martes, 28 de noviembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro quinto: El Añil, transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

                          por la transcripción Pascual Zárate Avila 

LIBRO QUINTO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

EL AÑIL


Nunc, ubi cocineum collectum frondibus altis,
Sidoniumque dedi sublatum rupe venenum;
Indica prima seguor ...........................

    Hora, una vez que de las frondas altas 
recogida la grana os he entregado, 
junto con el marisco primoroso 
a las sidonias peñas arrancado; 
con ánimo curioso 
voy tras de los añiles "superiores", 
que del cielo azulado 
emulan los espléndidos colores; 
y que, en terrenos que del corvo arado 
sufrieron los rigores, 
cultivados no muestra la paciente, 
tenaz industria de la occidua gente. 

    A ti, diosa de Júpiter nacida 
y por él acogida 
en paternal amor; ya que te agrada 
puro el cielo y tranquilo 
remedar con agujas delicada, 
y, por arte de un hilo 
rutilo, sobre bellas 
urdimbres dibujar a las estrellas 
que brillan en la bóveda azulada; 
acudo a dedicarte del índigo (1) 
cerúleo los colores 
que, pulidos con arte 
perfecto; emiten vívidos fulgores; 
superando con ellos 
del claro Olimpo los zafiros bellos. 

    Más porque no ignorante 
vaya los campos a everter, ¡oh diosa! 
de los que sacas el añil flamante; 
tu diestra poderosa 
que me preste favor; y tú, delante 
yendo de mí, que seas 
la que en todo dirijas mis tareas. 

    Lo que primeramente 
tú debes elegir, son las regiones 
tórridas, en que ardiente 
sol debilita brazos y tendones, 
y los baña en sudor; para que en tales 
regiones y en terreno 
ya culto; los jarales 
siembres que dan el índigo veneno. 

    Porque sí por ventura 
los campos escogidos 
atacados se vieren por la horrura 
de nevasca cruel; o bien, heridos 
fueren por los azotes 
de enemigo turbión; en la hermosura 
que producen del campo úberos brotes 
ya no te gozarás; ni de la dura 
tierra árida yugadas 
compensarte podrán con larga usura 
las riquezas en ellas empleadas. 

    Por tanto, vigilante, 
tú de la inculta gleba 
examina con ojo penetrante 
el grado de vigor; poniendo a prueba 
qué clase de semilla 
puede llevar la de revuelta arcilla; 
y cuál es rechazada 
por la dura, de piedras erizada; 
considerando atento, 
si esta última, por ti ya cultivada, 
podrá dar a tus gastos rendimiento 
que deje tu ganancia asegurada. 

    Tú, colono, (y exijo que me creas 
pues digo la verdad), ten por mejores 
campos, aquellos que colmados veas 
de muy rico terrón, que los negrores 
densos imita de la noche obscura; 
y cuyas superiores 
capas, hechas de recia contextura, 
que moles dan compactas, 
son las tierras más aptas 
que para siembra concedió Natura. 

    Pero si la escogida 
tierra se ve de sombra invadida 
por las. hojas de selva tropicales; 
y en ella ya prosperan sin medida 
cardos muchos y espesos matorrales 
en fraternal unión; tú, entonces, cuida 
prontamente y sin pena, 
de postrar de un abrazo a la florida 
selva de arbustos llena 
y usando; de energía, 
con tus brazos robustos 
arranca los frondíferos arbustos 
que viven de la zarza en compañía. 

    A los que, ya secados 
por la del vivo sol llama ardorosa, 
en carros bien pesados 
la juventud transporta laboriosa. 
Y una vez ya en el lar almacenados, 
solicita la cuida 
y deja reservados, 
para que logren prolongada vida. 


    Ni este cuidado sólo es suficiente 
para los campos igualar mermados, 
sin que primeramente 
los árboles restantes abrazados 
yazgan por llama ardiente; 
y en el campo las hojas esparcidas, 
en menudas pavesas convertidas 
haya dejado Múlciber furente. 

    Más luego que cesado 
de los campos hubiese la ruina,
 por haberse de ellos apartado 
el fuego destructor; y a su oficina 
cavernosa tornado 
ya hubiere con ligeros 
pies Vulcano feroz; en los potreros 
ya cultos por el fuego y los rastrillos, 
dóciles para el yugo, los novillos 
en doblar la cerviz son los primeros. 
Y al yugo sujetados, 
una vez y otra vez, con las estevas 
de los corvos arados 
van deshaciendo las negruzcas glebas; 
y, a través de los campos roturados, 
nos muestra las profundas 
térreas entrañas que, hasta ayer, fecundas 
fueron en minerales 
formados por la unión de ricas sales. 
A no ser que prefieras con azadas 
remover de la tierra las yugadas, 
hasta que logre tu industriosa mano 
que todas igualadas 
queden, a modo tendido llano, 
ya no por medio de las glebas desatadas. 

    Así blanda la tierra, 
del Etna por el fuego caldeada, 
abra la boca, y en su seno encierra 
cuidadosa la sal acumulada; 
para verse, en seguida, 
por opulento grano enriquecida. 

    Entonces, en extremo es conveniente 
los campos preparar con mucha gente 
que, en ellos concentrado sus cuidados, 
trabajé con tesón, para que aumente 
los dispendios en ellos empleados. 

    Con todo, opone a este trabajo rudo 
el indio testarudo 
la paciente labor de los arados, 
sin que ello le origine pesadumbre; 
de sus antepasados 
por conservar intacta la costumbre. 

    Sin duda a esto se debe 
que, fiel a sus paternas tradiciones 
de los indios la plebe 
acude presurosa y a montones, 
cuando a labrar los campos se la llama, 
y por ellos como agua se derrama. 
¡Y es de ver cómo va de la llanura 
por cima el césped blando, 
las duras glebas de la tierra dura 
con rastrillo tenaz desbaratando! 
¡Y cómo las yugadas 
van dejando con arte niveladas; 
y del surco los trazos 
bien ajustados a potentes brazos! .... 

    Mas ya que rotas las entrañas duras 
del campo están, el indio prontamente 
para la siembra presta las llanuras 
y, de ellas al través, ya va la gente 
agrícola esparciendo 
a manos llenas mínima simiente 
que, a juzgar por su traza 
tal vez, --según entiendo-- 
creyeras ser un grano de mostaza. 

    Tal suele proceder el campirano 
yendo por sobre el haz de la llanura 
de Ceres esparciendo el rubio grano; 
cautivo por la imagen de futura 
mi es que, tarde o temprano, 
sabrá recompensarle con usura. 

    Después, ya en el seno 
fecundo de la tierra florecido 
y el grano de arrogancia lleno, 
y feraz a partido 
las maternas entrañas del terreno; 
de aristas mil con el ropaje ameno 
el campo todo queda revestido; 
y sonríen los prados 
de pubescentes yemas recamados. 

    Mas aunque las yugadas florecientes, 
debido a tal cultura, 
con profusión derramen hermosura; 
y retoños rientes 
la tierra dé, bajo la sombra obscura 
con que la cubre entera 
del bosque la profusa cabellera; 
tú, no precipitado 
vayas a obrar y, lleno de ufanía, 
te des el para bien anticipado, 
pues que resta al colono todavía 
para andar un camino prolongado. 

    Porque, primeramente, 
de hierba que se escapa pubescente 
del grano germinal, guarda en el seno 
en tan pequeña dosis el veneno 
que produce el añil; que, raras veces, 
podrán los a encontrarle dedicados, 
recompensados ver con largas creces 
los gastos a tal fin encaminados 

    De aquí la gente moza, 
sin oponer dificultad, consciente 
en que los techos de pajiza 
choza empiecen a ceder por la simiente 
aurífera sobre ellos hacinada; 
la que, después, cortada 
queda por la segur; y con ardiente 
afán la misma juventud se entrega 
del incendio reciente 
a dejar limpia la llorosa vega; 
y obligada se mira 
a esperar luego también la llegada 
de la abundante mies porque suspira. 

    Después los giquilites, (2) superando 
de palmos seis la altura, 
levantan la cabeza desplegando 
sus hojas, que imitando 
de un huevo están la mínima figura; 
y de las cuales en la espesa falda 
color cerúleo derramó Natura 
con larga esplendidez; y de esmeralda 
luciente los colores 
depositó en las hojas inferiores, 
tejidos y mezclados con la gualda, 
al que juntó los vívidos fulgores 
de las que el sol escalda 
convivo fuego coloradas flores. 

    Entonces en sonrisa 
se baña el campo, y plácido y sereno 
soplando el sud va con ligeras brisas 
las ondulantes mieses del terreno 
sujetando a vaivén; como las ondas 
azules rizan el turgente seno 
del encrespado mar; o bien, soplando 
con fuerza, las eleva, 
sus volúmenes densos levantando, 
y con ellas jugando, 
de aquí para acullá fácil las lleva. 

    Seguidamente, armada 
la juventud de una potente azada, 
entra en la mies de giquilitis llena 
y con ruda faena, 
del placentero germen despojada 
deja de añil a la planicie amena, 
ya por expertas manos cultivada. 

    Con todo, no imprudente, 
de la azada sirviéndose, cercena 
de todas las espigas la fulgente 
delicada cerviz; ni despojados 
deja de rica mies todos los prados, 
sin que mañosamente 
primero arranque de ellos los puñados 
preciosos de la yerba 
productora de añil; de cuyas frondas, 
de agrícolas amigos la caterva 
saca afanosa el índigo veneno, 
para declaras ondas 
después de hundirlo en el bullente seno. 

    Tras esto, el mayordomo 
junto a los segadores sendas mulas, 
para de ellas, después, gravar el lomo 
con la carga pesada 
de la copiosa mies agavillada; 
la que, al mediar el día, 
al rústico almacén de la alquería 
es por las mismas mulas transportada. 

    Y en tan duras labores 
compelidos se ven los segadores 
a mantenerse firmes; sólo, cuando 
ya de Titán la lumbre 
del cielo toca la soberbia cumbre, 
todos van retornando 
del conocido hogar a la techumbre. 

    Habiendo, en tanto, el pueblo ya la sede 
común abandonado; 
providente y solicito procede 
a purgar de inmundicia 
los estanques, que había preparado 
tiempo ha con gran pericia, 
de la vega el señor acaudalado. 

    Porque luego que están ya las praderas 
aptas para la siembra, en las laderas 
del pendiente collado, 
que raudal cristalino ha fecundado; 
tres estanques levanta (para abono 
del añil) el colono, 
con gastos no pequeños; diferentes 
los tres en densidad, y amurallados 
por cercos bien potentes, 
cuyos firmes costados 
resistan de las aguas las corrientes. 

    El más grande, con todo, que se acuesta 
de la colina en la ladera opuesta, 
su bordo eleva hasta tocar el puro 
éter; y a los restantes 
los sobrepasa con tal alto muro, 
para que, a él sometidos, 
la gran merced le deban 
de que en su seno beban 
de añadir los colores reteñidos. 

    Junto a la densa mole del collado, 
en la parte más baja, con seguros 
cálculos el colono atareado 
va dando ensanche a los pulidos muros; 
y con bordo menor prudente cuida 
de no a las ondas de raudales puros 
dejarles muy extensa la salida; 
antes, bajo del bordo, la coloca 
a la mínima parte reducida, 
confirme terraplén bien sostenida; 
de cuya abierta boca 
hospeda en los asilos interiores, 
del índigo ya limpios los colores. 

    Rutilan, en el fondo, los estanques 
cubiertos de sudores, 
y del arte mostrando los primores; 
pues que de todos ellos, en la hechura 
perfecta, hábil obrero 
cuidó hasta de menudo pormenores; 
para que no en la obscura 
cárcel que abrió en el muro hondo agujero, 
que de sujeto el índigo a clausura, 
y en ella permanezca prisionero. 

    Luego que ya ligera 
la turba, y por la espalda del collado, 
ha recibido el agua placentera; 
los estanques prepara; y, con cuidado, 
se para de ellos pútridos despojos; 
y del mayor que yérguese sublime 
los bordes, al momento, con manojos 
divididos oprime; 
y su cóncavo seno 
de la carga preciosa deja lleno. 

    Con todo, porque no del giquilite 
flote después la yerba productiva (2) 
en el raudal oculto; y, fugitiva 
del remanso interior, hábil evite 
de fríos baños la impresión nociva; 
la plebe, cautamente 
atraviesa a la yerba tumescente 
con enramada oblonga, 
y la fuerza y obliga a que deponga 
el orgullo altanero de su frente. 

    Tras esto, los raudales 
cristalinos, llevados en canales 
largos, pronta derrama, 
hasta cubrir la trama 
que forman los espesos matorrales, 
a los que con exceso 
graba de trabes el enorme peso: 
e impide, totalmente, 
que salga del estanque la corriente; 
y de aquel en el fondo sumergida, 
consérvala paciente; 
hasta el futuro día, en que salida 
franca y libre le otorgue nuevamente. 

    Más cuando ya a las tierras ilumina 
del naciente crepúsculo la lumbre, 
y el áureo sol se empina 
del firmamento sobre la alta cumbre, 
ya con fulgentes brillos 
sacando sus corceles amarillos; 
con atenta mirada, 
del estanque el custodio 
observa la corriente aletargada; 
inquiriendo ladino 
si pura guarda el resplandor prístino, 
o si acaso lo pierde 
para tomar el follaje verde. 

    Mas echando de ver que la corriente, 
de esmeralda luciente 
ya presenta el color; y que, embebida 
en la tinta reciente, 
sacó de la corteza enternecida 
del arbusto riente 
copiosos jugos que le dan la vida; 
entonces presura 
(ya del sifón del techo la clausura 
rota), el guardián ordena que salida 
rápida tenga la corriente pura; 
y que del verdeante 
licor en henchido quede y rebosante 
del hondo lago el seno, 
y en reposo enervante 
copie del cielo el esplendor sereno; 
y que, con movimientos repetidos, 
se mezclan los raudales ya teñidos. 

    A tal objeto y fin, surge ligera 
por cima el lago revoluble esfera, 
que rápida girando 
va en torno de una tabla de madera 
que en el borde palustre está flotando; 
y que muestra a la vista, 
--por uno y otro bando-- 
estar de extensas palas bien provista. 

    La juventud que en esto se atarea, 
luego de haber henchido 
con la onda que verdea 
el estanque más bajo; y ya traído 
de nuevo del collado 
copioso manantial, con que voltea 
sobre su eje acerado 
la rueda, que pendiente 
parece estar del éter reluciente; 
y en cuya rauda espera 
arrollada ya hay sido la madera 
móvil; desde los senos removidos 
del estanque, amalgama, 
confunde y mezcla los recién teñidos 
líquidos del raudal que se derrama. 
Hasta que ya las heces, 
agitadas que han sido varias veces, 
puedan con golpes tales 
libres quedar de corrosivas sales 
y, por su propio peso compelidas, 
hasta el fondo bajar de las guaridas. 

    En cerúleas espumas rebosante 
se ve el lago al principio; y por doquiera 
emburujada el agua va arrogante, 
tal como si quisiera 
amenazar con atrevido salto 
del adormido estanque la ribera. 
Empero, poco a poco, 
va desistiendo de su empeño loco; 
pues la espuma dejando 
que ya se pierda por el aire blando 
que la acoque en su seno, 
se queda reclinada 
del estanque en los bordes, empapada 
del índigo color en el veneno; 
y del alta corriente 
se despeñan las heces velozmente 
simulando, al caer, líquido cieno. 

    Después, ya del obrero la perita 
mano con fuerza quita 
el líquido que ya se ha colorado 
en el fondo de un vaso refulgente; (3) 
y, ya una vez quitado, 
se esfuerza en condensarlo prontamente; 
y del vaso --con dedo sondeante-- 
la cavidad tocando 
una vez y otra vez, con incesante 
afán va investigando 
si acaso a un solo cuerpo reducido 
queda, al juntarse, el lodo; 
o si este mismo, en grano convertido, 
debajo del estanque haya acomodo, 
permaneciendo allí bien escondido. 

    Empero, si en el fondo cenagosas 
las heces firme asiento 
no han encontrado aún, y caprichosas 
ondulan en perpetuo movimiento; 
entonces, al instante, 
del trabajo el celoso vigilante 
manda que por maderos, 
que en forma circular giran ligeros, 
alborotado, sean 
los estanques que plácidos ondean; 
y al agua acumulada 
de nuevo observa con sagaz mirada, 
y la sujeta a nuevo experimento; 
hasta que, al fin, sus ondas 
ve que se truecan en semillas blondas, 
que lentas bajan a tomar asiento 
de los estanques en las cubas hondas. 

    Después callan las ondas reteñidas, 
secundando en un todo el mandamiento 
de quedar en su curso detenidas; 
y en largos estancamiento 
descansan silenciosas 
del añil las cimientes azulosas. 

    Luego ordena el obrero, con presura, 
que paulatinamente la abertura, 
(que de lo alto hasta el fondo prolongada, 
del bordo la pared deja cortada, 
y que con greda un día 
la turba juvenil cerrado había); 
quede franca por fin ..... 
La represada corriente, por la puerta, de par en par abierta, que le da libertad; precipitada se escapa a borbotones, libre ya de clausura y prisiones. Después de que ya queda una y otra porción arrebatada a la sólida greda; la mano del obrero con cuidado deja ya en libertad al obturado resquicio, y aun consiente que del undante bordo se desprendan las linfas de la placida corriente, tras de la cual, osado quiere escurrirse el índigo azulado. 

    De nuevo la cuadrilla 
de la animosa juventud, clausura 
con terrones de arcilla 
del bordo consistente de la abertura; 
y con tenaz empeño 
la hez que en frágiles cubas fue cogida, 
seca y deja escondida 
en el fondo del lago más pequeño; 
en el que, nuevamente 
queda purificada 
por el agua que sobra en la corriente; 
en cuyo fondo fija su morada 
cuando ya fuerte por la unión se siente. 

    Tú mismo si la vieras, 
sin vacilar dijeras 
que en el fondo del lago está asentada, 
del índigo ostentando la pintura, 
en glaucos desperdicios empapada, 
y ya licuada por el agua pura. 

    Labor ruda, en verdad, pero, con todo, 
soportando tamaño asperezas 
capta con este lodo 
la noble Guatemala mil riquezas; 
con las que el mundo todo, 
que ávido las codicia, 
del comercio los tratos benefician. 

    Mas luego que prudente 
ya de los indios la plebeya gente 
las pantanosas heces ha secado 
del árbol providente 
que produce el añil; del encumbrado 
techo deja pendiente 
cónicos sacos, por espesa trama 
tejidos hábilmente, 
a través de los cuales se derrama 
la líquida corriente, 
y en cuyos domicilios interiores 
del índigo se estancan los colores. 

    Después que del fondo del pequeño 
vaso extraído ha sido con empeño 
ésta lodosa masa; 
con prontitud el indio zahareño 
a los estrechos sacos la traspasa. 
Masa que, suspendida, 
largo tiempo, buscando la salida 
por sutiles resquicios; de la parte 
más baja en la que anida, 
arroja los raudales 
del liquidado jugo, gota a gota, 
cual menudo fragmento de cristales. 
Y luego que ya nota 
que de estar condensados dan señales, 
trátalos de manera 
tal, que se truecan en tepente cera. 

    Tras esto, con cuidado, 
por cima de un extenso entarimado 
va la gente extendiendo 
la masa ya tratable; y al dorado 
rayo del sol poniendo 
la nociva humedad, en que bañado 
de aquélla está el semblante; 
el mismo sol ardiendo, 
la deja consumida en un instante. 

    De la humedad sufriendo los rigores, 
la masa de su seno fumigante 
lanza leves vapores; 
y el humo tenue elevase triunfante 
del cielo a las regiones superiores. 

    El vulgo, sin demora, 
mirando ya la masa endurecida 
por la llama del sol abrazadora; 
de que se ablande cuida 
con el soplo frecuente de livianos 
céfiros, y la deja convertida 
toda en sutiles granos, 
a los que índigo llama comúnmente 
en el romance popular la gente. 

    Empero, ¿qué medidas 
tomar, si se desatan en turbiones 
múltiples nubes de vapor henchidas, 
cuando del vivo sol las combustiones 
endurecen hostiles 
los granos de los próceres añiles? .... 

    De glauco tinte llenos 
corren, entonces, por sus hondos senos 
los ríos desatados; 
y los granos cerúleos, ya trocados 
en mil corrientes puras, 
se escapan través de las llanuras. 

    Por tanto, es conveniente 
que a la masa yaciente 
del ígneo sol bajo las vivas lumbres, 
amparen y defiendan centinelas 
que exploren vigilantes, qué techumbres 
están bajo la acción de las procelas 
de Júpiter tonante; 
y que, al ver inminentes aguaceros, 
den a sus compañeros 
oportuna noticia; y, al instante, 
procedan de la casa 
bajo los techos a guardar la masa. 

    En tanto el vulgo deja aligerado 
de putrefactas cañas el cargado 
bordo del ancho muro; 
y del arbusto roto, levantado 
de hierbas gran montón, que, en lo futuro, 
sirva al fuego de pábulo seguro; 
de donde fiera y tosca, 
y de aguzada trompa bien armada 
brota después la mosca, 
que hiere audaz la mano delicada 
del hombre; y de las bestias 
causa en el lomo idénticas molestias; 
hasta sacar con su piquete impío, 
de éstas y aquélla ensangrentado río. 

    Por dónde, con frecuencia, 
verás sangre manar de las pulidas 
manos, y en tu presencia, 
las piernas, en redor, mostrarse heridas. 
La mosca, a veces, a través del viento 
va por ligeras alas conducida; 
y, audaz, en los hogares toma asiento, 
y ataca la comida 
que de obscuras tabernas fue traída; 
llegando al grado tal su atrevimiento, 
que a las ya preparadas 
viandas se une; y, con su torpe a aliento, 
logra dejar las mesas infestadas. 

    Todos, con plaga tal, gimen dolientes; 
sufriendo, por igual, bestias y gentes.... 
Así, en un tiempo, de la selva umbrosa 
escarpada la turba monstruosa (5) 
de estimpálicas aves, repentinamente 
cayó de Frigia en los hogares, 
arrebatando con feroz inquina 
los que a su paso halló ricos manjares; 
yendo con aluviones 
torpes manchando todo, y de pesares 
hinchando a los cuitados corazones. 

    Mas, a fin de que logre la viveza 
doblegar de la peste los rigores, 
y evitar con presteza 
de la mosca los golpes punzadores; 
la turba, con esmero 
las manos cubren; y con papel ligero 
bien las piernas defienden; 
y del airoso y empinado alero 
de las casas suspende 
los ramos del añil, bien empapados 
en pegadura blanda; 
con el fin de que, siendo visitados 
de las golosas aves por la banda; 
viendo ésta ya ligado 
sus pies, lamente la contraria suerte 
de verse retenida; 
y a pagar venga con terrible muerte 
la pena por sus culpas merecida. 





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