lunes, 27 de noviembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro cuarto: La grana, transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

                           por la transcripción Pascual Zárate Avila 


LIBRO CUARTO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

LA GRANA Y LA PÚRPURA




Postquam Neptuni vitreos invisimus agros,
Regnaque Vulcani tremulis armata favillis;
Visere fert animus roseum cum Murice coccum, ...
Ac totum fixis oculis lustrarelaborem.

    Tras de haber de Neptuno visitado 
las eras cristalinas; 
y del Múlcifer fiero visitado 
los reinos y las rojas oficinas, 
donde trabaja armado 
de trémulas centellas mortecinas; 
el ánimo desea 
ver de la grana y múrice los rojos 
matices, y de entrambos la tarea 
toda observar con penetrantes ojos. 

    Doncella de Tritón: tú que en bermejo 
color dejas teñidos 
de los Reyes los mantos, que tejidos 
--para mayor decoro-- 
están por hilos esplendentes de oro; 
y que en vencer te gozas, en la bella 
labor de las agujas, 
a la de Lidia cándida doncella,
a quien dices que en arte sobrepujas; 
Dí, ¿a qué región plugo 
próvidas darte el primoroso jugo 
de la grana y el múrice de Tiro, 
del que colmado el universo miro? .... 
¿Quién, en los campos, de estos ricos dones 
recoge las primicias; 
y para plantaciones 
de estas matas? ¿qué tierra son propicias? 
¿Y los cultivos cuáles, 
con que nacen los vástagos reales? ... 

    De Nueva España en la región florece 
una ciudad famosa, 
que el título de tal mucho merece 
por ser en habitantes populosa, 
y de hermosas viviendas adornada: 
Además, afamada 
de su comercio por los ricos nervios,
y augusta ser morada 
en que templos levántanse soberbios. 
Ciudad, a la que fama duradera 
y honor que nada opaca, 
dio con largueza el valle de Antequera 
conocido más bien por de Oajaca. 

    A esta ciudad florida 
dejan en torno y por doquier ceñida, 
en anchuroso llano, 
campos a los que da perenne vida 
Ceres, y colma de opulento grano. 
Ciudad en que liviano 
céfiro mezcla el frío 
al calor bochornoso del estío; 
y una atmósfera tibia 
que a hombres y bestias por igual alivia. 
Resplandecen los prados 
de rosas perenales salpicados; 
y de verde follaje la esclavina 
cubre el árbol feraz, que ora se inclina 
maduras pomas prodigando; o, cauto, 
las otras tiernas para ti destinan. 

    En este rico suelo 
es deber como elevan hasta el cielo 
los sabinos su cúspide frondosa, 
y con viento abultado 
cómo entorno se ensanchan; a tal grado 
que en espira grandiosa 
surge entre ellos un árbol, cuyo tronco 
duro, salvaje, bronco, 
en gigantesco círculo se expande; 
y es, en verdad, su latitud tan grande, 
que de palmos cuarenta 
muy atrás deja la crecida cuenta; 
con que pavor causando, 
va el radio de su esfera dilatando. 

    Entre estos colosales 
árboles de abundante cabellera, 
se ven en la pradera 
resplandecer los vívidos nopales, 
a seis palmos de tierra producidos, 
y por imbele tronco sostenidos; 
a los que no tapiza 
de árbol ninguno la hoja movediza; 
ni con su sombra ahuyenta 
de las bestias el sol que las calienta. 
Mas el nopal, que vivido resiste 
del rojo sol las llamas, 
todo en rededor se viste 
con amplio traje de carnosas ramas; 
que están entretejidas 
de recia fibra por las duras tramas, 
y entorno defendidas 
de zarzas por las rígidas escamas 
que, cual nieve blanquean, 
y se ciñen la falda 
en que de la esmeralda 
los vívidos colores centellean. 

    De aquesta vestidura 
con los ricos jaeces, 
de un huevo representan la figura 
las ramas del nopal no pocas veces. 
Mas a pesar de la fibrosa trama, 
que limita el ensanche de la rama 
y poder le cercena; 
hace el árbol surtir humedad vena 
que en torno se derrama, 
y su secreto domicilio llena. 
Manantial de agua pura, 
que servirá, mañana, 
para que se apacienten con usura 
los gusanos, amigos de la grana. 

    Mas, con todo, la idea 
no formes de que en ramos lozanea 
del nopal el follaje; sino atiende 
cómo del borde mismo de la planta 
fibrosa se desprende 
nuevo frondaje en abundancia tanta; 
qué una rama con otra se eslabona, 
y con raíz potente 
ésta sube y corona 
fácil de aquella la orgullosa frente. 
Mas esta planta agreste, 
de cenicientas flores que han brotado 
de la ancha fronda, ciñese la veste; 
y de ella por encima se alza armado 
de ardua cúspide el fruto, que levanta 
flor deforme en el vértice elevado. 

    Pero sí aquesta planta 
que en los campos arraigue tú deseas, 
para obtenerla no tendrás ningunas 
laboriosas y estériles tareas. 
Las desmayadas ramas del lozano 
árbol arranca; y, fresas en tu mano, 
espárcelas, al punto, presuroso 
por el campo anchuroso. 
Y una vez que las hayas esparcido 
en besanas risueñas, 
o echándolas en medio de las peñas 
que han, grabadas de sed, endurecido; 
muy pronto, con usura, 
de frutos te darán copia segura. 

    Esta es antigua casa y soberanos 
alcázares, do habitan los gusanos 
que se tiñen de grana en los colores; 
y que gozan, ufanos, 
en extraer del árbol los licores 
tiernos; y del follaje 
en sacar copiosísimo linaje: 
Linaje, cuyo aliento 
en las floridas ramas tiene asiento; 
y su vigor lozano 
de la paterna estirpe arranca ufano. 

    Familia de costumbres 
ingenuas, y adornada 
con el color de las nevadas cumbres; 
y que ve, horrorizada, 
los tumultos de airadas muchedumbres 
y de hermanos la muerte desgraciada. 
Mas contenta y pacata, 
del húmedo nopal sobre la hoja, 
ninguna lid desata, 
ni sobre nadie con furor se arroja. 
Y por más que le preste 
ardor su mocedad, no envanecida 
da del contrario en la indefensa hueste. 

    Además, precavida, 
--mostrando gran prudencia-- 
en ambos sexos deja dividida 
toda de su mansión la descendencia. 
Sexos a los que, gala 
natura haciendo de opulentos dones, 
con propios caracteres los señala. 
Así de los varones 
el dorso tiñe con menuda gota 
de purpúreo color; y el de las hembras 
con nieve pura anota; 
y con piel muy ligera 
a entrambos cubre por igual manera. 
Piel tanto delicada, 
que si para tocarla, espoleada 
se sintiera tu mano 
por codicia febril, verás muy luego 
como sanguíneo riego 
destila la epidermis del gusano. 

    A la figura de este corresponde 
la del velloso cientopiés temido; 
sólo que aquel esconde 
la cabeza, y se ve desposeído 
de tabas y talones; 
con que, con tiesas plantas no contando, 
va, a favor de los brazos, rastreando. 

    Mas los miembros reptantes 
con negligencia tal en movimiento 
pone, que si lo vieras 
adherido a las hojas de un arbusto 
(del que ha extraído, a gusto, 
grato licor), creyeras 
que repara su cuerpo perezoso, 
aletargado en femenil reposo. 

    Mas para que el gusano 
beba el jugo sangriento que se escarpa 
del arbusto lozano; 
y de su sangre con la propia esencia 
pueda con larga mano 
más tarde enriquecer su descendencia; 
de nuevo al despuntar la primavera, 
cuando en la azul esfera 
brilla esplendente el sol; cuando la bruma 
huye veloz, y ríe la pradera, 
con césped renaciente, 
y las gélidas auras atempera 
del fogoso Titán el soplo ardiente; 
a los cautivos saca 
de las cestas de cáñamo cubiertas, 
dejando así sus cárceles desiertas. 

    Mas la industria prudente 
a los gusanos, libres de prisiones, 
guarda para, con ellos, las mansiones 
henchir, mañana, de copiosa gente. 

    Después los desparrama 
de los troncos en una y otra rama, 
con algodón muy blando 
los tiernos cuerpecillos sujetando; 
y de los machos a la grey lúcida 
el femenino bando 
mezcla y confunde, porque tengan vida. 

    Al punto, la argentada 
gusanil juventud, con obstinada 
fuerza y tenaz porfía, 
del nopal en la planta delicada 
se posa, y devorando 
con potente energía 
las dulces hojas; queda, noche y día, 
los jugos deliciosos apurando. 

    En esta deliciosa morada, 
con los machos indolentes 
la frágil hembra luego se desposa; 
y, arrojados los huevos, los ingentes 
enjambres afanosa 
cuida, sustenta y cría 
sobre los troncos de la selva umbría; 
y mayor crecimiento 
da a la ciudad con níveos ciudadanos, 
a los que infunde vigoroso aliento. 

    Aquesta de gusanos 
nívea ciudad se arrastra por las hojas; 
y, fiel a los ejemplos paternales, 
en las primaverales 
frondas sólo se abriga; 
con el hocico próvida investiga 
todo, en todo se ocupa, 
y los dulces raudales 
de la apreciada miel ávida chupa. 

    Con todo, ¿quién jamás creído hubiera 
que invadida se viera 
por contrario cruel aquesta gente 
inofensiva, y a morir viniera, 
sucumbiendo al rigor de hado inclemente? .... 
Y es, en verdad, así; pues, cuando apenas 
del florido arbolado en las antenas 
a cubrirse de nieve 
empiezan los gusanos juveniles; 
cuando de las amenas 
llanuras surge turbulenta plebe, 
y a las hojas agrestes con ímpetu hostiles 
acercándose van contrarias huestes, 
que con nada se aplacan; 
antes bien, con letales proyectiles 
a la indefensa juventud atacan. 

    La horripilante araña 
en sus redes sutiles 
al insecto infeliz prende con saña; 
y del vientre las fibras vigorosas 
roto habiéndole ya con mano aleve, 
despiadada se embebe 
en chuparle las vísceras humosas. 

    Ora, también, dañina 
con abusado pico la gallina 
lo arrebata y retiene prisionero; 
a no ser que primero, 
rota ya su clausura, 
yendo el gusano arrastras por los brazos 
de la arboleda obscura, 
los cuerpecillos roa tenazmente 
de la grey juvenil, toda blancura, 
de la púber legión, toda inocente. 

    También de voladoras 
aves compactas haces 
al insecto arrebatan triunfadoras 
con sus picos tenaces: 
y cuando, vencedoras, 
por el éter ufana se levantan, 
el triunfo de haber dado 
muerte infanda al insecto arrebatado, 
con entusiasmo clamoroso cantan. 

    Tal suele, a veces, de furor y robo 
(de pastores y ovejas para daño) 
arrebatado lobo, 
siguiendo sus instintos carniceros, 
atacar al rebaño, 
y declara la guerra a los corderos. 

    Contra estos se desata 
entonces en furor; los arrebata 
de los maternos brazos; 
y de piedad desnudo, los maltrata 
y convierte en pedazos. 

    Y, sin un punto de poner la fiera 
rabia que en sus entrañas atesora, 
en medio a la pradera, 
a los recién nacidos, 
por más tiernos y débiles, devora 
con boca ensangrentada; mientras tanto 
la grey superviviente con balidos 
la pérdida deplora 
de los que fueron por el lobo heridos. 

    Es menester, por tanto, que los campos 
no de ninguna escoria estén infectos, 
pues tal escoria pastos corrompidos 
suele proporcionar de los insectos 
malos a las catervas; 
y en torno a los nopales 
no hay que dejar en pie ninguna yerba; 
para que no la araña 
cuente con vegetales 
que acrecienten la saña 
con que forja sus vínculos letales. 

    Además, de provecho 
es que algunos criados, 
de látigo armados, 
estén de torvas aves en acecho, 
para de los sembrados 
ahuyentarlas poder; y con sus armas 
en la gallina aguda causar alarmas. 

    Empero, si con leve 
planta (válida de la noche obscura) 
a penetrar se atreve 
cautelosa la araña, y muerte aleve 
a los gusanos da; tú, con presura, 
de tal sitio recházala con fuerte 
mano; y rechaza, al par, lazos y muerte. 

    Mas no basta de tétrico enemigo 
proteger a la grana, si el abrigo 
no la pones del hálito inclemente 
de los rígidos vientos y, avisado, 
cuidadoso y prudente, 
no hurtas al beso helado 
del frío cierzo a la purpurea gente, 
que el frío cierzo y graves aguaceros, 
junto con los airados 
túrbidos vientos, signos agoreros 
son de terribles hados 
a la risueña juventud; y, fieros, 
a los amenos prados 
dejan de rojas sangre salpicados. 

    Por dónde, los asientos 
que a las plantas asigne, que de un alto 
teso a la sombra estén, que con su mole 
basta refrene los helados vientos, 
y de su crudo asalto 
a la tierna legión deje amparada. 
Con todo, si oprimida 
la juventud se viera por la helada 
estación; preparada 
leña ten encendida, 
que con sus juegos deje rodeada 
a la que está entumida; 
porque ya calentada 
por frecuente calor este, de suerte 
que ya el golpe resista de la muerte. 

    Mas cuando por los campos anchurosos 
se desatan furiosos 
aguaceros; o bien, amenazados 
por nube de granizo los ganados 
se vieren; escondidos 
a los gusanos deja, de tejidos 
espartos a la sombra, 
que de amparo le sirvan y de alfombra; 
del indígena en Ernesto las maneras 
siguiendo, que acostumbra con esteras 
bien anchas, anualmente, 
taparlos. 

    Y, en verdad, que inteligente 
muéstrase en esto el indio; pues traslada, 
de aquí y de allá, puntales 
con cuyos cabos queda superada 
la altura de los pátulos nopales, 
y hecho de esparto duro 
anchuroso velamen y seguro, 
del que un corcel se encargue, 
haciendo que se encoja o que se alargue. 

    Por éste, protegido, 
el gusano polípedo el silvestre 
verde follaje habita; y ya nutrido 
que se han, cada bimestre, 
con el polen del árbol extraído, 
de la prole los nuevos 
vástagos; se acrecientan 
y engendran, a su vez, padres longevos 
que a la familia gusanil alientan. 
Y el humor que han sacado 
los jóvenes gusanos de las frondas 
del espeso arbolado, 
el cientopiés en su delgado vientre 
en rojizo color deja trocado. 

    Como el gusano sérico, al que fama 
ubicua presta la exquisita trama 
del asirio industrioso, 
tras de haberse pacido codicioso 
de la morera en la gloriosa rama, 
llenase de ufanía 
porque ya cuenta con gigante cría; 
y las hábiles hojas que cercenan 
de la enramada amena, 
en el rápido término de un día, 
en el vientre sutil las almacena 
y las digiere con tenaz porfía; 
y, una vez digeridas de esta suerte, 
en sedosos vestidos las convierte; 
no de otro modo, ufano, 
con jugo del nopal níveo gusano, 
en su vientre mezquino 
perfecciona el color, que purpurino 
luce el Rey en su peplo soberano. 

    Después, ya que la leve 
caterva gusanil, color de nieve, 
ya de fuerzas mayores revestida 
se siente y, codiciosa, 
a su grey ha dejado toda henchida 
de la escarlata con la tinta hermosa; 
presto el colono cuida 
de arrancar de raíz, con poderosa 
mano, tal cual amena 
rama que, de gusanos con la cría, 
henchida se presenta, cuál colmena; 
y la deja pendiente, 
de la techumbre de cocina ardiente; 
o bien, a las legiones 
gusaniles, sujetas a prisiones 
en hondos agujeros, 
o amparadas por recios varejones, 
protege de los fieros 
hálitos de los turbios aquilones. 
Y con este maduro 
proceder y prudencia, 
reservado ya quedan y en seguro 
los padres de la nueva descendencia. 

    Provistas de algodón y diligentes 
vienen después las manos 
del colono a coger a los gusanos 
que yacen indolentes, 
en los campos lozanos, 
sobre las hojas del nopal ingentes; 
¡Gusanos sin ventura, 
que habrán de sucumbir con muerte dura! 

    Y es, en verdad, así; pues en tejidas 
esteras pronto el indio va extendiendo 
las de gusanos turbas escogidas; 
y de impiedad haciendo 
gala y ostentación, con encendidas 
a aguas regada deja 
a la inocente grey; y no se aleja 
de ella, mientras no advierte 
que cede toda su contraria suerte; 
salvo que encuentre agrado 
mayor en extinguir con vivo fuego 
al de gusanos escuadrón nevado, 
que no merece tal; por solo el ciego 
afán de verlo, al fin, sacrificado. 

    Cuando a esto sólo atiende, 
entonces con tizón azas pujante 
de un horno colosal el fondo enciende, 
hasta que todo quede rutilante 
por los magnos ardores 
que le causan los fuegos interiores. 
Y ya que removido 
se ve del horno el combustible ardiente, 
merced al cual, aquel está encendido, 
la juventud riente 
entra en él descuidada, 
para sentirse, a poco, sofocada 
del horno por la atmósfera caliente, 
que impune la asesina, 
y su vida consume purpurina. 

    Otras veces el indio, en anchurosos 
corrales protegidos por alambres, 
se dedica a extender de los nivosos 
gusanos los enjambres, 
del sol bajo los rayos ardorosos 
que, en extremo avivados, 
a los enjambres dejan abrazados. 

    Tal, en un tiempo, el fino
 gusano engendrador de los hilados
 de la seda sutil, cuando el destino 
tiene que sucumbir de fieros hados; 
ya soporta el sol la servidumbre 
que lo dardea con rojiza lumbre; 
o bien del mimbre freso entre las ramas, 
es arrojado a las horrendas llamas; 
y el postreme aliento 
ya estando por rendir, la inútil vida 
queda desvanecida 
en las alas letíferas del viento. 

    Luego de haber el indio con tortura 
tales, bárbaramente 
sacrificado a la purpúrea gente; 
y obligándola torvo a que las duras 
penas sufriese de la hornaza ardiente; 
centípodo el gusano, sin enojos, 
protestas, ni rencores, 
de la grama transfórmase en los rojos, 
espléndidos colores; 
y avarienta recata 
bajo su nívea piel, el de escarlata 
encendido carmín, con el que tiñen 
las ropas que se ciñen 
el bátavo, el francés, el veneciano, 
el inglés, el hispano, 
los rusos y los belgas: todo el mundo 
por tal color se muestra rubicundo! ... 

    Mas porque no la imagen lisonjera 
de gran lucro a cualquiera 
vaya a engañar, que sepa es conveniente 
cómo ganancia tal guardóla el cielo 
para colonos de la indiana gente. 

    Porque por el anhelo 
de gran lucro obtener, no pocas veces 
algunos ciudadanos, 
de gran pujanza con sus subidas creces 
sacan a los gusanos 
bermejos de los árboles floridos, 
en cuyas frondas viven esparcidos, 
para con gran usura 
dedicarse después a su cultura. 

    Mas, con todo, el centípodo gusano, 
del arbusto lozano 
ya bien nutrido con las hojas, y hecho 
a soportar del lóbrego liviano 
el soplo destructor, que de su pecho 
murmurando se escapa; o bien, tirano, 
no quiere del follaje 
sacar miembros que aumenten su linaje; 
del amo los empeños 
burla y convierte en vaporosos sueños 
el centípodo astuto, gastando su riqueza, 
que le produce de la grana el fruto, 
en la inerte quietud de la pereza. 

    Mas indio enseñado 
a soportar los ásperos rigores 
de recio trabajar, no del helado 
cierzo el soplo le espanta, 
ni teme los rojizos resplandores 
del vivo sol, que todo lo abrillanta 
cuando, en la azul esfera, 
como lámpara ardiente reverbera. 

    Así que, con estoica 
calma todo lo aguanta y lo tolera; 
y con firmeza heroica 
y no domado brío 
se burla de los hados, y supera 
a la gélida luna y al bravío 
sol, y a la lluvia, y al calor, y al frío; 
y alerta y vigilante, 
--noche y día-- por tiempo prolongado 
está siempre al cuidado 
de la preciada púrpura brillante; 
de los níveos gusanos juveniles 
rechazando a los huéspedes hostiles. 

    ¡En verdad, enojosa 
y pesada labor del que así cuida; 
pero justa y debida 
por obtener ganancia tan preciosa! 

    Ora tras mí ya el paso 
a enderezad; y pues que a mis labores 
empezadas las Musas del Parnaso 
prestado en sus favores; 
y de una vez que a alma Tetis ya le plugo 
de quieto mar abrir los cristales; 
yo de la grana el jugo 
iré a coger en arduos litorales; 
aquél que, con el que múrice se encendido, 
para siempre perdido 
llora y lamenta Sarra con tristura; 
desque, ha poco, ya priva entre la gente 
el que del Occidente 
remoto viene, porque más fulgura 
y supera el fenicio en hermosura. 

    Escóndese de América gigante 
en las extremas playas un poblado 
grande, y no muy distante 
de las ondas del piélago salado. 
Pueblo al que con usura 
no poca un río comerciar permite 
con el ponto del Sur, y que ligeras 
puedan naves veleras 
ir cortando las ondas de Amphitrite.  

    Por ardoroso viento caldeado 
está siempre el poblado; 
pero de tal calor bien lo indemnizan 
de agua fresca copiosos manantiales 
que, con ricos caudales, 
el verdor de los campos eterniza; 
y de los bosques la estupidez ramas,
 que las solares llamas 
con apacibles sombras atemperan; 
y de las tiernas pomas los frescores 
con que se refrigeran 
cuantos sienten de Febo los ardores. 

    A este poblado dieron 
el nombre de Nicoya los antiguos 
indios, que cerca de Darién vivieron. 
Mas lo que dióle nombre indeficiente 
y fama duradera, 
fue la apreciada púrpura brillante 
que aventaja a la tiria y la supera. 

    Y es cosa averiguada 
que, del mar espumante en la ribera, 
sobre firmes asientos asentada 
una enorme escollera 
surge, causando al verla sobresaltos, 
pues de rocas parece una barrera 
fija, expuesta del viento a los asaltos, 
y de las olas a los lujos altos. 

    Con tesón a estas peñas agarrado, 
pasa la vida un caracol marino 
que (aunque de exiguo cuerpo está dotado), 
la grana lo ha afamado 
con cederle su tinte purpurino. 
A este insigne marisco proporciona 
concha sutil movible cobertura, 
que deja atrás a la flexible lona; 
lares dignos de celebre casona, 
muelles cunas y tristes sepultura. 

    El indio codicioso, 
del mar por los abruptos literales 
se da a buscar marisco tan precioso; 
y, ya hallado, con brazo poderoso 
lo arranca de los agrios peñascales. 
Y después, con cuidado, 
en vasos de agua henchidos lo reserva, 
hasta que forma ya conglomerado 
de la turba reptante la caterva. 

    Mas, antes de arrancar del agrio risco 
el preciado marisco, 
cuida tú de observar con ojo atento 
si, por acaso, nueva luna asoma 
en la bóveda azul del firmamento, 
restaurando su luz; y cuenta toma 
(partiendo del primero nacimiento) 
de los días exactos y cabales 
en que empezó a lucir. Estas señales 
observan atentamente; 
pues debes cierto estar de que la luna 
cuando ya va en creciente, 
el cielo en la bóveda serena 
deja asomar los cuernos de su frente; 
entonces oportuna 
a los mariscos hasta el colmo llena 
con el jugo de múrice esplendente. 

    Empero sí cansada, 
la luz fuere menguando de su disco, 
y sagaz advirtiere tu mirada 
que la bicorne luna en su jornada 
ya empieza a envejecer; deja el marisco 
espumoso y liviano 
que arrastras vaya de uno en otro risco. 
A no ser que pretendas, pero, en vano, 
de una ingrata faena 
paciente soportar la dura pena. 

    Ni esta industria prudente 
se oculta de los indios a la gente; 
pues de ella la más joven y más cuerda 
a los mariscos busca en los peñones 
agrios del litoral; y no se acuerda 
en absoluto de los ricos dones 
que, en justicia le debe, 
a la pródiga en luz, cándida Febe. 

    Con todo, neciamente 
no procede el indígena, sacando 
del cóncavo marisco el esplendente 
primoroso color; o afuera echando 
de los urgentes vasos a la gente 
gusanil, que en vivero 
fecundo tiene allí, sin que primero 
con atenta mirada 
especule la bóveda estrellada. 

    Mas luego que la luna placentera 
en su carroza biyuga camina 
con nuevos giros por la azules esfera, 
y del mundo las cumbres ilumina; 
la juventud mañera 
con menudos guijarros se apresura 
de los vasos turgentes 
las conchas a extraer, y con potentes 
y repetidos golpes las tritura. 

    Tras esto, nada tonto, 
el indio va con cautelosa mano 
requiriendo las conchas; y muy pronto 
y en extremo liviano, 
saca el color de vívida escarlata 
que en el seno de aquellos se recata. 

    Mas luego de a ver sido delatados 
los mariscos, y estar ya colocados 
por cima el haz de manejable lino; 
se da a teñir el indio las sedosas 
ramas y de algodón el vellocino, 
con las púnicas rosas 
que el múrice produce purpurino; 
y que otras darle iguales 
a las suyas egregias no podrían 
los de Tiro famosos litorales 
que, ante ellas, afrentados quedarían. 

    Las sedas delicadas 
con vívidos fulgores centellean, 
cuando se ven bañadas 
en purpureo color, al que no afean 
de larga vetustez las detalladas; 
ni sumergido en baño caluroso, 
las firmes energías 
de su matiz precioso 
podrán invalidar a acres lejías. 

    También la vestidura, 
que, una vez y otra vez, en los raudales 
suele limpiarse de fontana pura, 
en vez de desteñirse, da señales 
de mayor nitidez y más fulgura; 
deleite hallando grato, 
de ácidos en burlar corroedores 
todo esfuerzo y conato; 
firme y tenaz guardando los colores 
de la grana encendida, 
que han de gozar de perdurable vida. 

    ¿Quién, ¡oh, musas! con todo, fue el primero 
en escoger mariscos tuvo parte, 
y para hallarlos precisó el sendero, 
y enséñanos el arte 
de teñir con la grana 
blancos vellones de escardada lana? .... 

    Rumorase que un día 
(¡Marino caracol, óyeme atento!) 
en la costa bravía 
del tirio ponto, arrebató violento 
un moloso iracundo 
las riquezas que guarda el mar profundo; 
quedando con sangriento 
jugo su ávido rictus mancillado; 
y que éste del hogar fiel vigilante, 
al verse vulnerado, 
entera y palpitante 
sacando iba la lengua; y, con cuidado 
el hocico observando, halló en su hondura 
el afán no apagado 
de retener aún con mordedura 
fiera el robo de múrice preciado; 
y notó la porfía 
de que lavada fuese en agua pura 
la roja sangre que de aquel salía. 

    Mas cuando el perro trata 
de limpiarse los belfos empapados 
con baños de mi vivísima escarlata; 
con asombrados ojos 
mira también sus remos matizados 
de la escarlata por los gules rojos; 
y la que iba a lavarse cristalina 
agua, trocarse en sangre purpurina; 
y de lino los cándidos cendales, 
de purpurinas gotas salpicados, 
presentar espectáculos reales 
que dejen a los ojos asombrados. 

    Y no podrá librarse de la herida, 
hasta tanto le sea 
la venia permitida 
de poder arrancar lo que desea 
linda presa, que acaso retenida 
está por diente que ponzoñas crea. 
Ni podrá con holgura 
ya del todo entregarse a la tarea 
de contemplar despacio la blancura 
que, a la vista de todos, centellea.





 

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