sábado, 2 de diciembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo por la (Libro Octavo, Beneficios del oro; transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila 


LIBRO OCTAVO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA 

BENEFICIOS DE LOS MINERALES

 DE ORO Y PLATA 



"Post sectasdudum magno sudore fodinas,
Protinus advectas opulenta in praedia cautes
comminuam, saxsque vigil conabor avaris
Eruere argenti pretiosum pondus et auri,
Cto totum partis orbem completere talentis".

Después de haber por tiempo dilatado 
y con grande sudor las duras venas 
de las minas preciosas desgarrado 
pasaré, desde luego, a las faenas 
de triturar las peñas, que producen 
el vivo argento y el metal dorado; 
las que, una vez ya rotas, se conducen 
a los predios de rico potentado. 
Y atento y vigilante, 
me esforzaré en sacar de los peñones 
avaros, de brillante 
plata y oro riquísimos filones; 
y con tanta riqueza 
llenar del orbe todo la grandeza.  

    ¡Oh, tú, diva Fortuna! 
que, es complacida faz, como de luna 
apacible y serena, 
y con plácidos ojos 
miras al triste corazón que pena, 
herido del dolor por los abrojos; 
y que gozas en dar rápidamente 
apoyo decidido 
a cuantos han caído, 
tendiéndoles tu diestra providente; 
mira cómo, debido 
al de la mina trabajar horrendo, 
casi desfallecido 
el triste cabal vive muriendo! ...
Y, al mismo tiempo, fija 
de tus clementes ojos las miradas 
en la ingrata labor, asaz prolija, 
en que dejó sus fuerzas agotadas. 

    Y aquellos que, en un tiempo, ricos dones 
prometiste otorgarme, con largueza 
deposítalos fiel en tus arcones, 
y guarda para mí tanta riqueza. 
Y con tu diestra arranca poderosa 
de los rotos peñones, 
de oro y plata la avena caudalosa. 
Que mientras dé la tierra generosa 
piedras que emitan resplandores puros, 
y se vistan de céspedes los prados; 
de tu templo en los muros 
has de ver mis exvotos colocados. 

    De la mina opulenta distanciados 
hay florecientes fundos, 
de cercas muy extensas rodeados, 
y ampliamente dotados 
de arroyuelos copiosos y jocundos; 
y de vastos portales 
y celdas interiores para acopio 
de muchos cereales; 
y de algo que les es típico y propio; 
los patios de extensiones colosales. 
Por los que, desde luego, 
en ondas encendidas se derrama 
desolador el fuego 
que, con vívida llama 
y en muy breves instantes, 
de los hornos gigantes 
las encadas bóvedas inflama; 
en donde, de continuo, 
la rueda ponderosa del molino 
como también la máquina potente, 
de hierro guarnecida, 
están constantemente 
rompiendo la osamenta endurecida 
de la montaña ingente, 
que es fecunda guarida 
de abundoso metal y refulgente. 

    A estos predios los mulos corpulentos 
llevan por la montaña los fragmentos, 
por su aspereza, bravos; 
a los que el pueblo, nueva y prontamente, 
se dedica a rasgar con grandes clavos; 
y rasgados que han sido, 
(dando el agrio peñón agrio chirrido) 
con mano firme y fuerte; 
en menudos cascajos los convierte. 
Y sobre estos, después de triturados, 
una vez y otra vez, por los martillos; 
surge potente máquina, de ovillos 
muy duros y pesados 
armada, y refulgente 
por las vívidas luces y los brillos 
que el acero le da constantemente. 

    Y de la cual entorno, voladoras 
las mulas van en rápido carrera, 
siendo las impulsoras 
de que vaya moviéndose ligera; 
o bien, le presten bríos 
y poderosa vida, 
las aguas de los ríos 
que descienden en rápida caída. 

    Y de férreos badiles 
armados los obreros juveniles, 
con tesón y con arte 
debajo los rodeznos colosales, 
por una y otra parte, 
colocan los metales 
a fin de que la máquina potente, 
con frecuente tundir y rotaciones 
puedan más prontamente 
la aspereza domar de los peñones; 
hasta que en la faena 
ruda ya se dobleguen 
y, desechos, entreguen 
viles terrones de menuda arena; 
y salga volandero 
del roto peñascal polvo ligero, 
al que reciben, junto a los pesados 
rodeznos, unos cestos 
que, en buena orden dispuestos, 
a lo largo se encuentran colocados; 
quedando con potente 
liga a la fuente mole encadenados. 
Y a los que cauta vela 
una muy fina y dedicada tela 
tramada sabiamente 
con hilos de metal resplandeciente. 

    Tan ímprobo trabajo, al que con creces 
toda se da la juventud florida, 
fue causa de que aquélla, muchas veces, 
corriese el riesgo de perder la vida; 
pues muchos infelices 
sucumbieron con muerte prematura 
bajo los antros de la mina obscura. 
Porque el polvo una vez que en las narices 
se ha metido desecho, 
llega hasta del cerebro a las raíces 
y a lo profunda cavidad del pecho; 
y, al cabo de tres lustros, consumida 
deja la fuerte y rozagante vida. 

    Por dónde es necesario 
que se le dé a la gente, 
y a las minas se lleva un buen salario 
para que osadamente, 
se atreva, con esfuerzo temerario, 
a trabajar con riesgo tan patente. 

    Pero si los fragmentos rocallosos 
se escapan de las redes aceradas, 
y resisten rebeldes y orgullosos 
con sus moles pesadas 
de fierro a los rodeznos poderosos; 
la tahona potente, 
moviéndose con giros repetidos, 
sabrá rápidamente 
dejarlos sojuzgados y vencidos; 
hasta que, aligerados 
del grave peso del peñasco rudo, 
como polvo menudo, 
por el viento se eleven impulsados. 


    Mas ya que por el éter vagaroso 
han estado sutilísimos fragmentos 
largo tiempo volado sin reposo; 
súbito los recibe, en sus asientos 
planos, un anchuroso 
patio, donde la gente, 
que vive de las minas en la zona, 
de la montaña ingente 
los desechos peñascos amontona; 
y en el cauce sereno 
los sumerge de limpios manantiales, 
y del húmedo polvo saca cieno; 
para, después, con sales 
saturar, donde viven, el terreno,

    Y cuando de su lámpara fulgente 
Febo a la tierra envía 
los rayos de los de su luz, por el oriente 
nuevo anunciado un día; 
con el talón la gente 
deja bien quebrantado 
el limo por las sales amargado; 
y a su tiempo debido, 
en aquellas los deja convertido. 

    Entonces el obrero consumado 
en aquestas labores, 
explora y examina con cuidado 
las flaquezas y todos los dolores 
de este limo salado, 
que, con frecuencia, se le ve pasmado 
de acerba enfermedad por los rigores; 
mirando si el paciente 
el mal humor acaso la tortura, 
helándolo con frígida corriente; 
o, más bien, calentura 
tenaz lo abraza con su fuego ardiente. 

    Tras esto, con cuidado, 
en un vaso de plata 
viva, a limo salado 
el obrero disuelve y desbarata. 
Y después, en el agua cristalina 
echándolo, prudente lo examina; 
de una parte, para otra, el argentado 
recipiente moviendo, 
y al limo saturado 
de sales, en el fondo revolviendo. 

    Entonces, por un dedo sujetado 
el metal, y yaciendo 
en el fondo del vaso; de aplomado 
frigescente, color, se va tiñendo; 
con lo que se revela 
y muy claro aparece, 
que el limo languidece 
por el morbo cruel que lo congela. 
Empero, sí lechoso 
color echa el metal, y con su albura 
va a turbar el reposo, 
paz y sosiego de la linfa pura; 
tal signo claramente 
manifiesta que horrenda calentura
va secando los miembros del paciente. 
Con todo, tal es morbos prontamente 
la medicina actual remedia y cura.  

    Pero si al cenagoso 
su metal, helado, cierzo tortura, 
fomentos le dará a doctor famoso, 
de Apolo con el arte y la cultura. 
El cual va cuidadoso, 
de agria sal con terrones, 
sazonando de bronce los peñones, 
ya rotos por martillo vigoroso; 
para de ellos la mezcla y amalgama  
coser después con devorante llama; 
hasta ver que en las aguas sumergida 
estando la materia purulenta, 
fétido humor presenta, 
y con él deja el agua corrompida. 

    Entonces al tremente 
enfermo pone abajo el sol ardiente; 
y por encima del metal esparce 
de agua limpia corriente, 
librando así de males el doliente. 
Mas del enfermo cuerpo que peligra, mas tarde y lentamente, 
al fin la fiebre devorante emigra. 

    Porque tan pronto como ve el galeno 
que en el patio extendido 
está el enfermo de dolores lleno; 
de su mal condolido, 
extrae con la diestra prontamente 
la plata viva y pura, 
que aprieta fuertemente 
de duro bieldo con la punta dura; 
porque de esta oprimida 
capa, y ostenta sólida estructura 
y cuenta de dos palmos la medida; 
del granizo imitando la caída, 
vívido humor se escape con presura; 
abriéndose camino 
(una vez ya deshecha su juntura) 
por la trama sutil de tenue lino. 
Con esta rociada de caudales, 
humedecidos deja los metales, 
y por la viva plata fecundado 
el lodo que ya está fosilizado. 

    Después el sabio médico, en olvido 
no dejando a la fiebre devorante, 
aplica al encendido 
vientre suave calmante, 
por la calcárea peonía producido. 
La turba, nuevamente, 
se da a batir el lodo con frecuente 
planta, el cielo mezclando 
a los remedios del fomento blando; 
y en tan ruda porfías 
prosigue trabajando por diez días.

    Como, a veces los mozos vendimiantes, 
por tiempo dilatado, 
oprimen el lagar, que de abundantes 
uvas está colmado; 
y van con pie pesado 
los racimos presentando rozagantes, 
hasta que la vendimia 
suelte de Baco la bebida eximia; 
así la moza gente, 
en los patios de vastas dimensiones 
de la mina y en hondos socavones, 
calca con pie frecuente, 
de amalgamado limo los montones. 

    Y cuando cada cual, con ágil planta 
y a golpe de talones 
pisa, huella, quebranta, 
y deshace del todo 
la dura mezcla que presenta el lodo; 
cuidadosa la gente 
le imprime, desde luego, la figura 
de un pilón eminente; 
del cual, sobre la altura, 
habiendo ya un papiro colocado, 
el peso muestra de la plata pura, 
de metal bronceado, 
y el de la sal, fecunda en amargura. 

    Mas, cuando ya pesado 
algún tiempo, renueva la tarea 
el perito, y desea 
explorar en qué estado 
se haya el lodo por el amalgamado; 
y prueba si de fuerza 
suficiente encuéntrase dotado; 
al punto, del erguido 
como lo arranca con tenaz porfía, 
dejándolo embebido 
en los raudales de corriente fría. 
Súbito baja, de tesoros llena, 
hasta el polvo la arena; 
dejando en abandono 
en la cimera del erguido cono 
del limo la mixtura; 
a la que hacer baja de tal altura 
el perito, inclinando 
del cono la cerviz, para en la dura 
tierra irla con largueza prodigando; 
examinando atento 
la gruesa arena que ha tomado asiento; 
los vasos inclinados hacia la diestra 
parte o a la siniestra, 
hasta no descubrirse del argento 
puro la rica vena 
cabe los gordos de la dura arena. 

    A poco, con el dedo 
pulgar aprieta de la plata del ruedo; 
y diligente cuida 
de ver si acaso por el dedo fuerte 
la fimbria comprimida, 
se enternece de suerte, 
que ya caudales argentados vierte; 
o bien si, endurecida, 
de plata los caudales han secado, 
haciendo inútil ya de que despida 
sobre ella la orza el líquido preciado. 

    Pero sí seca y dura, 
ya ninguna corriente 
de agua despide cristalina y pura; 
de nuevo, es conveniente 
bañar la viva plata en manantiales, 
y volver, nuevamente 
a batir con la plata los metales. 

    El que éstos ostentan 
de ensayados el titulo famoso, 
y al frente de la mina se presenta; 
prudente y cauteloso 
tal prueba frecuenta 
en la materia del metal precioso; 
y con tesón trabaja 
para lograr que la argentina faja 
se desate en caudales grave y copioso. 

    Pero si prisionera 
la faja estando por la plata viva, 
de agua lluvia ligera 
se escapa de sus labios fugitiva; 
ya el cúmulo de cieno 
nada se añade, y si se le cautiva 
de espaciosas bodegas en el seno; 
en punto se depura, 
y limpio queda por el agua pura. 

    En tal sitio hay un tanque, levantado 
de cuatro brazas a la enorme altura, 
cuyo álveo dilatado 
está por todas partes rodeado 
de arcos formados de materia dura; 
y en la mitad del cual tiene su asiento 
un molino de viento, 
que de férreos badiles está armado; 
y al que obliga se mueva apresurado, 
de las aguas el ímpetu violento; 
o, entorno de él, los mulos que jalean, 
en rápida carrera, lo voltean. 

    De este cabe el arrimo, 
para limpiarlo de agua en la corriente, 
un acervo colocase del limo 
que, con planta frecuente 
batido fue dentro del patio ingente, 
por cima de la arena, 
que una grande extensión abarca y llena. 

    Por la parte de arriba 
(cuando ya de la bóveda enarcada, 
que en los aires estriba, 
se desatan las aguas en cascada; 
y sus vueltas activa 
del molino la rueda acelerada); 
arrojándose el limo, prontamente 
lo arrebata del agua la corriente. 

    Empero, cuando lento 
desiste de su raudo movimiento, 
y en mitad del camino 
afloja ya sus fuerzas el molino; 
poco a poco, el argento 
bajar procura con catela y tino, 
para fijar su asiento 
en el fondo del tanque cristalino; 
mientras que sobre el seno 
de la fluvial corriente desatada, 
del pantanoso cieno 
a flote queda y victorioso nada; 
y el cual, joven experto 
con profundo lo esparce por la tierra, 
cuando ha quedado abierto 
al sifón de la cuba que lo encierra. 
Y cuando, nuevamente, 
bañado está por líquida corriente 
el perezoso cieno; 
con redondos badiles, en el seno 
de la tinaja ingente 
lo revuelve al mancebo dirigente, 
para después dejarlo relegado 
en un vaso redondo; 
hasta que al fin, purgados los metales, 
ya del vaso se asienten en el fondo. 

    Mas porque no escondida 
quede en el fondo de la masa pura 
la escoria corrompida, 
a bañarla en artesas se apresura, 
segunda vez, la juventud; y cuida 
de que de agua colmadas 
las artesas estén; siendo llevadas 
primero lentamente, 
y después con presteza; o bien, mezcladas 
las aguas con la escoria pestilente, 
descienden arrojadas 
al hondo cause de fluvial corriente; 
hasta que ya expulsado 
haya la diestra con certeza y brío 
toda el agua del río 
y en el vaso secado 
y libre ya de líquidos caudales, 
se recuerda. Steven los nítidos metales. 

    En tanto, de arduo pino 
cuelga saco conífero, tramado 
de bien espeso lino, 
que es el más adecuado 
a detener la plata en su camino, 
una vez ya el azogue eliminado. 
Y saco que en el seno 
de las artesas se abre prontamente, 
una vez que del cieno 
arrebató tras sí cúmulo ingente;
que tenaz procura 
bajo su estambre blando 
cautivada tener la plata pura; 
con atención cuidando 
de su gremio ir a aquella rechazando 
que viva la le presente la Natura; 
y a la que el vulgo en copas encerrada 
oculta en lo interior de su morada. 

    Y cuando de las ramas colosales 
del roble han descendido los costales; 
de su vientre avariento 
saca la plata del pueblo, y de contento 
grandes dando señales, 
pulsa y observa atento 
el peso de los dúctiles metales; 
y se goza, después, con limo blando 
en ir varias figuras modelando. 
Como, en un tiempo, turba placentera
de rapaces se da con alegría 
a jugar con la cera 
que ática abeja en los panales cría, 
pasan en tal manera 
el curso todo de festivo día; 
y ya, sin ligadura, 
el ingenio pueril con ufanía 
va modelando gráciles figuras; 
ora con diestra mano describiendo 
un novillo berrendo, 
ora de barro las frágiles hechuras; 
ora pequeña cesta, 
o una montaña con su cumbre enhiesta; 
con el argento blando 
así la ínfima plebe va jugando. 

    Con todo, cada cual forma a sus anchas 
de ingente peso ponderosa planchas; 
o, por medios sencillos, 
representa ligeros globulillos. 
Mas, a fin de que éstos 
puedan sacarse del azogue puro 
ya los últimos restos; 
obrase de manera, que, al punto, se traslada 
la de argento sutil carga ligera, 
que por férreo casquete va amparada;
dando por cima de ella el pueblo ufano 
rienda suelta dar a las iras de Vulcano. 

    Reblandecida luego 
la dura masa por la acción del fuego; 
en vasijas de cobre se apresura 
la viva plata colocar la gente, 
reservando la pura 
en el fondo de crátera potente; 
labor que, con usura, 
premiará la fortuna providente. 

    También la turba, a veces, 
con aguas que de fuego corren llenas, 
de las ya rotas venas 
tesoros saca con subidas creces; 
hasta que la escarpada 
peña, por los alientos 
vividos de Vulcano requemada, 
de viva cal bañada 
deje escapar ya todos sus talentos. 
A éstos el pueblo bate cuidadoso, 
cómo el cieno mojado
 en el patio anchuroso; y procediendo activo, 
los baña a todos en argento vivo. 

    Introduce, después, agua corriente 
en asiria tinaja prontamente; 
y lo coloca encima de los hornos 
que crepitando están por fuego ardiente. 
Súbito el agua se infla enardecida 
y romper amenaza 
el perol en que se haya contenida 
sobre los juegos de la viva hornaza; 
y, con presteza suma, 
de aquí para acullá bulle inconstante, 
soltando fulgurante 
por cima el borde que despide espuma. 

    Riega, entonces, el joven esforzado 
el metal triturado;
y viéndolo sediento, 
por estar en ardores abrazado,
aparte aparta de su lado
las ígneas aguas que le dan tormento. 
Tal como el instruido 
en el arte de Apolo y sus amaños, 
el mal del que por fiebre consumido 
yace, reprime con calientes baños. 
Entre tanto, del agua cristalina 
las ondas, con pericia y con cuidado, 
el obrero examina, 
repitiendo el sondaje acostumbrado 
de las aguas, que marca la rutina; 
para que, confiado 
de aquéllas en la mole, ya seguro 
muestre que el limón impuro 
de más aguas no está necesitado; 
o que, de azogue lleno, 
deje de la olla el anchuroso seno. 
Mas cuando sus talentos han dejado 
ya en sus vasos el cieno, 
y los vasos ahí lo han comprobado, 
segunda vez, con creces; 
saca, al punto, el obrero afortunado 
del fondo del perol todas las heces; 
en tanto que un criado 
va apagando con líquida corriente 
la colérica masa 
que huye dentro el hondo recipiente, 
sofocando la llama que lo abraza. 

    Entonces la marmita 
en su profundo seno deposita 
las riquezas de cieno depuradas; 
y bajo el agua pura, 
cautelosa, las guarda y asegura. 
Mas de larga cuchara bien armado 
el obrero, procura 
con ella penetrar al recipiente 
que de riquezas muéstrase colmado, 
y arrancar de su fondo lentamente 
el tesoro preciado; 
de paso haciendo presa 
en los dones que bríndale la artesa 
anchurosa, que encuéntrase a su lado. 

    Las reliquias del cieno 
lavan después, de cristalina fuente 
en el diáfano seno; 
y con un casco ardiente 
purifica la plata finalmente. 

    Empero, sí del fondo 
de la tierra sacares los metales 
para que de un crisol vasto y redondo 
disuélvanse en las llamas colosales; 
construye con presura 
dos grandes hornos de gigante altura; 
que, aunque estén separados 
entre sí, tú procura 
por un canal tenerlos conectados.

    Y ya que del partido 
monte cables pesados 
hubiere ricas peñas extraído; 
la máquina, con golpe repetido, 
que del todo los deje triturados, 
y los grandes peñones 
vengan a trocar en mínimos terrones; 
a los que, acompañados 
del ponderoso plomo, sepultados 
deje del horno ardiente en las mansiones; 
por cima el monstruo horrendo, 
de blanda arcilla arenas esparciendo. 

    La plebe, desde luego, 
da rienda suelta al devorarte fuego; 
mas no arroja, imprudente, 
en los rotos filones 
que produce la plata refulgente, 
de la hoguera, los vividos tizones. 
Mas por túmidos fuelles avivadas, 
a manera de torno, 
van girando las llamas abrazadas 
que invaden todo el horno; 
del cual en la encendida 
entraña toda mezcla se líquida. 

    Del metal los fragmentos 
mínimos largo tiempo detenidos 
en el horno, y batidos 
de Múlciber feroz por los alientos, 
se desata, al fin, reblandecidos; 
y en las ondas que cálidas bravean, 
en que están sumergidos, 
cual lagrimales líquidos gotean. 
Argentinos caudales 
que, a la manera de corriente pura, 
entra en los canales 
luengos, sitios del patio en los contornos, 
para, después, lanzarse con presura 
hasta llegar a los vecinos hornos. 

    De metal los filones derretidos 
descienden a los cóncavos asientos, 
ya en llamas encendidos, 
y que están protegidos 
por cúmulos de robles corpulentos, 
que han quedado a cenizas reducidos. 

    Después la inquieta llama, 
impulsada del fuelle por los vientos, 
rápida se derrama 
del horno por los negros aposentos; 
y con seca retama 
los mozos acrecientan los alientos 
de la hoguera, que pábulo reclama; 
mientras con encorvado 
junco el obrero va del inflamado 
pozo extrayendo las flotantes heces, 
con tal arte y cuidado, 
cual sin sacaré de un vivero peces. 

    Entre tanto, ya sueltos los metales 
en las del horno brasas colosales, 
y por ondas de fuego 
combatidas sin tregua; con brutales 
ímpetus, desde luego, 
azotan a los huecos litorales; 
haciendo que, furente, 
del agua en los cristales, 
bulle y se agite la onda transparente. 

    Como el mar, cuando el viento 
alza gigantes olas turbulento, 
va en el fondo de aquéllas 
poniendo de los valles el asiento; 
o bien del firmamento 
tocando con audacia las estrellas; 
o a la orilla encorvada 
azota con terrible marejada; 
no de otra suerte en ígneo torbellino 
bulle y se agita el líquido argentino. 

    Mas del horno inflamado 
cuando ya el aluvión se ha separado, 
y con tórrido aliento 
el devorante fuego a requemado 
y cocido el argento; 
todo el que por encima colocado 
quedó, baja al momento 
a la profunda fosa, en la que asiento 
fijando inconmovible, 
de sus ondas el vago movimiento 
ya muestra remansado y apacible. 

    Súbito el fuego ardiente 
y los muelles aléjense; y la gente 
a sacarse apresura 
de la bóveda obscura 
del horno, planchas de metal luciente. 

    No así fatiga con sudor constante 
a uno y otro mancebo 
la progenie de Febo rutilante, 
y la prole en un todo semejante 
y parecida a la del mismo Febo; 
como el oro amarillo 
que a los otros metales 
muy atrás deja por su intenso brillo; 
y al que la poderosa 
fortuna, prodigándole sus dones,
le permite de casa suntuosa 
vivir bajo los regios artesones; 
y su trono fulgente 
colocado dejar en la suprema 
sede, que es la diadema 
que los reyes ostentan en la frente. 

    Por encima la plata, 
el cobre y zinc y los demás metales, 
surge el oro triunfante, que arrebata 
tras sí a todos los míseros mortales, 
y más pronto acrecienta los caudales 
de opulentos señores 
que, por él, se libertan 
ya de todo trabajo y sinsabores. 

    Empero, cuando apenas,
de aceradas esferas erizada 
va la mole soltando sus cadenas, 
y ha el molino desecho con pesada 
rueda el cascajo al fin; a las arenas 
pronto la plebe activa 
arroja con afán la plata viva, 
resplandeciente y pura; y la mezcla debajo de la mole 
que se dobla en pesada curvatura. 

    Entonces, de la tierra abastecida 
de preciosos metales, 
se escapan, enseguida, 
abundosos y claros manantiales; 
a los que la tahona ponderosa 
con gusto da acogida 
en el seno profundo de su fosa; 
y después, cuidadosa 
la turba juvenil a la reunida 
plata sumerge en linfa caudalosa; 
y, una vez ya bañada en los raudales 
de la tersa corriente, 
la exprime el cubo en cónicos matorrales, 
y la depura con casquete ardiente. 

    Como cuando reunidos los ladrones 
y armados de puñales se destacan, 
y al noble que regresa a sus mansiones 
desprevenido, con furor atacan; 
y le acercan de suerte, 
que le impiden del todo la salida, 
y con ímpetu fuerte 
renuevan la feroz acometida, 
amagando con darle pronta muerte 
si no suelta la bolsa requerida; 
cuando esto el noble advierte, 
usando de prudencia, 
no resiste a la turba enfurecida, 
y cede a la violencia, 
para evitar así perder la vida; 
no de otra suerte, el cuello 
doblegando el metal que, por dorado, 
es del radiante sol vivo destello, 
se rinde ante el malvado 
ladrón que le hurta su tesoro bello.

    Otras veces también, según costumbre, 
de hornos gemelos en el seno ardiente, 
que arrojan chispas de rojiza lumbre, 
la juventud riente 
purifica de herrumbre 
y de escorias el oro reluciente, 
porque a su dueño más ganancias rinda 
y de onerosos gastos se prescinda. 

    Así hechas, de contino, estas labores, 
debido de la turba a los sudores, 
del Príncipe español el Enviado, 
a visitar la tierra en que domina 
el metal codiciado, 
con atención explora y examina 
los tesoros sacados de la mina: 
la tersa plata y el filón dorado; 
cuyos granos acopla de tal suerte, 
que en una sola plancha los convierte. 
De la cual un fragmento 
que con dura tenaza fue a arrancado 
(el cual, de su misión en cumplimiento, 
ha el visitante para sí guardado); 
lo prueba, desde luego, 
en el crisol de crepitante fuego, 
hasta que no consiga 
poder saber con precisión segura, 
a qué grado la pura 
plata en su seno abriga 
el oro que fulgura, 
y ahí ya se Junta con apretada liga. 

    Después de esto, en la hoguera 
que en viva llama ondula,  
del oro considera 
el peso exacto y el valor calcula; 
y hecha cuenta suscinta 
del oro y de plata acumulada 
deja la parte quinta 
para el cetro de España, reservada. 
Y cuando, con empeño, 
de oro y plata ha sellado los filones, 
con cautela su dueño 
de la casa los guarda en los arcones. 

    Mas si pretendes con anhelos vivos, 
teniendo tal tesoro, 
batir con él dineros fugitivos; 
urge, primeramente, 
que separes el oro 
de la plata fulgente; 
de rojizos y cándidos metales 
deshaciendo las ligas fraternales; 
y por nuevo camino 
conducirlas con arte peregrino, 
prestando en este juego 
valiosa ayuda el devorante fuego. 

    Con todo, ni tú mismo pruebas tales, 
aún de tu propio fundo en los metales 
podrás ejercitar; ya que vedado 
para todos está tal ejercicio, 
fuera de los reales 
ministros que el Monarca ha diputado 
par,a en los minerales, 
ejercer de peritos el oficio. 

    Una vez que de argento 
grandes planchas la turba a recogido, 
con afán desmedido 
a trabajar dedícate al momento: 
y parte de la gente 
arrima al fuego resecadas frondas; 
y la otra, de las planchas prontamente 
saca botellas vítreas y redondas; 
y de mordientes ondas 
la otra ministra rápida corriente. 

    A poco, de la plancha los fragmentos 
mezclados de la Estigia a los raudales, 
túrgida calabaza brinda asientos 
en su vientre formado de cristales; 
yendo, bajo de él, el joven bando 
devoradas brasas colocando, 
y los ígneos alientos 
más y más avivado 
por los continuos vientos 
que están enormes fueles arrojando. 

    De la botella dentro de los cristales 
hirviendo están las aguas con estruendo, 
y sin cesar royendo 
los trozos de los ricos minerales; 
hasta que, al fin, la plata se liquida, 
una vez que la mole 
ha quedado a la nada reducida, 
y el vidrio rutilante 
ya henchido de espumoso 
raudal, va discurriendo victorioso. 

    Saca, entonces, la diestra providente 
un cobrizo cayado 
que del vidrio tortuoso y transparente 
el cuello delicado 
ceñido deja con destreza rara; 
sacando sabiamente 
con la aguzada punta de su vara 
la roja masa del metal ardiente. 
Y la masa, al momento, 
en el fondo bullendo enardecida, 
escapase (¡oh portento!), 
en su veloz huida 
superando los ímpetus del viento. 
Hasta que, al fin, amansa 
sus hervores y plácida descansa. 

    El oro terso y puro, 
en el fondo de cálida corriente 
sitio busca seguro; 
en tanto que la plata reluciente, 
junto al metal dorado, 
tienen su firme asiento colocado; 
por cima de la ampolleta de cristales 
dejando vaya, a flote, 
la escoria de los duros peñascales, 
el desecho lingote 
de cobrizos metales, 
y de revueltas agua los caudales. 

    Mas como el vidrio, helado 
queda, en el punto y hora, 
en que apartan el fuego de su lado; 
entonces, sin demora, 
a las planchas que estaban separadas 
--debido de su enlace a la ruptura-- 
dejándolas, de nuevo, entrelazadas, 
con poderosa mano las clausura. 

    Hasta que, al fin, la suerte, 
de su pecho olvidando los rigores, 
en blanda se convierte, 
dando fin a tan ásperas labores. 






1 comentario:

Anónimo dijo...
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