Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO XI
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
LOS REBAÑOS
Armentis sociare greges per rura vagantes,
Lanigerumque pecus, caprasque haedosque petulcos,
Atque saginatos aurato germine porcas
Musa jubet-----------------------------
Rusticatio Mexicana, libro XI.
Juntar a los ganados
las greyes, errabundas por los prados
de lanudos corderos baladores,
y cabras y cabritos triscadores
y cerdos bien cebados
de rica mies con gérmenes dorados;
hoy manda la del Pindo
alta deidad, ante la cual me rindo.
Mas antes de que, fiel a sus consejos,
me entregue a estas bucólicas tareas,
¡salid, Ninfas, de aquí, salid muy lejos!
y ¡vosotras, también, salid, Mapeas!
Que yo no necesito,
ni para nada quiero
dardos mortales de brillante acero;
como, tampoco, cebos solicito,
ni lazos que, tras césped traicionero,
encubiertos estén y recatados;
yo, para mis labores,
me valdré solamente de pastores
diestros; y a los ganados
que vagan por los campos anchurosos,
llevaré del aprisco a los cercados,
con la ayuda eficaz de los molosos;
a cuya vista, escapan temerosos
los fieros animales en los prados.
¡Oh caprípedo Pan!: que de tu avena
menalia con la placida ternura
llevando vas por la campiña amena
y laberintos de la selva obscura
a rebaños inmensos
que oyen tu voz absortos y suspensos;
y que, con los dulzores
que se derraman de tu agreste de canto,
de citados pastores
melificas las penas y dolores,
llenando su alma de inefable encanto;
de tu rabel sonante
con las dulces y plácidas canciones,
de mis ojos presenta por delante,
de ganados las múltiples legiones;
y a los pastores, de tu voz amiga
llamados por las blandas vibraciones,
a que me den a conocer, obligas,
las del ganado varias condiciones.
Que si tal beneficio
me concedes, rendido ante tus plantas,
y por encima de tus aras santas,
yo mismo, el sacrificio
te ofreceré de siete recentales,
robados a las ubres maternales.
No a todo satisface
contemplar, a veces de los potreros,
al ganado que pace;
como, tampoco, percibir les place
la grita que levantan los boyeros.
Que unos tienen la idea
sólo de consagrarse con apaños
a la fácil tarea
de trasquilar ovejas de dos años.
Otros, por el contrario, en cocineros
trocados, con ayuda de saleros
profusos, son amantes
de preparar adobos exquisitos
con la pulpa quitada a los cabritos
que por los altozanos van errantes;
o bien, la rigidez de la caprina
piel suavizan con varia medicina.
Mientras otros, con próvidos acuerdos,
tan sólo cuidan de engordar los cerdos,
y prevenirse cautos
con carne de estos pingües animales,
para, más tarde, regalar con lautos
banquetes a selectos comensales.
Los predios oportunos
que destinan los ricos hacendados
para que en ellos puedan ovejunos
rebaños ser criados,
están --por todas partes-- de llanuras
extensas rodeados,
y cubiertos de gráciles pasturas
y grama en profusión; siendo bañados
que las corrientes puras d
e numerosos ríos
con cuyos sorbos fríos
los sedientos se sienten aliviados.
Estos predios, con todo, sombreados
están por bosques densos y sombríos,
y por las cabelleras
abundosas y finas
de gigantes encinas,
que, en los campos se yerguen altaneras ....
Y aun cuando el ovejuno
ganado, en las prisiones
no se haya visto de redil alguno
y haga sus excursiones
por el abierto llano,
espaciándose libre y soberano;
con todo, precauciones
toma cauto el pastor y se asegura;
y aguijando a los fieles escuadrones
de mastines que le hacen compañía,
hasta las sombras de la selva oscura
de las ovejas los rebaños guía;
ora ya Febo con la sublime altura
del cielo prenda fulgurante hoguera,
o bien, de lluvia con tenaz porfía,
Saturnio azote la feraz pradera.
De tres socios, después, acompañado,
al errante ganado
adhiérese el pastor con ufanía;
y de noche y de día
emprendiendo camino prolongado,,
seguro y sin afanes,
a las ovejas guía
al escuadrón de vigilantes canes.
Apenas, con solicito cuidado
y de tajante a cero con la ayuda,
el rabadán que cuida del ganado
ha de blancos vellones despojado
los costillares de la grey lanuda;
cuando, súbitamente,
saca de las prisiones
estrechas del redil, los escuadrones
de ganado al patente
campo; y, tomando serias precauciones,
con paso negligente
caminando caminatas emprende
prolongadas por los ricos llanuras, abrazadas
del fiero Cancro por el soplo ardiente;
mirando con desvío
los campos yertos por el crudo frío.
Va el lanígero bando
por las vastas llanuras caminando,
sin que pueda mezclarse los corderos
con sus padres severos,
ni manchar en parejas
con sus maridos fieles las ovejas.
Y, de entre los zagales,
unos guiando van por los potreros
a los ya trasquilados recentales;
otros, a los carneros
conducen por la parte en que el ardiente
son rápido camina,
para ocultar su lumbre mortecina
en los remotos mares de Occidente.
Y del rústico bando
otros hay que, por tierras del Levante,
con afán incesante
a los castrados van pastoreando;
y otros también, que llevan por delante
de sí, por la extensión de la llanura,
de corderuelos a la grey balante.
¡Y es deber cómo quedan de blancura
deslumbradora henchidos
los anchurosos prados,
por los hatos en ellos esparcidos,
y los vientos poblados
de ovejas por los trémulos balidos!
Mas que los ganados,
en apretadas la haces, por los prados
van discurriendo perezosamente;
la turba de pastores, con cayados
aguija al negligente
grupo veloz carneros rezagados;
y a ovejas y corderos,
con amena amenaza de castigo fieros;
para que de unas y otras las catervas
que, en el campo florido,
se van nutriendo de fecundas yerbas,
prosigan el camino interrumpido;
y ya, con paso, igual se unan al bando
que, con planta ligera,
va a través de los campos caminando,
sosteniendo tenaz la delantera.
Salvo, que, cautamente,
para evitar del sol el fuego ardiente,
el pastor, con solicito cuidado,
del bosque a la espesura
lleve todo el ganado,
a que del arbolado
se detenga a gozar de la frescura.
Mas del fresno ninguno, sombra amiga
y plácidos frescores
a los ardientes tálamos prodiga
en que están los ganados baladores;
toda la grey (que acata, desde luego,
del pastor el mandato, que la obliga
a que goce de plácido sosiego)
detiénese; y la liga
del disperso ganado,
queda trocada en círculo cerrado;
con el fin evidente
de que puedan las leyes errabundas
ponerse a salvo de que el sol ardiente
las hiera con sus flechas iracundas;
y de que para sí busquen, sagaces,
las lanígeras haces
mutuo amparo y seguros lenitivos,
contra los fuegos vivos
que del horno solar surgen voraces.
Y, Por esta razón, van con destreza
ya de uno y otro bando
ovejas y corderos, la cabeza
al amparo del vientre colocando;
pero, incautos, dejando
sin defensa posible y sin abrigos,
las espaldas, que, siguen soportando
de ígneo Titán los dardos enemigos.
Mas ya que de las cimas elevadas
de los montes descienden con presura
las sombras silenciosas y calladas;
y cuando ya la obscura,
lóbrega noche a la terráquea esfera
a velar con tinieblas se apresura;
al punto el rabadán, que en la pradera
toda labor preside,
a las greyes errantes les impide
seguir más adelante en la carrera;
y en medio de los prados
manda que se detengan los ganados,
y entreguen, desde luego,
sus miembros fatigados
al del sueño pacífico sosiego.
Entonces, ya de afanes libre,
toda la grey queda callada
y también los pastores y los canes;
y la turba inclinada,
lánguida se recuesta
en los lechos que brinda la floresta.
Hasta que a la durmiente;
tranquila turba, con furgón risueño
venga a sacar del soporoso sueño
la luz del sol que asoma por oriente.
Mas, prudente el pastor, antes que extienda
sus miembros fatigados
sobre el césped mutilado de los prados;
o bien, que los defienda
bajo la sombra de una encina obscura;
solicitó procura
de carne repartir blandos fragmentos
entre los canes flácidos y hambrientos,
para el hambre calmar que los tortura
y la gana furiosa
que de comer, sin tasa, les acosa.
Súbito la caterva
fiel de perros --orgullo de su raza--
del campo se difunde por la yerba,
y ciñe con intrépida coraza
al durmiente ganado;
del que pronto rechaza,
con rictus enconado;
de cualquier enemigo la amenaza.
Para sí, entonces, el pastor despliega,
en medio de la vega,
amplió Toldo de juncos adornado;
y en la grama tumbado,
a disfrutar su entrega
las delicias de su sueño sosegado,
en parte interrumpido
del pecho por el áspero ronquido.
Mas si en las sombras de la noche obscura
un ladrón embozado
pretendiese quizá, con mano dura,
sustraer el ganado;
o salido, poco ha, de la espesura
del monte lobo hambriento,
amenazare airado
con hacer en la grey duro escarmiento;
al punto, con ladrido resonante,
de mastines la turba vigilante
se apresta de la guerra a los furores,
a las ramas, llamando a los pastores.
Estos ya despertados
del sueño, por los canes ladradores,
del campo en que dormidos
estaban, se levantan azorados;
y a combatir se lanzan decididos
en pro de sus ganados;
a los que van en torno protegiendo,
ora ya de los rústicos estrados
los céspedes moviendo;
o rápida la planta conduciendo
hasta la selva densa,
en que prestan los árboles defensa;
o al trashumante bando
con candela, fumígera alumbrando,
hasta que el atrevido
ladrón quede del campo removido.
En tanto, con saetas inflamadas
blanda Venus dardea
las pecuarias manadas;
y los pechos caldea
con llamas sí ligeras, muy tenaces,
de pujante carnero y procaces
ovejas, que se agitan,
y con furia al amor se precipitan;
con tumulto espantoso
turbando de los campos el reposo.
Entonces, prontamente, ya del grupo
apartado, extraído los carneros,
(a quienes la honra cupo
de en fuerza y juventud son los primeros);
los pastores se gozan
en mezclarlos a ovejas que retozan;
cuyas mixtas parejas
conducen, a través de las campañas,
hasta que las ovejas
ya muestran fecundadas las entrañas.
Mas ya que su viaje ha terminado
por todas las llanuras del ganado;
y cuando ya, debajo de la esfera
calurosa, ha llegado
a la fértil pradera
en que pasto prolífico ha brotado
por los rayos de un sol de primavera;
y en la que numerosos
árboles hay, que elevan orgullosos
de sus hojas obscuras la cimera;
va, desde luego, con asiduo diente
haciendo enorme gasto
en los gramales de abundoso pasto,
que le brinda la vega floreciente;
y el cuerpo todo basto
--merced a la pastura--
lo deja revestido de grosura.
Cada oveja, después, ya con las tetas
de leche bien repletas,
saca de sus entrañas maternales
a los de ellas nacidos
tierno y delicados recentales
--donde para la grey harto queridos--
que, por la sangre, nombres conocidos
obtengan entre todos los mortales;
siendo, por años y años,
honra y prez de lanígeros rebaños.
Mas luego que en el vientre desgarrado
han las tiernas ovejas recibido
las verdes gramas del florido prado,
y, una vez, que nutrido,
han con ella sus pechos,
y dejado tendido
el cuerpo frágil sobre muelles lechos;
creyeras, enseguida,
tal escena mirando,
irse de las ovejas a la vida
la fatídica muerte adelantando;
y que aquellas, del viento en la guarida
misteriosa y obscura,
más bien están cavando
para sus hijos tristes sepultura,
que confortable lecho preparando.
¡Las fuerzas, a tal grado, abandonan el cuerpo delicado! ...
Mas sin tenerlo o deshonor ni a mengua,
antes bien, con solícitos cuidados,
va la madre lamiendo con la lengua
los de su prole miembros delicados;
que, cuando languidecen,
inclinándose al suelo desmayados,
se reparan muy pronto y endurecen;
por el soplo de céfiro ligero;
hasta que, al fin, con planta
vigorosa el cordero
en medio de los campos se levanta;
y, al instante, ligero
con tembloroso cuerpo se adelanta
a buscar la de las ubres el venero.
Y en tierra las rodillas doblegando
y, lleno de ufanía,
con frecuencia la cola meneando,
va, con tenaz porfía
y labio comprimido, pero blando,
extrayendo raudales
lechosos de las pobres maternales.
Lentamente después, va, del potrero
moviendo por encima los gramales,
sus encorvadas piernas el cordero;
y, al ir por la llanura,
discurriendo con paso sosegado,
el vigor de sus fuerzas asegura;
hasta poder, osado,
ya, con saltos menudos y ligeros,
las gramas abatir del verde prado,
y triscar con sus otros compañeros.
Empero, si en mitad de la llanura,
y caminata siendo prolongada,
del parto ya se viere en la estrechura
la oveja delicada;
y diere a luz, del campo en los gramales;
dos cándidos y tiernos recentales;
el rústico labriego
en sus brazos fornidos
acoge, desde luego,
y apoyo ofrece a los recién nacidos;
o bien, joven honesta
en su blando regazo, pudibunda
grato albergue les presta;
cuya labor secunda
de jóvenes pastores el lucido
grupo que la acompaña,
a la consorte fiel que, en la campaña,
acostumbra a seguir a su marido;
hasta que al cabo, la recién nacida
prole fuerzas obtenga,
y. plena ya de vigorosa vida,
en la vega florida
con intrépida planta se sostenga;
y vaya caminando
en pos de las ovejas errabundas
que, tras si, van dejando
las huellas de su tránsito profundas.
Más adelante, cuando
peste violenta, en forma de epidemia,
dura acosa y apremia
al ovejuno bando,
en sus miembros mil perdidas causando;
del escuadrón incólume, al instante,
el pastor vigilante
separa los ganados,
y a sitio más seguro los conduce;
y a los que están tocados
de fiebre o duramente lesionados,
prudente y cauteloso, los reduce
a que vivan sujetos
de anchurosos corrales tras los setos;
a donde, sin ninguna
oposición, al punto se repliegan
los que la grey integran ovejuna;
pues que ahí se congregan,
en apretados grupos fraternales,
las ovejas y tiernos recentales,
junto con los capones
imbeles, los carneros retozones.
El rústico aldeano
trocado, desde luego, en cirujano,
va de lienzos sencillos
con vendas apropiadas
ciñendo de los tiernos corderillos
las vacilantes piernas delicadas;
o bien, de las heridas infectadas
de las ovejas, saca gusanillos;
y sagaz adaptando
de malvas y tomillos
suave fomento y lenitivo blando,
a las leyes enfermas va curando.
Empero, si la oveja delicada
a su cordero cría
con leche inficionada
por el aliento de la peste impía,
o, enferma, ve agotada
de sus fecundas ubres la ambrosía,
y triste y macilenta,
ya no a sus tiernos hijos alimenta;
el pastor, reteniendo en el cercado
a la oveja enfermiza,
deja el débil cordero confiado
a robusta nodriza,
que de nutrirlo bien tenga cuidado.
Nodriza, a la que luego
asegura solicito el labriego;
y al de sus pechos manantial fecundo
de néctar regalado,
deja el labio pegado
del cordero balante y sitibundo.
Al que, una vez nutrido
con leche confortante,
ya como a hijo querido,
lo reconoce la nodriza amante. Y el pastor vigilante,
cuando ve que el cordero ya ha adquirido
fuerza y vigor pujante;
sin demoras ni plazos,
de su madre retórnalo a los brazos.
En tanto, la riente primavera
con flores renovadas
y abundantes matizan la pradera;
y con alegres parvadas
zagales y pastoras recatadas,
con las cienes ceñidas
de refulgentes rosas,
a través de las vegas florecidas,
van concertando danzas jubilosas.
Entonces el pastor, por vez segunda,
a la grey errabunda
de los pingues ganados
conduce por los fértiles sembrados;
y, habiendo lentamente recorrido
el sendero florido,
y en él prudentes estaciones hecho;
al ganado esparcido
pone a la sombra de abrigado techo;
para, después, ufano,
teniéndole del cerco en las prisiones,
ir, con experta mano,
quitándole de lana los vellones.
Mas, antes de entregarse a la faena
de trasquilar, los rústicos peones;
el amo rico ordena
numerar las lanígeras legiones,
sacando una decena
del acervo común, como tributo
que a la iglesia se pague prontamente,
por el copioso fruto
que se obtuvo de aquellas; e, igualmente,
manda que los zagales
saquen de sus prisiones
a otros diez recentales
que --como justo premio y galardones
por los grandes trabajos soportados--
se den al mayoral de los ganados.
De éste mismo, después, las superiores
órdenes acatando,
van en sendos apriscos los pastores
a sus greyes guardando,
y del predio buscando
siempre el abrigo y techos protectores.
Y súbito, la alegre muchedumbre
de jóvenes armadas de tijeras,
según uso y costumbre,
ata y derriba al suelo a las terneras
que llevan de vivir dos primaveras.
Y, desde luego, ufana,
a los costados de la grey menuda
roba vellones de rizada lana,
como también el espaldar desnuda
del nevado primor que lo engalana.
Tras esto, los peones
juveniles acervan
de lato tronchada lana los vellones;
y astutos los conservan,
para, después, sacarlos en porciones
ocultas de su casa en las mansiones;
con la mente e idea
de que, cuando del predio el propietario
ya obligado se vea
a cubrir de cada uno la tarea
con el justo salario
que en rigor se le debe; en numerario
pague tantos doblones,
cuántos son de la lana los vellones.
Mas cuando los pastores
se entregan con afán a estas labores
de trasquilar ovejas y corderos;
gózanse los carneros
en provocar de guerra los furores
entre sus compañeros;
empeñando reñidos
combates, con los cuernos retorcidos.
Cada cual de los fieros gladiadores
finas armas consigo
aportando, provoca a su enemigo;
y dentro los corrales
en que vive encerrado,
con ataques frecuentes y mortales
lo acosa, hasta rendirlo fatigado.
Porque retrogradando
uno y otro carnero combatiente,
y los dos simulando
esquivar el ataque; en rabia ardiente
encendidos, de súbito, volando
van con flechas sutiles,
y se topan con ímpetus hostiles
las duras frentes entre sí juntando.
A poco, nuevamente,
reculando los dos sobre la arena
extendida; con ímpetu furente
renuevan de atacarse la faena
cual fieros enemigos
sin cesar infligiéndose castigo.
Y la próxima selva, en tanto, suena
con estridor violento;
y, con tan duros golpes, treme el viento
a través de la bóveda serena.
Mas, pronto los pastores
reprimen los combates con aceros;
y con dura tenaza los furores
sofocan de los rábidos carneros luego.
Luego que ya la turba clamorosa
tranquila los ganados;
al momento, (los padres separados),
procura cuidadosa
vayan con la oveja (numerosa
densa legión) los machos enlazados;
aquellos que, en un tiempo, ya castrados
dejó el pastor prudente,
para en ricos manjares ser trocados;
y que hora, de contino,
los tiene en el corral bien engordados,
y les muestra el camino
astuta cabra de pelaje fino.
Empero ya contemplo la llanura
vestirse de blancura,
por las cabras que en ella van errando;
y cómo va el barbudo
rebaño, del menudo
césped las verdes hojas despuntando! ...
El campo, con horrura
mira los escuadrones
que se presentan llenos de manchones,
y a los que con pintura
varia tiñe en la pródiga natura.
Porque, cuando la calma placentera
de la noche callada,
rápida se apodera
de la ovejuna grey, que está cansada;
y a dormir la persuade
el tranquilo silencio que la invade;
las pieles del rebaño retenidas
en diversos colores,
sacuden a las greyes sumergidas
de pánico terror en los horrores;
y de los ricos fundos
a través de los sotos protectores,
los hatos errabundos
se esparcen por doquiera triscadores.
Por lo cual, el pastor, de la llanura
toda mancha elimina con presura;
y alegre y confiado,
conduce su ganado
que supera del cisne la blancura;
haciendo que convierta en nieve pura
la verde grama del florido prado.
Como en níveas escarchas suele, a veces,
vestirse la pradera,
y emitir argentadas brillanteces,
que le dan duradera
e inagotable luz; así, con creces,
por las cabras nevadas
quedan todas las vegas plateadas.
Empero, cuando --va según costumbre--
a través de las yerbas olorosas,
la de cabras inquieta muchedumbre,
y en las vegas herbosas
con pastos oportunos
ya mitiga el rigor de sus ayunos;
y libre se pasea
por el campo y el monte que negrea;
se alza, después, con brío,
de los pies con la punta, y va trochando
las verdes hojas del boscaje umbrío;
o, con salto bravío,
de las viejas encinas ocupando
la alta copa; o buscando
para matar la red sin fresco frío.
Empero, en rabadán que, a su cuidado,
tiene la grey lanuda,
fácilmente la esparce por el prado,
de sus fieles mastines con la ayuda;
y obliga con porfías
duras y resistentes al ganado
lanar, todos los días,
a que emprenda camino prolongado.
Mas, cuando de Titán la lumbre pura,
en su carro dorado
ya no recorre la celeste altura;
y la noche, cerrada y muy obscura,
en densa lobreguez, sume al ganado;
el mayoral que impera
en el campo, al instante,
manda a la grey errante
que se detenga en su veloz carrera;
y con frondas recoge el devorante
fuego, que fue extraído
de las venas y pecho endurecido
del recio pedernal; con el que, ahora,
en medio a la pradera,
alza pujante y colosal hoguera
que sube por los aires triunfadora! ...
Tras esto, prontamente,
toda la grey en torno se derrama
de la hoguera potente,
que está lanzando crepitante llama;
y quieta y mansamente,
ya sin temor, sobre el haber de grama
se recuesta el ganado,
y disfruta de sueños sosegado.
Pero sí de las nubes, roto el seno,
flechado sale el rayo, y va con saña
el velo desgarrado del sereno
polo, que en luz se baña;
y por la voz del fragoroso trueno
que aturde a la montaña,
el antro que, del bosque en la maraña
se oculta queda, de terrores lleno;
de súbito terror sobrecogida
la caprina legión, por la anchurosa
vega marcha esparcida;
y temerosa de perder la vida,
con planta presurosa
va a ocultarse en la selva silenciosa.
Y no tiene el pastor fuerza bastante,
ni de perros la turba vigilante,
para el acelerado
curso impedir del tímido ganado,
que va huyendo del rayo detonante.
Del campo el ancho seno
queda de horror y de tumultos lleno;
en tanto que el cuitado
pastor acosa torcedor cuidado,
oyendo retumbar el ronco trueno.
Mas cuando ya a las cosas el perdido
color, restituido
ha, de nuevo, la lumbre placentera;
entonces, ingenioso
va el pastor con sutil gamitadera
turbando de los vientos del reposo;
y con la plañidera voz
del típico cuerno fragoroso,
atruena la llanura
vasta y los senos de la selva obscura;
con el fin de que, oyendo los clamores
que del cuerno han salido,
las cabras y las chivas triscadoras
tornen al verde prado conocido,
y el disperso escuadrón quede reunido.
No de otra suerte, ni por otra vía,
valiente capitán, con resonante
trompeta, al campamento llamaría
a la legión errante
de sus pávidas tropas, las que, un día,
en bélica porfía,
rotas quedaron por rival pujante.
Una vez que la turba de pastores
activa ha terminado
tantas arduas labores,
a costa de fatigas y sudores;
con el cayado obliga
nuevamente al ganado
lanar, a que prosiga
la ruta del camino comenzado.
Y manda, desde luego,
que el escuadrón lanígero, inflamado
de Venus por el fuego,
quede con otro igual encadenado;
y que también, con bríos,
unidos vayan cabras y cabríos;
de cuyo maridaje
brote después barbífero linaje.
Los pastores, con todo, cuando errando
se les ve por las vegas amorosas;
van de la verde palma cercenando
las crenchas abundosas;
y de éstas, con destreza,
innúmeros cordeles van formando
--maguer suda del árbol la corteza--;
con cuyas ligaduras
más tarde seguirán el cuerpo blando
de las crías futuras
que las cabras y hirsutas vayan dando.
Empero, apenas en la grey caprina
el parto de la alguna hembra se avecina,
de su seno ya viéndose pendiente;
cuando, dentro de las cercas espinosas,
el pastor diligente
va encerrando las gramas abundosas;
y clava fuertemente
de aquellas en el fondo,
robusto palo y, a la vez, redondo.
Después, ya que el ganado
torpe, con muy feliz alumbramiento
al feto que ha engendrado
sácalo lleno de vital alimento,
y lo deja fiado
a las caricias placidas del viento;
de un madero con cables bien acida
deja a la cabra de robusta mole,
en unión de la prole,
a la que acaba de infundirle vida;
para que así, la amante
cabra conozca a la recién nacida,
y la prole, también, a su querida
madre conozca, viéndola adelante;
y el labio sitibundo
de las maternas ubres se aproveche,
de ellas sacando manantial fecundo
que le prodigue regalada leche.
Mas ya que el pecho blando
de uno y otra ha ceñido
con fuertes lazos el amor, y, cuando
del cabrito nacido
el cuidado a la madre va apremiando;
el cabrito en los setos prisionero
queda, mientras errando
va por fértil sendero
la madre, sin llevar un compañero.
Y dos veces, al día,
retorna de sus largas excursiones,
para venir a alimentar la cría
con la láctea ambrosía
que, para ella, reserva en los pezones.
Más, cuando apa sentada
ha sido ya la cabra en la llanura
y, de nuevo, es llevada
por el pastor, del seto a la clausura;
el cabrito expectante
aplaude con balidos de ternura
a su madre que torna, para amante
a negarlo de leche en la dulzura;
y, una vez y otra vez, salta triunfante
por la anchurosa vega,
y retozando entre las gramas, juega.
Mas si el pastor cansado y aburrido
de esta ingrata tarea,
de la pradera separar desea
a la madre y a su hijo delicado;
y el pueblo envilecido
el natural amor pone en olvido;
la madre, entonces dura,
no en su regazo acariciar procura
al fruto de sus vísceras nacido;
ni la prole famélica raudales
saca de leche pura,
de las pródigas tetas maternales.
Mas luego que la gente
ha con arduos afanes terminado
esta labor ingente;
al momento se entrega con cuidado
y muy rápidamente
a privar de sus bríos
nobles, a los cabríos
machos, que, usando sus dos pitones,
perturban de la grey los escuadrones;
y, con igual presteza y energía,
a los padres resella, cuya frente
no cuenta con defensa todavía.
Entonces, es de ver cuan prontamente
de robustez se llena y lozanía
toda la grey de la velluda gente;
y a viles carniceros
cuántas ganancias rinden, a porfía,
las cabras y cabritos zalameros,
y los que ya carecen de energía!
Entre tanto, Pomona las risueñas
campiñas va a adornando
con manojos de cándidas alheñas,
y, pródiga dejando
de legumbres cubiertos
y varias plantas los alegres huertos.
Mas, apenas sonríe la pradera
con renovada vida,
que le debe a una nueva primavera,
cuando afanó su cuida
el pastor de apartar de la caliente
tierra, a todo el rebaño; y, en seguida,
nuevo camino emprende y, nuevamente,
a través de los prados,
los obesos ganados
va conduciendo paulatinamente;
hasta que ya seguros
los deja de los predios en los muros;
en donde, por costumbre,
de toda la región gran muchedumbre
de pueblo acude avara,
y con puñal sangriento
a degollar las greyes se prepara.
Para tal fin e intento,
el mayoral ordena que, al momento,
con setos elevados
elevados se ciñan dos apriscos dilatados,
teniendo en los umbrales
de las puertas, batientes apretados;
y dando a cada cual de los rurales
servidores, trabajos especiales;
por donde, a uno le ordena
que de huelle a la pécora, sin pena,
a esotro, que de cuero
deje desnudo el costillar entero;
y aquél, últimamente,
que, con sales, los miembros condimente.
Y, una vez que ya todo ha preparado
con madurez y juicio el encargado
del campo, prontamente
la juventud ardiente
deja en muchos apriscos encerrado
al eunuco ganado;
al que arrancó del prado floreciente
en que se apacentaba con usura,
y al que, hora, nuevamente
de los setos lo lleva a la clausura.
A poco dos peones,
de aquí para acullá, con los cuchillos
desnudos, los portones
allanan del redil en que, a montones,
se congregan las cabras y cabrillos.
Y uno tiene cuidado
de evitar el escape del ganado
por la única salida
con que cuenta el redil circundado;
y otro, del retorcido
cuerno agarra al que errante
iba ya por el campo florecido;
y, una vez que lo tiene ya cogido,
lo degüella al instante;
y, ya sacrificado,
y de sangre copiosa todo lleno,
prontamente es llevado
del segundo redil al ancho seno.
Después la juventud, con nuevos bríos,
a uno en pos de otro (a nadie exceptuando),
va a los machos cabríos
con el tajante cero vulnerando;
y enseñándose en ellos,
los golpes del acero renovado,
corta, a cercén sus candorosos cuellos.
Entre tanto, el barbudo
chivo, sangrando por el golpe
rudo que le asestó furioso carnicero,
dando un berrido agudo,
prolijo y lastimero,
a los aires levantase ligero;
y con frecuentes saltos
supera, a veces, los cercados altos.
Y vomitando un río de la herida
letal, que se le ensancha,
con él deja la arena enrojecida,
y, girando en redor, todo lo mancha;
por la sangre vertida
perdiendo, al cabo, el infeliz la vida.
Al punto, ya del chivo inanimado
el vientre desgarrado,
la caterva desnuda
de matanceros viles y crueles,
de las rígidas pieles
a los miembros fumígeros desnuda
y los destroza, cuando ya el acero
los despojó primero
de espesa capa de manteca cruda;
de cuya masa la pequeña parte,
que fuera sustraída
por las industrias que sugiere el arte,
haya pronta acogida
en selectos peones,
que están apercibidos y dispuestos
con notables arrestos
a llenar de sus cargos las funciones.
Así que, unos porfían
en sazonar con sales
los miembros de los pingües animales;
mientras otros quebrantan
con drogas especiales
las pieles que enarcadas se levantan;
y otros hay que eslabonan e
l cebo y en pilones lo amontonan.
Cuidando de que todo
el fruto percibido
por tan diverso y laborioso modo,
una vez que ya ha sido
a la urbe trasladado prontamente,
halle en ella acomodo,
y haga de selección el presidente.
Hora, avanzad; y pues que ya indulgente
me cubre con sus alas,
dando a mi cuerpo fuerzas y a mi mente
divina inspiración la diva Palas;
en versos (arrancando de la primera originaria fuente)
relataré, contando
con la ayuda eficaz de mis recuerdos,
los riquísimos predios en que holgando
están los pingües cerdos
y la prestancia del setoso bando.
En un principio, de estas posesiones
el dueño inteligente,
a la par de las domésticas mansiones,
un campo floreciente
mete en el centro de altos murallones.
Y con lujo y derroche de caudales,
por la extensa llanura difundidos
construye dos corrales,
que están apercibidos
para de agua captar puros raudales.
Porque, de no contar, para sus baños,
con la corriente de fontana pura,
los pútidos rebaños
jamás acrecerán, ni por asomo,
el peso y la grosura
de sus obesos y pujantes lomos;
a pesar de que estén alimentados
de amarilla cebada con puñados.
Y del corral primero la morada,
por las fecundas madres frecuentada,
ofrecer, por doquiera,
del ojo escrutador a la mirada,
una vasta pradera,
que está de fuertes muros rodeada;
la otra, a la que, tornando
del campo, más visita y la frecuenta
el de las cabras femenino bando,
con un extenso cobertizo cuenta;
que, bajo el ala de su techo obscuro,
agradable es cubículos presenta
para el rebaño impuro,
que con viles bellotas se sustenta.
También para abrigar a los cabríos
machos, verá surgir habitaciones
que cuentan con espléndidos avíos,
y están los de muy larga dimensión,
en cuyo fondo hay vastos corralones
y claras linfas de serenos ríos.
De donde, del ganado
los escuadrones salen impacientes,
para ir del verde prado
a despuntar las gramas renacientes.
Mas, antes de que vaya la porcina
grey, con voraces dientes,
destrozando la yerba esmeraldina
del ameno pensil; cuando ya nuevas
mañana surge de entre nubes blondas,
y a los cielos se eleva
Lucifer, escapando de las ondas;
y la rosada Aurora, retornando
de sus largos viajes,
va los montes y valles matizando
con la divina luz de sus celajes;
el custodio solicito y ufano;
en todas direcciones,
diseminando va con larga mano
los de Ceres fecunda ricos dones;
y también, de pasada,
de amarilla cebada
esparciendo gavillas a montones;
con las que ya saciada
quede el hambre de todas las legiones,
y no sufran ya nuevas privaciones.
Y cuando ya han calmado los rigores
de los ayunos que, en pasados días,
les causaron angustias y dolores;
se dirigen al campo, como guías
llevando a los solícitos pastores.
Y allí, todas reunidas
y en numerosos grupos esparcidas,
ora, con curvo diente,
van el césped tronchando floreciente;
o, dispersas, jugando
de los gramales en el lecho blando.
Ni con fuerza bastante
cuenta el pastor --por más que lo quisiera--
para impedir el que la grey errante
pueda parar en su veloz carrera;
a no ser que, con látigo pujante,
los pingues lomos de cerdos hiera.
Mas ya que, de este modo,
y por tan duro y eficaz remedio
pudo el ganado todo
congregar el pastor; y, cuando, en medio
de la olímpica esfera,
levanta Febo su dorada a frente
y su curso acelera;
de nuevo y prontamente,
a la que en luengo batallón formada,
se ve porcina gente,
y de muchos colegas rodeada;
el pastor la reduce
al orden, y conduce
del anchuroso establo a la morada.
Y ya que ha sido de Titán ardiente,
por los rayos quemada,
y en sus propios rediles encerrada;
anhelosa procura
buscar las aguas de fontana pura,
en cuyo lecho frío
temple el rigor del caluroso Estío
que, sin piedad, la cosa y la tortura.
En esto, parecido
teniendo con el siervo que, cansado
de mucho haber corrido,
y estando ya de muerte lesionado
y por ser ardorosa enardecido,
bebe, con anhelosos
labios, de agua los líquidos preciosos.
Luego el pastor, con tierras impregnadas
de nitro, va regando las llanuras
que en el establo se hayan encerradas;
y a las greyes porcinas
aguija con tesón, y de salinas
abundantes las deja saturadas;
y al establo derecho
las lleva, con el fin de que, amparadas
todas estén bajo el humoroso techo,
mientras el sol modera
de su rápido carro la carrera.
Cambia, entonces, de sitio a los ganados;
y de sus blandos lechos arrancados,
de nuevo les ordena
que apacentarse vayan de la amena
campiña por los fértiles sembrados;
y que, los renacientes
céspedes tronchen con agudos dientes;
hasta que a sus corceles fatigados
y de sudores llenos,
rápido el sol los deje sepultados
del hondo mar en los azules senos.
Al punto, a los ganados
hace retroceder el vigilante
pastor hacia los techos abrigados
del establo, y les pone por delante
sacos ya destapados,
que cebada contienen abundante;
y, con esta pastura,
de los vientres el hambre devorante
satisface y repara con usura.
Mas, apenas el fétido ganado
ha, con dientes voraces,
los pábulos copiosos devorado,
que de cebada diéranle los haces;
cuando, al punto, la grey organizada
en densos pelotones,
se dirige, con plantas apresurada,
de la zahurda vil --que está cerrada--
a las polvosas, rígidas prisiones;
en las que ya, sin pena,
se revuelca y agita en los terrones
desmenuzados de rojiza arena;
para después, en blando
lecho sus miembros ir aletargando.
De Vulcano la esposa
que, en más de una ocasión, víctima ha sido
de los duros flechazos de Cupido,
muchas veces, también, con ardorosa
llama y nuevos arpones,
aguija a los cerdosos escuadrones.
Y, al ver que ya de Venus en el fuego
los machos encendidos
están; el mayordomo, desde luego,
los llama, y conducidos
de las remotas vegas en que pacen,
con las hembras permite que se enlacen,
quedando por la Unión fortalecidos.
Con todo, no imprudente,
por tiempo en demasía prolongado,
el mayoral consciente
que la adiposa gente
discurra confundida por el prado.
Antes bien, a los machos escogidos
de entre toda la grey, deja fijados
de espera cinco días repetidos,
porque así los ganados,
después de algunos días
en el preciso término y forzoso,
acogen a sus crías,
que en grupo se desatan numeroso;
y llenen sus mansiones
de nueva gente con preciados dones.
Después, ya que la puerca, mal de grado,
por estar parturienta,
con el túrgido vientre ya gravado
de gran peso, a los ojos se presenta,
y aun parece que arrastra por el prado
las tetas anchurosas con que cuenta;
al punto, separada
del establo común, queda encerrada
en estrecho y exiguo apartamiento,
en que la deseada
hora espere del fausto alumbramiento.
Área extensa, en que asiento
ya tiene, de antemano, preparado
la grey que, con su aliento,
a numerosa prole generado;
y rígida clausura
en que vive la puerca sin ventura.
A otras varias, después de que preñadas
ya están, la turba juvenil procura
retener encerradas
de la zahurda obscura
en las estrechas lóbregas moradas;
quedando éstas henchidas
con turbas de las puertas ya paridas.
En tanto, ya no es lícito a la fiera
porcina disfrutar de los gramales
de la úbera pradera,
ni en sus propios corrales,
poder con planta discurrir ligera.
Con todo, del chiquero en las celdillas
todas verás con profusión regadas s
escandas amarillas,
y límpidos, canales
rebosantes con nítidos caudales;
de cuyas aguas frías
en la corriente pura
la endeble madre
y sus recientes crías
puedan matar la sed que las tortura,
y extinguir la ardorosa
ansiedad de beber que las acosa.
Mas, cuando ya el setífero ganado, que redoblado empeño,
sus partos ha lanzado
del aire puro al resplandor risueño;
al punto, el mayordomo vigilante
con atenta mirada va observando
de aquellas el enjambre rebosante;
y a los que ve que son de cuerpo blando
y pequeña estatura,
aunque no la merezcan, muerte dura
les va súbitamente prodigando;
cinco o tres solamente reservando
a los que, desde luego,
va la fecunda madre alimentando
de sus prodigas ubres con el riego.
Con todo, la pequeña
legión, ya del establo las prisiones
rotas viendo, a través de los portones,
escapase risueña,
para ir en post de alegres correrías,
pasando ya del parto veinte días;
y, en torno a los corrales, excitando
para jugar, festiva y placentera,
a los socios más tiernos de su bando;
goza en ir con ligera
planta cruzando la feraz pradera.
Después, sus juveniles
miembros agita en las pocilgas viles
del establo; y de lodo salpicada,
se encamina ligera a los rediles
en que se halla la madre encarcelada,
y de esta los pezones
secos de Jacques con blandas libaciones.
Y ya, de nuevo, torna a los corrales
volviendo de sus largas correrías,
o busca los dinteles maternales;
siempre, todos los días,
yendo y viniendo por las mismas vías,
y senderos hallando siempre iguales.
Mas, cuando ya de los ganados tiernos
el grupo numeroso
ha contado en la luna cuatro cuernos;
al punto, presuroso
sale de los corrales y, en bandadas,
se arroja a las llanuras dilatadas
para tronchar el césped abundado.
Y la mascúlea juventud florida,
que nunca ha de mirar a sus hermanas,
muy lejos es llevada y conducida
del campo por las fértiles besanas;
cuando ya de los prados
los grupos de los recios sementales
son por fuerza arrancados;
y de los viejos techos paternales
entran en posesión los herederos,
de las hembras quedando en los corrales
los polluelos femíneos prisioneros.
El mayoral, entonces, sin empacho
manda a sus servidores
que de la castración a los rigores
sujeten a las hembras y a los machos.
Y él mismo, providente,
cuida de señalar cuáles ganados
han de ser engordados
con la de Ceres pródiga simiente;
y los que son llamados
a ser padres del campo floreciente;
nuevos y delicados
cerdos, hijos del parto más reciente.
Mas, cuando con arena delicada
está la grey cebada;
ya no para las llanuras --como antaño--
libre se espacia el fétido rebaño;
ni puede el sin ventura,
aprovechar del campo y la pastura;
sino que, negligente,
en el corral morando, noche y día,
rumia constantemente
arena y farro con tenaz porfía,
a tiempo que la fría
luna ya va menguando,
por tres veces sus cuernos aguzando.
Entonces, a sus miembros (de grosura
grande, en redor, ceñidos y amparados)
van arrastrando lentos los ganados;
si bien el mayordomo, con usura,
pretende que colmados
los deje de los indios la pastura;
antes de que la vianda apetecida
produzca desazón al ser comida,
y los ojos, vencidos por el sueño,
se adormezcan en plácido beleño.
Sin tardanza ni largas dilaciones,
la armada juventud, al punto, cuida
de mover a los pingües escuadrones;
y de la grey lúcida
sacados ya los cerdos, en seguida
quién, de un cuchillo armado,
el cuello les cercena delicado;
quién, astuto, procura
en balde bronceado
purificar del cerdo la grosura;
o, con carnes molidas,
conforme al uso, preparar comidas;
mientras otros ocultan a los ojos,
de roja sangre los raudales rojos.
Todos trabajan con tenaz porfía
para airosos salir en sus empresas;
en tanto, la venal carnicería
se dispone a surtir todas las mesas
con manjares de fama y nombradía;
con los que el hacendado
rico más sus ganancias asegura,
pues le será devuelto, con usura,
el dinero empleado
de la porcina grey en la cultura.
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