lunes, 4 de diciembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro decimo, Los ganados mayores; transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila 


LIBRO DECIMO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

LOS GANADOS MAYORES 





Pinguia vernantes late diffusa per agros
Angustis armenta juvat concludere septis.
                         Rusticatio Mexicana, Libro X.
                         Rafael Landívar

A los gordos ganados, 
que vagan esparcidos por los prados 
cubiertos de verdura, 
pláceme retenerlos encerrados 
de setos en la rígida clausura. 

    Mas, para estas labores 
a que entregarme quiero, 
necesito la ayuda del boyero 
nacido a soportar duros rigores. 
El cual, de los mayores 
ganados a las greyes 
estimulando vaya en el potrero; 
y que saque los bueyes 
de los viejos parajes 
en que viven, del monte en los boscajes. 

    ¡Oh ninfas! amorosas 
ceñid con vuestro amparo a las llanuras 
que a vuestros pies se extienden anchurosas; 
y a las selvas obscuras 
también amables proteged, ¡oh diosas!; 
ya que estáis adiestradas 
en hacer prisioneras 
por los bosques y vegas dilatadas 
a los gamos ligeros; 
y sembrar el desorden en los haces 
de las bestias que escápanse fugaces; 
y a las que, en este caso, 
nos impide alcanzar fortuna ciega, 
no obstante, de que vamos por la vega 
corriendo con la fuerza de un Pegaso; 
vosotras sujetadlas, con presura, 
de setos a la rígida clausura: 
Salvo que pretendáis la rebeldía 
de las bestias inquietas 
superar y vencer con energía, 
haciendo uso de horrísonas saetas. 
Que si tal efectuáis; yo, en compañía 
de animosos mancebos, dando ejemplo 
de amor y reverente pleitesía; 
dedicado por mí tendréis un día, 
del Parnaso en la cumbre, sacro templo. 

    Los predios que en los campos mejicanos 
ampliamente florecen 
por la abundancia de opulentos granos 
con que, hasta hoy, enriquecen 
al pueblo y a los recios campiranos; 
no en setos reducidos 
suelen aprisionar pequeños llanos, 
sino que, muchos de ellos, difundidos 
por doquier en las vegas dilatadas, 
abarcan, en su seno, 
de extensión treinta lenguas de terreno 
en que de oro circulan las yugadas; 
ora en las plantas del pensil ameno, 
o bien, ya recatadas 
en el boscaje de tinieblas lleno; 
o en sitios abrigaños 
instaladas se ven, para del frío 
no resentir los daños; 
o se humedecen con frecuentes baños 
en las corrientes límpidas del río. 

    El colono nervudo 
va escardando las ricas sementeras 
de fuerte bieldo con dentaje agudo; 
mas la grama en que abundan las praderas, 
y de bosques umbríos 
los frescos arbolados, 
junto con la corriente de los ríos, 
deja para solaz de los ganados. 
Estos verás, después, cómo, asociados 
a nuevos miembros de reciente cría, 
discurren por los prados 
sin contar para nada con un guía. 

    De entre la grey pecuaria fácilmente 
sobresale el nevado 
corcel, que muestra el pecho levantado 
y muy alta la frente: 
Digno de ser por todos admirado, 
por contrastar la nítida blancura 
en que todo su cuerpo está bañado, 
con la espesa negrura 
que presenta en rabo dilatado. 

    Va el corcel arrogante, 
a través de las vegas amarillas, 
(de césped abundante 
anchas y muyes sillas); 
sueltas llevando, por el grácil cuello, 
el lomo y las orejas, 
las crines vagas que, en desorden bello, 
se van partiendo en múltiples madejas; 
crespo el rabo movido, 
y el delicado cuello retorcido; 
yendo con lento paso 
galopando, a través del campo raso; 
y llevando consigo, tras las ancas, 
--de fuerzas nada escaso-- 
al compacto escuadrón de yeguas blancas; 
libre, sí, pero cauto y vigilante, 
se espacia por el campo verdeante .... 

    Pero si alguna yegua generosa 
en seguir al corcel que va adelante 
se mostrare en extremo perezosa, 
dura y recalcitrante; 
al momento el sonípedo la acosa 
con relincho estridente, 
y al ver que permanece rezagada, 
una vez y otra vez, con voz doliente 
la estimula a que siga la jornada. 
Empero, si la hembra no da traza 
de seguir caminando, y a un rechaza 
del corcel el llamado clamoroso; 
entonces a la dura y negligente 
el bruto generoso 
con enconado diente 
la castiga tenaz y duramente; 
y, presa del terror, ya la reduce, 
y el escuadrón, de nuevo, la conduce. 

    Mas no siempre medidas tan acervas 
el caballo emisario 
de las yeguas aplica a las catervas; 
antes, por el contrario, 
con solicitud afán a los pastales 
llenos de frescas yerbas, 
el femíneo escuadrón --en compañía 
de su tierna progenie-- lleva, y guía
 a que maten la sed en los raudales 
de fresco arroyo o de fontana fría; 
y cuando, ya de vuelta, a conducido 
a los fértiles prados nuevamente 
al escuadrón lucido; 
lo estimula a gozar del puro ambiente, 
del bosque y lecho de gramínea alfombra, 
y del añoso robledal la sombra. 

    De aquesta numerosa 
femenina legión potros salieron 
de sangre generosa, 
que aumentar merecieron 
las cuadrigas ligeras 
del sol; y, en plena libertad, errantes 
vagar por las praderas; 
cuando el plaustro dorado 
de Febo, seis esferas 
haya en el vasto cielo completado; 
y cuando del florido 
campo en la verde y opulenta grama 
no el suelo por la escarcha esté oprimido; 
ni a la fecunda rama 
haya la nívea bruma consumido; 
o por los crudos fríos 
no congelados ya, corran los ríos; 
y siempre disfrutando 
los arbustos estén de clima blando. 

    Mas, sí de ardores lleno, 
pretende el boyerizo señalado 
en notario vigor, de duro freno 
con áspero bocado 
domar la fuerza del corcel; al punto, 
del equino conjunto 
un potro sólo habiéndose separado, 
mételo con cuidado 
de cercos en las rígidas prisiones, 
vecinas de la casa a las mansiones; 
doliéndose de suerte tan acerba, 
con agudos relinchos, la caterva 
de los demás indómitos bridones.  

    Entonces el boyero, 
con diestra mano y poderoso brazo 
por el aire ligero 
--círculos describiendo-- arroja un lazo; 
y cuando éste desciende, 
con él al bruto generoso prende; 
y firme lo asegura, 
y lo sujeta con hercúleo modo, 
apoyado en la dura 
presión, que ejerce, con el cuerpo todo. 
En tanto que, juntándose al boyero 
la juventud florida, 
ata con nuevos lazos, decidida, 
al potro que resístese altanero 
a soportar la brida, 
y que amenaza de su rictus fiero 
con rábida mordida, 
y con terribles coceas 
de las patas pujantes y veloces; 
y al que, a despecho del furor siniestro 
con que airado bravea 
con nudos cabestro 
la juventud el cuello le rodea. 

    Después, el ancho lomo (el que, con creces, 
cuidó la turba fuese engalanado 
con brillantes jaeces) 
sube mozo esforzado; 
y ya que en el corcel está montado, 
dejando la clausura 
de los corrales, sale con holgura 
a correr por el campo dilatado. 

    Mas el caballo, lleno de bravura, 
enarcando su lomo, lo agiganta, 
y las manos levanta, 
manteniéndolas firmes en la altura; 
o, mudando de intento, 
agacha la cerviz y, con presura, 
va disparando coces por el viento; 
y trata de arrojar del enarcado 
lomo, al que en él cabalga confiado. 

    Empero, el domador, con gran aplomo, 
las fuerzas desplegando de un atleta, 
con las rodillas válidas el lomo 
del corcel fogosísimo sujeta; 
y erguido y muy ufano, 
va llevando las riendas en la mano, 
con las que ya los ímpetus modera 
del bruto que se explaya; 
y lo obliga a que vaya 
formando, en torno, caprichosa esfera; 
y de talones con tundir frecuente 
más su curso acelera, 
y contiene su rápida carrera 
en mitad de la vega floreciente; 
hasta que ya rendido 
por aqueste ejercicio repetido 
de resistencia tanta,
 que, a costa de sudores, ha aprendido; 
por el campo florido 
discurre ya con sosegada planta. 

    Empero, cuando obligan los boyeros 
a innúmeros ganados, 
que están con sus familias asociados, 
a quedar prisionero 
en la dura estrechez de los cercados; 
encendido en la rabia de celoso 
amor, cada corcel rápidamente 
con fuertes coces y acerado diente 
protege al numeroso 
grupo que forma su escuadrón luciente; 
y en ir ardiente mucha 
provoca a los boyeros a la lucha. 

    Con los dientes sacados, al instante, 
ataca al enemigo 
corcel, que vigilante 
ampara, del corral en el abrigo; 
al de las yeguas escuadrón amante. 
Y ya dentro la valla 
del angosto corral, amenazante 
mueve al contrario a singular batalla. 
Se encuentran, al momento, 
los dos fieros corceles; y, livianos 
más que el rápido viento, 
parándose de manos 
tratan los dos, con vigoroso aliento 
y refinada inquina, 
no cejar de su intento, 
hasta lograr del todo ruina. 
Y pues ahí lo quieren, 
los torvos pechos con las manos hieren; 
y a las orejas altas y trementes 
van lesionando con rabiosos dientes;
y a las demás del blando 
cuerpo partes restantes, atacando 
con los golpes de cosas muy frecuentes. 

    Con la cerviz doblada 
el corcel relinchando amenazante, 
a proseguir de nuevo la empeñada 
pugna excita a su fiero contrincante; 
y otra vez, arrogante 
surge para atacar al enemigo 
que tiene que por delante, 
con el doble y enérgico castigo 
de repetidas coces, 
y mordidas sangrantes y feroces; 
hasta que, con rabioso 
diente ya sujetando el sudoroso 
cuello de su contrario, 
se venga de su empeño temerario 
tendiéndolo en el suelo polvoroso. 
De donde retirándose contento 
del triunfo conseguido; victorioso 
marcha con paso lento, 
y llevando por cima el anchuroso 
lomo la crin, movida por el viento; 
y, ya en son de conquista 
retorna nuevamente a las manadas 
pecuarias, y revista 
a las yeguas ahí con reconcentradas. 

    No de otra suerte, el mílite nacido 
de limpia sangre y generosa raza, 
procura superar enardecido 
el hostil escuadrón que lo amenaza. 
Mas viendo su deseo ya cumplido 
de vencer, se solaza 
en el triunfo obtenido, 
y en perdonar al émulo vencido. 

    Mas cuando ya, por tiempo suficiente, 
los pecuarios ganados 
han estado, en los setos, encerrados; 
el guardián, nuevamente, 
les permite y consciente 
que vayan discurriendo por los prados.
 Y tú admira cuál van cuál van de los bridones 
los densos escuadrones 
con las yeguas manchando entrelazadas; 
en tropel y a montones, 
saliendo del corral por los portones 
angostos, y escaparse por los prados! ... 
y ¡con qué extraordinario 
y solicitó afán, el emisario 
corcel su propio bando 
va de los otros bandos separando 
y, sin pausas ni treguas, 
ir, a la par, cuidando 
de segregar las yeguas de las yeguas! ... 
A prados y pastales conocidos 
siendo por él los bandos conducidos. 

    Mas ¡ay! de la cuitada 
yegua, que habiendo en la anchurosa vega 
dejado a su familia abandonada, 
a otro grupo se agrega, 
quedando con sus hembras enlazada; 
y que cierra el oído 
para la voz no ir de su marido. 
Que, entonces, al momento, 
con pies que vencen al lado viento, 
se lanza disparado 
el fogoso corcel sobre la turba 
del pecuario ganado; 
y, lleno de furor, con enconado 
diente lo hiere y todo lo perturba; 
hasta que, al fin, hallado 
que hubiese entre la turba revoltosa 
a su consorte infiel; con acerado 
diente, fiero la acosa, 
de nuevo conduciéndola a su lado. 

    También no pocas veces se coloca 
al frente de las greyes (opulento 
dón de Baco) jumento 
de orejas largas y espantable boca, 
que caminando va con paso lento. 
Pero al que acatamiento
 rinden del Maduré los moradores 
con frecuentes honores, 
por suponer que viene de sus greyes 
la noble estirpe de gloriosos reyes; 
y por ser bienhechores 
nuestros, cuando procrean 
ardientes, como rayos vengadores, 
mulas que gallardean 
por sus fuerzas y tranco superiores; 
de las que nos valemos 
cuando largas jornadas emprendemos 
y, por tortuosas vías, 
de aquéllas apoyados en los remos, 
devoramos inmensas lejanías 
y montañas altísimas vencemos; 
y, merced a las cuales, las doradas 
carrozas por las urbes van ligeras, 
con extremado lujo engalanadas; 
o, bien, arrebatadas 
por escarpados montes y laderas. 

    Así que esta progenie, ya conforme 
con llevar del biforme 
peso la carga trabajosa y dura, 
con trabajo tenaz y empeño enorme 
discurre por el monte y la llanura; 
y con la grave reja del arado 
la sabana rotura, 
y deja desgarrado 
el duro vientre de la gleba dura. 

    Pero, en tanto que vaga por el prado, 
asociado al ganado, 
la de mulas lucida 
y compacta legión; 
el vigilante pastor ampara y cuida 
a la región a la recién nacida 
prole, lo mismo que a su madre amante. 
Y de los propios úberos pastales, 
en que el grupo de mula se solaza, 
torvo aparte y rechaza 
de Ethón a los fogosos animales. 

    Pero si incauta mula, a su marido 
mirando con desdén, va tras los goces 
del férvido corcel y presta oído 
fácil, de amor a sus agudas voces; 
el asno enfurecido 
y de dientes armado, 
la guerra declarando, decidido 
acomete al corcel enamorado, 
dejándolo, con rictus acerado, 
por diferentes partes mal herido. 
Así joven de obscuro nacimiento, 
habiendo superado 
a émulo poderoso y corpulento, 
salta regocijado 
y remata, al momento, 
con el acero al prócer derribado. 

    Con todo, de la grey por el cuidado 
acerbo, ya sin fuerzas, el jumento 
no sigue por el prado, 
de la esfera solar el movimiento; 
sino, más bien, se queda retenido 
junto a un pesebre vasto 
y de forrajes múltiples henchido; 
porque así, ya nutrido 
con abundante pasto, 
para el año siguiente 
con fuerzas nuevas y pujanza cuente; 
y con trigo y con leche alimentado, 
adquiera nuevos bríos, 
cuando haya las praderas emperlado 
la nueva primavera de rocíos. 

    Mas una vez que a los herbosos prados 
en sus recientes lechos de verdura 
se les mira reír regocijados; 
con lomos y riñones trasquilados 
aparece del asno la figura, 
bañada, con frecuencia, en el aceite 
que de Siria la oliva le procura 
para que de él se sirva como afeite. 
Y, de nuevo, aguijado 
del viejo amor por las pecuarias greyes, 
torna a unirse al ganado 
que vaga por el prado, 
libre de trabas y opresoras leyes. 

    No de otra suerte, van por los tendidos 
prados, llenos de flores, 
fieros toros, nacidos 
a sufrir de la lidia los rigores; 
y parar las tierras, 
recios bueyes y dóciles becerras; 
de éstas y aquéllos el crecido bando 
mucho tiempo, del monte en la espesura, 
o en los plácidos valles habitando; 
sin que retorne, de la noche obscura 
por las densas tinieblas protegido, 
al seto que un abrigo le procura; 
ni jamás un mullido 
y confortable lecho 
para sí busque, el abrigado lecho. 

    Más cuando, a flor de tierra, 
pare, en medio del campo, una becerra, 
y, llevando consigo 
al becerro, en el bosque le da abrigo; 
el boyero, al instante, 
a pesar de la madre sollozante, 
lo arranca de su lado, 
y en el redil lo deja aprisionado; 
en los mismos encierros 
teniendo buen cuidado 
de retener cautivos los becerros 
para que no, imprudentes 
y de codicia llenos, 
a secar vayan las vitales fuentes 
de los maternos senos; 
y porque de la prole separada 
por el nativo amor que arde en su pecho, 
la madre desolada, 
para la ordeña quede destinada, 
y busque albergue en abrigado techo. 

    Mas si la vaca pérfida, escondida 
en las tinieblas de la selva oscura, 
desprecia al hijo, a quien le dio la vida; 
y resístese dura 
a volver al redil abandonado, 
por no lactar al hijo delicado; 
entonces, con presura, 
los rústicos peones 
de lomo asaltan de ágiles bidones, 
cuya rauda carrera 
ni el ígneo Ehtón aventajar pudiera. 
Con lo que ya seguros, 
van acosando, tras la sombra opaca, 
de los bosques obscuros, 
a la rebelde vaca; 
a la que, al cabo, rinden y fatigan, 
y el bosque espeso abandonaron obligan. 

    Arrancada, después, de los cubiles 
boscosos, de jinetes juveniles 
la banda numerosa 
(a tiempo que la aurora va del cielo 
ahuyentando a la noche tenebrosa); 
se entrega, cada día, con anhelo 
a visitar del Monte la espesura, 
la espaciosa llanura, 
y los ríos que cruzan por el suelo. 
Y del campo moviendo a los ganados 
indómitos y duros, 
los obliga a vivir tras de los muros 
de los altos cercados, 
cerca de los becerros asilados. 

    Después (roto el anillo 
de la fuerte clausura que lo oprime) 
saca al débil y hambriento becerrillo, 
que, perdida la madre, ronca gime. 
Y cuando asiduo brama 
y, con querella aguda, 
el patrocinio maternal reclama; 
luego a prestar ayuda 
la madre acude al hijo que la llama, 
y con clamor amante lo saluda. 
Más, apenas el lúgubre gemido 
del corazón materno 
ha penetrado del novillo tierno 
en el sensible oído; 
cuando, en rápido curso, va buscando 
a su progenitora 
que va asociada al femenino bando; 
hasta que, nuevamente, 
requiriendo con voz conmovedora 
al hijo, le consciente 
que, festivo, de la ubre portadora 
de leche fecundante, esté pendiente. 

    Más, armado el boyero 
de áspero lazo, impide que el ternero 
extinga la rabiosa 
hambre cruel, que contestó le acosa. 
Porque, tan pronto como el labio mueve 
para hacer libaciones 
en torno de los túrgidos pezones 
el novillo, y se embebe 
en las destilaciones 
de la leche, más pura que la nieve; 
el boyero, al instante, 
con un cordel lo deja separado 
de la ubre fecundante, 
por más que lo repugne contrariado; 
y quede de su amante 
madre a una de las piernas bien atado. 
Pues que la vaca niégase (sí ausente 
se encuentra su ternero) 
a descubrir su hectárea fuente 
el oculto y prolífico venero. 

    Después, de añoso roble construido 
una cuba el boyero 
saca; y, al punto, cuida 
muy horondo y urbano, 
--sirviéndose ya de una y otra mano-- 
de exprimir de la vaca los turgentes 
y prolíficos senos; 
con cuyo dulce néctar deja llenos 
de la cuba los hondos recipientes, 
que de jugos vitales 
se desbordan en úberos caudales; 
y de donde se extrae, con usura, 
de abundosa manteca la grosura; 
y, al par, de leche densa 
(en círculos pequeños encerrados) 
quesos elaborados 
por el auxilio de crujiente prensa. 
Mas prudente el boyero, reservado, 
deja un pezón; para que ya soltado, 
a poco, libremente 
con él, el becerrillo delicado 
quede nutrido y su vigor aumente. 

    Después, conforme al uso establecido, 
ya de la ordeña y cría libertadas
las terneras, y habiendo ya salido 
del redil en que estaban encerradas; 
el boyero consiente 
que vayan por las vegas libremente
 paciendo el césped blando, 
o en el fondo de líquida corriente 
del calor los rigores apagando. 
Mas, también, providente, 
de un pastor al cuidado, a los novillos 
manda aquí de la vega floreciente 
despunten de los frágiles tomillos 
los tallos delicados, 
a la sombra de espesos arbolados; 
y les veda que aplaquen los rigores 
de la sed iracunda, 
en los lácteos licores 
que la vaca prodígales fecunda. 

    Mas luego que el becerro ya ha adquirido 
de corpulenta res las proporciones; 
y ha sus anchas orejas protegido 
con agudos pitones; 
deja, al punto, el boyero recluido 
--del angosto corral en las prisiones-- 
al de novillos numerosos bando, 
que va por las campiñas retozando; 
porque cada becerro 
en el lomo sensible 
reciba la impresión dura y terrible 
que le produce enrojecido hierro. 
Desde luego, adiestrado en tal oficio, 
el boyero procura 
apretar del novicio 
buey las piernas con fuerte ligadura. 
Y por más de que, airado 
quiera el lazo romper que lo encadena, 
el boyero esforzado 
fácilmente derríbalo en la arena. 
Y, una vez derribado, 
del propio fundo con el sello ardiente 
déjalo bien marcado 
en el lomo, que agitase impaciente. 

    La bestia, conmovida 
por el rigor del hierro duro torturante, 
muéstrase enardecida 
y desborda, en seguida, 
en piélagos de cólera espumante; 
y, una vez desprendida 
del nudoso cordel que la encadena, 
trata, de rabia llena, 
de invadir con feroz acometida 
a la tropa florida 
de jóvenes, en medio de la arena. 
Estos, empero, de la res bravía 
a burlar los asaltos 
se entregan con frenética alegría; 
y con frecuentes saltos 
quebrantan de sus fuerzas la energía.

    A las veces, también, con asombrados 
ojos verás, ante tus pies, rendidos 
y en solo un pelotón amontonado, 
a muchos toros, de furor henchidos. 
Porque apenas el astro reluciente 
de Venus, asomando por Oriente, 
a los hombres envía 
el alma luz, del redivivo día; 
cuando la sonriente 
juventud esforzada, 
por corceles alígeros llevada, 
en las selvas obscuras 
penetra y, a través de las llanuras, 
emprende la jornada; 
con frecuentes carreras acosando 
de semovientes al disperso bando. 
Y parte de los jóvenes procura 
que de la selva obscura 
los toros abandonan la guarida; 
y otra parte conduce a la llanura 
de inmensos horizontes, 
a las reses que bajan de los montes; 
mientras otra vigila con cuidado 
a las que están ya juntas en el prado; 
y forma con intenso 
afán, de toros escuadrón inmenso. 

    Pero si algún ovillo se desprende 
de la compacta liga, 
y en carrera veloz huir pretende; 
pronto la juventud la marcha emprende 
a rienda suelta, y al corcel fatiga 
con incesante escuela; 
hasta que, al fin consiga 
dar alcance al cornúpeto que vuela. 
Y al que, una vez rendido 
por el mucho correr y fatigado, 
(de cola teniéndolo cogido 
y del todo humillado) 
en el campo lo deja derribado. 
De donde ya advertido 
por tan duro escarmiento, 
a la grey es, de nuevo conducido 
para en ella tener ya fijo asiento. 

    La juventud, a poco, providente, 
a los gordos novillos 
los deja separados en corrillos, 
en que puedan ser vistos por la gente. 
Y a los bueyes nervudos 
que muestran cerviguillos abultados, 
en torno de los cuales, forman nudos 
cordeles apretados; 
guárdalos porque sirvan esforzados 
en los rudos 
de roturar la tierra con arados; 
y dejar que el restante 
ganado por los prados 
vaya va haciendo el césped abundante. 
    
    Más, para qué subyugar a los ganados 
previamente escogidos 
para el cultivo de feroces prados, 
procura el boyerizo a los castrados, 
en liga fraternal, dejar unidos 
con los bueyes pesados, 
y que vayan uncidos 
a los que, a tiempo, marchan subyugados; 
hasta que se despojen de fiereza, 
y sepan ya (sus cuellos doblegados) 
soportarte los yugos la aspereza. 
Por tanto, de dos bueyes a la yunta 
el indócil novillo, desde luego, 
con recia mano junta 
y átalo bien al rústico labriego 
que, haciendo de verdugo, 
pone a los tres bajos del mismo yugo; 
para que, cuando el toro, conmovido 
de sus mayores por la rabia fiera, 
loco y enfurecido 
ir con planta ligera 
pretendiere, a través de la pradera; 
los bueyes aradores 
que, hace tiempo, ya están acostumbrados 
de la reja a los ásperos rigores 
y de aquí para allá van por los prados; 
domen con energía 
la del novillo fiera rebeldía; 
y que a medir le enseñen con pausados 
pasos la ancha vega, 
y a que el furor deponga que lo ciega. 

    Más una vez el toro ya enseñado 
a romper de la tierra, los terrones 
con paso sosegado, 
aplaca de furor las explosiones 
y obedece, de grado, 
de sus doctos maestros las lecciones. 
Y ya, sin dilaciones, 
a este toro tercero, desprendido, 
el qué caporal está en funciones, 
echado para atrás, y con formido 
puño y largo cordel por los pitones, 
lo deja bien ceñido: 
Y por más que el cornúpeto violento 
mucho pretenda hacer, todo es en vano, 
porque el labriego, cachazudo y lento, 
lo va moviendo con tranquila mano; 
hasta que, ya instruido 
en las duras faenas del arado, 
sepa con lento paso y bien medido 
deshacer el terror acumulado. 

    Más, también suele, a veces, la manada 
rebelde de los toros, ya de asiento 
ocultarse del bosque en la enramada, 
sólo hallando especial contentamiento 
en la hierba tronchada, 
bajo el toldo de roble corpulento. 
Y no hay brazo que pueda vigoroso 
arrancarla del sitio nemoroso, 
salvo que, compelida 
por la ardorosa sed que la tortura 
y tiene aridecida, 
busque en las sombras de la noche obscura 
y de grama florida 
por sobre el haz, una fontana pura. 

    La juventud, empero, laboriosa, 
envuelta de la noche en los negrores, 
acomete veloz y firme acosa 
al grupo de los toros corredores: Y, una vez ya rendidos, 
los dejas sobre el césped mal heridos. 
Pues que la juventud, entusiasmada, 
al punto se apodera 
de corceles que muestran gran alzada, 
y se distinguen en veloz carrera. 
Y para la jornada, 
con propias armas se presenta armada. 
Al punto, un joven echa 
mano veloz a la silbante flecha 
de frágil pino y cúspide acerada; 
otro vibrando fiero 
va la bicorne luna, que bañada 
toda se ve de refulgente acero; 
mientras el resto de la púber gente 
ata de los corceles 
a la cauda sutil, con fácil mano, 
los que, a tiempo, arrancó duros cordeles 
del lomo del cornúpeto liviano. 

    Y cuando ya, conforme a la costumbre 
y al uso autorizado, 
de jóvenes la alegre muchedumbre 
ha sus potentes armas preparado; 
se difunde, enseguida, 
por el abierto y espacioso prado, 
por la siguiente noche protegida; 
a la hora en que, oportuna 
con más vivo fulgor baña la luna 
a la Tierra entre sombras adormida; 
y taciturna y va, con inseguro 
paso, a los sitios del boscaje obscuro, 
donde saben que tienen su guarida 
los ganados bravíos, 
y la hora en que la dejan, para el puro 
raudal buscar de refrescantes ríos. 

    Entonces, dispersada 
la tropa juvenil por los senderos 
umbrosos de la selva dilatada; 
de "vigilantes" puestos rodeada 
la dejan; esperando a que de fieros 
cornúpetos la presa codiciada 
salga a abrevar en límpidos veneros. 
Mas luego que ha dejado 
las negras sombras del boscaje obscuro 
el buey, y con pausado 
paso, libre y seguro 
camina por el campo dilatado; 
de jinetes la liga, 
al punto, con ferrados espolones 
a que corran instiga 
a los nobles y alígeros bridones; 
y persigue al sediento 
toro, que busca el líquido elemento. 

    Entonces, un combate 
se entabla entre los mozos, al momento, 
para ver quién abate 
con más valor al toro corpulento: 
Este lucha primero, 
por medio de una pica, 
cuya punta remata en duro acero, 
por derribar en tierra al toro fiero; 
en tanto, aquél se aplica 
con lunas aceradas 
a dejarle las piernas quebrantadas; 
si no es que otro ya anuda 
con laso vigoroso 
la frente del cornúpeto sañuda; 
o del corcel brioso 
lo tiene atado ya la cauda ruda. 

    De súbito furor sobrecogido, 
el toro embravecido, 
doblando la cerviz, ataca fiero 
al caballo ligero; 
más del bruto la fiera acometida 
esquiva prevenido el caballero, 
en falso, haciendo rápida salida; 
y corriendo, de suerte, 
que evita del torete la embestida, 
y queda libertado de la muerte; 
mientras los socios del florido bando, 
van del toro las piernas quebrantando, 
o él mismo, con presura 
acudiendo, lo vuelve a la clausura, 
donde quede su sino lamentando. 

    La juventud, al punto, congregada 
en torno de la fiera, 
que ya se por el suelo derribada, 
con fuertes cables ata sus tendones; 
y la piel, con la punta de la espada 
penetrante y aguda, 
fácilmente le arranca; y de riñones 
y de costillas déjala desnuda. 
Y después, del hogar a las mansiones 
él mismo la conduce, 
y a cuartos la reduce, 
quemándola de fuego en los tizones. 





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