jueves, 30 de noviembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro siete, minas de oro y plata; transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila 

LIBRO SEPTIMO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA 

MINAS DE ORO Y PLATA



"Nunc coelum linquo, nunc terrae lapsus ad ima
Agrgredior cantu, Plutonis regna, fodinas;
Regna refulgenti semper radiata metallo
Et quae divitiis complerut prodiga mundo"

    Pues que han sido por mí ya vistadas 
las ricas y flotantes sementeras 
por cima de las ondas azuladas, 
y visto del Jorullo las laderas 
fértiles, inflamadas 
del volcán por las vividas hogueras; 
y con vista curiosa 
admirado también la catarata 
que, con voz fragorosa, 
en rápidas corrientes se desata; 
y ya que he cultivado 
de la seda el gusano delicado, 
y el tinte purpurino 
que, en su cerrado seno, 
oculta avaro caracol marino, 
y recogido el índigo veneno; 
y, por fin, con sudores 
y fatigas no escasas, 
he dejado erigidas muchas casas 
en que moran astutos los castores; 
hora del alto cielo 
abandono las zonas superiores, 
y de siendo veloz, para del suelo 
penetrar en las capas inferiores;
y, osado y sin recelo, 
celebraré con canto resonante 
las subterráneas minas, 
--los reinos de Plutón-- las oficinas 
siempre cubiertas de metal brillante, 
y que han con su fecundo 
tesoro henchido el universo mundo. 

    Alípedo Mercurio y poderoso, 
que las más de las veces te acompañas 
de farol luminoso, 
para bajar al seno cavernoso 
de la tierra y hurgarle las entrañas; 
te suplico que vengas bondadoso 
a mostrarme la vía, 
e iluminarla con tu lumbre grata, 
mientras con ufanía
 voy la región sombría 
en que el oro y la plata 
acumulan tesoros a porfía. 

    En la parte supina 
de la región occidental se empina 
señoreando inmensos horizontes 
gigante cordillera 
que, a la vista de se extiende, cual si fuera 
una serie larguísima de montes; 
cuya fibra potente 
se difunde por todo el continente, 
con moles colosales 
cortando los extensos litorales.

     Cadena de montañas 
que de la tierra austral en las entrañas 
naciendo poderosa, 
se va ensanchando en múltiples vertientes 
hasta llegar a la región umbrosa 
del Septentrión; ingentes 
e innumerables montes hacinando 
que el cielo tocan con altivas frentes; 
y aspecto hermoso dando, 
hora por las risueñas 
selvas, que de follaje los adornan; 
o por las duras peñas 
que en pirámides rígidas los tornan; 
o, bien, porque sus cráteres rompiendo, 
van cenizas y lavas esparciendo. 

    Estos montes en torno a las alturas, 
anchos valles se extienden y llanuras 
el que alegres ondean 
de manantiales las corrientes puras 
y las linfas fluviales que serpean; 
de las cuales en pos, Ceres amiga 
a cuantos lo desean, 
a manos llenas dádivas prodiga. 

    Como de Italia, en los fragantes prados, 
hasta hacerse vecino 
de los cielos, se yergue el Apellino 
atravesando todos los poblados; 
ya con la mano diestra 
los valles extendiendo dilatados; 
o, bien, con la siniestra 
dejando enriquecidos y dotados 
de vagarosos ríos 
a los de pomas úberos plantíos; 
no de otra suerte van por las amenas 
altiplanicies y llanuras grandes, 
dilatándose en forma de cadenas, 
las cumbres gigantescas de los Andes, 
que con varias flexiones 
recortan de Occidente las regiones. 

    De estas cumbres andinas 
en el fondo la América opulenta 
oculta con afán todas las minas 
con que en su interno son territorio cuenta; 
de las que, activamente, 
saca filones de metal luciente. 
A las que, el si pretendes codicioso 
horadar con acero, 
antes de que del monte cavernoso 
despedazan las vísceras, primero 
conviene que disciernas cuidadoso 
uno y otro venero 
de entre los que fecunda 
la tierra guarda en su mansión profunda; 
notando con cuidado 
cuál brinda plata de fulgente brillo, 
y cuál oro amarillo, 
y el que tan sólo da plomo pesado; 
porque la avena mineral asciende 
de la tierra a la altura, 
y la cabeza colocar procura 
del cielo bajo el palio que se extiende. 

    Después, por subterránea galería, 
envuelta en sombra obscura, 
se divide en fragmentos y porfía 
en extender sus brazos con holgura; 
y recta, con esfuerzo colosales, 
por el riñón de la montaña dura 
diferentes ramales 
caprichosa esparciendo; o, ya inclinada, 
de la tierra bajar a la morada, 
y ven a que anchurosa, 
en perímetro inmenso dilatada, 
a veces se endurece, acompañada 
de prole numerosa; 
guardando sus riquezas 
de agrio peñón en rígidas cortezas. 

    En un principio juntase la vena 
con una costra de porosa arena; 
y después, de pesado 
plomo con otra grave se encadena; 
quedando con cuidado 
cubierta por sencilla 
capa de roja y resistente a arcilla. 
Pronto, de sus arcones 
deja salir los opulentos dones 
y riquezas crecidas, 
para que las recibas derretidas 
por los rojos tirones 
de horno devorador; o, bien, reserves 
las que a la dura prueba sometidas 
resistir no pudieron; hasta tanto 
que de abruptos peñones 
arrancado que hubieres los filones 
de la nativa planta con constancia, 
quedares anegado en la abundancia. 

    Otras veces, quizá, vena más pura 
sacando de su seno 
el preciado metal, que en él fulgura, 
te dejará de sus tesoros lleno; 
sin que de costra dura 
vaya en parte ningún acompañada; 
y de tal resistencia, 
que no ceda del hierro a la violencia; 
tan solo dominada 
del fuego por la furia desatada. 

    Empero si la roca endurecida 
quedare desgarrada 
a la primera, fuerte acometida 
de la pica acerada; 
muy luego en ricos dones 
de la vena argentada 
henchidas quedarán las poblaciones. 

    Mas ya que, con acierto 
las venas de la plata han descubierto 
los sabios ingenieros; con el duro 
hierro a romper empieza la montaña, 
cavando con seguro 
golpe, hasta dar en la inferior entraña 
de la región umbría, 
en que en forman extensa galería. 

    Mas los que, en un principio, del cavado 
monte fueron sacadas 
múltiples piedras del metal precioso; 
las hallarás doquier abandonadas 
del campo en el perímetro anchuroso. 
Porque, a despecho de que algunas minas, 
a la entrada, produzcan de argentina 
vetas ricos filones; 
otras hay que en extremos son mezquinas, 
y tan pobres en dones, 
que dan de plata miseros terrones; 
de precio tan precario, 
que no igualan el gasto necesario 
para de ellas sacar compensaciones. 

    En su regazo encierra 
grandes riquezas pródiga la tierra, 
con las que grandemente favorece, 
y dota y enriquece 
a cuantos, con industrias o con mañas, 
se dan a desgarrarle las entrañas. 

    De aquí que todos, con tenaz porfía 
y de entusiasmo llenos, 
trabajen con el hierro, noche y día, 
para llegar a sus profundos senos; 
hasta que, tras la dura 
labor y en recompensa a su constancia, 
la tierra, con usura, 
tesoro les entreguen abundancia. 

    Mas porque aquél esfuerzo extraordinario 
descubra del collado los rincones, 
y rompa sudoroso el operario 
de los profundos antros las prisiones; 
por velo funerario 
cegados, todos van a la ventura, 
caminando a través de noche obscura, (2)
pues, tras la roca henchida, 
no encuentra de un sendero la salida. 
Por donde, vacilante
 no puede el pie seguir más adelante. 

    Para seguir entonces las tareas, 
llevar con bien luminosas teas 
que, con su lumbre pura, 
pronto disipen la tiniebla oscura 
y aclaren el sendero; 
porque, después, de la montaña dura 
las entrañas romper pueda el minero. 

    Hasta el fastigio sumo 
del monte sube condensado el humo, 
y con la pez que arroja de su seno 
todo la deja de negrura lleno, 
de la caverna oscura
 techo y muros se cubren de negrura, 
y corren igual suerte los estrados; 
y del monte en la hondura 
los que están a romperlo dedicados, 
muestran, en breve, horrenda catadura, 
pues de negro color quedan pintados. 

    Empero, ¿a qué no obliga a los mortales 
de poseer caudales 
el loco afán y desmedido anhelo?... 
Por eso todos a buscar metales 
se dan con vivo celo, 
y no dejan un punto en sus tareas, 
pues, de aquí para allá, van trasladando 
las fumigantes teas, 
y los obscuros antros penetrando; 
rompiendo de las minas giganteas 
los graníticos muros 
con repartidos golpes y seguros; 
de la vena argentada las señales 
siguiendo, con afán, por los obscuros 
senos del monte y agrios peñascales. 

    Mas para que el collado, 
una vez que en el fondo de la mina 
ha sido por el hierro desgarrado, 
no se desplome con fatal ruina 
y deje repentina- 
mente a los cavadores 
sepultados en hórridos negrores; 
con animoso pecho 
la juventud, que en todo se señala, 
con un roble potente el alto techo 
sostiene con vigor y lo apuntala; 
y del monte a través de las umbrías 
sombras y peñascales, 
en caprichosos sesgos de espirales 
va formando diversas galerías. 
Y para que no vaya el opulento 
monte a petrificarse 
de dura pómez en inmoble asiento, 
bastará que de un arco la figura 
tenga del techo la sublime altura; 
y, ya todo peligro previamente 
removido, la gente 
a trabajar entrega se segura. 

    Y una vez que ya han sido desgarradas 
las rocas de basalto, 
y por la luz las sombras ahuyentadas; 
con frecuencia, del alto 
monte y, a manos llenas, 
arranca la fortuna sus caudales 
que se deslizan por ocultas venas. 
Mas la plebeya gente, 
del valor sostenida por las alas, 
baja hasta el fondo de la mina ingente; 
y, haciendo uso de escalas, 
del antro va por las obscuras salas 
la vena persiguiendo diligente; 
hasta que, jubilosa, 
descubre en ella del metal luciente 
el rico dón y dádiva preciosa 

    Empero, si, de nuevo, 
del metal el tesoro conquistado 
bajare despeñado 
hasta el seno profundo del Erebo; 
no faltara un mancebo 
valiente y esforzado 
que, lleno de heroísmo, 
baje de nuevo hasta el obscuro abismo. 
Por donde el mineral, frecuentemente, 
imita en sus profundos socavones 
de una ciudad ingente 
la estructura, erigiendo habitaciones 
vastas, en que lugares 
hay para excelsos e inferiores lares
a trechos sustentados
por robustos pilares, 
que han sido con primor elaborados 
y con peñones graníticos tallados; 
y a los que nunca con el duro acero 
tocar puede el minero, 
por más que estime que sostenes tales 
pueden de plata dar ricos caudales. 

    Mas una vez que el manantial perenne 
del tesoro escondido 
la turba ha descubierto, se detiene, 
y cava con esfuerzo decidido 
bajo el monte, que erguido se mantiene, 
y allí por donde expande 
sus brazos, en redor, caverna grande. 
Y vigilante cuida 
de que esté de la misma la techumbre 
por inmensos apoyos sostenida, 
porque no, despeñada de la cumbre, 
a tierra, venga a dar y, en su caída, 
quede la amable juventud sin vida. 

    Entonces el que la obra regentea, 
a cada uno le asigna su tarea: 
y esté, en la diestra poderosa enristra 
ardiente hachón que claridad ministra; 
aquél, con garfios duros, 
del monte horada los espesos muros; 
y otro, corta de aquestos los fragmentos 
salientes esperando con cuidado, 
los pétreos los pétreos elementos
que pueden contener metal preciado. 

    Primeramente, el cavador se emplea 
en alumbrar el mineral hallado, 
con los fulgores de rojiza tea 
que, para objeto tal, lleva un criado; 
y quebranta y tritura 
con muchos golpes a la tierra dura. 
Los peñones tendidos 
por el rigor del penetrante acero, 
de su honda cavidad lanzan gemidos; 
y, con tumulto fiero 
y horrorosa balumba, 
toda la cueva en su interior retumba. 

    Tal, en la antigua edad, los siculanos 
Ciclopes, con esfuerzos soberanos, 
forjaban hierro sobre yunques duros, 
en los antros obscuros 
del Etna cavernoso, 
cuyo cóncavo techo y negro muros 
con martillo atronaban fragoroso. 

    Mas si resiste la escarpada roca 
el duro golpe del acero impío, 
el minero sus ímpetus sofoca 
con anegada en caudaloso río. 
El muchacho que lleva la luciente 
antorcha, con carrillos abultados 
recoge de agua gélida corriente; 
y, mientras el minero levantado 
(como suele) los brazos delicados 
tiene; el adolescente 
arroja con presura 
los que en la boca lleva reservados 
líquidos sorbos de fontana pura. 
Y tantas veces de la boca envía 
sobre el peñón raudales de agua fría, 
cuántas del duro acero 
paraliza los golpes al minero; 
hasta que ya bañados 
de agua frecuente por arroyos puros; 
queden, por fin, de los ciclópeos muros 
los tenaces peñones arrancados. 

    De agua con los raudales quebrantada, 
en cólera rabiosa 
se desata la peña agigantada; 
y amenaza furiosa 
con muerte y exterminio, 
a cuantos de ella están bajo el dominio.
Porque la roca, apenas 
ya rotas de sus vísceras las venas, 
crujiéndose desgarra en la profunda, 
lóbrega cavidad; cuando iracunda 
en tétricos vapores se desata, 
y más pronto con ellos la fecunda 
labor y vida del obrero mata. 

    Mas cuando advierte el cavador atento 
que de las rotas, venas hacia el sumo 
techo del monte, condensado el humo 
se va elevando perezoso y lento; 
prontamente del muro 
ágil aparta el cuerpo, y retrocede, 
poniéndose en seguro; 
hasta que, al fin, garantizada quede 
ya del todo su vida, 
cuando el vapor de la plutonia sede 
ya de escape buscare la salida. 
Mas imprudente y loco, 
persiste inmoble y se demora un poco; 
pronto hallará el castigo 
sucumbiendo al rigor de hado enemigo. 

    Tal, en un tiempo, del Averno el río, 
de tinieblas cercado, 
y cenagoso lóbrego y sombrío, 
hasta el cielo estrellado 
vomitando pestífero nublado; 
con exterminio impío 
(merced a miasma graves) 
iba diezmando a las volantes aves, 
a no ver que otro cielo 
fuese buscando en caprichoso vuelo. 

    Empero si los duros peñascales 
no se dieran del agua a los raudales 
conviene superar la rebeldía; 
de aquellos, a instante 
echando mano de cincel cortante, 
que tenga del acero la energía, 
e iguale la dureza del diamante; 
al que, en tenas porfía 
dos recios forjadores 
manejan, activando sus labores. 
Porque éste, con la diestra, va en la roca 
el potente barreno colocando; 
aquél, por otra parte, el cielo toca 
muchos y fuertes golpes descargando; 
en tanto, de la boca 
agua extrayendo el mozo, va regando 
con húmedos raudales 
a los que gimen rotos peñascales. 

    Usando de estos medios, hendidura 
muy honda forman en la Peña dura; 
cuya mitad se llena 
con sulfúrico polvo, y la otra parte 
henchida queda de potente arena. 
Después de introducidos 
aquestos elementos en el seno 
de la peña; con golpes repetidos 
apremian al barreno, 
hasta que de la dura 
peña ya se asimilen la figura; 
y aún ligero contacto, 
ya puedan presentar cuerpo compacto. 

    Mas el polvo, a través de la abertura, 
ya de la arena dura 
fuertemente cautivo y prisionero, 
arroja, con presura, 
de pestilente azufre gran reguero, 
que largo se derrama 
y, a poco, se consume en vida llama. 
Fuego aplica, al instante, 
a este reguero el cavador constante; 
y del riego inminente 
a cubierto se pone, prontamente 
huyendo, tras las vastas 
columnas recatándose prudentes. 

    Entonces, con ingente (3)
fragor, de la montaña los peñones 
explotan en sus cóncavas mansiones, 
anegándose en luz profusamente! ... 
Y en menudos fragmentos y porciones 
diversos van con brío 
saltando, sin cesar, por el vacío. 
Mas también, con frecuencia, 
en el techo del monte costra dura 
suele oponer terrible resistencia, 
gozándose en burlar firme y segura 
de cualquier explosivo la potencia.  

    Mas la turba, tenaz en sus ideas, 
uso haciendo de teas 
bajo del alta roca 
montón de leños con afán coloca, 
para el crudo rigor de la reacia 
peña dejar vencido, 
del fuego destructor por la eficacia. 

    Del lóbrego collado las mansiones 
están, de noche y día, 
de humo denos lanzando nubarrones, 
hasta que, al fin, por la tenaz porfía 
del fuego superados, los peñones 
rígidos se doblegan; 
y el que en su gremio ocultan con cuidado 
rico metal preciado, 
sumisos y obedientes ya lo entreguen. 

    Empero, ciertamente, 
de una muerte segura correría 
gran peligro, cualquiera que, imprudente, 
tuviese la osadía 
de emprender la tarea 
de bajar a la mina, cuando humea. 
Por tal causa, el obrero
obligado se mira cautamente 
a escudriñar primero 
de la mina los fondos, y con sumo 
cuidado ver si el humo 
que en espiras se eleva, 
íntegro se ha escapado de la cueva; 
o y si usando, más bien, de negro dolo 
y astucia el muy taimado, 
se ha escondido tan solo, 
permaneciendo oculto y encerrado. 
Porque tiene, a las veces, la costumbre 
de elevarse pausado, 
y tocar de la cueva la techumbre, 
quedando mucho tiempo sepultado 
bajo los antros de la excelsa altura. 

    Mas cuando ha penetrado 
en la profunda mina la ardorosa 
juventud y, con planta presurosa, 
imprudente a turbado 
el aire preso en la ciclópea fosa; 
poco a poco, del sumo 
peñón saliendo condensado el humo, 
con densos nubarrones 
invade de la mina las mansiones; 
entrando por la boca 
del agente, muy pronto la sofoca. 

    Con pena tales cuando así castigan 
a las duras montañas 
los activos mineros; les prodigan 
aquellas, a través de sus entrañas 
negras, varios peñones 
que de oro y plata darán ricos filones; 
filones que, ligeros, 
con el cuerpo encorvado, los mineros 
que en obra tal se emplean, 
de escaleras asidos, acarrean. O, bien, van el tesoro 
de los ricos metales 
metiendo cuidadosos en costales 
hechos con pieles de nervudo toro; 
y cuyo peso aguantan, 
y del monte hasta el techo los levantan. 

    Mas una vez que ya de las montañas 
en las duras entrañas 
ha penetrado la labor constante 
del sudoroso cavador; conviene 
seguir más adelante 
perforando los muros 
del hondo monte, porque pueda puros 
aires el anhelante 
pulmón ya libre respirar; y viento 
nuevo, con soplo blando, 
a las antorchas vaya alimentando; 
y ya, después, un cable de la boca 
anchurosa colgando, 
vaya de dura roca 
fragmentos poderosos arrancando. 


    Después, con esforzado 
ánimo, la incansable muchedumbre 
va horadando el collado, 
en línea recta, desde la alta cumbre; 
como también rompiendo, 
a través de la roca, 
las poderosas vísceras; abriendo 
rectangular y dilatada boca, 
hasta poder la veta 
principal sorprender con la barreta; 
y cambiar el ambiente 
de los antros obscuros, 
a través de los cuales, rayos puros 
deje pasar el sol resplandeciente. 

    Después colocan los obreros sabios 
vastas columnas de silvestre roca 
con cima el techo y en los propios labios 
del que dilata su espantable boca 
profundo mineral; y sobre aquellas 
columnas se coloca, 
hecha de grandes vigas, prepotente 
bomba, en redor ceñida 
por una cuerda grande y retorcida; 
la que profusamente 
está, por varias partes, defendida 
con cilindros desnudos 
de recia piel y, por lo tanto, rudos. 

    Y cuando ya se mueve la pesada 
máquina, por los mulos impulsada, 
que la cercan ligeros; con presura 
girando sobre su eje, hasta la altura, 
de la profunda cavidad se eleva, 
encarama y empina 
uno de los costales; mientras tanto 
cede el otro y se inclina, 
hasta bajar al fondo de la mina. 

    Y en uno y otro llevan 
fragmentos de las peñas arrancados, 
y hasta lo alto del monte los elevan 
los mozos esforzados; 
las maderas crujiendo, 
en tanto los costales van subiendo. 

    Sin embargo, no pocas 
veces, también de las heridas rocas 
irrumpen manantiales 
que de agua se desatan en caudales, 
y van con venas puras 
inundando las bóvedas obscuras, 
copiosos surtidores, 
que al encuentro saliendo inoportunos, 
estorban las labores 
en que grato son las hallan algunos. 

    Otras veces los ríos, 
de sus
túrgidas ondas roto el freno, 
van a inundar con ímpetus bravíos 
de las cavernas el obscuro seno; 
sin que de aquel el agua acumulada, 
que ya forma lagunas, 
puede ser extraída por ninguna 
bomba, por más que armada 
de numerosos cubos se presente; 
resultando impotente 
para dejar la mina desaguada. 
Que el monte, ciertamente, 
de sus muros destila más copiosa 
y líquida corriente, 
cuando la poderosa 
máquina, con estruendo, 
raudales pantanos va bebiendo. 

    Cegar conviene, entonces, con peñones 
de la mina las lóbregas mansiones; 
si no es que, con locura desmedida, 
quieras, más bien, dar término a tu vida 
y perder, además, ricos filones. 

    Pero también, a veces, 
aquel que de fortuna con los dones 
preciados cuenta con sobradas creces; 
para sus ambiciones 
insaciables calmar, con gran usura, 
horada las montañas 
en línea transversal; y en sus entrañas 
(roto el flanco) procura 
con el hierro cavar otra abertura. 

    Así que el muy ladino 
va la falda del monte perforando 
y, mediante un imán, que del camino 
oculto va el sendero demostrando, 
penetra ya seguro 
en la onda cavidad del mundo duro; 
hasta que, al fin, las barras poderosas 
rompan las cavernosas 
cuevas, cuyo amplio seno 
de rebosantes aguas está lleno. 
Y aguas que, por su mismo 
peso, suben del fondo del abismo 
hasta vencer la altura 
de la montaña ingente; 
para inundar después a la llanura 
con gélida corriente, 
y ya dejar a la caverna obscura. 

    Pero si de los rotos peñascales, 
no brota abundó sus manantiales, 
entonces adaptar es conveniente 
una oquedad obscura, 
que semeje de un pozo la figura, 
para encerrar del agua la corriente. 
Y en tal sitio procura 
que la cisterna undosa solamente 
es de franca y patente, 
para que de ella por las anchas fauces  
acudan a escaparse fugitivos 
los arroyos nocivos 
que con ímpetu salta de sus cauces; 
y en una sola fosa 
su corriente acumule caudalosa; 
teniendo amparo cierto 
bajo la boca del peñón abierto. 

    En tanto, por encima del collado, 
conviene con cuidado 
cables armar de múltiples calderos, 
a los que vueltas den muros ligeros 
bajo el rigor de látigo pesado, 
porque pueda ya con giro acelerado 
la de aquellas esferas caprichosas 
bajar al fondo de la obscura fosa; 
y llevarla, después, rápidamente 
con su crujiente carga y ponderosa 
del alto, cielo hasta tocar la frente 
la bomba poderosa 
que, con apremio 
y alientos colosales, 
la obliga a que vomite los caudales 
todos, que guarda en su abultado gremio. 

    Con todo, si se muestra renuente, 
del hondo bolso en la profunda fuente 
a levantarse la corriente pura, 
por tener ya fijada, 
a muchos pies de honduras, 
en el fondo del pozo su morada, 
en la que goza de inquietud segura; 
que otra potente máquina, al instante, 
con cuerdas vigorosas 
a lo alto de la bóveda levante 
del agua a las corrientes perezosas, 
quedando en los asientos colocada 
de la interior y lóbrega morada. 
Y máquina, que estando 
de numerosos cubos bien dotada, 
va rápida girando 
por el potente impulso que le imprime 
la pareja de mulas, que, esforzada, 
se mueve al borde mismo 
del insondable y pavoroso abismo 
que arranca de la cumbre levantada; 
y cuyos hondos senos 
prontos se miran de caudal caudales llenos, 
merced a la potente 
y solicita bomba, que procura 
hacerlos descender --como torrente-- 
desde los labios de la excelsa altura. 

    Desde el fondo sombrío 
las aguas se levantan al vacío; 
y el cebador osado 
prosigue su labor, lleno de brío, 
debajo del collado, 
yendo de barras y de fuego armado. 
Y todos los fragmentos de la roca, 
partida del cincel por los rigores, 
los llevan del collado hasta la boca, 
sobre lomo los recios conductores. 

    En la parte supina 
del monte y en la boca de la mina, 
vigilante y alerta, 
de continuo un guardián está apostado 
con solo el fin de proteger la puerta, 
por la que, confiado, 
a recibir acierta 
los fragmentos del monte socavado; 
con los que, prontamente 
socorre a mucha pordiosera gente; 
o ya un trozo de piedra, en ofertorio, 
a las animas da, que mil quebrantos 
padecen en el ígneo Purgatorio; 
o bien, lo da a los Santos; 
y, cual rendido siervo, 
con devoción le ofrece y ufanía 
del Padre Eterno al Verbo, 
o a la Madre de Dios, Virgen María; 
otorgando mercedes con largueza 
a cuántos dura agobia la pobreza; 
dejando las restantes 
dádivas en las manos del sencillo 
pueblo que, del martillo 
las rompa con los golpes incesantes; 
y el cual va con cuidado 
separando el pedrusco desmedrado 
del que mucho produce, 
y a otra parte lo lleva y lo conduce 
por las mulas que aguantan el pesado 
lastre, de escarcha llenas; 
porque, después, obrero consumado 
pueda arrancar de las nativas venas 
ricos tesoros de metal preciado. 

    Más cuando de la mina al propietario 
los fuertes cavadores, 
del trabajo diario 
satisfechas dejaron las labores; 
de nuevo, con empuje extraordinario, 
cada cual se dedica activamente 
por cuenta propia trabajar; y, ufana, 
desde luego, la gente 
con duros golpes del martillo, allana 
las peñas, y las quiebras y las tritura; 
y desgarra potente 
el duro seno de la tierra dura, 
que pródiga le dona 
las piedras que él solícito amontona; 
y cuyo acervo ingente 
llevado hasta las jambas superiores 
del collado eminente. Recibe con cuidado 
el guardián que en la puerta está sentado; 
y que, sin maña ni arte, 
de exacto fiel con justas proporciones, 
de piedra los montones 
en porciones iguales los reparte: 
si bien el cavador, con oportuna 
medida, para sí reserva una; 
y otra para su dueño, 
bajo techo coloca el vigilante, 
que custodia la mina con empeño. 

    Mas a veces, también, formando corros, 
muchachos hay que, por su astucia y mañas, 
son por la plebe apellidados: zorros, 
los que de las montañas 
penetran en las hórridas entrañas 
con vívidos alientos, 
para coger, bajo del monte obscuro, 
de roca los inútiles fragmentos 
que hay que mostrar, después, al vigilante 
que de la puerta se haya en los umbrales; 
para que, ya teniendo los delante, 
del botín abundante 
con equidad reparta los caudales. 

    Como, en un tiempo, del ahorro amiga, 
providente la hormiga 
va de los campos por la fértil zona, 
y de una y otra abandonada espiga 
ya el fruto recogido lo amontona; 
tal procede la tierna 
juventud, de la mina en la caverna. 

    Empero, de la mina los fragmentos 
que pueden sustraer, los conductores, 
porta luces y mozos corpulentos, 
en unión de los recios cavadores, 
para sí los reservan, 
y, con método astuto 
y harto sagaz, conservan 
de sus rapiñas he logrado fruto, 
por más que repentina 
fuerza a todos los saque de la mina; 
y, antes con golpes rudos 
haya a todos de ropa despojado, 
dejándolos desnudos; 
y tan sólo velado 
el sitio, que al pudor siempre ha ocultado. 

    Mas, a pesar de todo, los nervudos 
cavadores ocultan tras las telas 
del púdico cendal, con gran cuidado, 
las que han robado ricas pedrezuelas; 
a las que llevan unos escondidas, 
muy sagaces y astutos, 
en supuestas heridas 
que en el cuerpo presentan esparcidas; 
y otros, de la cabeza en los hirsutos 
cabellos bien ocultas y metidas. 

    Mas el portero, activo y vigilante, 
asentado en el borde de la mina, 
a cuantos de ella cruzan por delante, 
con atentas miradas examina; 
y, por tiempo bastante, 
escudriñando va de todos ellos 
los cendales, heridas y cabellos. 
Y los dones que observa 
haber sido, a hurtarlas, arrancados, 
por su dueño y amo los conserva; 
mas los que --por ocultos-- encontrados 
no fueron, el ladrón se los reserva; 
si bien, bajo el dominio 
quedando del señor, que, con acerba 
justicia vengará, tal latrocinio. 
Y aunque no con tormentos
a castigarle llegue; 
lo obligará, por fuerza, a que le entregue 
de la robada mina los fragmentos, 

    Así, por estas dádivas mezquinas, 
en todo tiempo, la plebeya gente 
que soportan el yugo no consciente, 
trabaja con tesón, dentro las minas; 
y con ella mezclada, 
sus trabajos comparte y sus faenas, 
cierta gente malvada 
que allí se oculta, por burlar las penas 
graves que la amenazan; pues notada 
se encuentra en los anales 
de los más tremebundos criminales 
y ladrones impíos, 
de cuyas manos brotan a raudales 
la roja sangre vívidos rocíos; 
y hombres que, desatados 
ya de lazos sociales en la vida, 
se juzgan más felices enterrados 
de la mina en la tétrica guarida; 
que verse el yugo atado 
de los preceptos de la ley sagrados. 
Y así, ya de la Tierra en el obscuro 
fondo se siente el criminal seguro; 
y gozarse insolente, 
teniendo tal abrigo, 
de que, a pesar de ser un delincuente, 
no tuvieron sus crímenes castigo. 

    Y para escarmentar a estos ladrones, 
no puede de la mina a las mansiones 
descender el Pretor; salvo que quiera 
ayer convocar grandes legiones 
para que, en la pradera, 
entablen con aquella lid reñida, 
hasta perder la vida 
en la contienda tumultuosa y fiera. 

    En torno a los obscuros minerales 
la turba de estos hombres criminales 
sus madrigueras tiene; 
y saca para sí, de los metales 
que amontonado va, ricos caudales; 
con los cuales mantiene 
comercio muy activo, en los umbrales 
de la caverna obscura; 
vendiendo preciada mercancía 
--fruto de su trabajo-- con usura; 
o, con mayor ventaja todavía, 
la que, recientemente, 
arrebatada fue con osadía 
por la mano feroz de un delincuente. 



 



 

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