Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO NOVENO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
EL AZÚCAR
Secretas telluris opes, opulentaque terrae
Viscera vulgu amet. Luteis me dulcia formis
Cogere mella juvat: non quae Sicania campis
Carpit avis, truncisque cavis studios recondit;
Sed quae Mexiceus praelis expressa colonus
Atque recepta cadis igni condensat aheris,
Fictilibusque trahit candentia sacchara formi
(Rusticaticatio Mexicana., Libro IX.)
Que vaya el vulgo en pos de los caudales
recónditos, que encierra
en su seno --fecundo en minerales--
la enriquecida tierra;
que a mí sólo me agrada
ir de la dulce miel en seguimiento,
para darme el contento
de verla en lúteos moldes encerrada.
Mas no busco la miel que coge ufana
en los campos la abeja siciliana,
dejándola escondida
de arbóreo tronco en la profunda herida,
sino aquella que, en tierra mejicana,
exprimen sin medida
en trapiches vulgares los colonos;
y que dejan, ya a fuego sometida,
en metálicos vasos comprimida;
de allí sacando, en quebradizos conos,
cándida azúcar, transparente y pura,
que vence de la nieve la hermosura.
¡Oh rabandán, que sabes con cuidado
enseñar el manejo del arado;
y que formas, a fuerza de sudores,
al novillo potente,
porque pueda, del campo en las labores,
ser --más tarde-- valioso contingente!:
rendido te suplico no desdeñes
estar conmigo, en la ocasión presente,
prestándome favor; y que me enseñes
cómo, del roto campo en las entrañas
y en los terrones de deshecha arcilla,
se siembre la semilla
engendradora de nectáreas cañas;
y cómo la amarilla
mies, al golpe tremendo
de la segur filosa, va cayendo;
y cómo, finalmente,
trocado ya el azúcar en pilones
frágiles, se traslada prontamente
a las ondas prisiones
de cubas dilatadas,
que de aúra miel se encuentran salpicadas.
Tras de haber el colono ya elegido
los campos para siembra de las cañas
melígenas; o bien, ya ha consumido
por el fuego, del bosque las entrañas;
al punto ver se deja
cómo van discurriendo por los prados,
en fraternal pareja,
novillos bien criados
que abriendo van con la tajante reja
de los corvos arados,
en las vastas llanuras de los fundos,
largos surcos, parejos y profundos;
viéndose, con frecuencia, las yugadas
por las duras estevas visitadas.
Abiertos ya los surcos por la dura
presión de los arados,
una boca presenta, cuya anchura
podrá tener dos pies, bien ajustados;
y en cuyo fondo de la caña pura
tres granos y hasta cinco entrelazados
pueden gozar de quieta sepultura;
sí de los campos el terror nocivo
desnudo se presenta de gramales,
dando claras señales
de, ingrato, rechazar todo cultivo.
Que el sitio en que la tierra más padece,
de jugos por estar destituida,
de moda de modo que parece
lánguida sucumbir allí; más vida
cobra el surco y florece,
merced a que lo baña
con dulces la melosa caña;
sin que de éstas a las otras compañeras,
vestidas de profusas cabelleras,
pueda esconder en su profunda entraña;
ni estorbar que las frondas colosales
de los cañaverales
con grave peso opriman
a los vástagos nuevos que ya animan.
Mas una vez abierto los cañales
con pericia y a costa de sudores;
del África la gente,
requemada del sol por los ardores,
en fuerza señalada y resistente
para aguantar del campo las labores;
gente que nos envía
la Nasamonia la región ardiente,
para que labre con tenaz porfía,
por medio de rastrillos,
los cañales extensos y amarillos
que de la miel producen la ambrosía;
la que, al punto que libra ha nivelado
la obscura noche con el claro día,
de un cuchillo sirviéndose afilado
corta con energía
las puntas del cañal ya madurado,
con que forma, al momento,
hacinas de rastrojos que al cansado
novillo proporcionen alimento.
Después, con nuevo golpe, de las cañas
separa otro fragmento
que (como a la semilla) en las entrañas
rotas del suelo deposita atento.
Mas de la caña el blando
brote no va sembrando
en forma recta la africana gente,
(la costumbre imitando
con que va el jardinero diligente
en los huertos las plantas enterrando);
sino, más bien, tendido lo coloca
del hongo surco en la avarienta boca.
Tres o cuatro fragmentos arrancados
a la caña partida,
deja, a poco en el suelo derribados;
procurando, enseguida,
entre sí mantenerlos separados
por fosos; y, hábilmente,
en triple orden dejarlos colocados.
Después, con arte y mañas,
en el surco trazado rectamente
va la tostada gente
enlazando unas cañas a otras cañas;
de entrambas los extremos confundiendo;
y cuidado teniendo
de juntar las porciones
de unas y otras, con recios eslabones.
Tal como un capitán, que, de inminente
combate amenazado,
dispone con pericia y prontamente
los haces de su ejército esforzado,
en dos alas partiéndolo, prudente,
y con tres batallones
engrosado el poder de sus legiones.
Mas luego que la turba laboriosa
ha los surcos llenados
de la caña preciosa
con el sápido néctar delicado;
con mano poderosa
(en la que mucho de su fuerza estriba),
a las glebas que yace boca arriba
vuelca en el fondo de profunda fosa;
a la que tapa y cierra
con denso manto de negruzca tierra,
sin que severo oprima
las plantas que, del foso por encima;
fueron de gleba dura
tapadas con espesa cobertura;
ni pretenda imprudente,
impedir que se ensanchen con holgura
las mieses en estado pubescente.
Así que, lentamente
va disponiendo con avaras manos
la tierra, en cuyo seno
de la futura mies guardan los granos
que, por encima del gramal ameno,
se difunden alegres y lozanos.
Mas cuando nuevo en fulgurante día,
con nueva lumbre pura,
de la noche sombría
lejos arroja la tiniebla obscura;
y, yendo en compañía
del sol que reverbera,
baña de nuevo a la terráquea esfera
en torrentes de luz y de alegría;
entonces, prontamente,
de la Colonia la industriosa gente
acelerar procura,
cerca de los plantíos
de cañas, a través de las llanuras,
los cursos perezosos de los ríos;
de aquestos a la pura
linfa, astuta vedando
que, de su propio impulso por los bríos,
se vaya fugitiva deslizando,
y hurte al campo sus vísceras de arcilla,
y despoje a las cañas de semilla;
yendo, empero, con blando
raudal, de los terrones
fecundándolo los túrgidos pezones;
consistiendo paciente,
que, una vez ya la linfa remansada,
del agua en la corriente
pueda fijar tranquila su morada
con la extensa llanura floreciente;
hasta que ya, del río en los licores,
con profusión bañada,
rechace los favores
que le presta la linfa sosegada.
Mas si la tierra esquiva
se opone a la corriente fugitiva;
y, más dura que duros peñascales,
empaparse rehúsa
en el agua profusa
que brindan regadizos manantiales;
entonces, una vez y otra, a la vega
endurecida riega
con más copiosos y húmedos caudales,
hasta ver que, granada la semilla
que poderosos gérmenes encierra,
roture de la tierra
la dura capa de opulenta arcilla;
y ya que las yugadas,
aspecto presentado floreciente,
se miren, por doquier, profusamente
de umbrífero follajes engalanadas.
Mas viendo, al fin, (después de transcurridos
quine días exactos y cabales),
que están ya los cañales
húmedos, de mil hojas revestidos,
cabelleras formando colosales;
y que ya los tendidos
campos se ven --en todas direcciones--
con profusión henchidos
de pubescentes, vividos botones;
entonces, prontamente,
de propios utensilios bien armados;
van los colonos de la Libia ardiente,
con hoz curva y luciente
y rastrillos dentados,
limpiando de yerbaje los sembrados;
para que no la yerba ya crecida,
(cual suele --a veces-- suegra enfurecida
hacerlo con su nuera), sofocados
deje. y pierdan la vida
los vástagos por ella generados;
ni debajo de espesas ramazones
amparo dé y cabida
de nocivos ratones
a los densos y largos escuadrones,
cuya densa caterva
deja a la tierra toda ennegrecida,
y en negra convertida
la que antes fuera esmeraldina yerba.
Por donde, los mancebos bien curtidos
por los fuertes calores tropicales;
con incansable ardor y decididos
van por las anchas vegas esparcidos,
podando los cañales
ya de abundantes hojas revestidos:
y de raíz las hierbas arrancando,
para que, del terreno
en él ya limpio y abonado seno
granos nuevos ya vayan germinando.
Luego que ya de brosa
ha dejado a las tierras libertadas
la turba; asaz se goza
en dejar las yugadas
por copiosos arroyos fecundadas;
y arranca nuevamente
de la fecunda tierra las cizañas
que ya naciendo están profusamente;
y a cultivarse entrega las campañas
con alterna labor y largamente;
hasta que, al fin, los prados,
de obscuras yemas por la mole ingente,
queden en bosques hórridos trocados.
Admirarás, entonces,
cómo los surcos ven horrorizados
las picas largas de potentes bronces;
y cómo las llanuras
de hojas empiezan a vestirse en torno,
al verse heridas por saetas duras.
Como cuándo en las tierras erizadas
de cañas abundantes y espinosas,
por diente viperino generadas
saltan de sierpes turbas numerosas,
que vibran aguzadas
de sus lenguas las flechas luminosas;
disparando, enseguida,
por el aire ligero,
del arco ligneo el homicida acero,
hasta que vaya en medio a la florida
grama a clavarse fiero,
llenando de pavura
las blondas mieses y la selva obscura;
no de otra suerte, dulces
las mieses de la caña en la llanura
truecan sus brotes tiernos
en luengas picas, dejando ya en la altura
del cielo deja ver sus arduos cuernos,
llena de palideces
la casta luna, cuando ya ha girado
en el espacio, por diez y ocho veces.
Después de que la mies ya sazonada
se presenta de todos a la vista,
de flavos espigones erizada;
y cuando ya la arista
ha de miel regalada
llenado bien los fondos
de los cañutos altos y redondos;
entonces, nuevamente,
por el cañedo hojoso dispersada
la infatigable, rusticana gente,
va con la hoz potente
penetrando en la mies agavillada,
del todo exterminada
dejando a la campiña floreciente.
De la segur con golpes repetidos
cortando van los jóvenes bizarros
los penachos erguidos
del compacto escuadrón
que, ya abatidos,
en ponderosos carros
son por recios gañanes conducidos;
empujando a los carros con apremio
otros gañanes del campestre gremio;
los amarillos prados
quedando, de la sangre en los licores
que destilan las cañas, empapados;
prosiguiendo la gente,
a despecho de tórridos calores,
que lanza el cielo ardiente,
consagrada del campo a las labores.
Mas de África la gente,
por terribles calores combatida,
burla los tiros de Titán urente
con la dulce bebida
que la caña melígena, mordida
por ella, dale en prodiga corriente.
De la corteza ruda
el africano, con molar potente,
a las cañas desnuda;
y (como con cuchillo) la albescente
médula descubriendo, la tritura,
y con la boca la rumia dulcemente,
del robledal bajo la sombra obscura,
y de exprimida miel con los licores
los resecados labios refrigera,
ahuyentando del cuerpo los ardores
con que lo esconde la solar hoguera.
Mas tú, si a causa del calor estivo
encendidas teniendo las entrañas,
pretendes obtener un lenitivo
en el jugo nectáreo de las cañas;
de estas reserva activo
para ti las que estén amarillentas;
y, desde luego, de un cuchillo armado
y con manos violentas,
desgarra sus entrañas opulentas,
y el corazón arráncales nevado;
dejándolas desnudas
de verde hojas y cortezas crudas.
En pequeños fragmentos
divídelas después; y, ya arrancados
de sus troncos los nudos apretados,
va extrayendo con lentos
dientes los elementos
melifluos en las cañas encerrados;
con tan suaves licores
refrescando del vientre los ardores.
Revolviendo estas cosas en su mente
el incauto mancebo, que se engaña
con la vana ilusión de que presente
tiene un grande negocio; prontamente
ordena que la caña,
que en los tendidos campos gallardea,
en absoluto despojada sea
del melifluo tesoro que la baña;
y que todos sus nudos apretados
bajo la prensa giman,
y por la fuerza expriman
de su seno los jugos delicados;
sin que de mal tamaño
pueda, más tarde, reparar el daño;
por más que, en breve tiempo y con presteza,
haya obtenido colosal riqueza.
Porque de las moliendas el negocio
terminado, la prensa resecada
a corromperse llega por el ocio;
y ya en muelle quietud aletargada,
juventud florida
ya no trabaja nada,
por sentirse del todo entorpecida.
Por lo cual el colono, que adquirida
tiene largas experiencia en sus labores,
de endurecer los tórculos se cuida
que de miel exprimida
destilan, sin cesar, dulces licores.
Y manda que, por turno. los rigores
sufran de los arados
los campos a las cañas destinados;
para que, cuando herida
la flava mies por la segur tajante,
en el cañal se incliné ya vencida;
otra, con nueva vida,
a los cielos lozana se levante;
y que de la simiente,
que esparcida se encuentra en la pradera,
pausada y lentamente
surja la mies tercera;
para que todas, fresas en carrales,
destilen, anualmente, de la preciada miel dulces raudales.
Más, antes de que el néctar regalado
dé la caña melosa;
de anchurosa mansión bajo el techado,
sitio ocupa adecuado
allí donde con mole ponderosa,
y arraigada en el suelo tenazmente,
máquina poderosa
surge, elevándola soberbia frente.
Máquina elaborada
con pericia y esfero,
y que está protegida y amparada
por tres cilindros de templado acero,
cuya mole pesada
fue de sólidos robles arrancada.
Cilindros que, su cuello levantado,
(cada cual, por su parte, al alto cielo)
van derechos los aires recordando
con atrevido vuelo,
y con sus propios ejes machacando
al puente, que a sus pies ya se tendido,
con fragmentos de robles construido;
y al que una arca grandiosa
sujétase enterrada en ancha fosa;
para de ésta en los senos interiores
recoger, con usura, los licores
dulces que fluyen de la miel sabrosa.
Mas de silvestre pino los maderos
dejan para el molino
expedito de entrada los senderos,
y ya franco el camino
para estar amagando, de contino,
los de otros a él vecinos y fronteros;
y poder apreciar con rotaciones
el dedo que da impulso y direcciones.
Entonces el potente
cilindro, que en mitad surge del puente,
ve con horrores vivos
a los íntegros dientes incisivos;
con los cuales él mismo, ya cediendo,
va a los demás mordiendo
y a que, en curva ligera,
vayan formando caprichosa esfera.
Porque, a despecho de que nuevos dientes
logren de las maderas superiores
los cuellos eminentes
sujetar y vencer dominadores;
(en las que firme asiento
ha fijado la máquina, impulsada
por brusco con movimiento);
el cilindro, con todo,
que de aquella en el centro halla acomodo,
trata de prolongar hacia la altura
su esférica figura;
y amenaza romper con rotaciones
frecuentes, del trapiche las mansiones.
Tras esto, de madera
dos vigas fuertemente encadenadas
a la compacta, giratoria esfera,
por sus grávidas moles impulsadas
lentamente se inclinan,
hasta que ya a la tierra se avecinan;
para que, ya inclinadas,
y por mulas potentes bien ceñidas
en torno; repetidas
vueltas, y hasta lo sumo prolongadas,
den; y vayan de espiras vagarosas
que esparce brisa leda,
con las rápidas alas poderosas
tras y llevando a la girante rueda,
y el cilindro acerado
en el centro de aquélla colocado;
que con diente tenaz vaya oprimiendo
a los demás cilindros que a su lado
están, y los doblegue; y con estruendo
grande todos se agiten
y, unos de otros en pos, se precipitan.
Pero si tú no gustas
de que en estas labores
tengan intervención mulas robustas;
y. con gastos menores,
prefieres que se muevan los pesados
trapiches, destinados
a extraer de la caña a los licores;
prudente, entonces, cuida
de que sobre ellos bajen despeñados
de agua arroyos en rápida caída;
y de que, la mole plañidera
toda traba quedando removida,
entonces, sobre su eje, que ligera
la rueda gire de tenaz madera;
y ya que, difundida
esté del viento en la sutil esfera,
con los múltiples dientes, que hacia el suelo
vueltos, está mostrando;
vaya, en rápido vuelo,
de los trapiches en redor girando,
a los ásperos bronces rodeando
de acero revestida,
y por círculos férreos comprimida;
y en el aire suspensa,
abarque toda la anchura prensa.
Empero, a un tiempo mismo y diestramente,
ya fuera del trapiche, colocada
deja una rueda ingente,
que esté bien separada
por numerosos vades,
que pequeñas viviendas
presenten en sus hondas cavidades;
y en cuyas aberturas permanentes
reciba de las aguas las corrientes.
Además, también cuida
de que la rueda quede dividida
por un eje acerado
que haya sido con arte elaborado,
con el fin de que pueda
sobre quicial doblado
hacer girar a la potente rueda;
y en punta de largas espigones
penetrar del trapiche en las mansiones.
Tras esto, ten cuidado
con la punta del quicio prolongado
de ceñir el extremo de la rueda
más corta, porque pueda
después herir, de sus ferrados dientes
con el tenaz asedio,
a los también cerrados y crujientes
de la órbita que queda
equilibrada del espacio en medio;
por cima los lagares
extendiendo sus brazos tutelares.
Tú, obrando prontamente,
remueve las barreras, enseguida,
que estorban de las aguas la salida;
para que libre pueda la corriente
precipitarse en rápida caída;
y postre, en un instante,
con violencia y empuja extraordinario
a la rueda gigante,
y al eje que dilatase contrario;
al que luego verás en movimiento
continuo ir volteando,
y cuál la rueda exigua va con lento
cuerpo sus varias roscas desplegando;
y del viento sutil por las llanuras
caprichosas girando,
herida por ferrada mordedura;
alzando gran estruendo
las prensas que a la rueda van siguiendo.
La juventud, en tanto, con intensa
asiduidad, por uno y otro lado,
pone debajo de la grave prensa
las cañas que al trapiche ha trasladado;
y, con tenas porfía,
a molerlas entrega, noche y día;
este mete en angostas hendiduras
a las cañas floridas;
aquél, con las que tiene recogidas
quiere, de nuevo, henchir las aberturas;
y a las cañas partidas
exhaustas ya dejar de todo juego,
de la prensa imponiéndoles el yugo;
hasta que ya, forzados,
entreguen los trapiches, erizados
de férreos elementos,
de la caña menudo los fragmentos
ya del todo exprimidos y secados;
para que, despojados
de jugo ya quedando, sus despojos
vayan del fuego a los tizones rojos,
para quedar en ellos abrazado.
Después, ya sin trabajo,
imitando las gotas de rocío,
va descendiendo el sacarino río
a la fosa que de él ya se debajo.
Y cuando con su peso ya la abruma,
domina y señorea;
en derredor ondea,
lanzando linfas de encrespada espuma.
¡Misero aquél, con todo
que en sus dedos acaso una mordida
del cilindro sufrió!; pues que, enseguida,
tras los dedos la mano, de igual modo,
la misma suerte correrá y el codo;
para arrastrar después, sin embarazos,
el cuerpo todos los nervudos brazos.
Entonces, nuevamente,
en torno de la rueda es conveniente
aguijar a las mulas; y, al instante,
de la rauda corriente
el peso refrenar exorbitante;
o, más bien, el prensado
codo dejar, al punto, cercenado
por el filo sutil de arma cortante;
para que, de este modo,
sí bárbaro, seguro,
no la máquina vaya al cuerpo todo
a triturar con su dentaje duro.
¡Ah! ¡Cuántas veces yo con apenado
corazón lamenté la dura suerte
de obrero cuitado
que halló trágica muerte,
siendo por los cilindros arrollado! ...
De aquí la conveniencia
de engañar la nocturna somnolencia
voces interpolando,
o bien de insomnes noches la existencia
tratar de igualando,
mediante cantos de sonido blandos.
Mas cuando han ya las prensas producido
de la caña el licor apetecido,
y de él ya rebosantes
se encuentran las artesas espumantes;
entonces, a través de prolongado
arcaduz, va fluyendo
el dulce humor que, luego, acelerado
--como un arroyo-- escapase corriendo
para hundirse, en seguida,
en básica anchurosa y bronceada,
que está de curvo techo suspendida;
y a la que da acogida
con su mole pesada,
la casa, cerca de ella, colocada.
Al punto, de la caña los licores
a fermentar empiezan con estruendo
grandes y vivos hervores;
las tórridas paredes combatiendo
con flujos y reflujos vengadores;
y las heces ardientes
se van por luengo espacio manteniendo
por cima de las cálidas corrientes.
Mas el trasegador, con delicada
criba, cuidado tiene
de expeler toda la hez acumulada,
que por cima del agua se sostiene.
Y con labor prolija,
desde el fondo en que nada
sacándole la corriente emparentada,
deja limpia de escorias la vasija.
Después otra vasija, con presura,
en su profundo seno
da albergue, nuevamente, del sereno
raudal a la onda transparente y pura;
y de la ardiente hoguera
nuevo fuego las iras exaspera,
y tantas veces, con tenas porfía,
la juventud ardiente
mezcla en las anchas cubas la lejía,
cuántas la porquería
sobre nada del agua en la corriente.
Entonces es de ver cuál burbujean
las mieles, al instante,
mezcladas con las heces, que escaparan
a la acción de la llama devorantes.
Porque de la corriente los furores
las lejías sofocan, prontamente,
con amargos rigores;
y arrojan, por encima, la corriente,
los restos de inmundicia, aún los menores.
Empero, a éstos no deja el artesano
que se escapen y vayan por el llano
corriendo, sino que, antes
trata de echar afuera,
toda la criba ligera,
a cuantos en el fondo van nadantes;
hasta que, al fin, ya por dorado brillo
la linfa rutilante,
dejando ya las cubas, al instante
vaya al fondo a ocupar de otro lebrillo.
Mas guardando, prudente,
de no, más de lo justo, la lejía
ir a verter sobre la miel ardiente;
pues que la miel, por áspera corriente
presa, retiene con tenaz porfía
el tono obscuro de la noche umbría;
sin que la blanda greda
en tiempo alguno deshacerlo pueda.
Mas, cuando la vasija en sus entrañas
ya ha cogido el tercero
regalado licor que dan las cañas;
luego el joven obrero
restaura diligente,
de hojas con nuevo pábulo, el brasero,
para que lance llamarada ingente;
y a las mieles, poco ha, purificadas,
en hornos encendidos nuevamente,
solicito las deja condensadas.
Por lo cual, el obrero, con presura
saca luenga cuchara, defendida
por luenga empuñadura;
la que, con ambas manos
maneja diestramente la florida
juventud de los recios campiranos;
y solicita cuida
de remover el agua adormecida,
ya en sus hondos asientos
los cálidos raudales agitando
o hasta los altos vientos
a los mismos llevando,
cúmulos de humo tras de sí dejando.
De las aguas, después, los movimientos
enlaza con abrazos fraternales,
y en vagas espirales
hace girar el vaso, por los vientos;
de nuevo, hasta la bóveda estrellada
arrojando a la linfa perturbada.
Y es verdad evidente,
que corroboran testimonios fieles,
la que asegura que las auras mieles,
batidas con frecuencia por potente
diestra, más prontamente
se condensan sus fuerzas esparcidas,
quedando por la unión fortalecidas.
Después, ya que la linfa condensada,
dentro del barril se encuentra sosegada,
y en tétricos vapores
ya se va diluyendo, desmedrada
en parte; nuevamente,
con prontitud de la tinaja helada
al regazo trasládase clemente;
hasta que, al fin, después de calcinada
por tanto fuego de la ardiente hoguera,
queda refrigerada
en el fondo de gélida corriente.
Como suele el viajero, calcinado
por los rayos del sol de medio día,
penetrar en la fría
sombra del arbolado,
para allí de calor verse aliviado;
no de otra suerte, en rígida bacía
los caldos que de mieles se componen,
ya entibiados, disponen
de sus vivos calores la energía;
y empiezan lentamente a condensarse
del bronce por el hielo al ser tocados;
y una vez condensados,
proceden a trocarse,
de la industria debido a la cultura,
en gomas y viscosa pegadura.
La juventud, en tanto, placentera
forma un montón ingente,
a guisa de pirámide altanera,
formado expresamente
de barro con figuras,
ya cocidas y duras
por el soplo tenaz de fuego ardiente;
de las cuales la punta, desgarrada
por sutil hendidura, sobre el suelo
viene a quedar posada;
en tanto que la base dilatada
tiende a buscar el encumbrado cielo.
Después, con greda dura
y fácil diestra el artesano obtura
del agujero la ensanchada boca,
y en perfectas hileras,
por encima de bífidas maderas
diligente coloca
las formas de deleznables y ligeras;
para que, nuevamente,
que ya de ellas esté franca y patente
la cúspide cerrada;
fluya la miel dorada,
a manera de rápido torrente.
Entonces la cuchara,
que de tanto caudal muéstrase avara,
en las dúctiles formas con cuidado
el líquido sepulta condensado;
y permite que en ellas el rocío
melígeno, apartado
quede, por crudo frío
del todo endurecido y congelado.
Y una vez que en los conos deleznables
han los duros azúcares fijado
sus moradas estables,
y en las cubas redondas
ya no inquietas levántanse las ondas;
entonces del ingente
piramidal montón (la aguda frente
ya al cielo convertida)
los tapados resquicios prontamente
se abren, porque salida
tenga al punto, melíflua la corriente;
y con férreo barreno,
que se ajusta a la palma de la mano,
el joven artesano
rómpete tenaz el sacarino seno;
para que purifique nuevamente
los moldes que al azúcar dan cabida;
mientras de esta a la líquida corriente
aún no ha quedado unida,
y prosigue flotando mansamente
en el regazo que le dio acogida.
En el cual, ciertamente,
doblado por su propia pesadumbre,
lleno de dulcedumbre,
raudales destilando profusos,
en barriles se guardan por costumbre,
y no se reservan para varios usos.
No, empero, los azúcares blanquean
bañados de la nieve en los albores,
hasta tanto no sean
de sus conos los cándidos fulgores
velados por la greda,
que nocturno color fácil remeda.
Por tanto, tú, en la arcilla liquidada
ya en cristalino vaso,
hunde la pirámide nevada
la alta cima y, de paso,
en la costa empapada
en líquido caudal, deja escondidos
de la base los labios contraídos;
en tanto que la agreda
invade las mansiones
todas de los melíferos pilones,
que cuyo centro queda
limpiando el interior de sus entrañas
con empeños asiduos;
y de la miel que fluye de las cañas
los últimos residuos
quitando de tal modo;
que de ellos libre quede el cuerpo todo.
Mas cuando de diez días duplicados
los obreros el término ya cuentan,
sacan los condensados
pilones, que se ostentan
de nevado color todos ornados.
Empero, arcanos tales
¡oh musas! ¿quién nos descubrió primero? ...
y de esta arte los usos primordiales
en que oculto venero
supieron encontrar los industriales,
que elaboran la azúcar con esmero? ...
Según cuenta la fama vocinglera,
fue una lútea paloma la primera
que, con patas manchadas,
se posó fijamente en la cimera
de las cañas doradas.
La que, después, de su abusado pico
mediante heridas muchas y crueles,
apoderose del tesoro rico
que le brindaban de compactas mieles
las cañas bien nutridas,
en menudos fragmentos divididas.
Mas luego que del huerto fraudulento
sacó el ave alimento,
y saciada quedó con tal comida;
huyó en veloz huida,
a través del cerúleo firmamento;
de muy subido tono
la sordidez dejando de sus huellas,
por encima del cono
amarillento de las cañas bellas.
Y huellas que, secadas
poco a poco, del sol por los rigores,
y ya por largo tiempo requemadas,
vinieron a quedar todas bañadas
de la cándida nieve en los colores.
Así fue cómo, dándonos la clave
de esta arte, satisfizo con usura s
u rapiña el ave
dulce, que se querella en la espesura;
mostrándonos el modo
de bañar de la nieve en la blancura
las formas renegridas por el lodo.
Tal como, antiguamente,
el caracol marino
despedazando con agudo diente
rábido can; de tinte purpurino
dejó su rictus lleno,
y mancillado el seno
de viva grana por la sangre ardiente.
Mas cuándo, por los limos frecuentados,
ya empiezan a vestirse de blancores
de azúcar los pilones aguzados;
y una vez blanqueados,
de su vientre han depuesto los colores
que imitan de la noche los negrores;
la turba juvenil bajo el ardiente
sol, inmediatamente
coloca entarimados
con ramas de los árboles formados;
y en cuyos amplios límites los lúteos
pilones separados;
por cima ellos, los mozos diligentes
colocan, con presura,
los conos relucientes
de segadora, vívida blancura,
que vence el nivel copo,
simulando del mármol la hermosura
que ostenta en sus pirámides Canopo.
Por los rayos del sol acribillada,
la masa plateada
con brillo más intenso, resplandece,
y de alma claridad toda cercada,
hiere con más viveza y encandece
de los errantes ojos la mirada.
Después, el sol ardiente
con sus rayos penetra lentamente
de la masa con los senos interiores;
y cuando ya de frígidos rigores,
con qué el lodo apresábala inclemente,
hala dejado libre totalmente;
la endurece del todo
y convierte, al instante,
en figuras de mármol deslumbrante,
los conos que forjó sórdido lodo.
Mas, al fin de que escribe la prudencia
de imprevistos sucesos la violencia,
y puedan fácilmente ser lanzados
de los predios de azúcar los malvados
que tienen de atacarlos la insolencia;
para que libre esté de asaltos duros
del ingenio la rica pertenencia,
toda, en circunferencia,
hay que ceñirla con espesos muros,
del todo inaccesibles;
y con techos ligeros y movibles
dejar sus almacenes bien seguros.
Y por los anchos muros, que de gredas
compactas están hechos,
bien guarnecidos de menudas ruedas
van discurriendo los movibles techos;
y por largo y potente
cable siendo movidos e impulsados,
ora, en curso veloz, así el tepente
Sur corren desatados;
ora, retrocediendo, nuevamente
con duplicado brío,
hacia el brumoso y frío
lejano Septentrión vuelven la frente.
Debajo de estos techos elevados
la juventud albergue da seguro
a los entarimados,
para que aguanten en su lomo duro
del azúcar el peso,
que los agobia y graba con exceso.
Mas cuando el sol ya con su rayo ardiente
ha puesto a los nublados en huida,
y levanta encendida
su lámpara en la bóveda luciente
del claro cielo; entonces, en seguida
los musculosos jóvenes peones,
con un largo cordel, los artesones
arrastran encumbrados;
y descubren de azúcar los pilones,
elevado color todos bañados.
Empero, si de negros nubarrones
amagaren caer fieros turbiones,
en lluvias copiosísimas desechos;
dando al cordel contrarias direcciones,
y a los movibles techos
retroceder haciendo, los peones
dejan a los nevados
mármoles en tinieblas sepultados.
Mas cuando ya del sol por los ardores
frecuentes, los humores
fumigantes quedaron expulsados;
y con fuerza arrojados
de los conos sutiles los vapores;
a punto, a las pirámides nevadas
la turba que trasiega,
en una ancha bodega
deja en orden perfecto colocadas;
y de éstas los fragmentos desprendidos
aparta con vivísimos ardores,
y deja enriquecidos
sus lares, con los bienes adquiridos
a costa de fatigas y sudores;
con los cuales alienta
de la dichosa tierra a los mortales;
pues con ellos fomenta
la inversión de cuantiosos capitales.
Y el que es de los cañales
rico industrial, con amplitud acrece,
a precio de trabajo, sus caudales;
y a las mesas reales
nectáreas cañas en manjar ofrecen.
Mas, antes de que tengan acogida
de la umbrosa bodega en las mansiones
los cándidos pilones
en que el azúcar queda convertida;
con frecuencia saliendo de la obscura
selva, en rápido vuelo,
tordo voraz, que imita la figura
de ávido ladronzuelo,
hiere con picotazos
del azúcar menudos los pedazos.
Mas debes admirar la industria rara
con que el ave las mieles acapara.
Los fragmentos de mieles amarillas
que están ya condensadas,
roba el tordo, a hurtadillas;
mas, para que a sus fauces delicadas
no ocasionen tormentos,
de las cañas los ásperos fragmentos
con la punta sutil de sus espaldas;
sino que, ya disueltos en raudales,
melosos, se deslicen
a través de las vías guturales;
muchas veces el al pájaro prudente
se vio de la corriente
anegarse en los puros manantiales;
ora en el pico el hurto retenido,
se va en el claro rollo sumergiendo;
o la cerviz en alto levantando
con Altanero brío,
va a sorbos apurando
las aguas frescas del undoso río.
A poco, nuevamente
de las aguas se baña en la corriente;
y del cielo a la altura,
por vez segunda, el pico levantado,
con avidez apura
el humor de las Cañas ya licuado.
Mas, del ave la hartura
aún no contenta de la nieve pura,
que le da condensados alimentos;
con aviesos intentos
dar así lo procura
de la amarilla caña a los fragmentos
en moldes acortados,
en que, libres de limos lutulentos,
ya se muestran del todo condensados.
Y, puesto que la gente
vulgar en los canales cultivados
surge frecuentemente;
con ella es conveniente
cultivar de las cañas los dorados
almíbares, que vencen a las uvas,
y de amarillas tortas bien colmados
dejar los senos de las anchas cubas.
Por lo que, ya después de que en la prensa
hubo a las altas cañas triturado
la gente moza con labor intensa;
y con fuego a las mieles depurado;
antes de que el furente
fuego, más de lo justo y conveniente,
las haya condensado;
bañados que ya han sido en fuente clara
y dan intenso brillo;
la juventud, mediante una cuchara,
trasládalas a gélido lebrillo;
y de picas oblongas con la punta
agitando los caldos de las mieles,
que hirviendo están, los junta
y asiéntalos un poco en los toneles;
y a los ya condensados,
deja en estrechos moldes encerrados.
Y los que endurecidos
se encuentran ya por el ardiente foco
del abrasante sol, quedan --a poco--
en tortas amarillas convertidos.
Empero, tú procura
con atención no escasa
de análisis sutil, ver que ésta masa
se muestre un tanto obscura,
de la cera reciente
muy exacta copiando la figura.
Mas lo que, grandemente
maravilla es mirar cómo la gente
plebeya aplaude y para sí reclama
esta densa amalgama
que, a precio vil, obtiene fácilmente.
Con aquestas espesas
viandas agrava las festivas mesas,
y con ellas sazona
los banquetes, y alegre los corona.
Y también extrae de estas comidas,
con industria infamante,
fermentadas bebidas
con las que ebria, con paso vacilante,
camina por las calles concurridas.
De aquí que, alguna gente
del destierro en que yacen, fácilmente
arranca las nevadas
pirámides de azúcar reluciente;
y se muestra en extremo complaciente
para dejar trocadas
del todo en masas duras,
a las placentas del cañal obscuras;
con el fin, ciertamente,
de que, a precios muy bajos, ofrecidas,
a comprarlas anímese la gente;
y, una vez, ya vendidas,
logre --por diligente--
ganancias obtener harto crecidas,
con que más sus dineros acreciente.
M
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