Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO SEXTO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
LOS CASTORES
Quid moror astutos telis invadere Fibros
Ac varios animo gentis versare labores,
Ingeniumque sagax, atque aooida muris,
Delicias nemorum, ripaequeea undantis honorem? ....
¿Por qué tardo en batir con voladores
dardos a los castores
astutos, y en mi mente
no a repasar me pongo las labores
y el ingenio sagaz de aquesta gente
que sus casas construyen con pericia,
ciñéndolas en torno
de altos muros, que forman la delicia
de los bosques, y adorno
dan y prez verdadera
a la undívaga, placida ribera?
Dictina poderosa:
tú, en quien es ya costumbre por la umbrosa
selva y abiertos llanos
agitar con saeta poderosa
a los castores que huyen; los arcanos
de esta grey industriosa
dígnate descubridme, pormenores
dándome del trabajo en que se emplean,
y de la fuerza y dote superiores
que en sus cuerpos minúsculos campean.
Y los que vulnerados
cayeren por mis flechas; yo, de hinojos,
los dejaré en tus aras inmolados,
ofreciéndote de ellos los despojos.
Poderosa la América, en añosas
selvas guarda y encueva
(por la parte en que curva hacia las Osas
frígidas de cerviz, España-Nueva)
a la banda temida
de numerosas fieras, que seguro
asilo hallan y fincan su guarida
en el silencio del boscaje oscuro.
De entre las muchedumbres
feroces que allí encuentran acogida,
destacase el Castor, muy afamado
por su genio sutil, y, en sus costumbres,
ser prudente en extremo y reservado;
habiéndole cabido
la suerte de mostrar enriquecido
de amplios dones el cuerpo afeminado.
El cuerpo que presenta
lleno de robustez, bien mensurado
de palmos tres la cuenta
no excede en longitud; y circundado
se ve por doble hilera
de copiosa, flexible cabellera;
bajo de cuyas blondas
guedejas, que se escapan de la dura
piel castoreña en desatadas ondas,
si oculta reservado
(de un pulgar no excediendo lo mensura)
un vellón, en extremo delicado
y de precio tan grande, que fulgura
en la sien de los reyes colocado;
y tan suave el tocarlo, que la seda
más fina, ante él avergonzada queda.
Lleva en alto cuadrada y bien pareja
la cerveza el Castor, muy diminutos
los ojos; y la oreja
tan exigua, que, cuando se clausura,
con propiedad semeja
de un círculo pequeño la figura.
A las fauces mordientes
arma de largo y filosos dientes,
con los cuales tritura
los viejos robles de la selva obscura;
y con mordidas fieras,
después de derribarlas de su altura,
acosa, sin piedad, a las palmeras.
Tras de esto, a los livianos
castores proteger quiso Natura,
con adornar las palmas de sus manos
con digital y fina curvatura;
y a los dedos pulidos
amparados dejar y defendidos
de uñas corvas mediante la armadura;
doble arma de que usan los castores
para cuidar sus múltiples labores.
Quiso, empero, Natura
de aquellos a las plantas
de forma conceder nuevos favores,
tras tantos dones y finezas tantas;
porque los torneados
dedos, de que el Castor tanto se ufana,
dejó los bien ligados
con la fuerza tenaz de una membrana;
porque pueda, con bríos,
el cuadrúpedo audaz dejar burlados
los anchurosos ríos,
y del lago los senos azulados.
Después, que se detenga
la tubista en contemplar en embebecida
la cauda del Castor muy rara y luenga;
cauda que se derrama
por todas partes, y que está vestida
de resistente y numerosa escama,
y, por demás, henchida
siempre de aceite que saluda salud procura,
y del sudor que suelta la grosura;
(a la que da el Castor, dentro del vientre,
en bolsillos cerrados sepultura;
y peritos doctores
apellidan: "aceite de castores");
con que pueda oponerse la prolija
cauda de la humedad a los rigores.
Empero, aunque cobija
su cuerpo este animal con ropa impura,
y parece --mirándolo con fija
atención-- de muy rara catadura;
con todo, afortunado
anduvo azas, pues próvida Natura
lo convirtió en dechado
de sencillez y placida dulzura.
Y es así la verdad; pues no con diente
feroz llama a luchar a sus legiones,
que han provocado con su rabia ardiente
ataques de enemigos escuadrones;
ni frágil, atraída
la bestia por el ansia desmedida
de terrenales dones,
da en su medroso corazón cabida
a afanes que desvelan e ilusiones.
Ni la mueven tampoco,
de ira y odio rastreras las pasiones,
no siendo de furor su vientre foco;
ni de venganza fiera el enconado
aliento la envenena;
y no la agita congojosa pena,
ni la perturba torcedor cuidado.
Empero, si el precioso
dón de su libertad amenazado
contemplaré el Castor;
ni el poderoso esfuerzo de un coloso
lo podrá derribar; y si ligado
quedare, al fin por vínculo de acero,
o por fuerza se viere prisionero
dentro de estrecha jaula; apresurado,
y herido el corazón de aguda pena,
angustiarse; y con triste,
sollozante y clamó la jaula llena.
Y ni un punto desiste
de seguir derramando acerbo llanto,
y mostrar con gemidos de amargura
su dolor; hasta tanto
que, rota de su cárcel la clausura,
ya libre de quebranto,
vuelve otra vez del monte a la espesura.
Mas, también, admirada
debe por ti de ser esta costumbre
que a la grey castoreña mucho agrada,
y es de ingenios útil clara vislumbre.
Refiérese a la industria diligente
y talento sagaz, con que casillas
rústicas, para abrigo de su gente,
edifica el Castor en las orillas
de la fluvial y rápida corriente;
de cuyas ondas fieras
el ímpetu contiene con barreras,
de dulce paz en el asido blando
a la ciudad ingente gobernando.
Porque, apenas el sol en su ligera
carroza va encumbrando
de claro Olimpo la sublime esfera,
y de su fuego con la viva hoguera
de Cancro las estrellas abrazando;
cuando, súbitamente,
sacando de las selvas a la gente
moceril, los castores
concurren y preparan las labores
para la mole ingente
de la ciudad alzar, que, es lo futuro,
a ellos y a sus amigos
de amparo ha de servir y fuerte muro,
tras de cuyos abrigos,
rechacen a guerreros enemigos.
De allí que, prontamente,
exploren de la selva la espesura,
y de los ríos clara la corriente,
y de margen lacustre la frescura;
y calladas riberas,
en que medran a vetos y palmeras.
Para estos laboríos
se elige, con frecuencia, ancho terreno,
cabe la margen de apacibles ríos;
de cuyo terso y sosegado seno
felices moradores
se declaran los jóvenes castores.
Mas porque no importunos aguaceros,
lluvia vertiendo a mares,
arrebaten los rústicos hogares
de los castores, y con golpes fieros
azoten a sus caros compañeros;
y a la ciudad erguida
sobre firmes cimientos y segura,
no a rápida caída
a despeñarla vayan de la altura
la turba cautamente,
antes de edificar en las riberas
domicilios que alberguen a su gente;
con esforzados bríos,
de troncos duros sólidas barreras
opone al golpe de invasores ríos,
para de estos las fuertes avenidas
tener bien refrendadas;
y, una vez en sus causes recogidas
las aguas conducir ya niveladas.
El grupo juvenil empieza ufano
a corroer las plantas del lozano
árbol de copa ingente,
vecino a las riberas y cercano
a las aguas de límpidas corrientes,
para que ya caído
que hubiera en tierra su cerviz enhiesta,
le sea permitido
con sus ramas tocar la orilla opuesta.
En su raíz minado,
perdidas ya las fuerzas y el aliento,
cae el sabino añoso derribado
de su verde sitial, y toma asiento
del río en las riberas
opuestas entre sí; las que prudente
cine y junta el sabino de proceras
ramas sobre ellas adaptando un puente.
¡Todas todos los litorales
se quedan resonando a la caída
del árbol colosal! .... y, conmovida
Eco por el fragor de voces tales,
desde el antro profundo en que se esconde,
con acentos iguales
a las voces lejanas corresponde.
Mas el Castor, sin miedo ni congojas,
monta luego en el árbol arrancado
de la tierra y, en breve, despojado
su tronco, deja de hospitales hojas.
Como de tiernos años un guerrero
suele --a veces lanzar-- con estridente,
poderoso rumor, dardo ligero
que arrebata la brisa velozmente;
y de aquél por el fiero
repentino fragor treme la gente;
en tanto que, valiente
el soldado nobel, las sugestiones
menospreciando de cobarde miedo,
se lanza con denuedo
a batir del contrario las legiones;
no de otra suerte acoge sin pavura,
dentro del corazón, la castoreña
grey que habita del bosque la espesura,
el fragor que resulte en la llanura,
del árbol colosal que se despeña
y sin que estos rumores
la perturben, activa sus labores.
La multitud, a poco, castoreña,
que de muy laboriosa tiene fama,
de las floridas márgenes se adueña,
y por ellas --como agua-- se derrama;
y cada cual su oficio desempeña
en la común labor que lo reclama.
Por donde, sin rencillas,
unos cortan los troncos torneados
que yacen en las fértiles orillas;
otros del verde roble cercenados
dejan los suaves ramos y de arcilla
húmedas los terrones,
otros hay que los juntan en montones.
Todos trabajan con fervor intenso;
y los castores que entre sí se ligan,
agobian y fatigan
con sus faenas al boscaje denso.
Mas cuando ha preparado ya la gente
todo lo conveniente
para empezar con brío
de las arduas labores la jornada;
todo, al punto, traslada
a las riberas de impetuoso rio:
allí, de la enramada
las verdes hojas en compactas heces;
ahí, también la sólida estacada
que, con diente tenaces,
hubo de cimentar; allí, la dura
greda también, llevada
en los pliegues de luenga vestidura.
Cuando la juventud apresurada
lleva por cima la fluvial corriente,
cuyas riberas vieron con pavura
la grande mole de arbóreo puente;
administrarlo con afán procura
para la activa y sudorosa gente.
Junto al viejo sabino
los castores, en denso remolino
se aglomeran y forman escuadrones
que tienen el buen tino
de oponer bien dispuestos murallones
a las inundaciones
del torrente que enarcase mohíno.
La juventud. La juventud ardiente
se abre paso y camino,
a través de la indómita corriente,
por la parte y lugar en que el sabino
sobre aquella y yaciente,
a las riberas que se oponen traba
y une en abrazo estrecho;
y con las manos cava
de la corriente en el profundo lecho,
hasta que no con uña poderosa
haya formado una profunda fosa.
Después el resto de la púber gente,
en un árbol ingente
y largo, firme haciendo ya teniendo;
sin zozobras ni sustos
va en las aguas profundas sumergiendo
los troncos de los árboles robustos;
mientras el cavador (que en alto lleva
la cerviz) al madero derrocado,
en la fosa lo encueva,
y lo deja de arena circundado.
Se apoyan en el fondo los maderos;
más irguen altaneros
por cima el agua la orgullosa frente,
con la que golpea fieros
dan a la mole del arbóreo puente;
puente que, de su peso con el brío,
a su modo potente
defiende las cóleras del río.
Mas ya que, bajo el puente, placentera
la turba de los jóvenes fijado
ha la viga primera;
más adelante del bullente vado
con las uñas cavando con empeño
sigue; y deja clavado,
en lo profundo un leño y otro leño;
hasta lograr con brío
que de troncos el grupo encadenado
oprima el lomo del rebelde río
y corte sutilmente
todo el caudal que arrastra en su corriente.
Después, del árbol con los tiernos hijos
ciñe los troncos en el suelo fijo,
y tapa con arcilla resistente
las grietas --de las aguas escondrijos--
que el dorso criban de la mole ingente.
Luego al de troncos grupos encadenados
deja bien cimentado
de recio abeto sobre base dura;
de verdes ramas todo engalanado,
y ceñido de fuerte pegadura;
la que impide potente,
que ni una sola gota de agua pura
pueda salir de la fluvial corriente.
Demás de esto, la mole ponderosa,
que a la suerte debió rara figura,
por la parte en que firme y poderosa
la viga se asegura
contra amagos del agua revoltosa;
levemente inclinada,
baja en fácil descenso a la morada
fluvial, y se hunde en la profunda fosa.
Empero, por la parte en que salida
da al rápido torrente
desde los troncos altos, la fornida
mole, de orgullo henchida,
deja asomar su victoriosa frente.
Y después mirarás que la medida
de diez palmos cabales ajustando,
su raíz extendida
va la proceda mole dilatando;
y que su frente erguida,
con atención contando, por tres palmos se ve favorecida.
Luego por cima de la dura greda
y ramas de los fértiles arbustos,
y los de la arboleda
troncos gigantes, anchos y robustos,
que de fuertes vallados
son apoyo y sostén; bien igualados
resquicios hábilmente
abre la joven, laboriosa gente;
y a los que estrecha, al ir disminuida
del río la corriente; y los ensancha, cuando ya crecida
la onda fluvial desatase rugiente,
para que bañe el río con iguales
linfas los paralelos litorales.
Como cuando un magnate acaudalado,
en las ondas del piélago salado,
cerca de las orillas,
opone un dique al mar alborotado,
que sirva de refugio a las barquillas;
y el sañudo elemento
con oleaje férvido y constante
bate al dique flotante,
sin que pueda lograr el vano intento
de cortar la onda pura
que en el seno de aquél vive segura;
no de otra suerte operan los castores
refrenando con bríos
las iras y furores
de los hinchados y espumantes ríos.
Si por las ondas fieras
alguna vez las sólidas barreras
del dique, menoscabo
llegasen a sufrir; o, bien, lesiones
de un cazador que, bravo,
con repetidos golpes de talones
las derrocase al fin; ya derrocadas,
de ramas con montones
dejaran sus fracturas reparadas.
Luego que con aquellas ramazones
la turba cuidadosa a reprimido
del rápido caudal las rebeliones,
ya dejándolo al orden sometido;
construye amurallada,
magnífica ciudad para su gente,
allí donde la margen, refrenada
muestra tener a la fluvial corriente.
En cuadrillas pequeñas
la legión de Castores dividida,
recoge de las márgenes risueñas
ramos y endurecida
greda y fragmentos de las duras peñas;
y de fabricadas
con exquisito gusto sus moradas,
del cristalino río
por cima las riberas enlamadas;
porque aquél con los puros
raudales de sus linfas sosegadas
lave --al pasar-- de la ciudad los muros.
De la grey castoreña
una parte solicita se empeña
en dar oval figura
a las casas; en tanto que procura
la otra que las moradas
en que habiten con plácida dulzura,
se miden circundadas
por muros de tornátil estructura.
Una y otra cuadrilla,
con todo, echa los sólidos cimientos
del techo con arcilla,
y de peñascos duros con fragmentos;
dejándolos ceñidos
del árbol con los troncos divididos;
para que en sus asientos
inmutables estando, los rugidos
feroces burlen de contrario vientos.
Después con admirados
ojos verás, ya firmes y seguros
(con dos palmos de anchura decorados)
cuál se levantan los potentes muros...
y cómo la ribera
afirma de las casas la techumbre
en tal forma y manera,
que por múltiples años persevera! ...
La noble habitación de los castores
en varios domicilios dividida,
abraza por igual y da acogida
tanto a las inferiores
como a las altas sedes, en que cuida
de que la activa gente
con adecuados hospedajes cuente.
Y presenta, además, tras las barreras
que a las casas albergues dan seguros,
espaciosas paneras,
ocultas siempre por espesos muros
a los cubiles de la plebe obscuros.
Si a penetrar aciertas
en estos del Castor inusitados
alcázares; que adviertas
conviene, que sus muros adornados
están por dos bien colocadas puertas:
una que las miradas
dirige hacia las ondas refrenadas
del impetuoso río;
la otra, que estando por detrás del muro,
muestra del bosque umbrío
la paz callada y el silencio obscuro.
Con todo, ancha ventana,
que en los muros abrió la turba ufana,
sus postigos franquean
para, debajo de ellos, la liviana
corriente ver que caprichosa ondea.
Por arriba, a esta mole de granito
arco central sombrea
con follaje flexible y desbordante;
y aunque todo ceñido
está de humedad arena, no han podido
ni con sus golpes fieros
arruinarlo copioso a aguaceros;
ni volcarlo del trono en que se asienta
con su rápido empuje la tormenta.
Hora también mirad cómo la hueste
púber haya recreo
en que lo blanco su candor le preste,
bañándola en su vivo centelleó.
De sus casas los muros,
por eso cubre con adorno agreste,
y hace que brillen con notable aseo,
como la nieve, diáfanos y puros.
Para lo cual, ufanos
los jóvenes castores, con fino
escarpín de que armadas van sus manos,
y también con el lodo que en los llanos
recoge el campesino,
una argamasa de dureza tanta
labran; que el peso aguanta
del pie que la combate de continuo;
y mojan, endurecen y hermosean
sus casas, con las cabudas que gotean.
Cual suele, a veces, laborioso obrero,
las casas de los ricos potentados
clausuradas dejar, y con esmero
pule techos y muros, porque puedan
los regios decorado
de torpe suciedad verse librados,
o de la bóveda ancha
quita con rapidez cualquiera mancha;
los Castores así (celebre gente por su amor a la nítida blancura) buscan asiduamente
para sus lares la fluvial corriente,
donde intacta conserven su hermosura.
Después, con gran afán, dentro los muros
de su propia mansión, el escogido
lugar en que se sienten más seguros,
dejan bien obstruido,
y de las ramas umbríferas ceñido.
Porque a la juventud acostumbrada
a vivir en la selva florecida,
le contenta y agrada
llevar al interior de su morada
de los bosques, la imagen parecida.
No así con tan hermosos decorados
se ven resplandecer de los magnates
los techos con primor elaborados,
por más que tapizados
de seda estén los muros y, a montones,
plata y oro de altísimos quilates
esmalten del hogar los artesones.
Si alguna vez la juventud, por tanto
trabajo molestada,
sufriendo de sus fuerzas gran quebranto,
a la faena rinde pesada;
entonces providentes los castores
acuden en bandada
para prestar en sus labores,
de socios a la turba fatigada;
mandándola que el peso
que la agobia y oprime con exceso,
deponga con presura;
y pueda de la paz en el receso
reparar de sus fuerzas la fractura.
Mas ya que los soberbios edificios
la desnuda caterva a terminado;
torna, de nuevo, a los oficios
de la vida privada; y. con agrado,
disfruta de la unión los beneficios.
Con ojos agoreros
presidente la llegada de los días,
y adivina los meses venideros
en que con ondas frías
la hórrida bruma asuela los potreros;
y las hojas, del monte en la espesura,
aparecen vestidas de blancura
y de rigida escarcha
salpicadas y hielos y rocíos
entorpecen su marcha
precipitada los fugaces ríos.
Entonces el abeto
(por su aridez, igual a un esqueleto),
ya perdida su umbrosa cabellera,
se encontrará impotente
para pasto ofrece, cuando lo quiera,
al Castor indigente:
y porque no, por mísero accidente,
de los castores a caer entera
la república vaya, numerosos
grupos formando la incansable gente,
discurre por los sitios nemorosos
para coger, anticipadamente
de rígida escarcha ya seguros
pastos en abundancia y bien maduros.
Tomando cada cual va su sendero;
y todo por las vegas esparcidos,
van más raudos que el céfiro ligero,
para dejar los campos desvestidos
de su verde follaje; y, divididos,
siguiendo van contrario derrotero
por la parte y lugar en que aromoso
el bosque y las praderas
frondosas solicitan al que ansioso
se quiere aprovechar de sus maderas.
Este, del verde roble y la copuda
encina arrancan las nacientes ramas
ávido aquél, desnuda
de su corteza --prodiga en retamas
floridas-- a los troncos
que se retuercen ríspidos y broncos.
Y todo de la umbría
selva en el fondo de recatados
para que en guardia estén, de noche y día,
a centinelas duchos y esforzados.
De la casa, después, los hondos senos
de vastos almacenes (fabricados
de todos por la unión) los deja llenos
la turba, de manjares arrancados
al roble ya maduro; y, vigilante,
a los mismos con orden a amontona,
porque, más adelante,
del bosque, que de prodigo blasona,
con más comodidad los compañeros
puedan sacar fragmentos de madera.
Como cuando el colono por la amena
campiña va cortando
rica y copiosa mies; y la almacena
codicioso, juntando
con acuerdo prudente,
a una arista otras más, que de granada
mies dan montón ingente;
el que después traslada
(conforme a las costumbres
añejas) del hogar a las techumbres;
no de otra suerte el animal salvaje,
llenado que ha las trojes de follaje
el más apetecido; colocadas
deja en orden las ramas del boscaje,
que fueron por el hacha cercenadas.
Terminadas, por fin, estas labores,
no sin grandes fatigas y sudores
del pueblo; en los asilos
de sus propios penates los castores
viven ya ven venturosos y tranquilos;
estando destinadas
para cada escuadrón amplias moradas:
De las que unas, encierran en sus muros
a ciudadanos cuatro; otras, seguros
albergues dan a seis; y, a veces, llena
de huéspedes el lar una docena.
La juventud, con todo, reverente
con la senil edad, a los castores
inválidos de sitio preferente
de la casa en los pisos superior;
y para si reserva
los que tocando están la húmeda yerba.
Entonces la industriosa
castoril población, a la que abriga
la selva misteriosa,
se entrega sin cuidado, ni fatiga
a disfrutar de calma deleitosa;
y se alimenta del común forraje
que le brinda abundante la panera.
del rústico hospedaje;
y goza con la idea placentera
en engendrar copiosísimo linaje
que tenga parecido
con la patria raíz de que ha nacido.
Jamás precipitada la discordia
del Castor las mansiones
va a perturbar; ni turbias disensiones
con litigios alteran la concordia
que existe en los unidos corazones;
ni se ven asaltados
por odiosos ladrones los tejados,
bajo cuyos asilos
los habitantes, de quietud colmados,
en sosegada paz viven tranquilos,
Pero si alguna vez ladrón astuto
asalta de otra casa los graneros,
y los despoja del copioso fruto
que en su seno amontonan usureros;
o con topes basuras
manchare osado las mansiones puras
do viven los castores quietamente
sin penas ni cuidados;
(ya que es preciso que, entre mucha gente
de ella algunos cometan atentados);
entonces, prontamente
se arroja de la casa al insolente
ladrón; y desterrado,
se le impide vivir en el poblano;
y, por la fuerza dura,
se le obliga del monte en la espesura
a quedar para siempre confinado.
El pueblo castoril, en tanto, queda
en la sede fluvial quieto morando,
ya con el agua o con la brisa le da
su perezoso cuerpo recreando;
ora, tras las ventanas
anchurosas los miembros asomando,
se nutre con livianas
brisas al expirar céfiro blando;
o ya, del mismo bando
castoreño los súbditos zagueros,
van sus miembros mojando
del gélido raudal en los veneros;
y las manos apoyan suavemente
en el de la ventana
espacioso dintel. Así la gente
moza, que entra bajar tanto se afana,
se resarce indolente,
por largos tiempo, de la dura brega
de trabajos pasados;
y en corrientes purísimas anega
de su cuerpo los miembros delicados.
Mas cualquier bando de esta grey lucida
se empeña tenazmente
sus propios hijos en sacar; y cuida
de que, de nueva prole con la vida,
de la familia el número se aumente.
La hembra, siempre querida
del marido que sírvela constante,
tras de haber cuatro veces en los cielos
dejado ver la luna su semblante;
y ya ausentes la bruma y crudos hielos;
a luz da dos gemelos
cuando ya de alumbrar llega el instante;
a no ser que, nutrida
de portentosa sabia fecundante,
dé a tres hijos la vida,
que el gozo colmen de su padre amante.
Tras esto, recluida
en su apacible hogar, la madre cuida
de su linaje amado,
hasta que, lleno de robusta vida,
ya logre de ella colocarse al lado,
y saque presuroso
las tiernas plantas del dintel umbroso.
Entonces, de su prole delicada
la madre acompañada,
como las otras turbas, con empeños
propias de un pecho, hasta el extremo, blando,
va los floridos bosques visitando;
los húmedos trozos de los leños
manjar para los cuerpos encontrando.
Empero el padre infatigable, cuando
ya los prados risueños
de nueva flor se miran revestidos,
y de verdad espléndido ya dueños;
de los techos erguidos
se arranca; y. sin dolor, a sus pequeños
hijos y a su amorosa
consorte deja en soledad penosa
y no torna al hogar abandonado
el viajero errabundo,
hasta que no, de nuevo, visitado
haya el signo de Libra el rubicundo
Titán con su fervor acostumbrado.
Con frecuencia, también suelen los ríos
visitar las campiñas abrigadas,
e invadir los umbríos
bosques, con sus corrientes desatadas;
a cuyos cauces fríos,
a sufrir el destierro los rigores,
condenan los castores
rígidos, inflexibles y severos,
a aquellos de sus mismos compañeros
que de hecho criminal son los autores,
o a los que, abandonada
la ciudad, los tenaces cazadores
obligan a que dejen la enlamada
ribera y sus queridos
techos para correr despavoridos;
y qué vaguen errantes
por largo tiempo, hasta que ya seguro
estén, como habitantes
de los bosques recónditos y obscuros.
Cuando tales desgracias han probado
la castoreña gente;
del peligro que amágala inminente
huye con rapidez; y ya cuidado
de refrenar no tiene la corriente
fluvial que el campo inunda,
ni con afán habitaciones funda;
sino ya satisfecha con los vados
y yendo por los mismos esparcida,
en cavernas coloca sus estrados
la juventud florida;
cuidando providente que cabida
allí tengan arroyos estancados;
pues siempre acostumbran las cuadrillas
castoreñas cavar profundas fosas,
de corriente fluvial en las orillas;
porque aquella, con agua abundosas,
bañe de sus hogares las casillas;
y, por el propio peso que la agrava,
fluyendo vaya por el antro.
Lava
allí el castor, con abluciones puras,
su cuerpo delicado;
viendo pasar la vida, en las obscuras
tinieblas de la fosa desterrado.
Empero, cuando placido y sereno,
de la egregia ciudad mora en el seno,
o de los patrios lares expulsado,
permanece en la cueva recatado;
salen de sus cubiles
los muros a arruinar fieras hostiles,
que turban con temores
la sosegada paz de los castores.
Así el zorro voraz y onza bravía,
del Oso y el tejón en compañía,
de amenazas armados
y por ciego furor a arrebatados,
con mordida potente
desgarrarán los pechos delicados
de la cobarde grey impunemente.
Empero, del castor a los rebaños
el que causa más daños
que otro cualquiera es el varón temido
por los dardos que arroja, y los engaños
sutiles de que siempre se ha valido aquí.
De aquí que, con oído
atento, siempre el castoreño bando
el más leve ruido
esté, desde las selvas, escuchando
Y ya que a las ansiosas
orejas llega en ondas vagarosas
el rumor de que asoma el enemigo;
prontamente el colega,
que en el hecho fluvial encuentra abrigo
y en las aguas se anega;
azota con la cauda,
del hondo rio la corriente rauda;
con voces desusadas
de la ciudad llenando las moradas.
Angustiase y se llena de pavura
la república imbele, al trepidante
clamor que la asegura
tener al enemigo ya delante.
Y de éste adelantándose al insulto,
de la los techos encumbrados
trastornando con hórrido tumulto,
la grey despavorida,
a través de las puertas y cercados,
precipitada busca la salida;
y con rápido curso asegurados
sitios busca, y la vida
al vigor de los pies acelerados
encomienda prudente,
librándose del riesgo ya inminente.
Y aunque el súbito anunció la sacude
de pánico, no obstante,
con astucia y engaños ella elude
los golpes del contrario amenazante.
E inspecciona ladina,
poniendo en ello singular cuidado,
por cuál senda camina,
de la ciudad el huésped acerado;
sí penetró, tal vez en la espesura
o, nadando, a cruzado
del ancho río la corriente pura.
Mas si ya sabe que en la selva oscura
esperándola están redes tendidas,
a escapar por las puertas se apresura
que hacia el lecho fluvial tienen salidas;
y sumersa en el vado,
baja al fondo del cauce plateado,
cabiéndole la suerte
de que se haya librado de la muerte,
gracias a haber con prontitud nadado.
Mas sí también nadando el enemigo,
espanta las mansiones
que amparan al castor y danle abrigo;
pronto los escuadrones
salen de la ciudad por los portones;
y ocultos de la selva en los retiros,
están a salvo los letales tiros.
y no tornan al vado ni a los techos
natales que han perdido,
hasta no estar del todo satisfechos
de haberse ya partido
el invasor de todos tan temido.
Conviene, por lo tanto, a los castores
atacar con la bruma congelada,
cuando la nieve en cándidos albores
a la campiña deje sepultada,
y se hielan los ríos
por las nevadas de los Alpes fríos.
Entonces sus hogares
la nemorosa grey deja, llevando
buen repuesto de sólidos manjares,
con que vaya su vida alimentando;
y del fluvial estanque endurecido,
a través de las anchas aberturas
que tapó, con astucia, el prevenido
mañoso cazador; rápidamente
sale y se espacia por las aguas puras,
que la protegen amorosamente.
En tanto, en la ribera
la turba de los diestros cazadores,
en paciente actitud, tranquila espera;
y con gusto tolera
los fraudes de los hábiles castores.
A poco, dispersadas
por las cándidas márgenes del río,
del castor las baldadas
ocupan las mansiones recatadas
en huecos troncos del boscaje umbrío.
Mas cuando los castores abandonan
los que los aprisionan
ribazos congelados por el frío;
y cansados, levantan la cabeza
por si me la onda cavidad; impío
en cazador descarga con presteza
de su hacha los rigores,
los cuellos cercenados a los castores;
y con las manos sacas de la espesa
cueva, en la que metida
morando estaba, a la valiosa presa
que por las blandas piernas fue cogida,
mucha fuerza oponiendo,
y del hado y astucia maldiciendo.
Empero el cazador, sobrecogido
de terror que la lluvia y el frecuente
hielo, que lo mantienen entumido,
se abstiene tenazmente,
por medio de la espada,
de atacar a la grey fortificada,
contento solamente
de con redes tender una celada
de los castores a la astuta gente.
Así que va prudente
de la selva explorando en qué regiones
habitan del castor los escuadrones;
qué pastos les agradan y contentan;
y para sus lustrales abluciones,
cuáles son los remansos que frecuentan.
Y una vez que ha probado
que, con fragmentos de silvestre leño,
por fuerza es arrastrado
y retenido el grupo castoreño; el cazador prudente
tiende mallas con ellos prontamente.
Vuela el grupo a las redes, atraído
por el aroma del banquete lauto,
sin comprender, incauto,
que de inicua dobles víctima ha sido.
Y mientras de devorando está las mieles
que a de rotas cortezas extraído; de enemigos crueles
viene a caer en los robustos brazos
que le tendieron traicioneros lazos,
los que estaban ocultos
bajo las ramas de árboles incultos.
Y preso ya en la malla que lo oprime,
sin un punto cesar, muy alto gime,
deplorando su negra desventura
en las entrañas de la selva obscura;
hasta que desalmado
el cazador, con báculo aguzado
el cuello le tritura,
y acortarle el aliento se apresura
con golpe de puñal, bien asestado.
Como cuando la suegra enloquecida,
de rabia el pecho lleno,
a la cuitada nuera aborrecida,
de una copa en el seno
urbana la convida
a que apure mortífero veneno;
y la nuera, ignorante
del terrible peligro que la amaga,
la pócima falaz bebe al instante,
y con boca anhelante
horrible muerte en la bebida traga;
así, por la mentida
dádiva los castores engañados,
truecan en muerte su tranquila vida,
cediendo, al fin, a inexorables hados.
Mas, a veces, también los cazadores,
de tedio dominados y fatigas,
se niegan a engañar a los castores
con trampas y con ligas;
y en un sitio apostados, largamente
esperan a que pasen voladores;
consumiendo los días
sepultados del bosque en las umbrías.
Y porque reparada
esta indolencia quedé, les agrada
ceñir del bosque umbroso los confines
con la caterva osada
de numerosos y hábiles mastines;
y postrar, desde lejos, con livianos
dados a los imbeles ciudadanos.
Y ya una vez que hubieron los molosos
fieles acorralado a los medrosos
castores, de la selva en el reparo;
atronando los vientos vagarosos,
se oye el fragor de súbito disparo;
tras del cual, en seguida,
sale volando bala fulminante
que causa en el castor profunda herida,
y en el suelo lo deja agonizante.
De los cuatro bolcillos con que cuentan
--según fama-- los gráciles castores,
sacan, primeramente,
maravilloso aceite los doctores
para remedio de cualquier doliente;
y al que, a poco, gazmoña
la cana ancianidad (que fácilmente
todo suele alterar) trueca en ponzoña.
Después los cazadores,
de su preciosa piel a los castores
desnudan; y, gozando
de tan regio botín con los primores,
en la erguida cabeza van mostrando
de la fiera los cánidos colores.
O ajustando, altaneros,
a sus sienes magníficos sombreros;
o bien, a los cansados
pies ajustan chapines delicados;
o con espeso abrigo,
tramado con la piel de los castores,
del cuerpo todo alejan los rigores
del crudo hielo y ábrego enemigo.
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