Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO SEPTIMO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
MINAS DE ORO Y PLATA
"Nunc coelum linquo, nunc terrae lapsus ad ima
Agrgredior cantu, Plutonis regna, fodinas;
Regna refulgenti semper radiata metallo
Et quae divitiis complerut prodiga mundo"
Pues que han sido por mí ya vistadas
las ricas y flotantes sementeras
por cima de las ondas azuladas,
y visto del Jorullo las laderas
fértiles, inflamadas
del volcán por las vividas hogueras;
y con vista curiosa
admirado también la catarata
que, con voz fragorosa,
en rápidas corrientes se desata;
y ya que he cultivado
de la seda el gusano delicado,
y el tinte purpurino
que, en su cerrado seno,
oculta avaro caracol marino,
y recogido el índigo veneno;
y, por fin, con sudores
y fatigas no escasas,
he dejado erigidas muchas casas
en que moran astutos los castores;
hora del alto cielo
abandono las zonas superiores,
y de siendo veloz, para del suelo
penetrar en las capas inferiores;
y, osado y sin recelo,
celebraré con canto resonante
las subterráneas minas,
--los reinos de Plutón-- las oficinas
siempre cubiertas de metal brillante,
y que han con su fecundo
tesoro henchido el universo mundo.
Alípedo Mercurio y poderoso,
que las más de las veces te acompañas
de farol luminoso,
para bajar al seno cavernoso
de la tierra y hurgarle las entrañas;
te suplico que vengas bondadoso
a mostrarme la vía,
e iluminarla con tu lumbre grata,
mientras con ufanía
voy la región sombría
en que el oro y la plata
acumulan tesoros a porfía.
En la parte supina
de la región occidental se empina
señoreando inmensos horizontes
gigante cordillera
que, a la vista de se extiende, cual si fuera
una serie larguísima de montes;
cuya fibra potente
se difunde por todo el continente,
con moles colosales
cortando los extensos litorales.
Cadena de montañas
que de la tierra austral en las entrañas
naciendo poderosa,
se va ensanchando en múltiples vertientes
hasta llegar a la región umbrosa
del Septentrión; ingentes
e innumerables montes hacinando
que el cielo tocan con altivas frentes;
y aspecto hermoso dando,
hora por las risueñas
selvas, que de follaje los adornan;
o por las duras peñas
que en pirámides rígidas los tornan;
o, bien, porque sus cráteres rompiendo,
van cenizas y lavas esparciendo.
Estos montes en torno a las alturas,
anchos valles se extienden y llanuras
el que alegres ondean
de manantiales las corrientes puras
y las linfas fluviales que serpean;
de las cuales en pos, Ceres amiga
a cuantos lo desean,
a manos llenas dádivas prodiga.
Como de Italia, en los fragantes prados,
hasta hacerse vecino
de los cielos, se yergue el Apellino
atravesando todos los poblados;
ya con la mano diestra
los valles extendiendo dilatados;
o, bien, con la siniestra
dejando enriquecidos y dotados
de vagarosos ríos
a los de pomas úberos plantíos;
no de otra suerte van por las amenas
altiplanicies y llanuras grandes,
dilatándose en forma de cadenas,
las cumbres gigantescas de los Andes,
que con varias flexiones
recortan de Occidente las regiones.
De estas cumbres andinas
en el fondo la América opulenta
oculta con afán todas las minas
con que en su interno son territorio cuenta;
de las que, activamente,
saca filones de metal luciente.
A las que, el si pretendes codicioso
horadar con acero,
antes de que del monte cavernoso
despedazan las vísceras, primero
conviene que disciernas cuidadoso
uno y otro venero
de entre los que fecunda
la tierra guarda en su mansión profunda;
notando con cuidado
cuál brinda plata de fulgente brillo,
y cuál oro amarillo,
y el que tan sólo da plomo pesado;
porque la avena mineral asciende
de la tierra a la altura,
y la cabeza colocar procura
del cielo bajo el palio que se extiende.
Después, por subterránea galería,
envuelta en sombra obscura,
se divide en fragmentos y porfía
en extender sus brazos con holgura;
y recta, con esfuerzo colosales,
por el riñón de la montaña dura
diferentes ramales
caprichosa esparciendo; o, ya inclinada,
de la tierra bajar a la morada,
y ven a que anchurosa,
en perímetro inmenso dilatada,
a veces se endurece, acompañada
de prole numerosa;
guardando sus riquezas
de agrio peñón en rígidas cortezas.
En un principio juntase la vena
con una costra de porosa arena;
y después, de pesado
plomo con otra grave se encadena;
quedando con cuidado
cubierta por sencilla
capa de roja y resistente a arcilla.
Pronto, de sus arcones
deja salir los opulentos dones
y riquezas crecidas,
para que las recibas derretidas
por los rojos tirones
de horno devorador; o, bien, reserves
las que a la dura prueba sometidas
resistir no pudieron; hasta tanto
que de abruptos peñones
arrancado que hubieres los filones
de la nativa planta con constancia,
quedares anegado en la abundancia.
Otras veces, quizá, vena más pura
sacando de su seno
el preciado metal, que en él fulgura,
te dejará de sus tesoros lleno;
sin que de costra dura
vaya en parte ningún acompañada;
y de tal resistencia,
que no ceda del hierro a la violencia;
tan solo dominada
del fuego por la furia desatada.
Empero si la roca endurecida
quedare desgarrada
a la primera, fuerte acometida
de la pica acerada;
muy luego en ricos dones
de la vena argentada
henchidas quedarán las poblaciones.
Mas ya que, con acierto
las venas de la plata han descubierto
los sabios ingenieros; con el duro
hierro a romper empieza la montaña,
cavando con seguro
golpe, hasta dar en la inferior entraña
de la región umbría,
en que en forman extensa galería.
Mas los que, en un principio, del cavado
monte fueron sacadas
múltiples piedras del metal precioso;
las hallarás doquier abandonadas
del campo en el perímetro anchuroso.
Porque, a despecho de que algunas minas,
a la entrada, produzcan de argentina
vetas ricos filones;
otras hay que en extremos son mezquinas,
y tan pobres en dones,
que dan de plata miseros terrones;
de precio tan precario,
que no igualan el gasto necesario
para de ellas sacar compensaciones.
En su regazo encierra
grandes riquezas pródiga la tierra,
con las que grandemente favorece,
y dota y enriquece
a cuantos, con industrias o con mañas,
se dan a desgarrarle las entrañas.
De aquí que todos, con tenaz porfía
y de entusiasmo llenos,
trabajen con el hierro, noche y día,
para llegar a sus profundos senos;
hasta que, tras la dura
labor y en recompensa a su constancia,
la tierra, con usura,
tesoro les entreguen abundancia.
Mas porque aquél esfuerzo extraordinario
descubra del collado los rincones,
y rompa sudoroso el operario
de los profundos antros las prisiones;
por velo funerario
cegados, todos van a la ventura,
caminando a través de noche obscura, (2)
pues, tras la roca henchida,
no encuentra de un sendero la salida.
Por donde, vacilante
no puede el pie seguir más adelante.
Para seguir entonces las tareas,
llevar con bien luminosas teas
que, con su lumbre pura,
pronto disipen la tiniebla oscura
y aclaren el sendero;
porque, después, de la montaña dura
las entrañas romper pueda el minero.
Hasta el fastigio sumo
del monte sube condensado el humo,
y con la pez que arroja de su seno
todo la deja de negrura lleno,
de la caverna oscura
techo y muros se cubren de negrura,
y corren igual suerte los estrados;
y del monte en la hondura
los que están a romperlo dedicados,
muestran, en breve, horrenda catadura,
pues de negro color quedan pintados.
Empero, ¿a qué no obliga a los mortales
de poseer caudales
el loco afán y desmedido anhelo?...
Por eso todos a buscar metales
se dan con vivo celo,
y no dejan un punto en sus tareas,
pues, de aquí para allá, van trasladando
las fumigantes teas,
y los obscuros antros penetrando;
rompiendo de las minas giganteas
los graníticos muros
con repartidos golpes y seguros;
de la vena argentada las señales
siguiendo, con afán, por los obscuros
senos del monte y agrios peñascales.
Mas para que el collado,
una vez que en el fondo de la mina
ha sido por el hierro desgarrado,
no se desplome con fatal ruina
y deje repentina-
mente a los cavadores
sepultados en hórridos negrores;
con animoso pecho
la juventud, que en todo se señala,
con un roble potente el alto techo
sostiene con vigor y lo apuntala;
y del monte a través de las umbrías
sombras y peñascales,
en caprichosos sesgos de espirales
va formando diversas galerías.
Y para que no vaya el opulento
monte a petrificarse
de dura pómez en inmoble asiento,
bastará que de un arco la figura
tenga del techo la sublime altura;
y, ya todo peligro previamente
removido, la gente
a trabajar entrega se segura.
Y una vez que ya han sido desgarradas
las rocas de basalto,
y por la luz las sombras ahuyentadas;
con frecuencia, del alto
monte y, a manos llenas,
arranca la fortuna sus caudales
que se deslizan por ocultas venas.
Mas la plebeya gente,
del valor sostenida por las alas,
baja hasta el fondo de la mina ingente;
y, haciendo uso de escalas,
del antro va por las obscuras salas
la vena persiguiendo diligente;
hasta que, jubilosa,
descubre en ella del metal luciente
el rico dón y dádiva preciosa
Empero, si, de nuevo,
del metal el tesoro conquistado
bajare despeñado
hasta el seno profundo del Erebo;
no faltara un mancebo
valiente y esforzado
que, lleno de heroísmo,
baje de nuevo hasta el obscuro abismo.
Por donde el mineral, frecuentemente,
imita en sus profundos socavones
de una ciudad ingente
la estructura, erigiendo habitaciones
vastas, en que lugares
hay para excelsos e inferiores lares
a trechos sustentados
por robustos pilares,
que han sido con primor elaborados
y con peñones graníticos tallados;
y a los que nunca con el duro acero
tocar puede el minero,
por más que estime que sostenes tales
pueden de plata dar ricos caudales.
Mas una vez que el manantial perenne
del tesoro escondido
la turba ha descubierto, se detiene,
y cava con esfuerzo decidido
bajo el monte, que erguido se mantiene,
y allí por donde expande
sus brazos, en redor, caverna grande.
Y vigilante cuida
de que esté de la misma la techumbre
por inmensos apoyos sostenida,
porque no, despeñada de la cumbre,
a tierra, venga a dar y, en su caída,
quede la amable juventud sin vida.
Entonces el que la obra regentea,
a cada uno le asigna su tarea:
y esté, en la diestra poderosa enristra
ardiente hachón que claridad ministra;
aquél, con garfios duros,
del monte horada los espesos muros;
y otro, corta de aquestos los fragmentos
salientes esperando con cuidado,
los pétreos los pétreos elementos
que pueden contener metal preciado.
Primeramente, el cavador se emplea
en alumbrar el mineral hallado,
con los fulgores de rojiza tea
que, para objeto tal, lleva un criado;
y quebranta y tritura
con muchos golpes a la tierra dura.
Los peñones tendidos
por el rigor del penetrante acero,
de su honda cavidad lanzan gemidos;
y, con tumulto fiero
y horrorosa balumba,
toda la cueva en su interior retumba.
Tal, en la antigua edad, los siculanos
Ciclopes, con esfuerzos soberanos,
forjaban hierro sobre yunques duros,
en los antros obscuros
del Etna cavernoso,
cuyo cóncavo techo y negro muros
con martillo atronaban fragoroso.
Mas si resiste la escarpada roca
el duro golpe del acero impío,
el minero sus ímpetus sofoca
con anegada en caudaloso río.
El muchacho que lleva la luciente
antorcha, con carrillos abultados
recoge de agua gélida corriente;
y, mientras el minero levantado
(como suele) los brazos delicados
tiene; el adolescente
arroja con presura
los que en la boca lleva reservados
líquidos sorbos de fontana pura.
Y tantas veces de la boca envía
sobre el peñón raudales de agua fría,
cuántas del duro acero
paraliza los golpes al minero;
hasta que ya bañados
de agua frecuente por arroyos puros;
queden, por fin, de los ciclópeos muros
los tenaces peñones arrancados.
De agua con los raudales quebrantada,
en cólera rabiosa
se desata la peña agigantada;
y amenaza furiosa
con muerte y exterminio,
a cuantos de ella están bajo el dominio.
Porque la roca, apenas
ya rotas de sus vísceras las venas,
crujiéndose desgarra en la profunda,
lóbrega cavidad; cuando iracunda
en tétricos vapores se desata,
y más pronto con ellos la fecunda
labor y vida del obrero mata.
Mas cuando advierte el cavador atento
que de las rotas, venas hacia el sumo
techo del monte, condensado el humo
se va elevando perezoso y lento;
prontamente del muro
ágil aparta el cuerpo, y retrocede,
poniéndose en seguro;
hasta que, al fin, garantizada quede
ya del todo su vida,
cuando el vapor de la plutonia sede
ya de escape buscare la salida.
Mas imprudente y loco,
persiste inmoble y se demora un poco;
pronto hallará el castigo
sucumbiendo al rigor de hado enemigo.
Tal, en un tiempo, del Averno el río,
de tinieblas cercado,
y cenagoso lóbrego y sombrío,
hasta el cielo estrellado
vomitando pestífero nublado;
con exterminio impío
(merced a miasma graves)
iba diezmando a las volantes aves,
a no ver que otro cielo
fuese buscando en caprichoso vuelo.
Empero si los duros peñascales
no se dieran del agua a los raudales
conviene superar la rebeldía;
de aquellos, a instante
echando mano de cincel cortante,
que tenga del acero la energía,
e iguale la dureza del diamante;
al que, en tenas porfía
dos recios forjadores
manejan, activando sus labores.
Porque éste, con la diestra, va en la roca
el potente barreno colocando;
aquél, por otra parte, el cielo toca
muchos y fuertes golpes descargando;
en tanto, de la boca
agua extrayendo el mozo, va regando
con húmedos raudales
a los que gimen rotos peñascales.
Usando de estos medios, hendidura
muy honda forman en la Peña dura;
cuya mitad se llena
con sulfúrico polvo, y la otra parte
henchida queda de potente arena.
Después de introducidos
aquestos elementos en el seno
de la peña; con golpes repetidos
apremian al barreno,
hasta que de la dura
peña ya se asimilen la figura;
y aún ligero contacto,
ya puedan presentar cuerpo compacto.
Mas el polvo, a través de la abertura,
ya de la arena dura
fuertemente cautivo y prisionero,
arroja, con presura,
de pestilente azufre gran reguero,
que largo se derrama
y, a poco, se consume en vida llama.
Fuego aplica, al instante,
a este reguero el cavador constante;
y del riego inminente
a cubierto se pone, prontamente
huyendo, tras las vastas
columnas recatándose prudentes.
Entonces, con ingente (3)
fragor, de la montaña los peñones
explotan en sus cóncavas mansiones,
anegándose en luz profusamente! ...
Y en menudos fragmentos y porciones
diversos van con brío
saltando, sin cesar, por el vacío.
Mas también, con frecuencia,
en el techo del monte costra dura
suele oponer terrible resistencia,
gozándose en burlar firme y segura
de cualquier explosivo la potencia.
Mas la turba, tenaz en sus ideas,
uso haciendo de teas
bajo del alta roca
montón de leños con afán coloca,
para el crudo rigor de la reacia
peña dejar vencido,
del fuego destructor por la eficacia.
Del lóbrego collado las mansiones
están, de noche y día,
de humo denos lanzando nubarrones,
hasta que, al fin, por la tenaz porfía
del fuego superados, los peñones
rígidos se doblegan;
y el que en su gremio ocultan con cuidado
rico metal preciado,
sumisos y obedientes ya lo entreguen.
Empero, ciertamente,
de una muerte segura correría
gran peligro, cualquiera que, imprudente,
tuviese la osadía
de emprender la tarea
de bajar a la mina, cuando humea.
Por tal causa, el obrero
obligado se mira cautamente
a escudriñar primero
de la mina los fondos, y con sumo
cuidado ver si el humo
que en espiras se eleva,
íntegro se ha escapado de la cueva;
o y si usando, más bien, de negro dolo
y astucia el muy taimado,
se ha escondido tan solo,
permaneciendo oculto y encerrado.
Porque tiene, a las veces, la costumbre
de elevarse pausado,
y tocar de la cueva la techumbre,
quedando mucho tiempo sepultado
bajo los antros de la excelsa altura.
Mas cuando ha penetrado
en la profunda mina la ardorosa
juventud y, con planta presurosa,
imprudente a turbado
el aire preso en la ciclópea fosa;
poco a poco, del sumo
peñón saliendo condensado el humo,
con densos nubarrones
invade de la mina las mansiones;
entrando por la boca
del agente, muy pronto la sofoca.
Con pena tales cuando así castigan
a las duras montañas
los activos mineros; les prodigan
aquellas, a través de sus entrañas
negras, varios peñones
que de oro y plata darán ricos filones;
filones que, ligeros,
con el cuerpo encorvado, los mineros
que en obra tal se emplean,
de escaleras asidos, acarrean. O, bien, van el tesoro
de los ricos metales
metiendo cuidadosos en costales
hechos con pieles de nervudo toro;
y cuyo peso aguantan,
y del monte hasta el techo los levantan.
Mas una vez que ya de las montañas
en las duras entrañas
ha penetrado la labor constante
del sudoroso cavador; conviene
seguir más adelante
perforando los muros
del hondo monte, porque pueda puros
aires el anhelante
pulmón ya libre respirar; y viento
nuevo, con soplo blando,
a las antorchas vaya alimentando;
y ya, después, un cable de la boca
anchurosa colgando,
vaya de dura roca
fragmentos poderosos arrancando.
Después, con esforzado
ánimo, la incansable muchedumbre
va horadando el collado,
en línea recta, desde la alta cumbre;
como también rompiendo,
a través de la roca,
las poderosas vísceras; abriendo
rectangular y dilatada boca,
hasta poder la veta
principal sorprender con la barreta;
y cambiar el ambiente
de los antros obscuros,
a través de los cuales, rayos puros
deje pasar el sol resplandeciente.
Después colocan los obreros sabios
vastas columnas de silvestre roca
con cima el techo y en los propios labios
del que dilata su espantable boca
profundo mineral; y sobre aquellas
columnas se coloca,
hecha de grandes vigas, prepotente
bomba, en redor ceñida
por una cuerda grande y retorcida;
la que profusamente
está, por varias partes, defendida
con cilindros desnudos
de recia piel y, por lo tanto, rudos.
Y cuando ya se mueve la pesada
máquina, por los mulos impulsada,
que la cercan ligeros; con presura
girando sobre su eje, hasta la altura,
de la profunda cavidad se eleva,
encarama y empina
uno de los costales; mientras tanto
cede el otro y se inclina,
hasta bajar al fondo de la mina.
Y en uno y otro llevan
fragmentos de las peñas arrancados,
y hasta lo alto del monte los elevan
los mozos esforzados;
las maderas crujiendo,
en tanto los costales van subiendo.
Sin embargo, no pocas
veces, también de las heridas rocas
irrumpen manantiales
que de agua se desatan en caudales,
y van con venas puras
inundando las bóvedas obscuras,
copiosos surtidores,
que al encuentro saliendo inoportunos,
estorban las labores
en que grato son las hallan algunos.
Otras veces los ríos,
de sus
túrgidas ondas roto el freno,
van a inundar con ímpetus bravíos
de las cavernas el obscuro seno;
sin que de aquel el agua acumulada,
que ya forma lagunas,
puede ser extraída por ninguna
bomba, por más que armada
de numerosos cubos se presente;
resultando impotente
para dejar la mina desaguada.
Que el monte, ciertamente,
de sus muros destila más copiosa
y líquida corriente,
cuando la poderosa
máquina, con estruendo,
raudales pantanos va bebiendo.
Cegar conviene, entonces, con peñones
de la mina las lóbregas mansiones;
si no es que, con locura desmedida,
quieras, más bien, dar término a tu vida
y perder, además, ricos filones.
Pero también, a veces,
aquel que de fortuna con los dones
preciados cuenta con sobradas creces;
para sus ambiciones
insaciables calmar, con gran usura,
horada las montañas
en línea transversal; y en sus entrañas
(roto el flanco) procura
con el hierro cavar otra abertura.
Así que el muy ladino
va la falda del monte perforando
y, mediante un imán, que del camino
oculto va el sendero demostrando,
penetra ya seguro
en la onda cavidad del mundo duro;
hasta que, al fin, las barras poderosas
rompan las cavernosas
cuevas, cuyo amplio seno
de rebosantes aguas está lleno.
Y aguas que, por su mismo
peso, suben del fondo del abismo
hasta vencer la altura
de la montaña ingente;
para inundar después a la llanura
con gélida corriente,
y ya dejar a la caverna obscura.
Pero si de los rotos peñascales,
no brota abundó sus manantiales,
entonces adaptar es conveniente
una oquedad obscura,
que semeje de un pozo la figura,
para encerrar del agua la corriente.
Y en tal sitio procura
que la cisterna undosa solamente
es de franca y patente,
para que de ella por las anchas fauces
acudan a escaparse fugitivos
los arroyos nocivos
que con ímpetu salta de sus cauces;
y en una sola fosa
su corriente acumule caudalosa;
teniendo amparo cierto
bajo la boca del peñón abierto.
En tanto, por encima del collado,
conviene con cuidado
cables armar de múltiples calderos,
a los que vueltas den muros ligeros
bajo el rigor de látigo pesado,
porque pueda ya con giro acelerado
la de aquellas esferas caprichosas
bajar al fondo de la obscura fosa;
y llevarla, después, rápidamente
con su crujiente carga y ponderosa
del alto, cielo hasta tocar la frente
la bomba poderosa
que, con apremio
y alientos colosales,
la obliga a que vomite los caudales
todos, que guarda en su abultado gremio.
Con todo, si se muestra renuente,
del hondo bolso en la profunda fuente
a levantarse la corriente pura,
por tener ya fijada,
a muchos pies de honduras,
en el fondo del pozo su morada,
en la que goza de inquietud segura;
que otra potente máquina, al instante,
con cuerdas vigorosas
a lo alto de la bóveda levante
del agua a las corrientes perezosas,
quedando en los asientos colocada
de la interior y lóbrega morada.
Y máquina, que estando
de numerosos cubos bien dotada,
va rápida girando
por el potente impulso que le imprime
la pareja de mulas, que, esforzada,
se mueve al borde mismo
del insondable y pavoroso abismo
que arranca de la cumbre levantada;
y cuyos hondos senos
prontos se miran de caudal caudales llenos,
merced a la potente
y solicita bomba, que procura
hacerlos descender --como torrente--
desde los labios de la excelsa altura.
Desde el fondo sombrío
las aguas se levantan al vacío;
y el cebador osado
prosigue su labor, lleno de brío,
debajo del collado,
yendo de barras y de fuego armado.
Y todos los fragmentos de la roca,
partida del cincel por los rigores,
los llevan del collado hasta la boca,
sobre lomo los recios conductores.
En la parte supina
del monte y en la boca de la mina,
vigilante y alerta,
de continuo un guardián está apostado
con solo el fin de proteger la puerta,
por la que, confiado,
a recibir acierta
los fragmentos del monte socavado;
con los que, prontamente
socorre a mucha pordiosera gente;
o ya un trozo de piedra, en ofertorio,
a las animas da, que mil quebrantos
padecen en el ígneo Purgatorio;
o bien, lo da a los Santos;
y, cual rendido siervo,
con devoción le ofrece y ufanía
del Padre Eterno al Verbo,
o a la Madre de Dios, Virgen María;
otorgando mercedes con largueza
a cuántos dura agobia la pobreza;
dejando las restantes
dádivas en las manos del sencillo
pueblo que, del martillo
las rompa con los golpes incesantes;
y el cual va con cuidado
separando el pedrusco desmedrado
del que mucho produce,
y a otra parte lo lleva y lo conduce
por las mulas que aguantan el pesado
lastre, de escarcha llenas;
porque, después, obrero consumado
pueda arrancar de las nativas venas
ricos tesoros de metal preciado.
Más cuando de la mina al propietario
los fuertes cavadores,
del trabajo diario
satisfechas dejaron las labores;
de nuevo, con empuje extraordinario,
cada cual se dedica activamente
por cuenta propia trabajar; y, ufana,
desde luego, la gente
con duros golpes del martillo, allana
las peñas, y las quiebras y las tritura;
y desgarra potente
el duro seno de la tierra dura,
que pródiga le dona
las piedras que él solícito amontona;
y cuyo acervo ingente
llevado hasta las jambas superiores
del collado eminente. Recibe con cuidado
el guardián que en la puerta está sentado;
y que, sin maña ni arte,
de exacto fiel con justas proporciones,
de piedra los montones
en porciones iguales los reparte:
si bien el cavador, con oportuna
medida, para sí reserva una;
y otra para su dueño,
bajo techo coloca el vigilante,
que custodia la mina con empeño.
Mas a veces, también, formando corros,
muchachos hay que, por su astucia y mañas,
son por la plebe apellidados: zorros,
los que de las montañas
penetran en las hórridas entrañas
con vívidos alientos,
para coger, bajo del monte obscuro,
de roca los inútiles fragmentos
que hay que mostrar, después, al vigilante
que de la puerta se haya en los umbrales;
para que, ya teniendo los delante,
del botín abundante
con equidad reparta los caudales.
Como, en un tiempo, del ahorro amiga,
providente la hormiga
va de los campos por la fértil zona,
y de una y otra abandonada espiga
ya el fruto recogido lo amontona;
tal procede la tierna
juventud, de la mina en la caverna.
Empero, de la mina los fragmentos
que pueden sustraer, los conductores,
porta luces y mozos corpulentos,
en unión de los recios cavadores,
para sí los reservan,
y, con método astuto
y harto sagaz, conservan
de sus rapiñas he logrado fruto,
por más que repentina
fuerza a todos los saque de la mina;
y, antes con golpes rudos
haya a todos de ropa despojado,
dejándolos desnudos;
y tan sólo velado
el sitio, que al pudor siempre ha ocultado.
Mas, a pesar de todo, los nervudos
cavadores ocultan tras las telas
del púdico cendal, con gran cuidado,
las que han robado ricas pedrezuelas;
a las que llevan unos escondidas,
muy sagaces y astutos,
en supuestas heridas
que en el cuerpo presentan esparcidas;
y otros, de la cabeza en los hirsutos
cabellos bien ocultas y metidas.
Mas el portero, activo y vigilante,
asentado en el borde de la mina,
a cuantos de ella cruzan por delante,
con atentas miradas examina;
y, por tiempo bastante,
escudriñando va de todos ellos
los cendales, heridas y cabellos.
Y los dones que observa
haber sido, a hurtarlas, arrancados,
por su dueño y amo los conserva;
mas los que --por ocultos-- encontrados
no fueron, el ladrón se los reserva;
si bien, bajo el dominio
quedando del señor, que, con acerba
justicia vengará, tal latrocinio.
Y aunque no con tormentos
a castigarle llegue;
lo obligará, por fuerza, a que le entregue
de la robada mina los fragmentos,
Así, por estas dádivas mezquinas,
en todo tiempo, la plebeya gente
que soportan el yugo no consciente,
trabaja con tesón, dentro las minas;
y con ella mezclada,
sus trabajos comparte y sus faenas,
cierta gente malvada
que allí se oculta, por burlar las penas
graves que la amenazan; pues notada
se encuentra en los anales
de los más tremebundos criminales
y ladrones impíos,
de cuyas manos brotan a raudales
la roja sangre vívidos rocíos;
y hombres que, desatados
ya de lazos sociales en la vida,
se juzgan más felices enterrados
de la mina en la tétrica guarida;
que verse el yugo atado
de los preceptos de la ley sagrados.
Y así, ya de la Tierra en el obscuro
fondo se siente el criminal seguro;
y gozarse insolente,
teniendo tal abrigo,
de que, a pesar de ser un delincuente,
no tuvieron sus crímenes castigo.
Y para escarmentar a estos ladrones,
no puede de la mina a las mansiones
descender el Pretor; salvo que quiera
ayer convocar grandes legiones
para que, en la pradera,
entablen con aquella lid reñida,
hasta perder la vida
en la contienda tumultuosa y fiera.
En torno a los obscuros minerales
la turba de estos hombres criminales
sus madrigueras tiene;
y saca para sí, de los metales
que amontonado va, ricos caudales;
con los cuales mantiene
comercio muy activo, en los umbrales
de la caverna obscura;
vendiendo preciada mercancía
--fruto de su trabajo-- con usura;
o, con mayor ventaja todavía,
la que, recientemente,
arrebatada fue con osadía
por la mano feroz de un delincuente.
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