Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO DECIMO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
LOS GANADOS MAYORES
Pinguia vernantes late diffusa per agros
Angustis armenta juvat concludere septis.
Rusticatio Mexicana, Libro X.
Rafael Landívar
A los gordos ganados,
que vagan esparcidos por los prados
cubiertos de verdura,
pláceme retenerlos encerrados
de setos en la rígida clausura.
Mas, para estas labores
a que entregarme quiero,
necesito la ayuda del boyero
nacido a soportar duros rigores.
El cual, de los mayores
ganados a las greyes
estimulando vaya en el potrero;
y que saque los bueyes
de los viejos parajes
en que viven, del monte en los boscajes.
¡Oh ninfas! amorosas
ceñid con vuestro amparo a las llanuras
que a vuestros pies se extienden anchurosas;
y a las selvas obscuras
también amables proteged, ¡oh diosas!;
ya que estáis adiestradas
en hacer prisioneras
por los bosques y vegas dilatadas
a los gamos ligeros;
y sembrar el desorden en los haces
de las bestias que escápanse fugaces;
y a las que, en este caso,
nos impide alcanzar fortuna ciega,
no obstante, de que vamos por la vega
corriendo con la fuerza de un Pegaso;
vosotras sujetadlas, con presura,
de setos a la rígida clausura:
Salvo que pretendáis la rebeldía
de las bestias inquietas
superar y vencer con energía,
haciendo uso de horrísonas saetas.
Que si tal efectuáis; yo, en compañía
de animosos mancebos, dando ejemplo
de amor y reverente pleitesía;
dedicado por mí tendréis un día,
del Parnaso en la cumbre, sacro templo.
Los predios que en los campos mejicanos
ampliamente florecen
por la abundancia de opulentos granos
con que, hasta hoy, enriquecen
al pueblo y a los recios campiranos;
no en setos reducidos
suelen aprisionar pequeños llanos,
sino que, muchos de ellos, difundidos
por doquier en las vegas dilatadas,
abarcan, en su seno,
de extensión treinta lenguas de terreno
en que de oro circulan las yugadas;
ora en las plantas del pensil ameno,
o bien, ya recatadas
en el boscaje de tinieblas lleno;
o en sitios abrigaños
instaladas se ven, para del frío
no resentir los daños;
o se humedecen con frecuentes baños
en las corrientes límpidas del río.
El colono nervudo
va escardando las ricas sementeras
de fuerte bieldo con dentaje agudo;
mas la grama en que abundan las praderas,
y de bosques umbríos
los frescos arbolados,
junto con la corriente de los ríos,
deja para solaz de los ganados.
Estos verás, después, cómo, asociados
a nuevos miembros de reciente cría,
discurren por los prados
sin contar para nada con un guía.
De entre la grey pecuaria fácilmente
sobresale el nevado
corcel, que muestra el pecho levantado
y muy alta la frente:
Digno de ser por todos admirado,
por contrastar la nítida blancura
en que todo su cuerpo está bañado,
con la espesa negrura
que presenta en rabo dilatado.
Va el corcel arrogante,
a través de las vegas amarillas,
(de césped abundante
anchas y muyes sillas);
sueltas llevando, por el grácil cuello,
el lomo y las orejas,
las crines vagas que, en desorden bello,
se van partiendo en múltiples madejas;
crespo el rabo movido,
y el delicado cuello retorcido;
yendo con lento paso
galopando, a través del campo raso;
y llevando consigo, tras las ancas,
--de fuerzas nada escaso--
al compacto escuadrón de yeguas blancas;
libre, sí, pero cauto y vigilante,
se espacia por el campo verdeante ....
Pero si alguna yegua generosa
en seguir al corcel que va adelante
se mostrare en extremo perezosa,
dura y recalcitrante;
al momento el sonípedo la acosa
con relincho estridente,
y al ver que permanece rezagada,
una vez y otra vez, con voz doliente
la estimula a que siga la jornada.
Empero, si la hembra no da traza
de seguir caminando, y a un rechaza
del corcel el llamado clamoroso;
entonces a la dura y negligente
el bruto generoso
con enconado diente
la castiga tenaz y duramente;
y, presa del terror, ya la reduce,
y el escuadrón, de nuevo, la conduce.
Mas no siempre medidas tan acervas
el caballo emisario
de las yeguas aplica a las catervas;
antes, por el contrario,
con solicitud afán a los pastales
llenos de frescas yerbas,
el femíneo escuadrón --en compañía
de su tierna progenie-- lleva, y guía
a que maten la sed en los raudales
de fresco arroyo o de fontana fría;
y cuando, ya de vuelta, a conducido
a los fértiles prados nuevamente
al escuadrón lucido;
lo estimula a gozar del puro ambiente,
del bosque y lecho de gramínea alfombra,
y del añoso robledal la sombra.
De aquesta numerosa
femenina legión potros salieron
de sangre generosa,
que aumentar merecieron
las cuadrigas ligeras
del sol; y, en plena libertad, errantes
vagar por las praderas;
cuando el plaustro dorado
de Febo, seis esferas
haya en el vasto cielo completado;
y cuando del florido
campo en la verde y opulenta grama
no el suelo por la escarcha esté oprimido;
ni a la fecunda rama
haya la nívea bruma consumido;
o por los crudos fríos
no congelados ya, corran los ríos;
y siempre disfrutando
los arbustos estén de clima blando.
Mas, sí de ardores lleno,
pretende el boyerizo señalado
en notario vigor, de duro freno
con áspero bocado
domar la fuerza del corcel; al punto,
del equino conjunto
un potro sólo habiéndose separado,
mételo con cuidado
de cercos en las rígidas prisiones,
vecinas de la casa a las mansiones;
doliéndose de suerte tan acerba,
con agudos relinchos, la caterva
de los demás indómitos bridones.
Entonces el boyero,
con diestra mano y poderoso brazo
por el aire ligero
--círculos describiendo-- arroja un lazo;
y cuando éste desciende,
con él al bruto generoso prende;
y firme lo asegura,
y lo sujeta con hercúleo modo,
apoyado en la dura
presión, que ejerce, con el cuerpo todo.
En tanto que, juntándose al boyero
la juventud florida,
ata con nuevos lazos, decidida,
al potro que resístese altanero
a soportar la brida,
y que amenaza de su rictus fiero
con rábida mordida,
y con terribles coceas
de las patas pujantes y veloces;
y al que, a despecho del furor siniestro
con que airado bravea
con nudos cabestro
la juventud el cuello le rodea.
Después, el ancho lomo (el que, con creces,
cuidó la turba fuese engalanado
con brillantes jaeces)
sube mozo esforzado;
y ya que en el corcel está montado,
dejando la clausura
de los corrales, sale con holgura
a correr por el campo dilatado.
Mas el caballo, lleno de bravura,
enarcando su lomo, lo agiganta,
y las manos levanta,
manteniéndolas firmes en la altura;
o, mudando de intento,
agacha la cerviz y, con presura,
va disparando coces por el viento;
y trata de arrojar del enarcado
lomo, al que en él cabalga confiado.
Empero, el domador, con gran aplomo,
las fuerzas desplegando de un atleta,
con las rodillas válidas el lomo
del corcel fogosísimo sujeta;
y erguido y muy ufano,
va llevando las riendas en la mano,
con las que ya los ímpetus modera
del bruto que se explaya;
y lo obliga a que vaya
formando, en torno, caprichosa esfera;
y de talones con tundir frecuente
más su curso acelera,
y contiene su rápida carrera
en mitad de la vega floreciente;
hasta que ya rendido
por aqueste ejercicio repetido
de resistencia tanta,
que, a costa de sudores, ha aprendido;
por el campo florido
discurre ya con sosegada planta.
Empero, cuando obligan los boyeros
a innúmeros ganados,
que están con sus familias asociados,
a quedar prisionero
en la dura estrechez de los cercados;
encendido en la rabia de celoso
amor, cada corcel rápidamente
con fuertes coces y acerado diente
protege al numeroso
grupo que forma su escuadrón luciente;
y en ir ardiente mucha
provoca a los boyeros a la lucha.
Con los dientes sacados, al instante,
ataca al enemigo
corcel, que vigilante
ampara, del corral en el abrigo;
al de las yeguas escuadrón amante.
Y ya dentro la valla
del angosto corral, amenazante
mueve al contrario a singular batalla.
Se encuentran, al momento,
los dos fieros corceles; y, livianos
más que el rápido viento,
parándose de manos
tratan los dos, con vigoroso aliento
y refinada inquina,
no cejar de su intento,
hasta lograr del todo ruina.
Y pues ahí lo quieren,
los torvos pechos con las manos hieren;
y a las orejas altas y trementes
van lesionando con rabiosos dientes;
y a las demás del blando
cuerpo partes restantes, atacando
con los golpes de cosas muy frecuentes.
Con la cerviz doblada
el corcel relinchando amenazante,
a proseguir de nuevo la empeñada
pugna excita a su fiero contrincante;
y otra vez, arrogante
surge para atacar al enemigo
que tiene que por delante,
con el doble y enérgico castigo
de repetidas coces,
y mordidas sangrantes y feroces;
hasta que, con rabioso
diente ya sujetando el sudoroso
cuello de su contrario,
se venga de su empeño temerario
tendiéndolo en el suelo polvoroso.
De donde retirándose contento
del triunfo conseguido; victorioso
marcha con paso lento,
y llevando por cima el anchuroso
lomo la crin, movida por el viento;
y, ya en son de conquista
retorna nuevamente a las manadas
pecuarias, y revista
a las yeguas ahí con reconcentradas.
No de otra suerte, el mílite nacido
de limpia sangre y generosa raza,
procura superar enardecido
el hostil escuadrón que lo amenaza.
Mas viendo su deseo ya cumplido
de vencer, se solaza
en el triunfo obtenido,
y en perdonar al émulo vencido.
Mas cuando ya, por tiempo suficiente,
los pecuarios ganados
han estado, en los setos, encerrados;
el guardián, nuevamente,
les permite y consciente
que vayan discurriendo por los prados.
Y tú admira cuál van cuál van de los bridones
los densos escuadrones
con las yeguas manchando entrelazadas;
en tropel y a montones,
saliendo del corral por los portones
angostos, y escaparse por los prados! ...
y ¡con qué extraordinario
y solicitó afán, el emisario
corcel su propio bando
va de los otros bandos separando
y, sin pausas ni treguas,
ir, a la par, cuidando
de segregar las yeguas de las yeguas! ...
A prados y pastales conocidos
siendo por él los bandos conducidos.
Mas ¡ay! de la cuitada
yegua, que habiendo en la anchurosa vega
dejado a su familia abandonada,
a otro grupo se agrega,
quedando con sus hembras enlazada;
y que cierra el oído
para la voz no ir de su marido.
Que, entonces, al momento,
con pies que vencen al lado viento,
se lanza disparado
el fogoso corcel sobre la turba
del pecuario ganado;
y, lleno de furor, con enconado
diente lo hiere y todo lo perturba;
hasta que, al fin, hallado
que hubiese entre la turba revoltosa
a su consorte infiel; con acerado
diente, fiero la acosa,
de nuevo conduciéndola a su lado.
También no pocas veces se coloca
al frente de las greyes (opulento
dón de Baco) jumento
de orejas largas y espantable boca,
que caminando va con paso lento.
Pero al que acatamiento
rinden del Maduré los moradores
con frecuentes honores,
por suponer que viene de sus greyes
la noble estirpe de gloriosos reyes;
y por ser bienhechores
nuestros, cuando procrean
ardientes, como rayos vengadores,
mulas que gallardean
por sus fuerzas y tranco superiores;
de las que nos valemos
cuando largas jornadas emprendemos
y, por tortuosas vías,
de aquéllas apoyados en los remos,
devoramos inmensas lejanías
y montañas altísimas vencemos;
y, merced a las cuales, las doradas
carrozas por las urbes van ligeras,
con extremado lujo engalanadas;
o, bien, arrebatadas
por escarpados montes y laderas.
Así que esta progenie, ya conforme
con llevar del biforme
peso la carga trabajosa y dura,
con trabajo tenaz y empeño enorme
discurre por el monte y la llanura;
y con la grave reja del arado
la sabana rotura,
y deja desgarrado
el duro vientre de la gleba dura.
Pero, en tanto que vaga por el prado,
asociado al ganado,
la de mulas lucida
y compacta legión;
el vigilante pastor ampara y cuida
a la región a la recién nacida
prole, lo mismo que a su madre amante.
Y de los propios úberos pastales,
en que el grupo de mula se solaza,
torvo aparte y rechaza
de Ethón a los fogosos animales.
Pero si incauta mula, a su marido
mirando con desdén, va tras los goces
del férvido corcel y presta oído
fácil, de amor a sus agudas voces;
el asno enfurecido
y de dientes armado,
la guerra declarando, decidido
acomete al corcel enamorado,
dejándolo, con rictus acerado,
por diferentes partes mal herido.
Así joven de obscuro nacimiento,
habiendo superado
a émulo poderoso y corpulento,
salta regocijado
y remata, al momento,
con el acero al prócer derribado.
Con todo, de la grey por el cuidado
acerbo, ya sin fuerzas, el jumento
no sigue por el prado,
de la esfera solar el movimiento;
sino, más bien, se queda retenido
junto a un pesebre vasto
y de forrajes múltiples henchido;
porque así, ya nutrido
con abundante pasto,
para el año siguiente
con fuerzas nuevas y pujanza cuente;
y con trigo y con leche alimentado,
adquiera nuevos bríos,
cuando haya las praderas emperlado
la nueva primavera de rocíos.
Mas una vez que a los herbosos prados
en sus recientes lechos de verdura
se les mira reír regocijados;
con lomos y riñones trasquilados
aparece del asno la figura,
bañada, con frecuencia, en el aceite
que de Siria la oliva le procura
para que de él se sirva como afeite.
Y, de nuevo, aguijado
del viejo amor por las pecuarias greyes,
torna a unirse al ganado
que vaga por el prado,
libre de trabas y opresoras leyes.
No de otra suerte, van por los tendidos
prados, llenos de flores,
fieros toros, nacidos
a sufrir de la lidia los rigores;
y parar las tierras,
recios bueyes y dóciles becerras;
de éstas y aquéllos el crecido bando
mucho tiempo, del monte en la espesura,
o en los plácidos valles habitando;
sin que retorne, de la noche obscura
por las densas tinieblas protegido,
al seto que un abrigo le procura;
ni jamás un mullido
y confortable lecho
para sí busque, el abrigado lecho.
Más cuando, a flor de tierra,
pare, en medio del campo, una becerra,
y, llevando consigo
al becerro, en el bosque le da abrigo;
el boyero, al instante,
a pesar de la madre sollozante,
lo arranca de su lado,
y en el redil lo deja aprisionado;
en los mismos encierros
teniendo buen cuidado
de retener cautivos los becerros
para que no, imprudentes
y de codicia llenos,
a secar vayan las vitales fuentes
de los maternos senos;
y porque de la prole separada
por el nativo amor que arde en su pecho,
la madre desolada,
para la ordeña quede destinada,
y busque albergue en abrigado techo.
Mas si la vaca pérfida, escondida
en las tinieblas de la selva oscura,
desprecia al hijo, a quien le dio la vida;
y resístese dura
a volver al redil abandonado,
por no lactar al hijo delicado;
entonces, con presura,
los rústicos peones
de lomo asaltan de ágiles bidones,
cuya rauda carrera
ni el ígneo Ehtón aventajar pudiera.
Con lo que ya seguros,
van acosando, tras la sombra opaca,
de los bosques obscuros,
a la rebelde vaca;
a la que, al cabo, rinden y fatigan,
y el bosque espeso abandonaron obligan.
Arrancada, después, de los cubiles
boscosos, de jinetes juveniles
la banda numerosa
(a tiempo que la aurora va del cielo
ahuyentando a la noche tenebrosa);
se entrega, cada día, con anhelo
a visitar del Monte la espesura,
la espaciosa llanura,
y los ríos que cruzan por el suelo.
Y del campo moviendo a los ganados
indómitos y duros,
los obliga a vivir tras de los muros
de los altos cercados,
cerca de los becerros asilados.
Después (roto el anillo
de la fuerte clausura que lo oprime)
saca al débil y hambriento becerrillo,
que, perdida la madre, ronca gime.
Y cuando asiduo brama
y, con querella aguda,
el patrocinio maternal reclama;
luego a prestar ayuda
la madre acude al hijo que la llama,
y con clamor amante lo saluda.
Más, apenas el lúgubre gemido
del corazón materno
ha penetrado del novillo tierno
en el sensible oído;
cuando, en rápido curso, va buscando
a su progenitora
que va asociada al femenino bando;
hasta que, nuevamente,
requiriendo con voz conmovedora
al hijo, le consciente
que, festivo, de la ubre portadora
de leche fecundante, esté pendiente.
Más, armado el boyero
de áspero lazo, impide que el ternero
extinga la rabiosa
hambre cruel, que contestó le acosa.
Porque, tan pronto como el labio mueve
para hacer libaciones
en torno de los túrgidos pezones
el novillo, y se embebe
en las destilaciones
de la leche, más pura que la nieve;
el boyero, al instante,
con un cordel lo deja separado
de la ubre fecundante,
por más que lo repugne contrariado;
y quede de su amante
madre a una de las piernas bien atado.
Pues que la vaca niégase (sí ausente
se encuentra su ternero)
a descubrir su hectárea fuente
el oculto y prolífico venero.
Después, de añoso roble construido
una cuba el boyero
saca; y, al punto, cuida
muy horondo y urbano,
--sirviéndose ya de una y otra mano--
de exprimir de la vaca los turgentes
y prolíficos senos;
con cuyo dulce néctar deja llenos
de la cuba los hondos recipientes,
que de jugos vitales
se desbordan en úberos caudales;
y de donde se extrae, con usura,
de abundosa manteca la grosura;
y, al par, de leche densa
(en círculos pequeños encerrados)
quesos elaborados
por el auxilio de crujiente prensa.
Mas prudente el boyero, reservado,
deja un pezón; para que ya soltado,
a poco, libremente
con él, el becerrillo delicado
quede nutrido y su vigor aumente.
Después, conforme al uso establecido,
ya de la ordeña y cría libertadas
las terneras, y habiendo ya salido
del redil en que estaban encerradas;
el boyero consiente
que vayan por las vegas libremente
paciendo el césped blando,
o en el fondo de líquida corriente
del calor los rigores apagando.
Mas, también, providente,
de un pastor al cuidado, a los novillos
manda aquí de la vega floreciente
despunten de los frágiles tomillos
los tallos delicados,
a la sombra de espesos arbolados;
y les veda que aplaquen los rigores
de la sed iracunda,
en los lácteos licores
que la vaca prodígales fecunda.
Mas luego que el becerro ya ha adquirido
de corpulenta res las proporciones;
y ha sus anchas orejas protegido
con agudos pitones;
deja, al punto, el boyero recluido
--del angosto corral en las prisiones--
al de novillos numerosos bando,
que va por las campiñas retozando;
porque cada becerro
en el lomo sensible
reciba la impresión dura y terrible
que le produce enrojecido hierro.
Desde luego, adiestrado en tal oficio,
el boyero procura
apretar del novicio
buey las piernas con fuerte ligadura.
Y por más de que, airado
quiera el lazo romper que lo encadena,
el boyero esforzado
fácilmente derríbalo en la arena.
Y, una vez derribado,
del propio fundo con el sello ardiente
déjalo bien marcado
en el lomo, que agitase impaciente.
La bestia, conmovida
por el rigor del hierro duro torturante,
muéstrase enardecida
y desborda, en seguida,
en piélagos de cólera espumante;
y, una vez desprendida
del nudoso cordel que la encadena,
trata, de rabia llena,
de invadir con feroz acometida
a la tropa florida
de jóvenes, en medio de la arena.
Estos, empero, de la res bravía
a burlar los asaltos
se entregan con frenética alegría;
y con frecuentes saltos
quebrantan de sus fuerzas la energía.
A las veces, también, con asombrados
ojos verás, ante tus pies, rendidos
y en solo un pelotón amontonado,
a muchos toros, de furor henchidos.
Porque apenas el astro reluciente
de Venus, asomando por Oriente,
a los hombres envía
el alma luz, del redivivo día;
cuando la sonriente
juventud esforzada,
por corceles alígeros llevada,
en las selvas obscuras
penetra y, a través de las llanuras,
emprende la jornada;
con frecuentes carreras acosando
de semovientes al disperso bando.
Y parte de los jóvenes procura
que de la selva obscura
los toros abandonan la guarida;
y otra parte conduce a la llanura
de inmensos horizontes,
a las reses que bajan de los montes;
mientras otra vigila con cuidado
a las que están ya juntas en el prado;
y forma con intenso
afán, de toros escuadrón inmenso.
Pero si algún ovillo se desprende
de la compacta liga,
y en carrera veloz huir pretende;
pronto la juventud la marcha emprende
a rienda suelta, y al corcel fatiga
con incesante escuela;
hasta que, al fin consiga
dar alcance al cornúpeto que vuela.
Y al que, una vez rendido
por el mucho correr y fatigado,
(de cola teniéndolo cogido
y del todo humillado)
en el campo lo deja derribado.
De donde ya advertido
por tan duro escarmiento,
a la grey es, de nuevo conducido
para en ella tener ya fijo asiento.
La juventud, a poco, providente,
a los gordos novillos
los deja separados en corrillos,
en que puedan ser vistos por la gente.
Y a los bueyes nervudos
que muestran cerviguillos abultados,
en torno de los cuales, forman nudos
cordeles apretados;
guárdalos porque sirvan esforzados
en los rudos
de roturar la tierra con arados;
y dejar que el restante
ganado por los prados
vaya va haciendo el césped abundante.
Más, para qué subyugar a los ganados
previamente escogidos
para el cultivo de feroces prados,
procura el boyerizo a los castrados,
en liga fraternal, dejar unidos
con los bueyes pesados,
y que vayan uncidos
a los que, a tiempo, marchan subyugados;
hasta que se despojen de fiereza,
y sepan ya (sus cuellos doblegados)
soportarte los yugos la aspereza.
Por tanto, de dos bueyes a la yunta
el indócil novillo, desde luego,
con recia mano junta
y átalo bien al rústico labriego
que, haciendo de verdugo,
pone a los tres bajos del mismo yugo;
para que, cuando el toro, conmovido
de sus mayores por la rabia fiera,
loco y enfurecido
ir con planta ligera
pretendiere, a través de la pradera;
los bueyes aradores
que, hace tiempo, ya están acostumbrados
de la reja a los ásperos rigores
y de aquí para allá van por los prados;
domen con energía
la del novillo fiera rebeldía;
y que a medir le enseñen con pausados
pasos la ancha vega,
y a que el furor deponga que lo ciega.
Más una vez el toro ya enseñado
a romper de la tierra, los terrones
con paso sosegado,
aplaca de furor las explosiones
y obedece, de grado,
de sus doctos maestros las lecciones.
Y ya, sin dilaciones,
a este toro tercero, desprendido,
el qué caporal está en funciones,
echado para atrás, y con formido
puño y largo cordel por los pitones,
lo deja bien ceñido:
Y por más que el cornúpeto violento
mucho pretenda hacer, todo es en vano,
porque el labriego, cachazudo y lento,
lo va moviendo con tranquila mano;
hasta que, ya instruido
en las duras faenas del arado,
sepa con lento paso y bien medido
deshacer el terror acumulado.
Más, también suele, a veces, la manada
rebelde de los toros, ya de asiento
ocultarse del bosque en la enramada,
sólo hallando especial contentamiento
en la hierba tronchada,
bajo el toldo de roble corpulento.
Y no hay brazo que pueda vigoroso
arrancarla del sitio nemoroso,
salvo que, compelida
por la ardorosa sed que la tortura
y tiene aridecida,
busque en las sombras de la noche obscura
y de grama florida
por sobre el haz, una fontana pura.
La juventud, empero, laboriosa,
envuelta de la noche en los negrores,
acomete veloz y firme acosa
al grupo de los toros corredores: Y, una vez ya rendidos,
los dejas sobre el césped mal heridos.
Pues que la juventud, entusiasmada,
al punto se apodera
de corceles que muestran gran alzada,
y se distinguen en veloz carrera.
Y para la jornada,
con propias armas se presenta armada.
Al punto, un joven echa
mano veloz a la silbante flecha
de frágil pino y cúspide acerada;
otro vibrando fiero
va la bicorne luna, que bañada
toda se ve de refulgente acero;
mientras el resto de la púber gente
ata de los corceles
a la cauda sutil, con fácil mano,
los que, a tiempo, arrancó duros cordeles
del lomo del cornúpeto liviano.
Y cuando ya, conforme a la costumbre
y al uso autorizado,
de jóvenes la alegre muchedumbre
ha sus potentes armas preparado;
se difunde, enseguida,
por el abierto y espacioso prado,
por la siguiente noche protegida;
a la hora en que, oportuna
con más vivo fulgor baña la luna
a la Tierra entre sombras adormida;
y taciturna y va, con inseguro
paso, a los sitios del boscaje obscuro,
donde saben que tienen su guarida
los ganados bravíos,
y la hora en que la dejan, para el puro
raudal buscar de refrescantes ríos.
Entonces, dispersada
la tropa juvenil por los senderos
umbrosos de la selva dilatada;
de "vigilantes" puestos rodeada
la dejan; esperando a que de fieros
cornúpetos la presa codiciada
salga a abrevar en límpidos veneros.
Mas luego que ha dejado
las negras sombras del boscaje obscuro
el buey, y con pausado
paso, libre y seguro
camina por el campo dilatado;
de jinetes la liga,
al punto, con ferrados espolones
a que corran instiga
a los nobles y alígeros bridones;
y persigue al sediento
toro, que busca el líquido elemento.
Entonces, un combate
se entabla entre los mozos, al momento,
para ver quién abate
con más valor al toro corpulento:
Este lucha primero,
por medio de una pica,
cuya punta remata en duro acero,
por derribar en tierra al toro fiero;
en tanto, aquél se aplica
con lunas aceradas
a dejarle las piernas quebrantadas;
si no es que otro ya anuda
con laso vigoroso
la frente del cornúpeto sañuda;
o del corcel brioso
lo tiene atado ya la cauda ruda.
De súbito furor sobrecogido,
el toro embravecido,
doblando la cerviz, ataca fiero
al caballo ligero;
más del bruto la fiera acometida
esquiva prevenido el caballero,
en falso, haciendo rápida salida;
y corriendo, de suerte,
que evita del torete la embestida,
y queda libertado de la muerte;
mientras los socios del florido bando,
van del toro las piernas quebrantando,
o él mismo, con presura
acudiendo, lo vuelve a la clausura,
donde quede su sino lamentando.
La juventud, al punto, congregada
en torno de la fiera,
que ya se por el suelo derribada,
con fuertes cables ata sus tendones;
y la piel, con la punta de la espada
penetrante y aguda,
fácilmente le arranca; y de riñones
y de costillas déjala desnuda.
Y después, del hogar a las mansiones
él mismo la conduce,
y a cuartos la reduce,
quemándola de fuego en los tizones.
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