domingo, 3 de diciembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro noveno, el azúcar; transcripción)

 Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila 


LIBRO NOVENO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

EL AZÚCAR


 


Secretas telluris opes, opulentaque terrae
Viscera vulgu amet. Luteis me dulcia formis
Cogere mella juvat: non quae Sicania campis
Carpit avis, truncisque cavis studios recondit;
Sed quae Mexiceus praelis expressa colonus
Atque recepta cadis igni condensat aheris,
Fictilibusque trahit candentia sacchara formi
                        (Rusticaticatio Mexicana., Libro IX.)  
                   
Que vaya el vulgo en pos de los caudales 
recónditos, que encierra 
en su seno --fecundo en minerales-- 
la enriquecida tierra; 
que a mí sólo me agrada 
ir de la dulce miel en seguimiento, 
para darme el contento 
de verla en lúteos moldes encerrada. 

    Mas no busco la miel que coge ufana 
en los campos la abeja siciliana, 
dejándola escondida 
de arbóreo tronco en la profunda herida, 
sino aquella que, en tierra mejicana, 
exprimen sin medida 
en trapiches vulgares los colonos; 
y que dejan, ya a fuego sometida, 
en metálicos vasos comprimida; 
de allí sacando, en quebradizos conos, 
cándida azúcar, transparente y pura, 
que vence de la nieve la hermosura. 

    ¡Oh rabandán, que sabes con cuidado 
enseñar el manejo del arado; 
y que formas, a fuerza de sudores, 
al novillo potente, 
porque pueda, del campo en las labores, 
ser --más tarde-- valioso contingente!: 
rendido te suplico no desdeñes 
estar conmigo, en la ocasión presente, 
prestándome favor; y que me enseñes 
cómo, del roto campo en las entrañas 
y en los terrones de deshecha arcilla, 
se siembre la semilla 
engendradora de nectáreas cañas; 
y cómo la amarilla 
mies, al golpe tremendo 
de la segur filosa, va cayendo; 
y cómo, finalmente, 
trocado ya el azúcar en pilones 
frágiles, se traslada prontamente 
a las ondas prisiones 
de cubas dilatadas, 
que de aúra miel se encuentran salpicadas. 

    Tras de haber el colono ya elegido 
los campos para siembra de las cañas 
melígenas; o bien, ya ha consumido 
por el fuego, del bosque las entrañas; 
al punto ver se deja 
cómo van discurriendo por los prados, 
en fraternal pareja, 
novillos bien criados 
que abriendo van con la tajante reja 
de los corvos arados, 
en las vastas llanuras de los fundos, 
largos surcos, parejos y profundos; 
viéndose, con frecuencia, las yugadas 
por las duras estevas visitadas. 

    Abiertos ya los surcos por la dura 
presión de los arados, 
una boca presenta, cuya anchura 
podrá tener dos pies, bien ajustados; 
y en cuyo fondo de la caña pura 
tres granos y hasta cinco entrelazados 
pueden gozar de quieta sepultura; 
sí de los campos el terror nocivo 
desnudo se presenta de gramales, 
dando claras señales 
de, ingrato, rechazar todo cultivo. 

    Que el sitio en que la tierra más padece, 
de jugos por estar destituida, 
de moda de modo que parece 
lánguida sucumbir allí; más vida 
cobra el surco y florece, 
merced a que lo baña 
con dulces la melosa caña; 
sin que de éstas a las otras compañeras, 
vestidas de profusas cabelleras, 
pueda esconder en su profunda entraña; 
ni estorbar que las frondas colosales 
de los cañaverales 
con grave peso opriman 
a los vástagos nuevos que ya animan. 

    Mas una vez abierto los cañales 
con pericia y a costa de sudores; 
del África la gente, 
requemada del sol por los ardores, 
en fuerza señalada y resistente 
para aguantar del campo las labores; 
gente que nos envía 
la Nasamonia la región ardiente, 
para que labre con tenaz porfía, 
por medio de rastrillos, 
los cañales extensos y amarillos 
que de la miel producen la ambrosía; 
la que, al punto que libra ha nivelado 
la obscura noche con el claro día, 
de un cuchillo sirviéndose afilado 
corta con energía 
las puntas del cañal ya madurado, 
con que forma, al momento, 
hacinas de rastrojos que al cansado 
novillo proporcionen alimento. 
Después, con nuevo golpe, de las cañas 
separa otro fragmento 
que (como a la semilla) en las entrañas 
rotas del suelo deposita atento. 

    Mas de la caña el blando 
brote no va sembrando 
en forma recta la africana gente, 
(la costumbre imitando 
con que va el jardinero diligente 
en los huertos las plantas enterrando); 
sino, más bien, tendido lo coloca 
del hongo surco en la avarienta boca. 

    Tres o cuatro fragmentos arrancados 
a la caña partida, 
deja, a poco en el suelo derribados;
procurando, enseguida, 
entre sí mantenerlos separados 
por fosos; y, hábilmente, 
en triple orden dejarlos colocados. 
Después, con arte y mañas, 
en el surco trazado rectamente 
va la tostada gente 
enlazando unas cañas a otras cañas; 
de entrambas los extremos confundiendo; 
y cuidado teniendo 
de juntar las porciones 
de unas y otras, con recios eslabones. 


    Tal como un capitán, que, de inminente 
combate amenazado, 
dispone con pericia y prontamente 
los haces de su ejército esforzado, 
en dos alas partiéndolo, prudente, 
y con tres batallones 
engrosado el poder de sus legiones. 

    Mas luego que la turba laboriosa 
ha los surcos llenados 
de la caña preciosa 
con el sápido néctar delicado; 
con mano poderosa 
(en la que mucho de su fuerza estriba), 
a las glebas que yace boca arriba 
vuelca en el fondo de profunda fosa; 
a la que tapa y cierra 
con denso manto de negruzca tierra, 
sin que severo oprima 
las plantas que, del foso por encima; 
fueron de gleba dura 
tapadas con espesa cobertura; 
ni pretenda imprudente, 
impedir que se ensanchen con holgura 
las mieses en estado pubescente. 
Así que, lentamente 
va disponiendo con avaras manos 
la tierra, en cuyo seno 
de la futura mies guardan los granos 
que, por encima del gramal ameno, 
se difunden alegres y lozanos. 

    Mas cuando nuevo en fulgurante día, 
con nueva lumbre pura, 
de la noche sombría 
lejos arroja la tiniebla obscura; 
y, yendo en compañía 
del sol que reverbera, 
baña de nuevo a la terráquea esfera 
en torrentes de luz y de alegría; 
entonces, prontamente, 
de la Colonia la industriosa gente 
acelerar procura, 
cerca de los plantíos 
de cañas, a través de las llanuras, 
los cursos perezosos de los ríos; 
de aquestos a la pura 
linfa, astuta vedando 
que, de su propio impulso por los bríos, 
se vaya fugitiva deslizando, 
y hurte al campo sus vísceras de arcilla, 
y despoje a las cañas de semilla; 
yendo, empero, con blando 
raudal, de los terrones 
fecundándolo los túrgidos pezones; 
consistiendo paciente, 
que, una vez ya la linfa remansada, 
del agua en la corriente 
pueda fijar tranquila su morada 
con la extensa llanura floreciente; 
hasta que ya, del río en los licores, 
con profusión bañada, 
rechace los favores 
que le presta la linfa sosegada. 

    Mas si la tierra esquiva 
se opone a la corriente fugitiva; 
y, más dura que duros peñascales, 
empaparse rehúsa 
en el agua profusa 
que brindan regadizos manantiales; 
entonces, una vez y otra, a la vega 
endurecida riega 
con más copiosos y húmedos caudales, 
hasta ver que, granada la semilla 
que poderosos gérmenes encierra, 
roture de la tierra 
la dura capa de opulenta arcilla; 
y ya que las yugadas, 
aspecto presentado floreciente, 
se miren, por doquier, profusamente 
de umbrífero follajes engalanadas. 

    Mas viendo, al fin, (después de transcurridos 
quine días exactos y cabales), 
que están ya los cañales 
húmedos, de mil hojas revestidos, 
cabelleras formando colosales; 
y que ya los tendidos 
campos se ven --en todas direcciones-- 
con profusión henchidos
de pubescentes, vividos botones; 
entonces, prontamente, 
de propios utensilios bien armados; 
van los colonos de la Libia ardiente, 
con hoz curva y luciente 
y rastrillos dentados, 
limpiando de yerbaje los sembrados; 
para que no la yerba ya crecida, 
(cual suele --a veces-- suegra enfurecida 
hacerlo con su nuera), sofocados 
deje. y pierdan la vida 
los vástagos por ella generados; 
ni debajo de espesas ramazones 
amparo dé y cabida 
de nocivos ratones 
a los densos y largos escuadrones, 
cuya densa caterva 
deja a la tierra toda ennegrecida, 
y en negra convertida 
la que antes fuera esmeraldina yerba. 

    Por donde, los mancebos bien curtidos 
por los fuertes calores tropicales; 
con incansable ardor y decididos 
van por las anchas vegas esparcidos, 
podando los cañales 
ya de abundantes hojas revestidos: 
y de raíz las hierbas arrancando, 
para que, del terreno 
en él ya limpio y abonado seno 
granos nuevos ya vayan germinando. 

    Luego que ya de brosa
ha dejado a las tierras libertadas 
la turba; asaz se goza 
en dejar las yugadas 
por copiosos arroyos fecundadas; 
y arranca nuevamente 
de la fecunda tierra las cizañas 
que ya naciendo están profusamente; 
y a cultivarse entrega las campañas 
con alterna labor y largamente; 
hasta que, al fin, los prados, 
de obscuras yemas por la mole ingente, 
queden en bosques hórridos trocados. 
Admirarás, entonces, 
cómo los surcos ven horrorizados 
las picas largas de potentes bronces; 
y cómo las llanuras 
de hojas empiezan a vestirse en torno, 
al verse heridas por saetas duras. 

    Como cuándo en las tierras erizadas 
de cañas abundantes y espinosas, 
por diente viperino generadas 
saltan de sierpes turbas numerosas, 
que vibran aguzadas 
de sus lenguas las flechas luminosas; 
disparando, enseguida, 
por el aire ligero, 
del arco ligneo el homicida acero, 
hasta que vaya en medio a la florida 
grama a clavarse fiero, 
llenando de pavura 
las blondas mieses y la selva obscura; 
no de otra suerte, dulces 
las mieses de la caña en la llanura 
truecan sus brotes tiernos 
en luengas picas, dejando ya en la altura 
del cielo deja ver sus arduos cuernos, 
llena de palideces 
la casta luna, cuando ya ha girado 
en el espacio, por diez y ocho veces. 

    Después de que la mies ya sazonada 
se presenta de todos a la vista, 
de flavos espigones erizada; 
y cuando ya la arista 
ha de miel regalada 
llenado bien los fondos 
de los cañutos altos y redondos; 
entonces, nuevamente, 
por el cañedo hojoso dispersada 
la infatigable, rusticana gente, 
va con la hoz potente 
penetrando en la mies agavillada, 
del todo exterminada 
dejando a la campiña floreciente. 

    De la segur con golpes repetidos 
cortando van los jóvenes bizarros 
los penachos erguidos 
del compacto escuadrón 
que, ya abatidos, 
en ponderosos carros 
son por recios gañanes conducidos; 
empujando a los carros con apremio 
otros gañanes del campestre gremio; 
los amarillos prados 
quedando, de la sangre en los licores 
que destilan las cañas, empapados; 
prosiguiendo la gente, 
a despecho de tórridos calores, 
que lanza el cielo ardiente, 
consagrada del campo a las labores. 

    Mas de África la gente, 
por terribles calores combatida, 
burla los tiros de Titán urente 
con la dulce bebida 
que la caña melígena, mordida 
por ella, dale en prodiga corriente. 

    De la corteza ruda 
el africano, con molar potente, 
a las cañas desnuda; 
y (como con cuchillo) la albescente 
médula descubriendo, la tritura, 
y con la boca la rumia dulcemente, 
del robledal bajo la sombra obscura, 
y de exprimida miel con los licores 
los resecados labios refrigera, 
ahuyentando del cuerpo los ardores 
con que lo esconde la solar hoguera. 

    Mas tú, si a causa del calor estivo 
encendidas teniendo las entrañas, 
pretendes obtener un lenitivo 
en el jugo nectáreo de las cañas; 
de estas reserva activo 
para ti las que estén amarillentas; 
y, desde luego, de un cuchillo armado 
y con manos violentas, 
desgarra sus entrañas opulentas, 
y el corazón arráncales nevado; 
dejándolas desnudas 
de verde hojas y cortezas crudas. 
En pequeños fragmentos 
divídelas después; y, ya arrancados 
de sus troncos los nudos apretados, 
va extrayendo con lentos 
dientes los elementos 
melifluos en las cañas encerrados; 
con tan suaves licores 
refrescando del vientre los ardores. 

    Revolviendo estas cosas en su mente 
el incauto mancebo, que se engaña 
con la vana ilusión de que presente 
tiene un grande negocio; prontamente 
ordena que la caña, 
que en los tendidos campos gallardea, 
en absoluto despojada sea 
del melifluo tesoro que la baña; 
y que todos sus nudos apretados 
bajo la prensa giman, 
y por la fuerza expriman 
de su seno los jugos delicados; 
sin que de mal tamaño 
pueda, más tarde, reparar el daño; 
por más que, en breve tiempo y con presteza, 
haya obtenido colosal riqueza. 

    Porque de las moliendas el negocio 
terminado, la prensa resecada 
a corromperse llega por el ocio; 
y ya en muelle quietud aletargada, 
juventud florida 
ya no trabaja nada, 
por sentirse del todo entorpecida. 
Por lo cual el colono, que adquirida 
tiene largas experiencia en sus labores, 
de endurecer los tórculos se cuida 
que de miel exprimida 
destilan, sin cesar, dulces licores. 
Y manda que, por turno. los rigores 
sufran de los arados 
los campos a las cañas destinados; 
para que, cuando herida 
la flava mies por la segur tajante, 
en el cañal se incliné ya vencida; 
otra, con nueva vida, 
a los cielos lozana se levante; 
y que de la simiente, 
que esparcida se encuentra en la pradera, 
pausada y lentamente 
surja la mies tercera; 
para que todas, fresas en carrales,  
destilen, anualmente, de la preciada miel dulces raudales. 

    Más, antes de que el néctar regalado 
dé la caña melosa; 
de anchurosa mansión bajo el techado, 
sitio ocupa adecuado 
allí donde con mole ponderosa, 
y arraigada en el suelo tenazmente, 
máquina poderosa 
surge, elevándola soberbia frente. 

    Máquina elaborada 
con pericia y esfero, 
y que está protegida y amparada 
por tres cilindros de templado acero, 
cuya mole pesada 
fue de sólidos robles arrancada. 
Cilindros que, su cuello levantado, 
(cada cual, por su parte, al alto cielo) 
van derechos los aires recordando 
con atrevido vuelo, 
y con sus propios ejes machacando 
al puente, que a sus pies ya se tendido, 
con fragmentos de robles construido; 
y al que una arca grandiosa 
sujétase enterrada en ancha fosa; 
para de ésta en los senos interiores 
recoger, con usura, los licores 
dulces que fluyen de la miel sabrosa. 

    Mas de silvestre pino los maderos 
dejan para el molino 
expedito de entrada los senderos, 
y ya franco el camino 
para estar amagando, de contino, 
los de otros a él vecinos y fronteros; 
y poder apreciar con rotaciones 
el dedo que da impulso y direcciones. 

    Entonces el potente 
cilindro, que en mitad surge del puente, 
ve con horrores vivos 
a los íntegros dientes incisivos; 
con los cuales él mismo, ya cediendo, 
va a los demás mordiendo 
y a que, en curva ligera, 
vayan formando caprichosa esfera. 
Porque, a despecho de que nuevos dientes 
logren de las maderas superiores 
los cuellos eminentes 
sujetar y vencer dominadores; 
(en las que firme asiento 
ha fijado la máquina, impulsada 
por brusco con movimiento); 
el cilindro, con todo, 
que de aquella en el centro halla acomodo, 
trata de prolongar hacia la altura 
su esférica figura; 
y amenaza romper con rotaciones 
frecuentes, del trapiche las mansiones. 

    Tras esto, de madera 
dos vigas fuertemente encadenadas 
a la compacta, giratoria esfera, 
por sus grávidas moles impulsadas 
lentamente se inclinan, 
hasta que ya a la tierra se avecinan; 
para que, ya inclinadas, 
y por mulas potentes bien ceñidas 
en torno; repetidas 
vueltas, y hasta lo sumo prolongadas, 
den; y vayan de espiras vagarosas 
que esparce brisa leda, 
con las rápidas alas poderosas 
tras y llevando a la girante rueda, 
y el cilindro acerado 
en el centro de aquélla colocado; 
que con diente tenaz vaya oprimiendo 
a los demás cilindros que a su lado 
están, y los doblegue; y con estruendo 
grande todos se agiten 
y, unos de otros en pos, se precipitan. 

    Pero si tú no gustas 
de que en estas labores 
tengan intervención mulas robustas; 
y. con gastos menores, 
prefieres que se muevan los pesados 
trapiches, destinados 
a extraer de la caña a los licores; 
prudente, entonces, cuida 
de que sobre ellos bajen despeñados 
de agua arroyos en rápida caída; 
y de que, la mole plañidera 
toda traba quedando removida, 
entonces, sobre su eje, que ligera 
la rueda gire de tenaz madera; 
y ya que, difundida
esté del viento en la sutil esfera, 
con los múltiples dientes, que hacia el suelo 
vueltos, está mostrando; 
vaya, en rápido vuelo, 
de los trapiches en redor girando, 
a los ásperos bronces rodeando 
de acero revestida, 
y por círculos férreos comprimida; 
y en el aire suspensa, 
abarque toda la anchura prensa. 

    Empero, a un tiempo mismo y diestramente, 
ya fuera del trapiche, colocada 
deja una rueda ingente, 
que esté bien separada 
por numerosos vades, 
que pequeñas viviendas 
presenten en sus hondas cavidades; 
y en cuyas aberturas permanentes 
reciba de las aguas las corrientes. 

    Además, también cuida 
de que la rueda quede dividida 
por un eje acerado 
que haya sido con arte elaborado, 
con el fin de que pueda 
sobre quicial doblado 
hacer girar a la potente rueda; 
y en punta de largas espigones 
penetrar del trapiche en las mansiones. 

    Tras esto, ten cuidado 
con la punta del quicio prolongado 
de ceñir el extremo de la rueda 
más corta, porque pueda 
después herir, de sus ferrados dientes 
con el tenaz asedio, 
a los también cerrados y crujientes 
de la órbita que queda 
equilibrada del espacio en medio; 
por cima los lagares 
extendiendo sus brazos tutelares. 

    Tú, obrando prontamente,  
remueve las barreras, enseguida, 
que estorban de las aguas la salida; 
para que libre pueda la corriente 
precipitarse en rápida caída; 
y postre, en un instante, 
con violencia y empuja extraordinario 
a la rueda gigante, 
y al eje que dilatase contrario; 
al que luego verás en movimiento 
continuo ir volteando, 
y cuál la rueda exigua va con lento 
cuerpo sus varias roscas desplegando; 
y del viento sutil por las llanuras 
caprichosas girando, 
herida por ferrada mordedura; 
alzando gran estruendo 
las prensas que a la rueda van siguiendo. 

    La juventud, en tanto, con intensa 
asiduidad, por uno y otro lado, 
pone debajo de la grave prensa 
las cañas que al trapiche ha trasladado; 
y, con tenas porfía, 
a molerlas entrega, noche y día; 
este mete en angostas hendiduras 
a las cañas floridas; 
aquél, con las que tiene recogidas 
quiere, de nuevo, henchir las aberturas; 
y a las cañas partidas 
exhaustas ya dejar de todo juego, 
de la prensa imponiéndoles el yugo; 
hasta que ya, forzados, 
entreguen los trapiches, erizados 
de férreos elementos, 
de la caña menudo los fragmentos 
ya del todo exprimidos y secados; 
para que, despojados 
de jugo ya quedando, sus despojos 
vayan del fuego a los tizones rojos, 
para quedar en ellos abrazado. 

    Después, ya sin trabajo, 
imitando las gotas de rocío, 
va descendiendo el sacarino río 
a la fosa que de él ya se debajo. 
Y cuando con su peso ya la abruma, 
domina y señorea; 
en derredor ondea, 
lanzando linfas de encrespada espuma. 

    ¡Misero aquél, con todo 
que en sus dedos acaso una mordida 
del cilindro sufrió!; pues que, enseguida, 
tras los dedos la mano, de igual modo, 
la misma suerte correrá y el codo; 
para arrastrar después, sin embarazos, 
el cuerpo todos los nervudos brazos. 

    Entonces, nuevamente, 
en torno de la rueda es conveniente 
aguijar a las mulas; y, al instante, 
de la rauda corriente 
el peso refrenar exorbitante; 
o, más bien, el prensado 
codo dejar, al punto, cercenado 
por el filo sutil de arma cortante; 
para que, de este modo, 
 bárbaro, seguro, 
no la máquina vaya al cuerpo todo 
a triturar con su dentaje duro. 
¡Ah! ¡Cuántas veces yo con apenado 
corazón lamenté la dura suerte 
de obrero cuitado 
que halló trágica muerte, 
siendo por los cilindros arrollado! ... 

    De aquí la conveniencia 
de engañar la nocturna somnolencia 
voces interpolando, 
o bien de insomnes noches la existencia 
tratar de igualando, 
mediante cantos de sonido blandos. 

    Mas cuando han ya las prensas producido 
de la caña el licor apetecido, 
y de él ya rebosantes 
se encuentran las artesas espumantes; 
entonces, a través de prolongado 
arcaduz, va fluyendo 
el dulce humor que, luego, acelerado 
--como un arroyo-- escapase corriendo 
para hundirse, en seguida, 
en básica anchurosa y bronceada, 
que está de curvo techo suspendida; 
y a la que da acogida 
con su mole pesada, 
la casa, cerca de ella, colocada. 

    Al punto, de la caña los licores 
a fermentar empiezan con estruendo 
grandes y vivos hervores; 
las tórridas paredes combatiendo 
con flujos y reflujos vengadores; 
y las heces ardientes 
se van por luengo espacio manteniendo 
por cima de las cálidas corrientes.    

    Mas el trasegador, con delicada 
criba, cuidado tiene 
de expeler toda la hez acumulada, 
que por cima del agua se sostiene. 
Y con labor prolija, 
desde el fondo en que nada 
sacándole la corriente emparentada, 
deja limpia de escorias la vasija. 

    Después otra vasija, con presura, 
en su profundo seno 
da albergue, nuevamente, del sereno 
raudal a la onda transparente y pura; 
y de la ardiente hoguera 
nuevo fuego las iras exaspera, 
y tantas veces, con tenas porfía, 
la juventud ardiente 
mezcla en las anchas cubas la lejía, 
cuántas la porquería 
sobre nada del agua en la corriente. 

    Entonces es de ver cuál burbujean 
las mieles, al instante, 
mezcladas con las heces, que escaparan 
a la acción de la llama devorantes. 
Porque de la corriente los furores 
las lejías sofocan, prontamente, 
con amargos rigores; 
y arrojan, por encima, la corriente, 
los restos de inmundicia, aún los menores. 

    Empero, a éstos no deja el artesano 
que se escapen y vayan por el llano 
corriendo, sino que, antes 
trata de echar afuera, 
toda la criba ligera, 
a cuantos en el fondo van nadantes;
 hasta que, al fin, ya por dorado brillo 
la linfa rutilante, 
dejando ya las cubas, al instante 
vaya al fondo a ocupar de otro lebrillo. 

    Mas guardando, prudente, 
de no, más de lo justo, la lejía 
ir a verter sobre la miel ardiente; 
pues que la miel, por áspera corriente 
presa, retiene con tenaz porfía 
el tono obscuro de la noche umbría; 
sin que la blanda greda 
en tiempo alguno deshacerlo pueda. 

    Mas, cuando la vasija en sus entrañas 
ya ha cogido el tercero 
regalado licor que dan las cañas; 
luego el joven obrero 
restaura diligente, 
de hojas con nuevo pábulo, el brasero, 
para que lance llamarada ingente; 
y a las mieles, poco ha, purificadas, 
en hornos encendidos nuevamente, 
solicito las deja condensadas. 

    Por lo cual, el obrero, con presura 
saca luenga cuchara, defendida 
por luenga empuñadura; 
la que, con ambas manos 
maneja diestramente la florida 
juventud de los recios campiranos; 
y solicita cuida 
de remover el agua adormecida, 
ya en sus hondos asientos 
los cálidos raudales agitando 
o hasta los altos vientos 
a los mismos llevando, 
cúmulos de humo tras de sí dejando. 

    De las aguas, después, los movimientos 
enlaza con abrazos fraternales, 
y en vagas espirales 
hace girar el vaso, por los vientos; 
de nuevo, hasta la bóveda estrellada 
arrojando a la linfa perturbada. 

    Y es verdad evidente, 
que corroboran testimonios fieles, 
la que asegura que las auras mieles, 
batidas con frecuencia por potente 
diestra, más prontamente 
se condensan sus fuerzas esparcidas, 
quedando por la unión fortalecidas. 

    Después, ya que la linfa condensada, 
dentro del barril se encuentra sosegada, 
y en tétricos vapores 
ya se va diluyendo, desmedrada 
en parte; nuevamente, 
con prontitud de la tinaja helada 
al regazo trasládase clemente;
hasta que, al fin, después de calcinada 
por tanto fuego de la ardiente hoguera, 
queda refrigerada 
en el fondo de gélida corriente. 

    Como suele el viajero, calcinado 
por los rayos del sol de medio día, 
penetrar en la fría 
sombra del arbolado, 
para allí de calor verse aliviado; 
no de otra suerte, en rígida bacía 
los caldos que de mieles se componen, 
ya entibiados, disponen 
de sus vivos calores la energía; 
y empiezan lentamente a condensarse 
del bronce por el hielo al ser tocados; 
y una vez condensados, 
proceden a trocarse, 
de la industria debido a la cultura, 
en gomas y viscosa pegadura. 

    La juventud, en tanto, placentera 
forma un montón ingente, 
a guisa de pirámide altanera, 
formado expresamente 
de barro con figuras, 
ya cocidas y duras 
por el soplo tenaz de fuego ardiente; 
de las cuales la punta, desgarrada 
por sutil hendidura, sobre el suelo 
viene a quedar posada; 
en tanto que la base dilatada 
tiende a buscar el encumbrado cielo. 

    Después, con greda dura 
y fácil diestra el artesano obtura 
del agujero la ensanchada boca, 
y en perfectas hileras, 
por encima de bífidas maderas 
diligente coloca 
las formas de deleznables y ligeras; 
para que, nuevamente, 
que ya de ellas esté franca y patente 
la cúspide cerrada; 
fluya la miel dorada, 
a manera de rápido torrente. 

    Entonces la cuchara, 
que de tanto caudal muéstrase avara, 
en las dúctiles formas con cuidado 
el líquido sepulta condensado; 
y permite que en ellas el rocío 
melígeno, apartado 
quede, por crudo frío 
del todo endurecido y congelado. 

    Y una vez que en los conos deleznables 
han los duros azúcares fijado 
sus moradas estables, 
y en las cubas redondas 
ya no inquietas levántanse las ondas; 
entonces del ingente 
piramidal montón (la aguda frente
ya al cielo convertida) 
los tapados resquicios prontamente 
se abren, porque salida 
tenga al punto, melíflua la corriente; 
y con férreo barreno, 
que se ajusta a la palma de la mano, 
el joven artesano 
rómpete tenaz el sacarino seno; 
para que purifique nuevamente 
los moldes que al azúcar dan cabida; 
mientras de esta a la líquida corriente 
aún no ha quedado unida, 
y prosigue flotando mansamente 
en el regazo que le dio acogida. 
En el cual, ciertamente, 
doblado por su propia pesadumbre, 
lleno de dulcedumbre, 
raudales destilando profusos, 
en barriles se guardan por costumbre, 
y no se reservan para varios usos. 
No, empero, los azúcares blanquean 
bañados de la nieve en los albores, 
hasta tanto no sean 
de sus conos los cándidos fulgores 
velados por la greda, 
que nocturno color fácil remeda. 

    Por tanto, tú, en la arcilla liquidada 
ya en cristalino vaso, 
hunde la pirámide nevada 
la alta cima y, de paso, 
en la costa empapada 
en líquido caudal, deja escondidos 
de la base los labios contraídos; 
en tanto que la agreda 
invade las mansiones 
todas de los melíferos pilones, 
que cuyo centro queda 
limpiando el interior de sus entrañas 
con empeños asiduos; 
y de la miel que fluye de las cañas 
los últimos residuos 
quitando de tal modo; 
que de ellos libre quede el cuerpo todo. 

    Mas cuando de diez días duplicados 
los obreros el término ya cuentan, 
sacan los condensados 
pilones, que se ostentan 
de nevado color todos ornados. 
Empero, arcanos tales
¡oh musas! ¿quién nos descubrió primero? ... 
y de esta arte los usos primordiales 
en que oculto venero 
supieron encontrar los industriales, 
que elaboran la azúcar con esmero? ... 

    Según cuenta la fama vocinglera, 
fue una lútea paloma la primera 
que, con patas manchadas, 
se posó fijamente en la cimera 
de las cañas doradas. 
La que, después, de su abusado pico 
mediante heridas muchas y crueles, 
apoderose del tesoro rico 
que le brindaban de compactas mieles 
las cañas bien nutridas, 
en menudos fragmentos divididas. 

    Mas luego que del huerto fraudulento 
sacó el ave alimento, 
y saciada quedó con tal comida; 
huyó en veloz huida, 
a través del cerúleo firmamento; 
de muy subido tono 
la sordidez dejando de sus huellas, 
por encima del cono 
amarillento de las cañas bellas. 
Y huellas que, secadas 
poco a poco, del sol por los rigores, 
y ya por largo tiempo requemadas, 
vinieron a quedar todas bañadas 
de la cándida nieve en los colores. 

    Así fue cómo, dándonos la clave 
de esta arte, satisfizo con usura s
u rapiña el ave 
dulce, que se querella en la espesura; 
mostrándonos el modo 
de bañar de la nieve en la blancura 
las formas renegridas por el lodo. 
Tal como, antiguamente, 
el caracol marino 
despedazando con agudo diente 
rábido can; de tinte purpurino 
dejó su rictus lleno, 
y mancillado el seno 
de viva grana por la sangre ardiente. 

    Mas cuándo, por los limos frecuentados, 
ya empiezan a vestirse de blancores 
de azúcar los pilones aguzados; 
y una vez blanqueados, 
de su vientre han depuesto los colores 
que imitan de la noche los negrores; 
la turba juvenil bajo el ardiente 
sol, inmediatamente 
coloca entarimados 
con ramas de los árboles formados; 
y en cuyos amplios límites los lúteos 
pilones separados; 
por cima ellos, los mozos diligentes 
colocan, con presura, 
los conos relucientes 
de segadora, vívida blancura, 
que vence el nivel copo, 
simulando del mármol la hermosura 
que ostenta en sus pirámides Canopo. 

    Por los rayos del sol acribillada, 
la masa plateada 
con brillo más intenso, resplandece, 
y de alma claridad toda cercada, 
hiere con más viveza y encandece 
de los errantes ojos la mirada. 
Después, el sol ardiente 
con sus rayos penetra lentamente 
de la masa con los senos interiores; 
y cuando ya de frígidos rigores, 
con qué el lodo apresábala inclemente, 
hala dejado libre totalmente;
la endurece del todo 
y convierte, al instante, 
en figuras de mármol deslumbrante, 
los conos que forjó sórdido lodo. 

    Mas, al fin de que escribe la prudencia 
de imprevistos sucesos la violencia, 
y puedan fácilmente ser lanzados 
de los predios de azúcar los malvados 
que tienen de atacarlos la insolencia; 
para que libre esté de asaltos duros 
del ingenio la rica pertenencia, 
toda, en circunferencia, 
hay que ceñirla con espesos muros, 
del todo inaccesibles; 
y con techos ligeros y movibles 
dejar sus almacenes bien seguros. 
Y por los anchos muros, que de gredas 
compactas están hechos, 
bien guarnecidos de menudas ruedas 
van discurriendo los movibles techos; 
y por largo y potente 
cable siendo movidos e impulsados, 
ora, en curso veloz, así el tepente 
Sur corren desatados; 
ora, retrocediendo, nuevamente 
con duplicado brío, 
hacia el brumoso y frío 
lejano Septentrión vuelven la frente. 

    Debajo de estos techos elevados 
la juventud albergue da seguro 
a los entarimados, 
para que aguanten en su lomo duro 
del azúcar el peso, 
que los agobia y graba con exceso. 
Mas cuando el sol ya con su rayo ardiente 
ha puesto a los nublados en huida, 
y levanta encendida 
su lámpara en la bóveda luciente 
del claro cielo; entonces, en seguida 
los musculosos jóvenes peones, 
con un largo cordel, los artesones 
arrastran encumbrados; 
y descubren de azúcar los pilones, 
elevado color todos bañados. 

    Empero, si de negros nubarrones 
amagaren caer fieros turbiones, 
en lluvias copiosísimas desechos; 
dando al cordel contrarias direcciones, 
y a los movibles techos 
retroceder haciendo, los peones 
dejan a los nevados 
mármoles en tinieblas sepultados. 

    Mas cuando ya del sol por los ardores 
frecuentes, los humores 
fumigantes quedaron expulsados; 
y con fuerza arrojados 
de los conos sutiles los vapores; 
a punto, a las pirámides nevadas 
la turba que trasiega, 
en una ancha bodega 
deja en orden perfecto colocadas; 
y de éstas los fragmentos desprendidos 
aparta con vivísimos ardores, 
y deja enriquecidos 
sus lares, con los bienes adquiridos 
a costa de fatigas y sudores; 
con los cuales alienta 
de la dichosa tierra a los mortales; 
pues con ellos fomenta 
la inversión de cuantiosos capitales. 
Y el que es de los cañales 
rico industrial, con amplitud acrece, 
a precio de trabajo, sus caudales; 
y a las mesas reales 
nectáreas cañas en manjar ofrecen

    Mas, antes de que tengan acogida 
de la umbrosa bodega en las mansiones 
los cándidos pilones 
en que el azúcar queda convertida; 
con frecuencia saliendo de la obscura 
selva, en rápido vuelo, 
tordo voraz, que imita la figura 
de ávido ladronzuelo, 
hiere con picotazos 
del azúcar menudos los pedazos. 
Mas debes admirar la industria rara 
con que el ave las mieles acapara. 

    Los fragmentos de mieles amarillas 
que están ya condensadas, 
roba el tordo, a hurtadillas; 
mas, para que a sus fauces delicadas 
no ocasionen tormentos, 
de las cañas los ásperos fragmentos 
con la punta sutil de sus espaldas; 
sino que, ya disueltos en raudales, 
melosos, se deslicen 
a través de las vías guturales; 
muchas veces el al pájaro prudente 
se vio de la corriente 
anegarse en los puros manantiales; 
ora en el pico el hurto retenido, 
se va en el claro rollo sumergiendo; 
o la cerviz en alto levantando 
con Altanero brío, 
va a sorbos apurando 
las aguas frescas del undoso río. 

    A poco, nuevamente 
de las aguas se baña en la corriente; 
y del cielo a la altura, 
por vez segunda, el pico levantado, 
con avidez apura 
el humor de las Cañas ya licuado. 
Mas, del ave la hartura 
aún no contenta de la nieve pura, 
que le da condensados alimentos; 
con aviesos intentos 
dar así lo procura 
de la amarilla caña a los fragmentos 
en moldes acortados, 
en que, libres de limos lutulentos, 
ya se muestran del todo condensados.

    Y, puesto que la gente 
vulgar en los canales cultivados 
surge frecuentemente; 
con ella es conveniente 
cultivar de las cañas los dorados 
almíbares, que vencen a las uvas, 
y de amarillas tortas bien colmados 
dejar los senos de las anchas cubas. 
Por lo que, ya después de que en la prensa 
hubo a las altas cañas triturado 
la gente moza con labor intensa; 
y con fuego a las mieles depurado; 
antes de que el furente 
fuego, más de lo justo y conveniente, 
las haya condensado; 
bañados que ya han sido en fuente clara 
y dan intenso brillo; 
la juventud, mediante una cuchara, 
trasládalas a gélido lebrillo; 
y de picas oblongas con la punta 
agitando los caldos de las mieles, 
que hirviendo están, los junta  
y asiéntalos un poco en los toneles; 
y a los ya condensados, 
deja en estrechos moldes encerrados. 
Y los que endurecidos 
se encuentran ya por el ardiente foco 
del abrasante sol, quedan --a poco-- 
en tortas amarillas convertidos. 

    Empero, tú procura 
con atención no escasa 
de análisis sutil, ver que ésta masa 
se muestre un tanto obscura, 
de la cera reciente 
muy exacta copiando la figura. 

    Mas lo que, grandemente 
maravilla es mirar cómo la gente 
plebeya aplaude y para sí reclama 
esta densa amalgama 
que, a precio vil, obtiene fácilmente. 
Con aquestas espesas 
viandas agrava las festivas mesas, 
y con ellas sazona 
los banquetes, y alegre los corona. 
Y también extrae de estas comidas, 
con industria infamante, 
fermentadas bebidas 
con las que ebria, con paso vacilante, 
camina por las calles concurridas. 

    De aquí que, alguna gente 
del destierro en que yacen, fácilmente 
arranca las nevadas 
pirámides de azúcar reluciente; 
y se muestra en extremo complaciente 
para dejar trocadas 
del todo en masas duras, 
a las placentas del cañal obscuras; 
con el fin, ciertamente, 
de que, a precios muy bajos, ofrecidas, 
a comprarlas anímese la gente; 
y, una vez, ya vendidas, 
logre --por diligente-- 
ganancias obtener harto crecidas, 
con que más sus dineros acreciente. 





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