Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO QUINTO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
EL AÑIL
Nunc, ubi cocineum collectum frondibus altis,
Sidoniumque dedi sublatum rupe venenum;
Indica prima seguor ...........................
Hora, una vez que de las frondas altas
recogida la grana os he entregado,
junto con el marisco primoroso
a las sidonias peñas arrancado;
con ánimo curioso
voy tras de los añiles "superiores",
que del cielo azulado
emulan los espléndidos colores;
y que, en terrenos que del corvo arado
sufrieron los rigores,
cultivados no muestra la paciente,
tenaz industria de la occidua gente.
A ti, diosa de Júpiter nacida
y por él acogida
en paternal amor; ya que te agrada
puro el cielo y tranquilo
remedar con agujas delicada,
y, por arte de un hilo
rutilo, sobre bellas
urdimbres dibujar a las estrellas
que brillan en la bóveda azulada;
acudo a dedicarte del índigo (1)
cerúleo los colores
que, pulidos con arte
perfecto; emiten vívidos fulgores;
superando con ellos
del claro Olimpo los zafiros bellos.
Más porque no ignorante
vaya los campos a everter, ¡oh diosa!
de los que sacas el añil flamante;
tu diestra poderosa
que me preste favor; y tú, delante
yendo de mí, que seas
la que en todo dirijas mis tareas.
Lo que primeramente
tú debes elegir, son las regiones
tórridas, en que ardiente
sol debilita brazos y tendones,
y los baña en sudor; para que en tales
regiones y en terreno
ya culto; los jarales
siembres que dan el índigo veneno.
Porque sí por ventura
los campos escogidos
atacados se vieren por la horrura
de nevasca cruel; o bien, heridos
fueren por los azotes
de enemigo turbión; en la hermosura
que producen del campo úberos brotes
ya no te gozarás; ni de la dura
tierra árida yugadas
compensarte podrán con larga usura
las riquezas en ellas empleadas.
Por tanto, vigilante,
tú de la inculta gleba
examina con ojo penetrante
el grado de vigor; poniendo a prueba
qué clase de semilla
puede llevar la de revuelta arcilla;
y cuál es rechazada
por la dura, de piedras erizada;
considerando atento,
si esta última, por ti ya cultivada,
podrá dar a tus gastos rendimiento
que deje tu ganancia asegurada.
Tú, colono, (y exijo que me creas
pues digo la verdad), ten por mejores
campos, aquellos que colmados veas
de muy rico terrón, que los negrores
densos imita de la noche obscura;
y cuyas superiores
capas, hechas de recia contextura,
que moles dan compactas,
son las tierras más aptas
que para siembra concedió Natura.
Pero si la escogida
tierra se ve de sombra invadida
por las. hojas de selva tropicales;
y en ella ya prosperan sin medida
cardos muchos y espesos matorrales
en fraternal unión; tú, entonces, cuida
prontamente y sin pena,
de postrar de un abrazo a la florida
selva de arbustos llena
y usando; de energía,
con tus brazos robustos
arranca los frondíferos arbustos
que viven de la zarza en compañía.
A los que, ya secados
por la del vivo sol llama ardorosa,
en carros bien pesados
la juventud transporta laboriosa.
Y una vez ya en el lar almacenados,
solicita la cuida
y deja reservados,
para que logren prolongada vida.
Ni este cuidado sólo es suficiente
para los campos igualar mermados,
sin que primeramente
los árboles restantes abrazados
yazgan por llama ardiente;
y en el campo las hojas esparcidas,
en menudas pavesas convertidas
haya dejado Múlciber furente.
Más luego que cesado
de los campos hubiese la ruina,
por haberse de ellos apartado
el fuego destructor; y a su oficina
cavernosa tornado
ya hubiere con ligeros
pies Vulcano feroz; en los potreros
ya cultos por el fuego y los rastrillos,
dóciles para el yugo, los novillos
en doblar la cerviz son los primeros.
Y al yugo sujetados,
una vez y otra vez, con las estevas
de los corvos arados
van deshaciendo las negruzcas glebas;
y, a través de los campos roturados,
nos muestra las profundas
térreas entrañas que, hasta ayer, fecundas
fueron en minerales
formados por la unión de ricas sales.
A no ser que prefieras con azadas
remover de la tierra las yugadas,
hasta que logre tu industriosa mano
que todas igualadas
queden, a modo tendido llano,
ya no por medio de las glebas desatadas.
Así blanda la tierra,
del Etna por el fuego caldeada,
abra la boca, y en su seno encierra
cuidadosa la sal acumulada;
para verse, en seguida,
por opulento grano enriquecida.
Entonces, en extremo es conveniente
los campos preparar con mucha gente
que, en ellos concentrado sus cuidados,
trabajé con tesón, para que aumente
los dispendios en ellos empleados.
Con todo, opone a este trabajo rudo
el indio testarudo
la paciente labor de los arados,
sin que ello le origine pesadumbre;
de sus antepasados
por conservar intacta la costumbre.
Sin duda a esto se debe
que, fiel a sus paternas tradiciones
de los indios la plebe
acude presurosa y a montones,
cuando a labrar los campos se la llama,
y por ellos como agua se derrama.
¡Y es de ver cómo va de la llanura
por cima el césped blando,
las duras glebas de la tierra dura
con rastrillo tenaz desbaratando!
¡Y cómo las yugadas
van dejando con arte niveladas;
y del surco los trazos
bien ajustados a potentes brazos! ....
Mas ya que rotas las entrañas duras
del campo están, el indio prontamente
para la siembra presta las llanuras
y, de ellas al través, ya va la gente
agrícola esparciendo
a manos llenas mínima simiente
que, a juzgar por su traza
tal vez, --según entiendo--
creyeras ser un grano de mostaza.
Tal suele proceder el campirano
yendo por sobre el haz de la llanura
de Ceres esparciendo el rubio grano;
cautivo por la imagen de futura
mi es que, tarde o temprano,
sabrá recompensarle con usura.
Después, ya en el seno
fecundo de la tierra florecido
y el grano de arrogancia lleno,
y feraz a partido
las maternas entrañas del terreno;
de aristas mil con el ropaje ameno
el campo todo queda revestido;
y sonríen los prados
de pubescentes yemas recamados.
Mas aunque las yugadas florecientes,
debido a tal cultura,
con profusión derramen hermosura;
y retoños rientes
la tierra dé, bajo la sombra obscura
con que la cubre entera
del bosque la profusa cabellera;
tú, no precipitado
vayas a obrar y, lleno de ufanía,
te des el para bien anticipado,
pues que resta al colono todavía
para andar un camino prolongado.
Porque, primeramente,
de hierba que se escapa pubescente
del grano germinal, guarda en el seno
en tan pequeña dosis el veneno
que produce el añil; que, raras veces,
podrán los a encontrarle dedicados,
recompensados ver con largas creces
los gastos a tal fin encaminados
De aquí la gente moza,
sin oponer dificultad, consciente
en que los techos de pajiza
choza empiecen a ceder por la simiente
aurífera sobre ellos hacinada;
la que, después, cortada
queda por la segur; y con ardiente
afán la misma juventud se entrega
del incendio reciente
a dejar limpia la llorosa vega;
y obligada se mira
a esperar luego también la llegada
de la abundante mies porque suspira.
Después los giquilites, (2) superando
de palmos seis la altura,
levantan la cabeza desplegando
sus hojas, que imitando
de un huevo están la mínima figura;
y de las cuales en la espesa falda
color cerúleo derramó Natura
con larga esplendidez; y de esmeralda
luciente los colores
depositó en las hojas inferiores,
tejidos y mezclados con la gualda,
al que juntó los vívidos fulgores
de las que el sol escalda
convivo fuego coloradas flores.
Entonces en sonrisa
se baña el campo, y plácido y sereno
soplando el sud va con ligeras brisas
las ondulantes mieses del terreno
sujetando a vaivén; como las ondas
azules rizan el turgente seno
del encrespado mar; o bien, soplando
con fuerza, las eleva,
sus volúmenes densos levantando,
y con ellas jugando,
de aquí para acullá fácil las lleva.
Seguidamente, armada
la juventud de una potente azada,
entra en la mies de giquilitis llena
y con ruda faena,
del placentero germen despojada
deja de añil a la planicie amena,
ya por expertas manos cultivada.
Con todo, no imprudente,
de la azada sirviéndose, cercena
de todas las espigas la fulgente
delicada cerviz; ni despojados
deja de rica mies todos los prados,
sin que mañosamente
primero arranque de ellos los puñados
preciosos de la yerba
productora de añil; de cuyas frondas,
de agrícolas amigos la caterva
saca afanosa el índigo veneno,
para declaras ondas
después de hundirlo en el bullente seno.
Tras esto, el mayordomo
junto a los segadores sendas mulas,
para de ellas, después, gravar el lomo
con la carga pesada
de la copiosa mies agavillada;
la que, al mediar el día,
al rústico almacén de la alquería
es por las mismas mulas transportada.
Y en tan duras labores
compelidos se ven los segadores
a mantenerse firmes; sólo, cuando
ya de Titán la lumbre
del cielo toca la soberbia cumbre,
todos van retornando
del conocido hogar a la techumbre.
Habiendo, en tanto, el pueblo ya la sede
común abandonado;
providente y solicito procede
a purgar de inmundicia
los estanques, que había preparado
tiempo ha con gran pericia,
de la vega el señor acaudalado.
Porque luego que están ya las praderas
aptas para la siembra, en las laderas
del pendiente collado,
que raudal cristalino ha fecundado;
tres estanques levanta (para abono
del añil) el colono,
con gastos no pequeños; diferentes
los tres en densidad, y amurallados
por cercos bien potentes,
cuyos firmes costados
resistan de las aguas las corrientes.
El más grande, con todo, que se acuesta
de la colina en la ladera opuesta,
su bordo eleva hasta tocar el puro
éter; y a los restantes
los sobrepasa con tal alto muro,
para que, a él sometidos,
la gran merced le deban
de que en su seno beban
de añadir los colores reteñidos.
Junto a la densa mole del collado,
en la parte más baja, con seguros
cálculos el colono atareado
va dando ensanche a los pulidos muros;
y con bordo menor prudente cuida
de no a las ondas de raudales puros
dejarles muy extensa la salida;
antes, bajo del bordo, la coloca
a la mínima parte reducida,
confirme terraplén bien sostenida;
de cuya abierta boca
hospeda en los asilos interiores,
del índigo ya limpios los colores.
Rutilan, en el fondo, los estanques
cubiertos de sudores,
y del arte mostrando los primores;
pues que de todos ellos, en la hechura
perfecta, hábil obrero
cuidó hasta de menudo pormenores;
para que no en la obscura
cárcel que abrió en el muro hondo agujero,
que de sujeto el índigo a clausura,
y en ella permanezca prisionero.
Luego que ya ligera
la turba, y por la espalda del collado,
ha recibido el agua placentera;
los estanques prepara; y, con cuidado,
se para de ellos pútridos despojos;
y del mayor que yérguese sublime
los bordes, al momento, con manojos
divididos oprime;
y su cóncavo seno
de la carga preciosa deja lleno.
Con todo, porque no del giquilite
flote después la yerba productiva (2)
en el raudal oculto; y, fugitiva
del remanso interior, hábil evite
de fríos baños la impresión nociva;
la plebe, cautamente
atraviesa a la yerba tumescente
con enramada oblonga,
y la fuerza y obliga a que deponga
el orgullo altanero de su frente.
Tras esto, los raudales
cristalinos, llevados en canales
largos, pronta derrama,
hasta cubrir la trama
que forman los espesos matorrales,
a los que con exceso
graba de trabes el enorme peso:
e impide, totalmente,
que salga del estanque la corriente;
y de aquel en el fondo sumergida,
consérvala paciente;
hasta el futuro día, en que salida
franca y libre le otorgue nuevamente.
Más cuando ya a las tierras ilumina
del naciente crepúsculo la lumbre,
y el áureo sol se empina
del firmamento sobre la alta cumbre,
ya con fulgentes brillos
sacando sus corceles amarillos;
con atenta mirada,
del estanque el custodio
observa la corriente aletargada;
inquiriendo ladino
si pura guarda el resplandor prístino,
o si acaso lo pierde
para tomar el follaje verde.
Mas echando de ver que la corriente,
de esmeralda luciente
ya presenta el color; y que, embebida
en la tinta reciente,
sacó de la corteza enternecida
del arbusto riente
copiosos jugos que le dan la vida;
entonces presura
(ya del sifón del techo la clausura
rota), el guardián ordena que salida
rápida tenga la corriente pura;
y que del verdeante
licor en henchido quede y rebosante
del hondo lago el seno,
y en reposo enervante
copie del cielo el esplendor sereno;
y que, con movimientos repetidos,
se mezclan los raudales ya teñidos.
A tal objeto y fin, surge ligera
por cima el lago revoluble esfera,
que rápida girando
va en torno de una tabla de madera
que en el borde palustre está flotando;
y que muestra a la vista,
--por uno y otro bando--
estar de extensas palas bien provista.
La juventud que en esto se atarea,
luego de haber henchido
con la onda que verdea
el estanque más bajo; y ya traído
de nuevo del collado
copioso manantial, con que voltea
sobre su eje acerado
la rueda, que pendiente
parece estar del éter reluciente;
y en cuya rauda espera
arrollada ya hay sido la madera
móvil; desde los senos removidos
del estanque, amalgama,
confunde y mezcla los recién teñidos
líquidos del raudal que se derrama.
Hasta que ya las heces,
agitadas que han sido varias veces,
puedan con golpes tales
libres quedar de corrosivas sales
y, por su propio peso compelidas,
hasta el fondo bajar de las guaridas.
En cerúleas espumas rebosante
se ve el lago al principio; y por doquiera
emburujada el agua va arrogante,
tal como si quisiera
amenazar con atrevido salto
del adormido estanque la ribera.
Empero, poco a poco,
va desistiendo de su empeño loco;
pues la espuma dejando
que ya se pierda por el aire blando
que la acoque en su seno,
se queda reclinada
del estanque en los bordes, empapada
del índigo color en el veneno;
y del alta corriente
se despeñan las heces velozmente
simulando, al caer, líquido cieno.
Después, ya del obrero la perita
mano con fuerza quita
el líquido que ya se ha colorado
en el fondo de un vaso refulgente; (3)
y, ya una vez quitado,
se esfuerza en condensarlo prontamente;
y del vaso --con dedo sondeante--
la cavidad tocando
una vez y otra vez, con incesante
afán va investigando
si acaso a un solo cuerpo reducido
queda, al juntarse, el lodo;
o si este mismo, en grano convertido,
debajo del estanque haya acomodo,
permaneciendo allí bien escondido.
Empero, si en el fondo cenagosas
las heces firme asiento
no han encontrado aún, y caprichosas
ondulan en perpetuo movimiento;
entonces, al instante,
del trabajo el celoso vigilante
manda que por maderos,
que en forma circular giran ligeros,
alborotado, sean
los estanques que plácidos ondean;
y al agua acumulada
de nuevo observa con sagaz mirada,
y la sujeta a nuevo experimento;
hasta que, al fin, sus ondas
ve que se truecan en semillas blondas,
que lentas bajan a tomar asiento
de los estanques en las cubas hondas.
Después callan las ondas reteñidas,
secundando en un todo el mandamiento
de quedar en su curso detenidas;
y en largos estancamiento
descansan silenciosas
del añil las cimientes azulosas.
Luego ordena el obrero, con presura,
que paulatinamente la abertura,
(que de lo alto hasta el fondo prolongada,
del bordo la pared deja cortada,
y que con greda un día
la turba juvenil cerrado había);
quede franca por fin .....
La represada corriente, por la puerta, de par en par abierta, que le da libertad; precipitada se escapa a borbotones, libre ya de clausura y prisiones. Después de que ya queda una y otra porción arrebatada a la sólida greda; la mano del obrero con cuidado deja ya en libertad al obturado resquicio, y aun consiente que del undante bordo se desprendan las linfas de la placida corriente, tras de la cual, osado quiere escurrirse el índigo azulado.
De nuevo la cuadrilla
de la animosa juventud, clausura
con terrones de arcilla
del bordo consistente de la abertura;
y con tenaz empeño
la hez que en frágiles cubas fue cogida,
seca y deja escondida
en el fondo del lago más pequeño;
en el que, nuevamente
queda purificada
por el agua que sobra en la corriente;
en cuyo fondo fija su morada
cuando ya fuerte por la unión se siente.
Tú mismo si la vieras,
sin vacilar dijeras
que en el fondo del lago está asentada,
del índigo ostentando la pintura,
en glaucos desperdicios empapada,
y ya licuada por el agua pura.
Labor ruda, en verdad, pero, con todo,
soportando tamaño asperezas
capta con este lodo
la noble Guatemala mil riquezas;
con las que el mundo todo,
que ávido las codicia,
del comercio los tratos benefician.
Mas luego que prudente
ya de los indios la plebeya gente
las pantanosas heces ha secado
del árbol providente
que produce el añil; del encumbrado
techo deja pendiente
cónicos sacos, por espesa trama
tejidos hábilmente,
a través de los cuales se derrama
la líquida corriente,
y en cuyos domicilios interiores
del índigo se estancan los colores.
Después que del fondo del pequeño
vaso extraído ha sido con empeño
ésta lodosa masa;
con prontitud el indio zahareño
a los estrechos sacos la traspasa.
Masa que, suspendida,
largo tiempo, buscando la salida
por sutiles resquicios; de la parte
más baja en la que anida,
arroja los raudales
del liquidado jugo, gota a gota,
cual menudo fragmento de cristales.
Y luego que ya nota
que de estar condensados dan señales,
trátalos de manera
tal, que se truecan en tepente cera.
Tras esto, con cuidado,
por cima de un extenso entarimado
va la gente extendiendo
la masa ya tratable; y al dorado
rayo del sol poniendo
la nociva humedad, en que bañado
de aquélla está el semblante;
el mismo sol ardiendo,
la deja consumida en un instante.
De la humedad sufriendo los rigores,
la masa de su seno fumigante
lanza leves vapores;
y el humo tenue elevase triunfante
del cielo a las regiones superiores.
El vulgo, sin demora,
mirando ya la masa endurecida
por la llama del sol abrazadora;
de que se ablande cuida
con el soplo frecuente de livianos
céfiros, y la deja convertida
toda en sutiles granos,
a los que índigo llama comúnmente
en el romance popular la gente.
Empero, ¿qué medidas
tomar, si se desatan en turbiones
múltiples nubes de vapor henchidas,
cuando del vivo sol las combustiones
endurecen hostiles
los granos de los próceres añiles? ....
De glauco tinte llenos
corren, entonces, por sus hondos senos
los ríos desatados;
y los granos cerúleos, ya trocados
en mil corrientes puras,
se escapan través de las llanuras.
Por tanto, es conveniente
que a la masa yaciente
del ígneo sol bajo las vivas lumbres,
amparen y defiendan centinelas
que exploren vigilantes, qué techumbres
están bajo la acción de las procelas
de Júpiter tonante;
y que, al ver inminentes aguaceros,
den a sus compañeros
oportuna noticia; y, al instante,
procedan de la casa
bajo los techos a guardar la masa.
En tanto el vulgo deja aligerado
de putrefactas cañas el cargado
bordo del ancho muro;
y del arbusto roto, levantado
de hierbas gran montón, que, en lo futuro,
sirva al fuego de pábulo seguro;
de donde fiera y tosca,
y de aguzada trompa bien armada
brota después la mosca,
que hiere audaz la mano delicada
del hombre; y de las bestias
causa en el lomo idénticas molestias;
hasta sacar con su piquete impío,
de éstas y aquélla ensangrentado río.
Por dónde, con frecuencia,
verás sangre manar de las pulidas
manos, y en tu presencia,
las piernas, en redor, mostrarse heridas.
La mosca, a veces, a través del viento
va por ligeras alas conducida;
y, audaz, en los hogares toma asiento,
y ataca la comida
que de obscuras tabernas fue traída;
llegando al grado tal su atrevimiento,
que a las ya preparadas
viandas se une; y, con su torpe a aliento,
logra dejar las mesas infestadas.
Todos, con plaga tal, gimen dolientes;
sufriendo, por igual, bestias y gentes....
Así, en un tiempo, de la selva umbrosa
escarpada la turba monstruosa (5)
de estimpálicas aves, repentinamente
cayó de Frigia en los hogares,
arrebatando con feroz inquina
los que a su paso halló ricos manjares;
yendo con aluviones
torpes manchando todo, y de pesares
hinchando a los cuitados corazones.
Mas, a fin de que logre la viveza
doblegar de la peste los rigores,
y evitar con presteza
de la mosca los golpes punzadores;
la turba, con esmero
las manos cubren; y con papel ligero
bien las piernas defienden;
y del airoso y empinado alero
de las casas suspende
los ramos del añil, bien empapados
en pegadura blanda;
con el fin de que, siendo visitados
de las golosas aves por la banda;
viendo ésta ya ligado
sus pies, lamente la contraria suerte
de verse retenida;
y a pagar venga con terrible muerte
la pena por sus culpas merecida.
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