domingo, 26 de noviembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro tercero Guatemala, transcripción)

 Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila


LIBRO TERCERO 

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

CATARATAS DE GUATEMALA



Sant monti, et flammis, nocuis sat carmine nimbis,
Excidioque datum. Repetam nunc flumina cantu,
Flumina per duras saltu spumantia cautes,
Grata verecunda captant ubi frigora Nymphar.

    Ya han sido lo bastante celebrados
monte y lavas y pérfidos nublados 
y asolamientos en los versos míos: 
De mi canto al compás, hoy recordados 
por mí serán los ríos 
que, al pasar por cantiles escarpados 
de peñascos bravíos, 
saltando elevan espumosas linfas; 
donde disfrutan de apacibles fríos, 
cabe la margen, pudorosas ninfas. 

    De Náyades legiones encantadas, 
y vosotras, Dríadas, 
que vuestras formas lácteas y harto finas 
bañado habéis en ondas cristalinas; 
y tenéis por moradas 
el bosque y claro río, 
y el valle hondo y sombrío, 
donde vuestra belleza se arrebuja; 
decid, ¿quién con vigor por el vacío 
las cascadas empuja, y bajo el alta roca 
las sedes que habitáis firme coloca; 
si de ríos y peñas 
es verdad que vosotras sois las dueñas? .... 

    Existió una ciudad, a la que mala 
suerte cupo, por nombre --Guatemala; 
la de apacible cielo, y abundantes 
aguas, y numerosos habitantes, 
y rica por los frutos que regala. 

    Habíala fundado 
primero el indio en estación amena, 
de inaccesible monte y elevado 
cabe las verdes faldas; 
quedando la ciudad de árboles llena, 
y de flores del prado 
incultas, sí, por más que las espaldas 
verdinegras del monte con variado 
color siempre teñían, 
y el ambiente dejaban perfumado 
con el sutil olor que despedían. 

    Era, además, tan fértil el terreno, 
que, arado sin la reja dura, 
pródigo derramaba de su seno, 
en el pensil ameno, 
de abundante cosecha mies segura. 
A través de la cual, y del airoso 
monte so la raíz asaz profunda, 
de los vivos peñascos rumoroso 
brota limpio raudal que el valle inunda. 

    Sitio en que la robusta 
juventud apurando los raudales 
del claro arroyo gusta, 
con ellos de aplacar los tropicales 
calores, y con plácido rocío 
de fecundar pomífero plantío. 

    Esta ciudad y campos en un tiempo 
los indios cultivaron; 
más luego que del reino ya tomaron 
posesión los guerros 
españoles, y leyes empezaron 
a dictar a la gente sojuzgada; 
súbito en torrenciales aguaceros 
una terrible trompa desatada del 
(del monte acrecentada 
por copiosos veneros 
que parecían mares); 
¡dejó bajo las ondas sepultada 
la ciudad y los templos y los lares! ....

    Y para en lo futuro 
golpes --como éste-- prevenir funestos, 
pareció al español a más seguro 
sitio llevar de la ciudad los restos; 
y trasladarla a un valle, do --cual muro-- 
le diesen protección montes enhiestos, 
célebres por sus frondas, 
perenne musgo y cristalinas ondas. 

    En este sitio, lejos de los indios 
que en la mansión antigua se quedaron, 
del nuevo reino, al fin, los españoles 
los fundamentos sólidos echaron; 
y la ciudad ingente 
a un espacio valle trasladaron, 
en la que calles a cordel trazaron; 
dejándola patente 
en perímetro extenso, y al abrigo 
de contagios que el aire pestilente 
suele traer consigo. 
En situación tan buena colocada, 
que el pueblo no resiente 
el extremo calor de Cintio ardiente, 
ni de Bóreas la escarcha congelada. 

    Y para más decoro 
de la ciudad, se elevan por doquiera 
templos airosos, recamados de oro, 
cuyos techos se apoyan de cantera 
en columnas garbosas 
labradas con primor, y las arcadas 
y bóvedas grandiosas 
de continuo se miran perfumadas 
de Arabia por las gomas olorosas. 
Y, por doquier, las casas relucientes 
de nítida blancura, 
las campiñas lozanas y rientes, 
y las claras corrientes que, 
al cruzar la llanura, 
bordan de aljófar la tupida grama; 
dieron a la ciudad gloria segura, 
nombre inmortal y perdurable fama. 

    Mas, con todo, ¡ciudad infortunada! 
que para adversa suerte 
el destino tenía reservada; 
el terremoto fuerte 
sintiendo la furiosa acometida, (2) 
¡toda, en un punto, queda desplomada 
y a escombros reducida! ... 
¡Vieras caer, a una, 
los templos y las casas y los techos, 
sin excepción ninguna! 
y entrando en más detalles,
 por los peñascos rotos y deshechos 
cubierta, ¡no quedar libre una vía, 
a través de las calles! ... 

    Entre tanto, sombría 
nube, que al cielo puro 
con densa lobreguez nublado había, 
sobre el tendida, cuál manchón obscuro, 
por la ciudad doliente, 
(tras de privarla de la luz del día 
y del beso solar resplandeciente) 
súbito se desata 
de lluvia en impetuosa catarata; 
y en su undosa corriente 
del pueblo las riquezas arrebata, 
sin perdonar ninguna, 
mancilladas dejándolas de cieno, 
y sepultadas en el hondo seno 
de las aguas que ya forman laguna. 

    Después, a los clamores varoniles 
se juntan las querellas 
de los cuitados pechos juveniles, 
suspiros a miles 
van a turbar la paz de las estrellas. 
Y con llantos prolijos, 
en los que pena hondísima se encierra) 
los padres a sus hijos, 
y éstos a aquellos, ya bajo la tierra, 
lamentan sin consuelo; 
la medida quedando ya colmada 
de su trágico duelo, 
mirando la ciudad, ¡ay! tan amada, 
de sus firmes cimientos arrancada, 
¡rodar ya por el suelo! ... 

    De aquella en la presencia, 
por la parte en que el sol al Sur declina, 
se yergue gigantesca una colina 
que, con su ardua eminencia, 
parece hender la bóveda azulina, 
y con su torvo ceño 
ir de los astros a turbar el sueño; 
pretendiendo, en su encono, 
del cielo mismo amenazar el trono. 

    En el suelo espacioso 
dejó sus anchas bases asentadas 
la gigantesca mole del coloso. 
Quiérase caprichoso 
después; y a su labor no dando treguas, 
se dilata en arcadas 
que, entre sí encadenadas, 
completan en su giro veinte leguas. 

    El monte luego estrecha 
de su mole la inmensa pesadumbre; 
y una vez estrechada, poco a poco, 
decrece su espesor; y el agria cumbre 
--libre ya de boscosa servidumbre-- 
se adelgaza a tal grado, que, cual flecha 
sutil, fina y derecha, 
sube a rasgar del cielo la techumbre. 
Orgullosa, a las aves 
sobrepasando y a las nubes graves. 

    Como cuando el Olimpo con su aerío 
vértice desvanece los nublados, 
y ósa tomar asiento en los estrados 
en que el éter sutil tiene su imperio, 
llegando hasta tocar los encumbrados 
astros; y, en arrebatos de locura, 
amenaza apagar los reverberos 
del astro --rey ardiente, 
y las de Febe plácidas centellas-- 
del monte así los picos altaneros, 
empenachados con airón de brumas, 
rasgan del éter las regiones sumas, 
y pretenden llegar a las estrellas. 

    Mas, por la parte que hacia el polo helado 
se inclina, el encumbrado 
monte en aguas no abunda; 
mas del Sur por lado, 
se bañan sus vertientes 
en perennes corrientes 
que dejan el terreno fecundado. 

    Circunda a esta montaña 
del intrincado bosque la maraña 
que en tinieblas escóndela sombrías; 
a las que el reino alado 
regala con sentidas melodías 
y más, cuando la hembra 
cuida amorosa de sus piernas crías. 

    Mas el pueblo cultiva las regiones 
vecinas de este monte a las laderas, 
donde, golpe de duros azadones, 
trueca el terreno en rica sementeras; 
ora de Ceres los fecundos dones 
en los abiertos surcos encerrando, 
y los brotes de tiernas hortalizas; 
o ya también plantando 
del arbusto las ramas primerizas. 

    Aquí también con flores variadas 
se miran las campiñas matizadas; 
en que alternan las caltas amarillas 
con las de hojas moradas 
pudibundas violas y sencillas; 
a flores tan amena 
enlazándose nardos y azucena; 
que con las limpias perlas que atesoran 
la montaña decora 
en la propia estación; solo la reina 
hermosa de las flores, 
en tálamo de abrojos punzadores, 
ostentación y gala 
haciendo, con sus vivos resplandores 
a los rosales cárdenos iguala; 
y con dones jamás interrumpidos 
los prados embellecen florecidos. 

    Sin embargo, la turba --más 
atenta a la industria-- frecuenta 
del umbrífero monte las australes 
espaldas, porque en ellas alimenta 
la esperanza segura 
de obtener de los árboles frutales 
cosecha más temprana y más madura.
 Y en cultivar se afana 
aquella parte, do la tierra ardiente, 
empapada en humor muéstrese ufana, 
del bosque en medio a los umbrosos velos, 
para que venga a ser copiosa fuente 
de fructíferos dones 
que del cultor rebasen los anhelos. 
El indio pobre allí con largas creces 
coge opimos melones, 
agridulces ciruelos, 
nectáreas sidras y apretadas nueces, 
y otros mil frutos que el plantel encierra; 
con cuyos rendimientos, bienhechora, 
ubérrima la tierra 
sin cesar lo enriquece y lo mejora. 

    A más, el monte erguido 
que parece escalar el mismo cielo, 
de arriba a abajo mirase partido 
por anchurosas grietas, que hasta el suelo 
descienden de la cumbre en que han nacido, 
pero a las que festonan 
tiernas hojas de espesos matorrales; 
y en las que se amontonan 
de los robles las ramas colosales; 
hasta que, al fin, de orgullo despojado, 
por el campo inclinado 
ya suavicé y allane los caminos, 
y riegue con raudales cristalinos 
la blonda mies del rústico sembrado. 

    Naturaleza obrando con prudencia 
a estos dones juntó raro prodigio, 
con el que decoró con opulencia 
de este monte granítico el fastigio; 
puesto que, cuando el sol ya se apresura 
en las ondas a hundirse occidentales, 
radiante de hermosura 
nube arropada en cándidos cendales, 
surge en el horizonte 
todos los días, y en estrecho abrazo 
la mitad ciñe del altivo monte. 

    De la región austral, rica en escarcha, 
con perezosa marcha 
en un principio sale, simulando 
en su cursor tomar la recta vía 
al punto do brillando 
la carroza se ve de la Osa fría. 
Mas ya, después, varía; 
porque con fácil curvatura en arco 
gigantesco trocada, 
caminando porfía 
en tocar la morada 
esplendorosa, donde nace el día. 

    Con cinturón de nítida blancura 
largo tiempo rodea de los bosques 
el manto negro por la encina obscura; 
y estrecha con amor, del monte enhiesto 
la mórbida cintura. 
Mas luego que hacia el Norte convertida
 la nube en derredor vaga flotante, 
y con velo sutil deja ceñida 
la espalda del coloso amenazante; 
a la Osa humedecida 
torna otra vez al plácido semblante; 
y, libre de enojosa pesadumbre, 
por el espacio ondea; 
y del monte enriscado por la cumbre 
con majestuosa planta se pasea, 
hasta barrer con su ondulante veste 
las altas cimas del collado agreste; 
para ir, después, ligera 
a evaporarse en la cerúlea esfera. 

    Muchas veces, también, hace notado 
cómo cándidas nubes vaporosas 
con doble ceñidor dejan franjado 
el monte en sus alturas silenciosas. 
Y cómo el duplicado
 cinto, al soplo de viento delicado, 
separándose; el 1 hacia el Levante 
raudo emprende el camino, 
allá do el nuevo sol surge triunfante; 
y el otro va al Ocaso mortecino, 
do Febo apagada su fanal brillante. 
Y los dos cinturones 
lanzados en opuestas direcciones
 --a modo de saetas 
que hendiendo van del aire las regiones-- 
llegar procuran a sus propias metas; 
y del monte feraz por los tendidos 
lomos, en apretados escuadrones, 
resbalan por el viento conducidos. 

    Del monte en la ladera 
meridional levántate un poblado 
que del mártir San Pedro, a quien venera, 
el nombre augusto para si ha tomado, 
y por él se conoce por doquiera; 
Pueblo infeliz, situado 
bajo un sol tropical, donde excesiva 
impera la calor, y está infestado 
de zancudo y de mosca y de nociva 
araña; mas, con todo, celebrado 
por los prodigios que, en gran usura, 
derramó en él la pródiga Natura. 

    Porque a par de villorrio, 
por anchurosa grieta desgarrada 
--como una entraña rota-- 
la tierra deja ver una hondonada, 
de cuyos muros brota 
estrepitoso río 
que en los escollos rígidos se embota, 
cuando a saltarlos lanzase bravío; 
y en la que los peñones 
agrios simulan cóncavas mansiones. 
Mansiones que Natura 
sabia ocultó en recónditos asilos 
en los que impera la tiniebla obscura; 
y nadie de éstos admirables silos 
entrar puede en las salas, 
sí de Ariadna no cuenta con los hilos 
o baja al hondo valle por escalas. 

    Mas luego que la planta 
afirma sobre el suelo 
de la anchurosa, tétrica garganta, 
el visitante; se detiene lelo; 
y estupefacto ante belleza tanta, 
--ya del arcano el velo descorrido-- 
queda el ánimo en éxtasis sumido 
contemplando la gruta que le encanta. 

    Y con razón; pues que a la margen diestra 
del río despeñado; 
bajo peñasco cóncavo se muestra 
--igual a un monte-- pórtico encantado, 
que se extiende anchuroso 
por varios codos, y que fue labrado 
con arte primoroso 
quizá en remota y edad por la Natura, 
y por ella entallado 
con mano fácil en la peña dura. 

    De este admirable natural palacio 
el techo que extendido se dilata 
por el sutil espacio, 
sin apoyo en ninguna columnata, 
de los muros alejase; más se ata, 
con firme trabazón y estrecho nudo, 
a los salientes del peñasco rudo; 
de los cuales suspenso ya quedando, 
--de codos duplicada una decena-- 
parece que en la atmósfera serena 
la mecánica ley está violando. 
Verse, además, pendientes 
de la enarcada bóveda del techo, 
que del éter se espacios en las corrientes 
como en su propio lecho; 
endurecidos conos, cuyas puntas 
hacia el suelo inclinadas, 
de la tierra profunda sobre el pecho 
sorprendidas se miran, como espadas. 

    Según la fama cuenta, 
de estos conos, desprendidos 
del péndulo peñón que los sustenta, 
con espantosos ruidos 
cuando se despeñaron, 
muerte y escombros tras de sí dejaron. 
De aquí el grave terror en que se agitan 
cuántos el raro pórtico visitan. 

    Por todas partes, además la peña 
va a con tenaz porfía, 
ensanchando sus nervios acerados; 
y potente se adueña, 
merced a su osadía, 
aun de los mismos ásperos estrados 
que, de frágiles guijas salpicados, 
yacen en la excavada galería. 

    No, en otro tiempo, así regias mansiones 
de --asiático esplendor perenne asilo-- 
construyeron los doce faraones 
cabe la margen que fecunda el Nilo, 
gloria. Gloria ansiado inmortal y fama eterna; 
como Natura ornó con ricos dones 
el raro peristilo 
que en el fondo se ve de la caverna. 

    En el opuesto lado 
de la roca, y del río en la siniestra 
parte, fecundo yérguese un collado 
a las undosas márgenes vecino, 
al que con crespas hojas coronado 
deja verde arrayán múltiple y fino; 
quedando por el bosque, sepultado 
de olmos bajo el follaje, 
de la turba de pájaros cantores 
recrea con su música y plumaje 
en que lucen del iris los colores. 

    Más, entre todos, raya 
por sus varios matices y fulgente 
figura, la pintada Guacamaya (3) 
que, con sus corvas uñas, 
del tronco de los árboles pendiente, 
¡Una rosa parece que ha invertido 
su corola luciente! .... 
Suena por las montañas en que habita 
de sus voces el eco desabrido,
 y de címbalos rotos el chasquido 
parece remedar cuando crascita. 
Mas en extremo grata 
habrá de parecerte su hermosura, 
sí la sorprendes cuando se recata 
del bosque en la espesura: 
La miraras entonces caprichosa 
cuál retuerce su cauda, y como abulta 
y ondea de su pluma primorosa 
la carga ponderosa, 
que un mosaico mirífico resulta; 
en el que fulgen de encendida rosa 
los vivísimos gules, 
del azafrán la tinta generosa, 
y los colores del zafir azules. 

    Como a la nube róscida en el cielo 
con el arco pluvial Taumante pinta, 
y a la tierra engalana con un velo 
de variado color; y en bella cinta 
quiere estrecharla con amante celo; 
y allí, por donde suben de la humosa 
tierra más graves, cálidos vapores, 
que espesan más la nube, Iris hermosa 
en más amplio circuito los colores 
de su círculo explaya; 
de que sus alas así con los primores 
pinta el bosque, gentil la Guacamaya

    Entre la gruta por el diestro lado 
y el siniestro do yérguese el collado, 
con undoso caudal hinchado río 
del escollo encarpado 
se lanza hasta llegar al valle umbrío. 
Mas de aguas con tal cúmulo se vuelca, 
que, sacudido el valle, en su hondo seno 
resonando simula 
la ronca vos del fragoroso trueno, 
que en el espacio ulula ... 
Y por el gran clamor, que de la guerra 
con los gritos compite, 
resuena en torno la boscosa sierra; 
y los ecos que suben de la tierra, 
en su cresta el monte los repite. 

    En medio a tanto ruido, 
de la voz las sonoras vibraciones
desamparado dejan el oído; 
y es trabajo perdido 
pretender entablar conversaciones; 
pues que todas, por más que los alientos 
guturales se esfuercen, 
habrán de ser ludibrio de los vientos 
que allí poder en incontrastable ejercen. 
Cual de Isis en la tierra fabulosa, 
por vegas y peñascos se dilata 
del prócer Nilo la corriente undosa, 
y con salto rapaz en catarata 
se desprende estruendosa; 
con hórridos mugidos 
los montes asordando y los oídos; 
no de otra suerte, con sonido horrendo 
está la gruta cóncava gimiendo; 
cuando el río los duros peñascales 
azota con fortísimos caudales. 

    Mas del monte dejando ya la altura, 
se espacia en derredor por la llanura; 
alzando en su camino 
de espuma en crespado torbellino, 
y haciéndose temible 
a todos; pues que, lleno de furores, 
en su cauce terrible 
hace girar a incautos nadadores, 
que bajo la onda anéganse movible.
    
    Corre, después, bravío 
por el seno del valle hondo y sombrío,
arrastrando en sus ondas desatadas 
gigantes troncos y, a la vez, con brío 
socavando las peñas inclinadas. 
Mas, apenas el río, 
por el salto inclinada su corriente, 
hacia el profundo valle, en dura cárcel 
cautivado se siente 
y encadenado a pétreos eslabones; 
cuando lucha impaciente 
por romper de la roca las prisiones; 
y con pujanza brava, 
a través de los rígidos peñones, 
canal ingente cava. 
Rásganse en partes la peña dura 
las entrañas veternas;  
y de agua con derroche 
cava el río las lóbregas cavernas 
que envueltas quedan en profunda noche; 
a los rayos del sol siempre cerradas, 
y de florido musgo despojadas; 
en las que humanos pie no se adelanta, 
ni el astuto Coyote 
tocarlas osa con tremente planta. 

    De aquesta por en medio 
con pie veloz deslizase el torrente, 
y con las rocas que en perpetuo asedio 
le circundan, desgarra su corriente; 
hasta que, al fin, bajando 
del escollo la hondísima pendiente, 
sus ímpetus feroces renovando, 
de su caudal las ondas acreciente. 
Con las cuales, horrendo 
se va con vórtice undívago rompiendo 
del antro el pavimento rocalloso, 
bajo cuyos peñones 
el Tártaro palpita tenebroso, 
y se alzan las plutónicas mansiones 
que a la gruta rodean, 
y con tinieblas hórridas sombrean. 

    Mas el hondo barranco 
se dilata por uno y otro flanco; 
y, a manera de muros, 
se ve ceñido por escollos duros 
a los que, un tiempo, el agua de la cumbre 
carcomió con la grave pesadumbre 
de su saltar constante; 
en ellos imprimiendo, al dividirlos, 
la de copa sutil forma elegante; 
a los que esconden hora en redecillas 
espesas los helechos, 
que del peñón rotundo en las costillas 
laceradas incuban satisfechos; 
y a los que las pintadas avecillas 
--cautivas del lugar por los encantos-- 
con sus arpadas lenguas maravillas 
haciendo, regocijan con sus cantos. 

    A este barranco de espantosa hondura 
amenaza un peñón desde la altura; 
altísimo peñón, que, de lanzarse 
al fondo, por horrendo cataclismo, 
causaría pavura 
aun a las negras fauces del abismo. 
De ahí el río violento, 
de su caudal el ánfora volcada, 
a la fosa se lanza y, con 
aliento poderoso, despeñase en cascada 
que baja del abismo hasta el asiento. 

    Entonces, del erguido 
monte el crespo torrente desprendido, 
esparce sus raudales, 
por el soplo del viento humedecido, 
en menudos fragmentos de cristales; 
para, después, ligero 
desatarse en finísimo aguacero. 

    Por todas partes, en el éter blando 
va --como nube cándida-- volando 
la honda sutil; mas el que abajo impera 
tétrico golfo y frío, 
agitando su espúmea cabellera, 
con batahola fiera 
hace estallar al báratro sombrío.
Y avara y destructora 
desportilla la onda las combadas 
riberas, y en su vórtice devora 
a las ingentes rocas desgajadas. 
Tal como el mar, cuando pujante vientos 
alteran sus tranquilos elementos, 
ya dispara irritado 
sus leves ondas hasta el cielo, al grado 
de que de éste a la cima 
juzgases que ya el ponto se aproxima; 
ya por las rotas aguas el profundo 
lecho deja entrever; y furibundo 
anhela ensordecer con espantables 
gritos --como de túrbidas galernas-- 
los senos insondables 
de las tartáreas lóbregas cavernas. 

    Y hace que de su furia a los asaltos 
cedan los rocallosos arrecifes 
y malecones altos; 
en su torcido seno 
sepultando a los cóncavos esquifes, 
honor un tiempo del boscaje ameno. 
No de otra suerte la onda, protegida 
del cavado peñón por la trinchera, 
tras de la cual con impaciencia bulle, 
a las rocas ataca enfurecida; 
y tregua ni espera, 
con avarienta boca las engulle. 

    En círculo encuadrada de rocío, 
la progenie de la hija de Taumante 
habita con frecuencia en este río, 
el cual, herido por el sol brillante, 
copia (al correr sonoro) el atavío 
de Iris hermosa, y róbale el semblante. 
Porque tan luego como el sol dorado 
del hespérico mar a las regiones 
endereza su curso, y con cansado 
timón va dirigiendo sus bidones, 
entonces del sereno 
polo desciende la junonia ninfa, 
que se recuesta plácida en el seno 
de la fluvial y transparente linfa; 
donde, oponiendo el río a los fulgores 
del áureo sol, que vívidos flamean, 
de la disuelta luz varios colores l
as cristalinas ondas espejean. 

    Mas una vez que de la ninfa hermosa 
ha de los bellos cendales sacudido 
el torrente y, con golpe repetido, 
cavado el seno de la ingente fosa; 
conduce sus caudales 
por las espaldas del escollo hendido, 
y con paso veloz luego se aleja, 
y el ancho abismo abandonado deja .... 
Mas por las aguas el canal gastado, 
y al golpe de la roca dividida 
en extremo inclinado, 
salta al abismo en rápida caída. 
Y cuando al fondo rueda, 
ni un rumor leve en el oído queda 
resonando; antes bien, se precipita 
rápido y silencioso 
al fondo del abismo, en el que habita 
obscura noche y sepulcral reposo. 
Hasta que, nuevamente, 
del pacífico mar a las remotas 
playas vuelva su gélida corriente, 
mezclando la amargura de sus gotas 
al amargor del piélago rugiente. 

    Aquí toda la noble Guatemala, 
año tras año, viene y se regala, 
cuando racha inverniza 
el curso de los miembros paraliza, 
y bruma glacial los campos tala. 
Estribando en la escala 
que suspendida está del alta cumbre, 
todos bajan, y tocan la techumbre 
de la admirable peñascosa sala; 
y, por medio de un puente, 
dominan de las aguas la corriente; 
hasta que ya mirándose hospedados 
bajo el peñón saliente, 
con ojos asombrados 
contemplan los peñascos excavados, 
donde sublime sensación se siente. 

    Todo admiran, y todo los eleva; 
el monte alto y sombrío, 
el despeñado río, 
y la de ninfas encantada cueva. 
Mas, con todo, teniendo 
bien cerrada la boca, van siguiendo 
del conductor los gestos y señales; 
ya quieran saludar a los leales 
amigos; o, al mirar que ya muriendo 
del sol están las brasas, 
dar la vuelta prefieran a sus casas. 

    En silencio profundo 
la Libia deja el floreciente valle 
que el Nilo empapa con raudal fecundo; 
y que sus siete maravillas calle 
también el viejo mundo, 
con las que hace que estalle 
en rumores la fama vocinglera, 
pregonando alabanzas por doquiera; 
que esté de Guatemala 
valle feliz supera 
a todos en portentos y hermosura; 
y del globo en la anchura 
nadie con él compite, ni se iguala. 
Que en él tienen las ninfas 
grutas umbrosas, a que dan frescura 
de manantiales. las perennes linfas. 
Mansiones encantadas 
con bálsamos del monte perfumadas; 
y en las que, a todas horas, 
se compacta legión aves canoras 
dan al viento canciones regaladas. 




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