Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO TERCERO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
CATARATAS DE GUATEMALA
Sant monti, et flammis, nocuis sat carmine nimbis,
Excidioque datum. Repetam nunc flumina cantu,
Flumina per duras saltu spumantia cautes,
Grata verecunda captant ubi frigora Nymphar.
Ya han sido lo bastante celebrados
monte y lavas y pérfidos nublados
y asolamientos en los versos míos:
De mi canto al compás, hoy recordados
por mí serán los ríos
que, al pasar por cantiles escarpados
de peñascos bravíos,
saltando elevan espumosas linfas;
donde disfrutan de apacibles fríos,
cabe la margen, pudorosas ninfas.
De Náyades legiones encantadas,
y vosotras, Dríadas,
que vuestras formas lácteas y harto finas
bañado habéis en ondas cristalinas;
y tenéis por moradas
el bosque y claro río,
y el valle hondo y sombrío,
donde vuestra belleza se arrebuja;
decid, ¿quién con vigor por el vacío
las cascadas empuja, y bajo el alta roca
las sedes que habitáis firme coloca;
si de ríos y peñas
es verdad que vosotras sois las dueñas? ....
Existió una ciudad, a la que mala
suerte cupo, por nombre --Guatemala;
la de apacible cielo, y abundantes
aguas, y numerosos habitantes,
y rica por los frutos que regala.
Habíala fundado
primero el indio en estación amena,
de inaccesible monte y elevado
cabe las verdes faldas;
quedando la ciudad de árboles llena,
y de flores del prado
incultas, sí, por más que las espaldas
verdinegras del monte con variado
color siempre teñían,
y el ambiente dejaban perfumado
con el sutil olor que despedían.
Era, además, tan fértil el terreno,
que, arado sin la reja dura,
pródigo derramaba de su seno,
en el pensil ameno,
de abundante cosecha mies segura.
A través de la cual, y del airoso
monte so la raíz asaz profunda,
de los vivos peñascos rumoroso
brota limpio raudal que el valle inunda.
Sitio en que la robusta
juventud apurando los raudales
del claro arroyo gusta,
con ellos de aplacar los tropicales
calores, y con plácido rocío
de fecundar pomífero plantío.
Esta ciudad y campos en un tiempo
los indios cultivaron;
más luego que del reino ya tomaron
posesión los guerros
españoles, y leyes empezaron
a dictar a la gente sojuzgada;
súbito en torrenciales aguaceros
una terrible trompa desatada del
(del monte acrecentada
por copiosos veneros
que parecían mares);
¡dejó bajo las ondas sepultada
la ciudad y los templos y los lares! ....
Y para en lo futuro
golpes --como éste-- prevenir funestos,
pareció al español a más seguro
sitio llevar de la ciudad los restos;
y trasladarla a un valle, do --cual muro--
le diesen protección montes enhiestos,
célebres por sus frondas,
perenne musgo y cristalinas ondas.
En este sitio, lejos de los indios
que en la mansión antigua se quedaron,
del nuevo reino, al fin, los españoles
los fundamentos sólidos echaron;
y la ciudad ingente
a un espacio valle trasladaron,
en la que calles a cordel trazaron;
dejándola patente
en perímetro extenso, y al abrigo
de contagios que el aire pestilente
suele traer consigo.
En situación tan buena colocada,
que el pueblo no resiente
el extremo calor de Cintio ardiente,
ni de Bóreas la escarcha congelada.
Y para más decoro
de la ciudad, se elevan por doquiera
templos airosos, recamados de oro,
cuyos techos se apoyan de cantera
en columnas garbosas
labradas con primor, y las arcadas
y bóvedas grandiosas
de continuo se miran perfumadas
de Arabia por las gomas olorosas.
Y, por doquier, las casas relucientes
de nítida blancura,
las campiñas lozanas y rientes,
y las claras corrientes que,
al cruzar la llanura,
bordan de aljófar la tupida grama;
dieron a la ciudad gloria segura,
nombre inmortal y perdurable fama.
Mas, con todo, ¡ciudad infortunada!
que para adversa suerte
el destino tenía reservada;
el terremoto fuerte
sintiendo la furiosa acometida, (2)
¡toda, en un punto, queda desplomada
y a escombros reducida! ...
¡Vieras caer, a una,
los templos y las casas y los techos,
sin excepción ninguna!
y entrando en más detalles,
por los peñascos rotos y deshechos
cubierta, ¡no quedar libre una vía,
a través de las calles! ...
Entre tanto, sombría
nube, que al cielo puro
con densa lobreguez nublado había,
sobre el tendida, cuál manchón obscuro,
por la ciudad doliente,
(tras de privarla de la luz del día
y del beso solar resplandeciente)
súbito se desata
de lluvia en impetuosa catarata;
y en su undosa corriente
del pueblo las riquezas arrebata,
sin perdonar ninguna,
mancilladas dejándolas de cieno,
y sepultadas en el hondo seno
de las aguas que ya forman laguna.
Después, a los clamores varoniles
se juntan las querellas
de los cuitados pechos juveniles,
suspiros a miles
van a turbar la paz de las estrellas.
Y con llantos prolijos,
en los que pena hondísima se encierra)
los padres a sus hijos,
y éstos a aquellos, ya bajo la tierra,
lamentan sin consuelo;
la medida quedando ya colmada
de su trágico duelo,
mirando la ciudad, ¡ay! tan amada,
de sus firmes cimientos arrancada,
¡rodar ya por el suelo! ...
De aquella en la presencia,
por la parte en que el sol al Sur declina,
se yergue gigantesca una colina
que, con su ardua eminencia,
parece hender la bóveda azulina,
y con su torvo ceño
ir de los astros a turbar el sueño;
pretendiendo, en su encono,
del cielo mismo amenazar el trono.
En el suelo espacioso
dejó sus anchas bases asentadas
la gigantesca mole del coloso.
Quiérase caprichoso
después; y a su labor no dando treguas,
se dilata en arcadas
que, entre sí encadenadas,
completan en su giro veinte leguas.
El monte luego estrecha
de su mole la inmensa pesadumbre;
y una vez estrechada, poco a poco,
decrece su espesor; y el agria cumbre
--libre ya de boscosa servidumbre--
se adelgaza a tal grado, que, cual flecha
sutil, fina y derecha,
sube a rasgar del cielo la techumbre.
Orgullosa, a las aves
sobrepasando y a las nubes graves.
Como cuando el Olimpo con su aerío
vértice desvanece los nublados,
y ósa tomar asiento en los estrados
en que el éter sutil tiene su imperio,
llegando hasta tocar los encumbrados
astros; y, en arrebatos de locura,
amenaza apagar los reverberos
del astro --rey ardiente,
y las de Febe plácidas centellas--
del monte así los picos altaneros,
empenachados con airón de brumas,
rasgan del éter las regiones sumas,
y pretenden llegar a las estrellas.
Mas, por la parte que hacia el polo helado
se inclina, el encumbrado
monte en aguas no abunda;
mas del Sur por lado,
se bañan sus vertientes
en perennes corrientes
que dejan el terreno fecundado.
Circunda a esta montaña
del intrincado bosque la maraña
que en tinieblas escóndela sombrías;
a las que el reino alado
regala con sentidas melodías
y más, cuando la hembra
cuida amorosa de sus piernas crías.
Mas el pueblo cultiva las regiones
vecinas de este monte a las laderas,
donde, golpe de duros azadones,
trueca el terreno en rica sementeras;
ora de Ceres los fecundos dones
en los abiertos surcos encerrando,
y los brotes de tiernas hortalizas;
o ya también plantando
del arbusto las ramas primerizas.
Aquí también con flores variadas
se miran las campiñas matizadas;
en que alternan las caltas amarillas
con las de hojas moradas
pudibundas violas y sencillas;
a flores tan amena
enlazándose nardos y azucena;
que con las limpias perlas que atesoran
la montaña decora
en la propia estación; solo la reina
hermosa de las flores,
en tálamo de abrojos punzadores,
ostentación y gala
haciendo, con sus vivos resplandores
a los rosales cárdenos iguala;
y con dones jamás interrumpidos
los prados embellecen florecidos.
Sin embargo, la turba --más
atenta a la industria-- frecuenta
del umbrífero monte las australes
espaldas, porque en ellas alimenta
la esperanza segura
de obtener de los árboles frutales
cosecha más temprana y más madura.
Y en cultivar se afana
aquella parte, do la tierra ardiente,
empapada en humor muéstrese ufana,
del bosque en medio a los umbrosos velos,
para que venga a ser copiosa fuente
de fructíferos dones
que del cultor rebasen los anhelos.
El indio pobre allí con largas creces
coge opimos melones,
agridulces ciruelos,
nectáreas sidras y apretadas nueces,
y otros mil frutos que el plantel encierra;
con cuyos rendimientos, bienhechora,
ubérrima la tierra
sin cesar lo enriquece y lo mejora.
A más, el monte erguido
que parece escalar el mismo cielo,
de arriba a abajo mirase partido
por anchurosas grietas, que hasta el suelo
descienden de la cumbre en que han nacido,
pero a las que festonan
tiernas hojas de espesos matorrales;
y en las que se amontonan
de los robles las ramas colosales;
hasta que, al fin, de orgullo despojado,
por el campo inclinado
ya suavicé y allane los caminos,
y riegue con raudales cristalinos
la blonda mies del rústico sembrado.
Naturaleza obrando con prudencia
a estos dones juntó raro prodigio,
con el que decoró con opulencia
de este monte granítico el fastigio;
puesto que, cuando el sol ya se apresura
en las ondas a hundirse occidentales,
radiante de hermosura
nube arropada en cándidos cendales,
surge en el horizonte
todos los días, y en estrecho abrazo
la mitad ciñe del altivo monte.
De la región austral, rica en escarcha,
con perezosa marcha
en un principio sale, simulando
en su cursor tomar la recta vía
al punto do brillando
la carroza se ve de la Osa fría.
Mas ya, después, varía;
porque con fácil curvatura en arco
gigantesco trocada,
caminando porfía
en tocar la morada
esplendorosa, donde nace el día.
Con cinturón de nítida blancura
largo tiempo rodea de los bosques
el manto negro por la encina obscura;
y estrecha con amor, del monte enhiesto
la mórbida cintura.
Mas luego que hacia el Norte convertida
la nube en derredor vaga flotante,
y con velo sutil deja ceñida
la espalda del coloso amenazante;
a la Osa humedecida
torna otra vez al plácido semblante;
y, libre de enojosa pesadumbre,
por el espacio ondea;
y del monte enriscado por la cumbre
con majestuosa planta se pasea,
hasta barrer con su ondulante veste
las altas cimas del collado agreste;
para ir, después, ligera
a evaporarse en la cerúlea esfera.
Muchas veces, también, hace notado
cómo cándidas nubes vaporosas
con doble ceñidor dejan franjado
el monte en sus alturas silenciosas.
Y cómo el duplicado
cinto, al soplo de viento delicado,
separándose; el 1 hacia el Levante
raudo emprende el camino,
allá do el nuevo sol surge triunfante;
y el otro va al Ocaso mortecino,
do Febo apagada su fanal brillante.
Y los dos cinturones
lanzados en opuestas direcciones
--a modo de saetas
que hendiendo van del aire las regiones--
llegar procuran a sus propias metas;
y del monte feraz por los tendidos
lomos, en apretados escuadrones,
resbalan por el viento conducidos.
Del monte en la ladera
meridional levántate un poblado
que del mártir San Pedro, a quien venera,
el nombre augusto para si ha tomado,
y por él se conoce por doquiera;
Pueblo infeliz, situado
bajo un sol tropical, donde excesiva
impera la calor, y está infestado
de zancudo y de mosca y de nociva
araña; mas, con todo, celebrado
por los prodigios que, en gran usura,
derramó en él la pródiga Natura.
Porque a par de villorrio,
por anchurosa grieta desgarrada
--como una entraña rota--
la tierra deja ver una hondonada,
de cuyos muros brota
estrepitoso río
que en los escollos rígidos se embota,
cuando a saltarlos lanzase bravío;
y en la que los peñones
agrios simulan cóncavas mansiones.
Mansiones que Natura
sabia ocultó en recónditos asilos
en los que impera la tiniebla obscura;
y nadie de éstos admirables silos
entrar puede en las salas,
sí de Ariadna no cuenta con los hilos
o baja al hondo valle por escalas.
Mas luego que la planta
afirma sobre el suelo
de la anchurosa, tétrica garganta,
el visitante; se detiene lelo;
y estupefacto ante belleza tanta,
--ya del arcano el velo descorrido--
queda el ánimo en éxtasis sumido
contemplando la gruta que le encanta.
Y con razón; pues que a la margen diestra
del río despeñado;
bajo peñasco cóncavo se muestra
--igual a un monte-- pórtico encantado,
que se extiende anchuroso
por varios codos, y que fue labrado
con arte primoroso
quizá en remota y edad por la Natura,
y por ella entallado
con mano fácil en la peña dura.
De este admirable natural palacio
el techo que extendido se dilata
por el sutil espacio,
sin apoyo en ninguna columnata,
de los muros alejase; más se ata,
con firme trabazón y estrecho nudo,
a los salientes del peñasco rudo;
de los cuales suspenso ya quedando,
--de codos duplicada una decena--
parece que en la atmósfera serena
la mecánica ley está violando.
Verse, además, pendientes
de la enarcada bóveda del techo,
que del éter se espacios en las corrientes
como en su propio lecho;
endurecidos conos, cuyas puntas
hacia el suelo inclinadas,
de la tierra profunda sobre el pecho
sorprendidas se miran, como espadas.
Según la fama cuenta,
de estos conos, desprendidos
del péndulo peñón que los sustenta,
con espantosos ruidos
cuando se despeñaron,
muerte y escombros tras de sí dejaron.
De aquí el grave terror en que se agitan
cuántos el raro pórtico visitan.
Por todas partes, además la peña
va a con tenaz porfía,
ensanchando sus nervios acerados;
y potente se adueña,
merced a su osadía,
aun de los mismos ásperos estrados
que, de frágiles guijas salpicados,
yacen en la excavada galería.
No, en otro tiempo, así regias mansiones
de --asiático esplendor perenne asilo--
construyeron los doce faraones
cabe la margen que fecunda el Nilo,
gloria. Gloria ansiado inmortal y fama eterna;
como Natura ornó con ricos dones
el raro peristilo
que en el fondo se ve de la caverna.
En el opuesto lado
de la roca, y del río en la siniestra
parte, fecundo yérguese un collado
a las undosas márgenes vecino,
al que con crespas hojas coronado
deja verde arrayán múltiple y fino;
quedando por el bosque, sepultado
de olmos bajo el follaje,
de la turba de pájaros cantores
recrea con su música y plumaje
en que lucen del iris los colores.
Más, entre todos, raya
por sus varios matices y fulgente
figura, la pintada Guacamaya (3)
que, con sus corvas uñas,
del tronco de los árboles pendiente,
¡Una rosa parece que ha invertido
su corola luciente! ....
Suena por las montañas en que habita
de sus voces el eco desabrido,
y de címbalos rotos el chasquido
parece remedar cuando crascita.
Mas en extremo grata
habrá de parecerte su hermosura,
sí la sorprendes cuando se recata
del bosque en la espesura:
La miraras entonces caprichosa
cuál retuerce su cauda, y como abulta
y ondea de su pluma primorosa
la carga ponderosa,
que un mosaico mirífico resulta;
en el que fulgen de encendida rosa
los vivísimos gules,
del azafrán la tinta generosa,
y los colores del zafir azules.
Como a la nube róscida en el cielo
con el arco pluvial Taumante pinta,
y a la tierra engalana con un velo
de variado color; y en bella cinta
quiere estrecharla con amante celo;
y allí, por donde suben de la humosa
tierra más graves, cálidos vapores,
que espesan más la nube, Iris hermosa
en más amplio circuito los colores
de su círculo explaya;
de que sus alas así con los primores
pinta el bosque, gentil la Guacamaya.
Entre la gruta por el diestro lado
y el siniestro do yérguese el collado,
con undoso caudal hinchado río
del escollo encarpado
se lanza hasta llegar al valle umbrío.
Mas de aguas con tal cúmulo se vuelca,
que, sacudido el valle, en su hondo seno
resonando simula
la ronca vos del fragoroso trueno,
que en el espacio ulula ...
Y por el gran clamor, que de la guerra
con los gritos compite,
resuena en torno la boscosa sierra;
y los ecos que suben de la tierra,
en su cresta el monte los repite.
En medio a tanto ruido,
de la voz las sonoras vibraciones
desamparado dejan el oído;
y es trabajo perdido
pretender entablar conversaciones;
pues que todas, por más que los alientos
guturales se esfuercen,
habrán de ser ludibrio de los vientos
que allí poder en incontrastable ejercen.
Cual de Isis en la tierra fabulosa,
por vegas y peñascos se dilata
del prócer Nilo la corriente undosa,
y con salto rapaz en catarata
se desprende estruendosa;
con hórridos mugidos
los montes asordando y los oídos;
no de otra suerte, con sonido horrendo
está la gruta cóncava gimiendo;
cuando el río los duros peñascales
azota con fortísimos caudales.
Mas del monte dejando ya la altura,
se espacia en derredor por la llanura;
alzando en su camino
de espuma en crespado torbellino,
y haciéndose temible
a todos; pues que, lleno de furores,
en su cauce terrible
hace girar a incautos nadadores,
que bajo la onda anéganse movible.
Corre, después, bravío
por el seno del valle hondo y sombrío,
arrastrando en sus ondas desatadas
gigantes troncos y, a la vez, con brío
socavando las peñas inclinadas.
Mas, apenas el río,
por el salto inclinada su corriente,
hacia el profundo valle, en dura cárcel
cautivado se siente
y encadenado a pétreos eslabones;
cuando lucha impaciente
por romper de la roca las prisiones;
y con pujanza brava,
a través de los rígidos peñones,
canal ingente cava.
Rásganse en partes la peña dura
las entrañas veternas;
y de agua con derroche
cava el río las lóbregas cavernas
que envueltas quedan en profunda noche;
a los rayos del sol siempre cerradas,
y de florido musgo despojadas;
en las que humanos pie no se adelanta,
ni el astuto Coyote
tocarlas osa con tremente planta.
De aquesta por en medio
con pie veloz deslizase el torrente,
y con las rocas que en perpetuo asedio
le circundan, desgarra su corriente;
hasta que, al fin, bajando
del escollo la hondísima pendiente,
sus ímpetus feroces renovando,
de su caudal las ondas acreciente.
Con las cuales, horrendo
se va con vórtice undívago rompiendo
del antro el pavimento rocalloso,
bajo cuyos peñones
el Tártaro palpita tenebroso,
y se alzan las plutónicas mansiones
que a la gruta rodean,
y con tinieblas hórridas sombrean.
Mas el hondo barranco
se dilata por uno y otro flanco;
y, a manera de muros,
se ve ceñido por escollos duros
a los que, un tiempo, el agua de la cumbre
carcomió con la grave pesadumbre
de su saltar constante;
en ellos imprimiendo, al dividirlos,
la de copa sutil forma elegante;
a los que esconden hora en redecillas
espesas los helechos,
que del peñón rotundo en las costillas
laceradas incuban satisfechos;
y a los que las pintadas avecillas
--cautivas del lugar por los encantos--
con sus arpadas lenguas maravillas
haciendo, regocijan con sus cantos.
A este barranco de espantosa hondura
amenaza un peñón desde la altura;
altísimo peñón, que, de lanzarse
al fondo, por horrendo cataclismo,
causaría pavura
aun a las negras fauces del abismo.
De ahí el río violento,
de su caudal el ánfora volcada,
a la fosa se lanza y, con
aliento poderoso, despeñase en cascada
que baja del abismo hasta el asiento.
Entonces, del erguido
monte el crespo torrente desprendido,
esparce sus raudales,
por el soplo del viento humedecido,
en menudos fragmentos de cristales;
para, después, ligero
desatarse en finísimo aguacero.
Por todas partes, en el éter blando
va --como nube cándida-- volando
la honda sutil; mas el que abajo impera
tétrico golfo y frío,
agitando su espúmea cabellera,
con batahola fiera
hace estallar al báratro sombrío.
Y avara y destructora
desportilla la onda las combadas
riberas, y en su vórtice devora
a las ingentes rocas desgajadas.
Tal como el mar, cuando pujante vientos
alteran sus tranquilos elementos,
ya dispara irritado
sus leves ondas hasta el cielo, al grado
de que de éste a la cima
juzgases que ya el ponto se aproxima;
ya por las rotas aguas el profundo
lecho deja entrever; y furibundo
anhela ensordecer con espantables
gritos --como de túrbidas galernas--
los senos insondables
de las tartáreas lóbregas cavernas.
Y hace que de su furia a los asaltos
cedan los rocallosos arrecifes
y malecones altos;
en su torcido seno
sepultando a los cóncavos esquifes,
honor un tiempo del boscaje ameno.
No de otra suerte la onda, protegida
del cavado peñón por la trinchera,
tras de la cual con impaciencia bulle,
a las rocas ataca enfurecida;
y tregua ni espera,
con avarienta boca las engulle.
En círculo encuadrada de rocío,
la progenie de la hija de Taumante
habita con frecuencia en este río,
el cual, herido por el sol brillante,
copia (al correr sonoro) el atavío
de Iris hermosa, y róbale el semblante.
Porque tan luego como el sol dorado
del hespérico mar a las regiones
endereza su curso, y con cansado
timón va dirigiendo sus bidones,
entonces del sereno
polo desciende la junonia ninfa,
que se recuesta plácida en el seno
de la fluvial y transparente linfa;
donde, oponiendo el río a los fulgores
del áureo sol, que vívidos flamean,
de la disuelta luz varios colores l
as cristalinas ondas espejean.
Mas una vez que de la ninfa hermosa
ha de los bellos cendales sacudido
el torrente y, con golpe repetido,
cavado el seno de la ingente fosa;
conduce sus caudales
por las espaldas del escollo hendido,
y con paso veloz luego se aleja,
y el ancho abismo abandonado deja ....
Mas por las aguas el canal gastado,
y al golpe de la roca dividida
en extremo inclinado,
salta al abismo en rápida caída.
Y cuando al fondo rueda,
ni un rumor leve en el oído queda
resonando; antes bien, se precipita
rápido y silencioso
al fondo del abismo, en el que habita
obscura noche y sepulcral reposo.
Hasta que, nuevamente,
del pacífico mar a las remotas
playas vuelva su gélida corriente,
mezclando la amargura de sus gotas
al amargor del piélago rugiente.
Aquí toda la noble Guatemala,
año tras año, viene y se regala,
cuando racha inverniza
el curso de los miembros paraliza,
y bruma glacial los campos tala.
Estribando en la escala
que suspendida está del alta cumbre,
todos bajan, y tocan la techumbre
de la admirable peñascosa sala;
y, por medio de un puente,
dominan de las aguas la corriente;
hasta que ya mirándose hospedados
bajo el peñón saliente,
con ojos asombrados
contemplan los peñascos excavados,
donde sublime sensación se siente.
Todo admiran, y todo los eleva;
el monte alto y sombrío,
el despeñado río,
y la de ninfas encantada cueva.
Mas, con todo, teniendo
bien cerrada la boca, van siguiendo
del conductor los gestos y señales;
ya quieran saludar a los leales
amigos; o, al mirar que ya muriendo
del sol están las brasas,
dar la vuelta prefieran a sus casas.
En silencio profundo
la Libia deja el floreciente valle
que el Nilo empapa con raudal fecundo;
y que sus siete maravillas calle
también el viejo mundo,
con las que hace que estalle
en rumores la fama vocinglera,
pregonando alabanzas por doquiera;
que esté de Guatemala
valle feliz supera
a todos en portentos y hermosura;
y del globo en la anchura
nadie con él compite, ni se iguala.
Que en él tienen las ninfas
grutas umbrosas, a que dan frescura
de manantiales. las perennes linfas.
Mansiones encantadas
con bálsamos del monte perfumadas;
y en las que, a todas horas,
se compacta legión aves canoras
dan al viento canciones regaladas.
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