Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO CUARTO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
LA GRANA Y LA PÚRPURA
Postquam Neptuni vitreos invisimus agros,
Regnaque Vulcani tremulis armata favillis;
Visere fert animus roseum cum Murice coccum, ...
Ac totum fixis oculis lustrarelaborem.
Tras de haber de Neptuno visitado
las eras cristalinas;
y del Múlcifer fiero visitado
los reinos y las rojas oficinas,
donde trabaja armado
de trémulas centellas mortecinas;
el ánimo desea
ver de la grana y múrice los rojos
matices, y de entrambos la tarea
toda observar con penetrantes ojos.
Doncella de Tritón: tú que en bermejo
color dejas teñidos
de los Reyes los mantos, que tejidos
--para mayor decoro--
están por hilos esplendentes de oro;
y que en vencer te gozas, en la bella
labor de las agujas,
a la de Lidia cándida doncella,
a quien dices que en arte sobrepujas;
Dí, ¿a qué región plugo
próvidas darte el primoroso jugo
de la grana y el múrice de Tiro,
del que colmado el universo miro? ....
¿Quién, en los campos, de estos ricos dones
recoge las primicias;
y para plantaciones
de estas matas? ¿qué tierra son propicias?
¿Y los cultivos cuáles,
con que nacen los vástagos reales? ...
De Nueva España en la región florece
una ciudad famosa,
que el título de tal mucho merece
por ser en habitantes populosa,
y de hermosas viviendas adornada:
Además, afamada
de su comercio por los ricos nervios,
y augusta ser morada
en que templos levántanse soberbios.
Ciudad, a la que fama duradera
y honor que nada opaca,
dio con largueza el valle de Antequera
conocido más bien por de Oajaca.
A esta ciudad florida
dejan en torno y por doquier ceñida,
en anchuroso llano,
campos a los que da perenne vida
Ceres, y colma de opulento grano.
Ciudad en que liviano
céfiro mezcla el frío
al calor bochornoso del estío;
y una atmósfera tibia
que a hombres y bestias por igual alivia.
Resplandecen los prados
de rosas perenales salpicados;
y de verde follaje la esclavina
cubre el árbol feraz, que ora se inclina
maduras pomas prodigando; o, cauto,
las otras tiernas para ti destinan.
En este rico suelo
es deber como elevan hasta el cielo
los sabinos su cúspide frondosa,
y con viento abultado
cómo entorno se ensanchan; a tal grado
que en espira grandiosa
surge entre ellos un árbol, cuyo tronco
duro, salvaje, bronco,
en gigantesco círculo se expande;
y es, en verdad, su latitud tan grande,
que de palmos cuarenta
muy atrás deja la crecida cuenta;
con que pavor causando,
va el radio de su esfera dilatando.
Entre estos colosales
árboles de abundante cabellera,
se ven en la pradera
resplandecer los vívidos nopales,
a seis palmos de tierra producidos,
y por imbele tronco sostenidos;
a los que no tapiza
de árbol ninguno la hoja movediza;
ni con su sombra ahuyenta
de las bestias el sol que las calienta.
Mas el nopal, que vivido resiste
del rojo sol las llamas,
todo en rededor se viste
con amplio traje de carnosas ramas;
que están entretejidas
de recia fibra por las duras tramas,
y entorno defendidas
de zarzas por las rígidas escamas
que, cual nieve blanquean,
y se ciñen la falda
en que de la esmeralda
los vívidos colores centellean.
De aquesta vestidura
con los ricos jaeces,
de un huevo representan la figura
las ramas del nopal no pocas veces.
Mas a pesar de la fibrosa trama,
que limita el ensanche de la rama
y poder le cercena;
hace el árbol surtir humedad vena
que en torno se derrama,
y su secreto domicilio llena.
Manantial de agua pura,
que servirá, mañana,
para que se apacienten con usura
los gusanos, amigos de la grana.
Mas, con todo, la idea
no formes de que en ramos lozanea
del nopal el follaje; sino atiende
cómo del borde mismo de la planta
fibrosa se desprende
nuevo frondaje en abundancia tanta;
qué una rama con otra se eslabona,
y con raíz potente
ésta sube y corona
fácil de aquella la orgullosa frente.
Mas esta planta agreste,
de cenicientas flores que han brotado
de la ancha fronda, ciñese la veste;
y de ella por encima se alza armado
de ardua cúspide el fruto, que levanta
flor deforme en el vértice elevado.
Pero sí aquesta planta
que en los campos arraigue tú deseas,
para obtenerla no tendrás ningunas
laboriosas y estériles tareas.
Las desmayadas ramas del lozano
árbol arranca; y, fresas en tu mano,
espárcelas, al punto, presuroso
por el campo anchuroso.
Y una vez que las hayas esparcido
en besanas risueñas,
o echándolas en medio de las peñas
que han, grabadas de sed, endurecido;
muy pronto, con usura,
de frutos te darán copia segura.
Esta es antigua casa y soberanos
alcázares, do habitan los gusanos
que se tiñen de grana en los colores;
y que gozan, ufanos,
en extraer del árbol los licores
tiernos; y del follaje
en sacar copiosísimo linaje:
Linaje, cuyo aliento
en las floridas ramas tiene asiento;
y su vigor lozano
de la paterna estirpe arranca ufano.
Familia de costumbres
ingenuas, y adornada
con el color de las nevadas cumbres;
y que ve, horrorizada,
los tumultos de airadas muchedumbres
y de hermanos la muerte desgraciada.
Mas contenta y pacata,
del húmedo nopal sobre la hoja,
ninguna lid desata,
ni sobre nadie con furor se arroja.
Y por más que le preste
ardor su mocedad, no envanecida
da del contrario en la indefensa hueste.
Además, precavida,
--mostrando gran prudencia--
en ambos sexos deja dividida
toda de su mansión la descendencia.
Sexos a los que, gala
natura haciendo de opulentos dones,
con propios caracteres los señala.
Así de los varones
el dorso tiñe con menuda gota
de purpúreo color; y el de las hembras
con nieve pura anota;
y con piel muy ligera
a entrambos cubre por igual manera.
Piel tanto delicada,
que si para tocarla, espoleada
se sintiera tu mano
por codicia febril, verás muy luego
como sanguíneo riego
destila la epidermis del gusano.
A la figura de este corresponde
la del velloso cientopiés temido;
sólo que aquel esconde
la cabeza, y se ve desposeído
de tabas y talones;
con que, con tiesas plantas no contando,
va, a favor de los brazos, rastreando.
Mas los miembros reptantes
con negligencia tal en movimiento
pone, que si lo vieras
adherido a las hojas de un arbusto
(del que ha extraído, a gusto,
grato licor), creyeras
que repara su cuerpo perezoso,
aletargado en femenil reposo.
Mas para que el gusano
beba el jugo sangriento que se escarpa
del arbusto lozano;
y de su sangre con la propia esencia
pueda con larga mano
más tarde enriquecer su descendencia;
de nuevo al despuntar la primavera,
cuando en la azul esfera
brilla esplendente el sol; cuando la bruma
huye veloz, y ríe la pradera,
con césped renaciente,
y las gélidas auras atempera
del fogoso Titán el soplo ardiente;
a los cautivos saca
de las cestas de cáñamo cubiertas,
dejando así sus cárceles desiertas.
Mas la industria prudente
a los gusanos, libres de prisiones,
guarda para, con ellos, las mansiones
henchir, mañana, de copiosa gente.
Después los desparrama
de los troncos en una y otra rama,
con algodón muy blando
los tiernos cuerpecillos sujetando;
y de los machos a la grey lúcida
el femenino bando
mezcla y confunde, porque tengan vida.
Al punto, la argentada
gusanil juventud, con obstinada
fuerza y tenaz porfía,
del nopal en la planta delicada
se posa, y devorando
con potente energía
las dulces hojas; queda, noche y día,
los jugos deliciosos apurando.
En esta deliciosa morada,
con los machos indolentes
la frágil hembra luego se desposa;
y, arrojados los huevos, los ingentes
enjambres afanosa
cuida, sustenta y cría
sobre los troncos de la selva umbría;
y mayor crecimiento
da a la ciudad con níveos ciudadanos,
a los que infunde vigoroso aliento.
Aquesta de gusanos
nívea ciudad se arrastra por las hojas;
y, fiel a los ejemplos paternales,
en las primaverales
frondas sólo se abriga;
con el hocico próvida investiga
todo, en todo se ocupa,
y los dulces raudales
de la apreciada miel ávida chupa.
Con todo, ¿quién jamás creído hubiera
que invadida se viera
por contrario cruel aquesta gente
inofensiva, y a morir viniera,
sucumbiendo al rigor de hado inclemente? ....
Y es, en verdad, así; pues, cuando apenas
del florido arbolado en las antenas
a cubrirse de nieve
empiezan los gusanos juveniles;
cuando de las amenas
llanuras surge turbulenta plebe,
y a las hojas agrestes con ímpetu hostiles
acercándose van contrarias huestes,
que con nada se aplacan;
antes bien, con letales proyectiles
a la indefensa juventud atacan.
La horripilante araña
en sus redes sutiles
al insecto infeliz prende con saña;
y del vientre las fibras vigorosas
roto habiéndole ya con mano aleve,
despiadada se embebe
en chuparle las vísceras humosas.
Ora, también, dañina
con abusado pico la gallina
lo arrebata y retiene prisionero;
a no ser que primero,
rota ya su clausura,
yendo el gusano arrastras por los brazos
de la arboleda obscura,
los cuerpecillos roa tenazmente
de la grey juvenil, toda blancura,
de la púber legión, toda inocente.
También de voladoras
aves compactas haces
al insecto arrebatan triunfadoras
con sus picos tenaces:
y cuando, vencedoras,
por el éter ufana se levantan,
el triunfo de haber dado
muerte infanda al insecto arrebatado,
con entusiasmo clamoroso cantan.
Tal suele, a veces, de furor y robo
(de pastores y ovejas para daño)
arrebatado lobo,
siguiendo sus instintos carniceros,
atacar al rebaño,
y declara la guerra a los corderos.
Contra estos se desata
entonces en furor; los arrebata
de los maternos brazos;
y de piedad desnudo, los maltrata
y convierte en pedazos.
Y, sin un punto de poner la fiera
rabia que en sus entrañas atesora,
en medio a la pradera,
a los recién nacidos,
por más tiernos y débiles, devora
con boca ensangrentada; mientras tanto
la grey superviviente con balidos
la pérdida deplora
de los que fueron por el lobo heridos.
Es menester, por tanto, que los campos
no de ninguna escoria estén infectos,
pues tal escoria pastos corrompidos
suele proporcionar de los insectos
malos a las catervas;
y en torno a los nopales
no hay que dejar en pie ninguna yerba;
para que no la araña
cuente con vegetales
que acrecienten la saña
con que forja sus vínculos letales.
Además, de provecho
es que algunos criados,
de látigo armados,
estén de torvas aves en acecho,
para de los sembrados
ahuyentarlas poder; y con sus armas
en la gallina aguda causar alarmas.
Empero, si con leve
planta (válida de la noche obscura)
a penetrar se atreve
cautelosa la araña, y muerte aleve
a los gusanos da; tú, con presura,
de tal sitio recházala con fuerte
mano; y rechaza, al par, lazos y muerte.
Mas no basta de tétrico enemigo
proteger a la grana, si el abrigo
no la pones del hálito inclemente
de los rígidos vientos y, avisado,
cuidadoso y prudente,
no hurtas al beso helado
del frío cierzo a la purpurea gente,
que el frío cierzo y graves aguaceros,
junto con los airados
túrbidos vientos, signos agoreros
son de terribles hados
a la risueña juventud; y, fieros,
a los amenos prados
dejan de rojas sangre salpicados.
Por dónde, los asientos
que a las plantas asigne, que de un alto
teso a la sombra estén, que con su mole
basta refrene los helados vientos,
y de su crudo asalto
a la tierna legión deje amparada.
Con todo, si oprimida
la juventud se viera por la helada
estación; preparada
leña ten encendida,
que con sus juegos deje rodeada
a la que está entumida;
porque ya calentada
por frecuente calor este, de suerte
que ya el golpe resista de la muerte.
Mas cuando por los campos anchurosos
se desatan furiosos
aguaceros; o bien, amenazados
por nube de granizo los ganados
se vieren; escondidos
a los gusanos deja, de tejidos
espartos a la sombra,
que de amparo le sirvan y de alfombra;
del indígena en Ernesto las maneras
siguiendo, que acostumbra con esteras
bien anchas, anualmente,
taparlos.
Y, en verdad, que inteligente
muéstrase en esto el indio; pues traslada,
de aquí y de allá, puntales
con cuyos cabos queda superada
la altura de los pátulos nopales,
y hecho de esparto duro
anchuroso velamen y seguro,
del que un corcel se encargue,
haciendo que se encoja o que se alargue.
Por éste, protegido,
el gusano polípedo el silvestre
verde follaje habita; y ya nutrido
que se han, cada bimestre,
con el polen del árbol extraído,
de la prole los nuevos
vástagos; se acrecientan
y engendran, a su vez, padres longevos
que a la familia gusanil alientan.
Y el humor que han sacado
los jóvenes gusanos de las frondas
del espeso arbolado,
el cientopiés en su delgado vientre
en rojizo color deja trocado.
Como el gusano sérico, al que fama
ubicua presta la exquisita trama
del asirio industrioso,
tras de haberse pacido codicioso
de la morera en la gloriosa rama,
llenase de ufanía
porque ya cuenta con gigante cría;
y las hábiles hojas que cercenan
de la enramada amena,
en el rápido término de un día,
en el vientre sutil las almacena
y las digiere con tenaz porfía;
y, una vez digeridas de esta suerte,
en sedosos vestidos las convierte;
no de otro modo, ufano,
con jugo del nopal níveo gusano,
en su vientre mezquino
perfecciona el color, que purpurino
luce el Rey en su peplo soberano.
Después, ya que la leve
caterva gusanil, color de nieve,
ya de fuerzas mayores revestida
se siente y, codiciosa,
a su grey ha dejado toda henchida
de la escarlata con la tinta hermosa;
presto el colono cuida
de arrancar de raíz, con poderosa
mano, tal cual amena
rama que, de gusanos con la cría,
henchida se presenta, cuál colmena;
y la deja pendiente,
de la techumbre de cocina ardiente;
o bien, a las legiones
gusaniles, sujetas a prisiones
en hondos agujeros,
o amparadas por recios varejones,
protege de los fieros
hálitos de los turbios aquilones.
Y con este maduro
proceder y prudencia,
reservado ya quedan y en seguro
los padres de la nueva descendencia.
Provistas de algodón y diligentes
vienen después las manos
del colono a coger a los gusanos
que yacen indolentes,
en los campos lozanos,
sobre las hojas del nopal ingentes;
¡Gusanos sin ventura,
que habrán de sucumbir con muerte dura!
Y es, en verdad, así; pues en tejidas
esteras pronto el indio va extendiendo
las de gusanos turbas escogidas;
y de impiedad haciendo
gala y ostentación, con encendidas
a aguas regada deja
a la inocente grey; y no se aleja
de ella, mientras no advierte
que cede toda su contraria suerte;
salvo que encuentre agrado
mayor en extinguir con vivo fuego
al de gusanos escuadrón nevado,
que no merece tal; por solo el ciego
afán de verlo, al fin, sacrificado.
Cuando a esto sólo atiende,
entonces con tizón azas pujante
de un horno colosal el fondo enciende,
hasta que todo quede rutilante
por los magnos ardores
que le causan los fuegos interiores.
Y ya que removido
se ve del horno el combustible ardiente,
merced al cual, aquel está encendido,
la juventud riente
entra en él descuidada,
para sentirse, a poco, sofocada
del horno por la atmósfera caliente,
que impune la asesina,
y su vida consume purpurina.
Otras veces el indio, en anchurosos
corrales protegidos por alambres,
se dedica a extender de los nivosos
gusanos los enjambres,
del sol bajo los rayos ardorosos
que, en extremo avivados,
a los enjambres dejan abrazados.
Tal, en un tiempo, el fino
gusano engendrador de los hilados
de la seda sutil, cuando el destino
tiene que sucumbir de fieros hados;
ya soporta el sol la servidumbre
que lo dardea con rojiza lumbre;
o bien del mimbre freso entre las ramas,
es arrojado a las horrendas llamas;
y el postreme aliento
ya estando por rendir, la inútil vida
queda desvanecida
en las alas letíferas del viento.
Luego de haber el indio con tortura
tales, bárbaramente
sacrificado a la purpúrea gente;
y obligándola torvo a que las duras
penas sufriese de la hornaza ardiente;
centípodo el gusano, sin enojos,
protestas, ni rencores,
de la grama transfórmase en los rojos,
espléndidos colores;
y avarienta recata
bajo su nívea piel, el de escarlata
encendido carmín, con el que tiñen
las ropas que se ciñen
el bátavo, el francés, el veneciano,
el inglés, el hispano,
los rusos y los belgas: todo el mundo
por tal color se muestra rubicundo! ...
Mas porque no la imagen lisonjera
de gran lucro a cualquiera
vaya a engañar, que sepa es conveniente
cómo ganancia tal guardóla el cielo
para colonos de la indiana gente.
Porque por el anhelo
de gran lucro obtener, no pocas veces
algunos ciudadanos,
de gran pujanza con sus subidas creces
sacan a los gusanos
bermejos de los árboles floridos,
en cuyas frondas viven esparcidos,
para con gran usura
dedicarse después a su cultura.
Mas, con todo, el centípodo gusano,
del arbusto lozano
ya bien nutrido con las hojas, y hecho
a soportar del lóbrego liviano
el soplo destructor, que de su pecho
murmurando se escapa; o bien, tirano,
no quiere del follaje
sacar miembros que aumenten su linaje;
del amo los empeños
burla y convierte en vaporosos sueños
el centípodo astuto, gastando su riqueza,
que le produce de la grana el fruto,
en la inerte quietud de la pereza.
Mas indio enseñado
a soportar los ásperos rigores
de recio trabajar, no del helado
cierzo el soplo le espanta,
ni teme los rojizos resplandores
del vivo sol, que todo lo abrillanta
cuando, en la azul esfera,
como lámpara ardiente reverbera.
Así que, con estoica
calma todo lo aguanta y lo tolera;
y con firmeza heroica
y no domado brío
se burla de los hados, y supera
a la gélida luna y al bravío
sol, y a la lluvia, y al calor, y al frío;
y alerta y vigilante,
--noche y día-- por tiempo prolongado
está siempre al cuidado
de la preciada púrpura brillante;
de los níveos gusanos juveniles
rechazando a los huéspedes hostiles.
¡En verdad, enojosa
y pesada labor del que así cuida;
pero justa y debida
por obtener ganancia tan preciosa!
Ora tras mí ya el paso
a enderezad; y pues que a mis labores
empezadas las Musas del Parnaso
prestado en sus favores;
y de una vez que a alma Tetis ya le plugo
de quieto mar abrir los cristales;
yo de la grana el jugo
iré a coger en arduos litorales;
aquél que, con el que múrice se encendido,
para siempre perdido
llora y lamenta Sarra con tristura;
desque, ha poco, ya priva entre la gente
el que del Occidente
remoto viene, porque más fulgura
y supera el fenicio en hermosura.
Escóndese de América gigante
en las extremas playas un poblado
grande, y no muy distante
de las ondas del piélago salado.
Pueblo al que con usura
no poca un río comerciar permite
con el ponto del Sur, y que ligeras
puedan naves veleras
ir cortando las ondas de Amphitrite.
Por ardoroso viento caldeado
está siempre el poblado;
pero de tal calor bien lo indemnizan
de agua fresca copiosos manantiales
que, con ricos caudales,
el verdor de los campos eterniza;
y de los bosques la estupidez ramas,
que las solares llamas
con apacibles sombras atemperan;
y de las tiernas pomas los frescores
con que se refrigeran
cuantos sienten de Febo los ardores.
A este poblado dieron
el nombre de Nicoya los antiguos
indios, que cerca de Darién vivieron.
Mas lo que dióle nombre indeficiente
y fama duradera,
fue la apreciada púrpura brillante
que aventaja a la tiria y la supera.
Y es cosa averiguada
que, del mar espumante en la ribera,
sobre firmes asientos asentada
una enorme escollera
surge, causando al verla sobresaltos,
pues de rocas parece una barrera
fija, expuesta del viento a los asaltos,
y de las olas a los lujos altos.
Con tesón a estas peñas agarrado,
pasa la vida un caracol marino
que (aunque de exiguo cuerpo está dotado),
la grana lo ha afamado
con cederle su tinte purpurino.
A este insigne marisco proporciona
concha sutil movible cobertura,
que deja atrás a la flexible lona;
lares dignos de celebre casona,
muelles cunas y tristes sepultura.
El indio codicioso,
del mar por los abruptos literales
se da a buscar marisco tan precioso;
y, ya hallado, con brazo poderoso
lo arranca de los agrios peñascales.
Y después, con cuidado,
en vasos de agua henchidos lo reserva,
hasta que forma ya conglomerado
de la turba reptante la caterva.
Mas, antes de arrancar del agrio risco
el preciado marisco,
cuida tú de observar con ojo atento
si, por acaso, nueva luna asoma
en la bóveda azul del firmamento,
restaurando su luz; y cuenta toma
(partiendo del primero nacimiento)
de los días exactos y cabales
en que empezó a lucir. Estas señales
observan atentamente;
pues debes cierto estar de que la luna
cuando ya va en creciente,
el cielo en la bóveda serena
deja asomar los cuernos de su frente;
entonces oportuna
a los mariscos hasta el colmo llena
con el jugo de múrice esplendente.
Empero sí cansada,
la luz fuere menguando de su disco,
y sagaz advirtiere tu mirada
que la bicorne luna en su jornada
ya empieza a envejecer; deja el marisco
espumoso y liviano
que arrastras vaya de uno en otro risco.
A no ser que pretendas, pero, en vano,
de una ingrata faena
paciente soportar la dura pena.
Ni esta industria prudente
se oculta de los indios a la gente;
pues de ella la más joven y más cuerda
a los mariscos busca en los peñones
agrios del litoral; y no se acuerda
en absoluto de los ricos dones
que, en justicia le debe,
a la pródiga en luz, cándida Febe.
Con todo, neciamente
no procede el indígena, sacando
del cóncavo marisco el esplendente
primoroso color; o afuera echando
de los urgentes vasos a la gente
gusanil, que en vivero
fecundo tiene allí, sin que primero
con atenta mirada
especule la bóveda estrellada.
Mas luego que la luna placentera
en su carroza biyuga camina
con nuevos giros por la azules esfera,
y del mundo las cumbres ilumina;
la juventud mañera
con menudos guijarros se apresura
de los vasos turgentes
las conchas a extraer, y con potentes
y repetidos golpes las tritura.
Tras esto, nada tonto,
el indio va con cautelosa mano
requiriendo las conchas; y muy pronto
y en extremo liviano,
saca el color de vívida escarlata
que en el seno de aquellos se recata.
Mas luego de a ver sido delatados
los mariscos, y estar ya colocados
por cima el haz de manejable lino;
se da a teñir el indio las sedosas
ramas y de algodón el vellocino,
con las púnicas rosas
que el múrice produce purpurino;
y que otras darle iguales
a las suyas egregias no podrían
los de Tiro famosos litorales
que, ante ellas, afrentados quedarían.
Las sedas delicadas
con vívidos fulgores centellean,
cuando se ven bañadas
en purpureo color, al que no afean
de larga vetustez las detalladas;
ni sumergido en baño caluroso,
las firmes energías
de su matiz precioso
podrán invalidar a acres lejías.
También la vestidura,
que, una vez y otra vez, en los raudales
suele limpiarse de fontana pura,
en vez de desteñirse, da señales
de mayor nitidez y más fulgura;
deleite hallando grato,
de ácidos en burlar corroedores
todo esfuerzo y conato;
firme y tenaz guardando los colores
de la grana encendida,
que han de gozar de perdurable vida.
¿Quién, ¡oh, musas! con todo, fue el primero
en escoger mariscos tuvo parte,
y para hallarlos precisó el sendero,
y enséñanos el arte
de teñir con la grana
blancos vellones de escardada lana? ....
Rumorase que un día
(¡Marino caracol, óyeme atento!)
en la costa bravía
del tirio ponto, arrebató violento
un moloso iracundo
las riquezas que guarda el mar profundo;
quedando con sangriento
jugo su ávido rictus mancillado;
y que éste del hogar fiel vigilante,
al verse vulnerado,
entera y palpitante
sacando iba la lengua; y, con cuidado
el hocico observando, halló en su hondura
el afán no apagado
de retener aún con mordedura
fiera el robo de múrice preciado;
y notó la porfía
de que lavada fuese en agua pura
la roja sangre que de aquel salía.
Mas cuando el perro trata
de limpiarse los belfos empapados
con baños de mi vivísima escarlata;
con asombrados ojos
mira también sus remos matizados
de la escarlata por los gules rojos;
y la que iba a lavarse cristalina
agua, trocarse en sangre purpurina;
y de lino los cándidos cendales,
de purpurinas gotas salpicados,
presentar espectáculos reales
que dejen a los ojos asombrados.
Y no podrá librarse de la herida,
hasta tanto le sea
la venia permitida
de poder arrancar lo que desea
linda presa, que acaso retenida
está por diente que ponzoñas crea.
Ni podrá con holgura
ya del todo entregarse a la tarea
de contemplar despacio la blancura
que, a la vista de todos, centellea.
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