres frecuentada, 
ofrecer, por doquiera, 
del ojo escrutador a la mirada, 
una vasta pradera, 
que está de fuertes muros rodeada; 
la otra, a la que, tornando 
del campo, más visita y la frecuenta 
el de las cabras femenino bando, 
con un extenso cobertizo cuenta; 
que, bajo el ala de su techo obscuro, 
agradable es cubículos presenta 
para el rebaño impuro, 
que con viles bellotas se sustenta. 

    También para abrigar a los cabríos 
machos, verá surgir habitaciones 
que cuentan con espléndidos avíos, 
y están los de muy larga dimensión, 
en cuyo fondo hay vastos corralones 
y claras linfas de serenos ríos. 
De donde, del ganado 
los escuadrones salen impacientes, 
para ir del verde prado 
a despuntar las gramas renacientes. 

    Mas, antes de que vaya la porcina 
grey, con voraces dientes, 
destrozando la yerba esmeraldina 
del ameno pensil; cuando ya nuevas 
mañana surge de entre nubes blondas,
y a los cielos se eleva 
Lucifer, escapando de las ondas; 
y la rosada Aurora, retornando 
de sus largos viajes, 
va los montes y valles matizando 
con la divina luz de sus celajes; 
el custodio solicito y ufano; 
en todas direcciones, 
diseminando va con larga mano 
los de Ceres fecunda ricos dones; 
y también, de pasada, 
de amarilla cebada 
esparciendo gavillas a montones; 
con las que ya saciada 
quede el hambre de todas las legiones, 
y no sufran ya nuevas privaciones.

    Y cuando ya han calmado los rigores 
de los ayunos que, en pasados días, 
les causaron angustias y dolores; 
se dirigen al campo, como guías 
llevando a los solícitos pastores. 
Y allí, todas reunidas 
y en numerosos grupos esparcidas, 
ora, con curvo diente, 
van el césped tronchando floreciente; 
o, dispersas, jugando 
de los gramales en el lecho blando. 

    Ni con fuerza bastante 
cuenta el pastor --por más que lo quisiera-- 
para impedir el que la grey errante 
pueda parar en su veloz carrera; 
a no ser que, con látigo pujante, 
los pingues lomos de cerdos hiera. 
Mas ya que, de este modo, 
y por tan duro y eficaz remedio 
pudo el ganado todo 
congregar el pastor; y, cuando, en medio 
de la olímpica esfera, 
levanta Febo su dorada a frente 
y su curso acelera; 
de nuevo y prontamente, 
a la que en luengo batallón formada, 
se ve porcina gente, 
y de muchos colegas rodeada; 
el pastor la reduce 
al orden, y conduce 
del anchuroso establo a la morada.

    Y ya que ha sido de Titán ardiente, 
por los rayos quemada, 
y en sus propios rediles encerrada; 
anhelosa procura 
buscar las aguas de fontana pura, 
en cuyo lecho frío 
temple el rigor del caluroso Estío 
que, sin piedad, la cosa y la tortura. 
En esto, parecido 
teniendo con el siervo que, cansado 
de mucho haber corrido, 
y estando ya de muerte lesionado 
y por ser ardorosa enardecido, 
bebe, con anhelosos 
labios, de agua los líquidos preciosos.

    Luego el pastor, con tierras impregnadas 
de nitro, va regando las llanuras 
que en el establo se hayan encerradas; 
y a las greyes porcinas 
aguija con tesón, y de salinas 
abundantes las deja saturadas; 
y al establo derecho 
las lleva, con el fin de que, amparadas 
todas estén bajo el humoroso techo, 
mientras el sol modera 
de su rápido carro la carrera. 

    Cambia, entonces, de sitio a los ganados; 
y de sus blandos lechos arrancados, 
de nuevo les ordena 
que apacentarse vayan de la amena 
campiña por los fértiles sembrados;
y que, los renacientes 
céspedes tronchen con agudos dientes; 
hasta que a sus corceles fatigados 
y de sudores llenos, 
rápido el sol los deje sepultados 
del hondo mar en los azules senos. 

    Al punto, a los ganados 
hace retroceder el vigilante 
pastor hacia los techos abrigados 
del establo, y les pone por delante 
sacos ya destapados, 
que cebada contienen abundante; 
y, con esta pastura, 
de los vientres el hambre devorante 
satisface y repara con usura. 


    Mas, apenas el fétido ganado 
ha, con dientes voraces, 
los pábulos copiosos devorado, 
que de cebada diéranle los haces; 
cuando, al punto, la grey organizada 
en densos pelotones, 
se dirige, con plantas apresurada, 
de la zahurda vil --que está cerrada-- 
a las polvosas, rígidas prisiones; 
en las que ya, sin pena, 
se revuelca y agita en los terrones 
desmenuzados de rojiza arena; 
para después, en blando 
lecho sus miembros ir aletargando. 

    De Vulcano la esposa 
que, en más de una ocasión, víctima ha sido 
de los duros flechazos de Cupido, 
muchas veces, también, con ardorosa 
llama y nuevos arpones, 
aguija a los cerdosos escuadrones. 
Y, al ver que ya de Venus en el fuego 
los machos encendidos 
están; el mayordomo, desde luego, 
los llama, y conducidos 
de las remotas vegas en que pacen, 
con las hembras permite que se enlacen, 
quedando por la Unión fortalecidos. 
Con todo, no imprudente, 
por tiempo en demasía prolongado, 
el mayoral consciente 
que la adiposa gente 
discurra confundida por el prado.  
Antes bien, a los machos escogidos 
de entre toda la grey, deja fijados 
de espera cinco días repetidos, 
porque así los ganados, 
después de algunos días 
en el preciso término y forzoso, 
acogen a sus crías, 
que en grupo se desatan numeroso; 
y llenen sus mansiones 
de nueva gente con preciados dones. 

    Después, ya que la puerca, mal de grado, 
por estar parturienta, 
con el túrgido vientre ya gravado 
de gran peso, a los ojos se presenta, 
y aun parece que arrastra por el prado 
las tetas anchurosas con que cuenta; 
al punto, separada 
del establo común, queda encerrada 
en estrecho y exiguo apartamiento, 
en que la deseada 
hora espere del fausto alumbramiento. 
Área extensa, en que asiento 
ya tiene, de antemano, preparado 
la grey que, con su aliento, 
a numerosa prole generado; 
y rígida clausura 
en que vive la puerca sin ventura.

    A otras varias, después de que preñadas 
ya están, la turba juvenil procura 
retener encerradas 
de la zahurda obscura 
en las estrechas lóbregas moradas; 
quedando éstas henchidas 
con turbas de las puertas ya paridas. 
En tanto, ya no es lícito a la fiera 
porcina disfrutar de los gramales 
de la úbera pradera, 
ni en sus propios corrales, 
poder con planta discurrir ligera. 
Con todo, del chiquero en las celdillas 
todas verás con profusión regadas s
escandas amarillas, 
y límpidos, canales 
rebosantes con nítidos caudales; 
de cuyas aguas frías 
en la corriente pura 
la endeble madre 
y sus recientes crías 
puedan matar la sed que las tortura, 
y extinguir la ardorosa 
ansiedad de beber que las acosa. 

    Mas, cuando ya el setífero ganado, que redoblado empeño, 
sus partos ha lanzado 
del aire puro al resplandor risueño; 
al punto, el mayordomo vigilante 
con atenta mirada va observando 
de aquellas el enjambre rebosante; 
y a los que ve que son de cuerpo blando 
y pequeña estatura, 
aunque no la merezcan, muerte dura 
les va súbitamente prodigando; 
cinco o tres solamente reservando 
a los que, desde luego, 
va la fecunda madre alimentando 
de sus prodigas ubres con el riego. 
Con todo, la pequeña 
legión, ya del establo las prisiones 
rotas viendo, a través de los portones, 
escapase risueña, 
para ir en post de alegres correrías, 
pasando ya del parto veinte días; 
y, en torno a los corrales, excitando 
para jugar, festiva y placentera, 
a los socios más tiernos de su bando; 
goza en ir con ligera 
planta cruzando la feraz pradera. 
Después, sus juveniles 
miembros agita en las pocilgas viles 
del establo; y de lodo salpicada, 
se encamina ligera a los rediles 
en que se halla la madre encarcelada, 
y de esta los pezones 
secos de Jacques con blandas libaciones. 
Y ya, de nuevo, torna a los corrales 
volviendo de sus largas correrías, 
o busca los dinteles maternales; 
siempre, todos los días, 
yendo y viniendo por las mismas vías, 
y senderos hallando siempre iguales.    

     Mas, cuando ya de los ganados tiernos 
el grupo numeroso 
ha contado en la luna cuatro cuernos; 
al punto, presuroso 
sale de los corrales y, en bandadas, 
se arroja a las llanuras dilatadas 
para tronchar el césped abundado. 
Y la mascúlea juventud florida, 
que nunca ha de mirar a sus hermanas, 
muy lejos es llevada y conducida 
del campo por las fértiles besanas; 
cuando ya de los prados 
los grupos de los recios sementales 
son por fuerza arrancados; 
y de los viejos techos paternales 
entran en posesión los herederos, 
de las hembras quedando en los corrales 
los polluelos femíneos prisioneros. 

    El mayoral, entonces, sin empacho 
manda a sus servidores 
que de la castración a los rigores 
sujeten a las hembras y a los machos. 
Y él mismo, providente, 
cuida de señalar cuáles ganados 
han de ser engordados 
con la de Ceres pródiga simiente; 
y los que son llamados 
a ser padres del campo floreciente; 
nuevos y delicados 
cerdos, hijos del parto más reciente. 

    Mas, cuando con arena delicada 
está la grey cebada; 
ya no para las llanuras --como antaño-- 
libre se espacia el fétido rebaño; 
ni puede el sin ventura, 
aprovechar del campo y la pastura; 
sino que, negligente, 
en el corral morando, noche y día, 
rumia constantemente 
arena y farro con tenaz porfía, 
a tiempo que la fría 
luna ya va menguando, 
por tres veces sus cuernos aguzando. 

    Entonces, a sus miembros (de grosura 
grande, en redor, ceñidos y amparados) 
van arrastrando lentos los ganados; 
si bien el mayordomo, con usura, 
pretende que colmados 
los deje de los indios la pastura; 
antes de que la vianda apetecida 
produzca desazón al ser comida, 
y los ojos, vencidos por el sueño, 
se adormezcan en plácido beleño. 

    Sin tardanza ni largas dilaciones, 
la armada juventud, al punto, cuida 
de mover a los pingües escuadrones; 
y de la grey lúcida 
sacados ya los cerdos, en seguida 
quién, de un cuchillo armado, 
el cuello les cercena delicado; 
quién, astuto, procura 
en balde bronceado 
purificar del cerdo la grosura; 
o, con carnes molidas, 
conforme al uso, preparar comidas; 
mientras otros ocultan a los ojos, 
de roja sangre los raudales rojos. 

    Todos trabajan con tenaz porfía 
para airosos salir en sus empresas; 
en tanto, la venal carnicería 
se dispone a surtir todas las mesas 
con manjares de fama y nombradía; 
con los que el hacendado 
rico más sus ganancias asegura, 
pues le será devuelto, con usura, 
el dinero empleado 
de la porcina grey en la cultura.







    
    

No hay comentarios: