Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO SEGUNDO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
EL JORULLO
"Nunc, quique, Xoruli Vulcania regnare canendo
Persequar, et nigras montis penetrabo cavernas
Qui mala tot populis, clademnque minatus acerbam"...
Los volcánicos reinos del Jorullo (1)
de mis cantos también objeto ahora
habrán de ser; y llegaré hasta el fondo
de las cavernas hórridas del monte
que, amenazando al pueblo tantos males
y acerca destrucción, los floreciente
campos en rica miel dejó asolados;
cuando impaciente ya, por sus entrañas
rotas se abrió camino, densos globos
de llamas y peñascos gigantescos
vomitando feroz; y con pavura
fría a las gentes sacudiendo, como
si ya del orbe el postrimero día
a cumplir se aprestase.
Más aun cuando
a el alma agranden los floridos huertos,
y halle placer en los arroyos puros
que, a través de los prados ubertosos
deslizando se van; con todo, a veces,
no faltan quienes gocen con atenta
vista en mirar, de lejos, espectáculos
que los llenen de horror.
Feraz Pomona:
tú que el furor del monte soportaste,
y del negro volcán con las sutiles
pavesas te miraste consumida;
dinos ¿que mieses agostó en los campos
ignívomo el Jorullo, y que tupidos
bosques dejó desnudos de la fuerza
obscura del follaje; a quien, furioso,
con las armas la guerra hasta el Olimpo
atrevióse a llevar, proporcionando
con las nocturnas llamas horrorosos
cuadros, en que a la vista se presentan
todas las cosas que del fuego han sido
presa segura, y las que del terrible
estrago cuenta dan?
Érase un valle
con el antiguo nombre de Jorullo
de todos conocido; valle extenso,
cuya área se dilata, por doquiera,
a través de praderas anchurosas.
Valle apto, por igual, para el cultivo
de la caña de azúcar y el ganado
fértil agostadero; en él las aguas
de numerosos ríos fecundizan
las productivas tierras, a las que ornan
los silenciosos, taciturnos bosques
de árboles mil con el ramaje espeso.
De estas fértiles vegas una parte
para las cañas destinado había
el rústico cultor, y en ellas rica
la tierra hendía con arados ciento.
La otra quedaba circunscrita sólo
para nutrir con abundoso pasto
a numerosas greyes.
Las colmenas,
recamadas de gotas de rocío,
se hinchan de miel, que es delicioso néctar,
y las cañas de almíbar rebosantes
en quebradizos conos se aprisionan.
Ningún aprisco allí, dentro su seno
al rebaño lanígero encerraba;
sino que, en plena libertad, errante
vagaba por las selvas y los campos
anchurosos, llevando en su compaña
de vigilantes perros la traílla,
a la que, en torno de él, con el cayado
aguijaba el pastor.
Luego el coloso,
de los carneros al rebaño torpe
juntó la tribu de pacientes bueyes,
y la familia de ligeros potros
que en la abierta llanura despuntaban
los tiernos tallos del risueño césped,
o iban ufanos en el bosque umbroso
a gozar de frescos.
Mas porque el campo
no al labrador viniese de fastidio
objeto, al fin, a ser; Naturaleza
providente a aumentar vino las aves
que vuelan en bandadas; porque mansas
solacen al cansado, y con ingenio
apacible reparen el perdido
vigor del alma, y por acerbas cuitas
al oprimido corazón embarguen
en oculto placer.
De aquí que, de ánades
numeroso escuadrón; de aquí que el ganso
locuaz, y la gallina (de su prole
la más fiel guardadora) la cohorte
compacta de las aves aumentasen,
tras sí llevando a sus polluelos tiernos
que pipiaban sin cesar, alzando
persistente clamor. ...
Más, entre todas,
el pintado Pavón --ave de Juno--
campa soberbio: con la sien ceñida
de sideral diadema, ya gozando
con su cola de perlas matizada
el vil polvo en barrer; ya de su frente
el penacho de estrellas levantado,
en pasear ufanase, engreído
por el vano esplendor de su plumaje,
y por doquiera en ir con lento paso
círculos caprichosos describiendo.
A más de esto, veloces las palomas
--blanca legión de Venus Citerea--
de gigantesca torre despeñadas,
por el éter azul alternos grupos
entre sí concertaban, por raudo
vuelo ser impulsadas consentían
varios giros formando; hasta el extremo
de velar con sus alas la esplendente
lumbre del astro-rey!...
Empero, cuando
de los campos tomaban a los techos
para ellas conocidos; amanera
de preñada nube, de la casa
los anchurosos patios invadían;
y cada cual, para sustento propio
y el de sus crías, a coger se daban
de las eras los granos que, en suaves
viandas convertidas, les sirviesen
de opíparo festín.
En medio a aquestas
casas, la de un colono distinguido
arrogante descuella, fabricada
por muy experta a mano, y por su adorno
fastosa por demás; a cuyas puertas
apostada de esclavos se veía
gran multitud.
Fronteras a esta casa,
los muros levantasen de humilde
ermita, a la que un tiempo de los fieles
ornaba la piedad con abundancia
del preciado metal; a la que el pueblo
con culto asiduo visitar solía.
Con estos dones la falaz fortuna
acrecentado había del activo
colono el bienestar; y de su vida
hecho el curso feliz, sin que alterase
nada su grata paz.
Cuando, de pronto,
aparece un anciano, de la gente
antes no conocido, que a su cuerpo
sayal pardo ajustaba, y se envolvía
en áspero mantón. Era de verse
de su barba la nítida blancura;
y de su noble faz por el aspecto
débase a respetar.
El cual, mezclando
hondos suspiros a dolientes voces,
así a hablar empezó:
"Se acerca el tiempo,
cual ninguno cruel, en que, cumplido
que haya la luna en el espacio siete
giros, y con celajes el otoño
haya igualado las espesas sombras;
devastador volcán impunemente,
a través de estos campos, furibundo
paseará sus iras; y este valle,
por las ardientes lavas, a cenizas
reducido será:
¡Ya están mis ojos
viendo como por cima de estas vegas
peñascos horrorosos y encendidos
rodando van; y a divisar alcanzo
cómo el Jorullo sumergido queda
de muertos y de ruinas en inmenso
campo de soledad!"
Así el anciano
con profética voz dijo; y, al punto,
apresurando el paso, despidiose
de los lóbregos que temblando estaban,
y que del caso a hacerse disponían
completa indagación.
Más los cuitados
indígenas, en tanto que en el fondo
de su medroso corazón revuelven
estos terribles nuncios, y los graban
del alma en lo interior; súbitamente
aligeran la fama, por los campos
y por los pueblos, del fatal estrago
va esparciendo el rumor de que al Jorullo
amenaza catástrofe tremenda;
por la que no podrán ya, en adelante,
los peritos del campo en aquel sitio
arar las tierras, ni coger lozanas
mieses, ni apacentar a los ganados,
ni edificar viviendas; pues que todo
habrá de ser del inminente incendio
blanco de destrucción.
Todos, al punto,
pierden la paz. Y una mortal pavura
hace los huesos sacudir, y el curso
regular de las venas en el frío
cuerpo se paraliza.
Sin demora
todo empiezan a tratar, cuanto antes,
de partir al poblado; y de la vega
alejarse en tropel, ardiendo en ansias
de ir a encontrar habitación segura
en los bosques lejanos.
Cual, un tiempo,
fatídico Jonás, en la soberbia
Nínive, tanto al Rey como a su gente
ruina vaticinoles vengadora;
y súbito a temblar todos se dieron,
y atronar el espacio con ingentes
clamores, y por arte de dudosa
zozobra a consumir los amarillos
miembros; no de otra suerte los colonos,
de su desgracia venidera ciertos,
empiezan a temer; y con espanto
no pequeño, de todos el semblante
báñese en palidez.
Mientras aquesto
efectuando se iba; a los oídos
del dueño colonial llegado había
el présago rumor que entre la gente
rápido propalándose, anunciaba
males sin cuento; por lo que medrosos
a vista del futuro cataclismo,
los labradores con tristeza huían
en libertad dejando, en las dehesas,
de bueyes y de ovejas los rebaños.
De estos el dueño presuroso vuela,
y con más rapidez que el raudo viento,
llega corriendo al valle, y a los pávidos
pastores así increpa:
"¡Oh miserables!
¿qué engaño, o qué locura de vosotros
se ha apoderado así, que a los augurios
vanos de ignoto huésped habéis dado
tanto crédito y fe; que hasta el extremo
llegado habéis de abandonar veloces
en fuga inútil las riquezas vuestras,
y los paternos campos y solanas
dulces de vuestro hogar; y todo cuanto,
vuestros abuelos guardaron con afán? ..... ¿De vuestra raza
es este el recio temple? .... ¿Así se prueba
de vuestra alma el valor? ..... ¡Ah! ... que os sonroje,
siendo hombres como sois, temblar cobardes;
y que vergüenza es dé, por torpe miedo,
propio de una mujer, los ya granados campos
de rubia mies en abandono
completo haber dejado".
Con razones
tales, astuto el Amo pretendía
de sus siervos calmar la incertidumbre,
y que mirasen con desdén del huésped
incógnito los necios vaticinios.
Los fatigados miembros lentamente
dejando iba el pavor; cuando, de pronto,
muge la tierra y, a lo lejos, se oyen
con ronco estruendo y espantable grita
resonar las cavernas; y aun los campos
sumidos en la paz de las faenas
tranquilas, sacudidos por el golpe
tremendo de la tierra, noche y día
empiezan a tronar ....
Cual suele, a veces,
nube cargada de vapor alzarse
de las ecuóreas ondas, por impulso
del encendido sol; y en el espacio
de luz brillante arreboladas teas
temblorosa blandir, y en vivas llamas
toda encenderse; y en el alto cielo
produciendo terrífico estampido,
las regiones del aire tenebrosas
con los campos y montes, en desorden
confundir y mezclar; no de otra suerte,
del fértil valle las entrañas negras,
turbadas por el ronco griterío
de las cóncavas grutas, por doquiera
empiezan a gemir...
Con estas cosas
perturbado, de nuevo, los pastores,
del desastre futuro los presagios
horrendos ya meditan.
Más, tan pronto
como el dorado sol a la encumbrada
Libra se avecinó; súbitamente
vióse que el hondo valle en sus cimientos
empezó a trepidar, y a conmoverse
el bosque y altas casas y los muros
espesos de los templos, y en terrible
vaivén a vacilar de los colonos
las miserables chozas! ...
Sacudida
por el sísmico agente la llanura,
debajo de los pies se tambalea,
a guisa de beodo; y ya no puede
en su turbado y vacilante paso
fijar las plantas bien; ya las rodillas
trémulas se doblegan, y la tierra
rápido huyendo, sin ningún apoyo
deja a los pies.
Entonces, de los techos
los artesones a crujir empiezan,
y a cuartearse las paredes todas,
y las rústicas chozas a volcarse
y dar en tierra por la acción terrible
del furioso temblor.
¡Y hasta los templos
de consistente mármol fabricados
parecieron del aire a las regiones
encaramados ir, por el impulso
de la tierra que, grávida, enarcaba
su dorso colosal!...
En tanto, obscura
nube bien a eclipsar la luz del día,
y de paz sospechosos arreboles
en el cielo a engendrar. Señales todas
que a la gente denuncian lo inminente
del estrago cruel.
En un principio
pasmados los labriegos, a las fauces
adheridas la lengua, no acertaban
frases a articular; y por efecto
de excesivo terror, el miedo había
en sola una mirada concentrado
de los ojos la luz.
Pero las voces
trémulas, agitadas por lo grande
e intenso de la pena, a poco estallan
en profundo gemir; y con querellas
desgarradoras y dolientes pueblan
todas las auras, y con vena turbia
de llanto las queridas heredades
bañan con profusión.
Quiénes, vertiendo
lágrimas, a los hados de crueles
culpan y de impiedad; quiénes, en tierra
doblando las rodillas, a la altura
de los cielos elevan suplicantes
las palmas sin vigor; quiénes, las aras
de los santos se afanan con promesas
sagradas en cargar. A todo cuantos
son presa del terror, el Sacerdote
con voz entrecortada así les dice:
"A dolor tan prolijo abandonaros
remisos e indolentes, ¡qué provecho
de ello sacáis, en tanto que la vida,
la más cara porción, dejáis expuesta
a riesgo sin igual? .... ¡Rápida fuga
tomad sin dilación, y de los campos
será mejor salir!... ¡Huyamos --clama--
Huyamos de la muerte! Por la fuga
ponernos en seguro, lo permite,
y lo aconseja el cielo. ¡Pronto, amigos,
pronto huyamos de aquí!... Por las razones
que de exponer acabo, os interesa
que evitéis de la muerte amenazante
la llegada fatal."
Dijo; y tomando
la delantera, a caminar echose
del valle descubierto por la senda
más breve; y en su fuga, presuroso
apenas si en la tierra va dejando
las huellas de sus pies.
La turba ansiosa
se precipita en pos de su caudillo
que a toda prisa va; y en presuroso
curso tras él marchando acelerada
y de él no muy distante, ya le apremia,
los anchurosos campos atronando
con femenil clamor.
¡Así en un punto
su riqueza, sus casas y sus campos
la gente abandonó! ...
Tal, en un tiempo,
de Dárdano los hijos, con presura
el incendio esquinando pavoroso
que el Aquivo inflamó, por no trillado
camino huyeron; tras de sí los dulces
lares dejando, y la risueña patria,
Y reinos de Ilión, llevando heridos
los corazones por el hondo duelo
de la patria que ya triste veían
vacilar y caer.
Mas cuando, lejos
de los míseros campos del Jorullo,
el pueblo complacer creído había
del extremo peligro libertarse;
cuando, de nuevo, a la turbada gente
con monstruosas señas amenaza
el inquieto volcán.
Era la hora
en que Letonia cándida, del éter
habiendo recorrido las regiones,
ya de vencida, su fulgente coche,
a Ocaso dirigía; sin que, en tanto,
perezosa la Aurora señal diese
de uncir a su carroza voladora
los rosados corceles; cuando, al pronto,
por horrendo estallido desgarrada
la tierra y furibunda, a las estrellas
lanza llamas volcánicas y enormes
círculos de ceniza, y de abrazante
pez y escoria pavesas; con obscura
tiniebla, de los cielos el espacio
llenando de negror.
Bien caldeadas
del volcán en las rojas oficinas,
vuelan de piedras gigantescas moles
de llamas en un mar; y por el brusco
y repetido golpe sacudida,
desgarrase la tierra; y sus entrañas,
a través de las grietas anchurosas,
asomándose están.
De nuevo llena
de pánico la gente por la vista
de estos raros sucesos, se apercibe
más lejos a partir, ya trasladarse
a sitio más seguro, en que las casas
de ningún terremoto ya el asedio
tenga que soportar; y en que furioso
ya no el volcán, a modo de Bacante,
con ígneas armas la campiña asuele.
Y hablando con verdad, pues que la ardiente
locura que en el centro del rabioso
campo alentaba aún, con gigantescas
convulsiones llegaba los vecinos
poblados a inquietar; y furibundo
por su espacioso y agrietado seno
tales lanzaban enardecidas teas,
que con ímpetu grandes a las altivas
nubes atrás dejasen; y con rojas
llamaradas de luz a las ciudades
alumbrasen lejanas. (2)
A todo esto,
mil cenizas volando en el vacío
por aquí y acullá, rápidas fueron
a pueblos (3) del Jorullo muy distantes
a oprimir con pavor.
Más, entre tanto,
de impaciente cráter, en siniestros
males fecundo, de encendidas rocas
tantos fragmentos lanza, que juntando
peñascos con peñascos, y añadiendo
rocas a rocas, colosal montaña (4)
de piedras en mitad de la llanura
vino al fin a formar.
Mas, sin embargo,
como de todos para mal no fuese
un cráter suficiente; el devorante
volcán, ya desgarradas sus entrañas,
en torno del primero, puerta franca
deja a otros cuatro --dilatadas bocas--
que entre la gente y el ganado, horrendo
pánico, han de aumentar.
Los que, cerrados
que hubieron sido por la densa mole
de pedriscos sobre ellos hacinados
en la cúspide excelsa; y ya que el fuego
hubo de arenas cárdenas formado
gigantesco montón; la tierra entonces
por la sola abertura que le queda
vomita su furor.
No así el Vesubio
tanto se encoleriza cuando en vivo
fuego bullendo está, y en la vecina
Partenopea ciudad pone pavura
con las teas rojizas que derraman
siniestros resplandor; ni hórrido el Etna
con tamañas desgracias, de Sicilia
prueba a los habitantes, cuando forjan
los Cíclopes el hierro en yunque duro,
o los golpes de Encélado, Trinacria
todo empieza a temblar.
De aquí a las selvas
oscuras vino deletéreo ambiente
por completo a cubrir; y las encinas
veladas en negro por mucho tiempo,
y los altos cipreses, de follaje
despojado, los brazos extendían
llenos de palidez.
En la pradera
los sembrados marchitasen; y los dones
de la preciada miel ya consumidos
por el fuego, derraman en la tierra
su nectáreo licor.
Del fuego a causa,
el tímido ganado y el novillo
no débil para el yugo, hallan la muerte
o de ella se libertan, escapando
por los carriles de las anchas vías.
Además, del colono distinguido
la antigua casa, débil ladeándose
a tierra viene a dar y, en su caída,
arrastra en pos de si grandes escombros;
y los templos con lujo engalanado
de tanto tiempo atrás, hoy oscilantes
con violencia caen y, a su desplome,
del valle en torno retembló la tierra,
y los cóncavos montes produjeron
horrísono fragor.
Por todas partes
amenaza la muerte; ¡la pavura
reina por todas partes, y el espanto
por doquiera también! ....
¿Qué más? ¡Del bosque
hasta en el mismo corazón penetra,
y de las fieras llega a los cubiles;
obligando a las bestias espantadas
de sus celosos reinos las guaridas
a dejar en tropel!...
Ya por su parte
tirando cada cual, dejan las selvas
y los antros de obscuros escondites,
y hoy, ya olvidadas del furor antiguo,
llenas de mansedumbre, en las ciudades
(como un tiempo en los bosques) sus estancias
fijan para vivir. De tal manera
que el potente León, el Oso fiero,
el astuto Coyote, (5) el inhumano
tigre de instintos sanguinarios; todos
los animales que la selva oculta
en sus lóbregos silos, un albergue,
a través del poblado, con gemidos
buscando van.
Así como, pasados
los tiempos, de la tierra el postrimero
día a las fieras de mortal pavura
llenará, y a los hombres que, temblando
por los extraordinarios terremotos
y los incendios que con vivas llamas
devorarán el orbe, en las obscuras
cavernas buscarán habitaciones;
y, a su vez, las salvajes alimañas
por las urbes desiertas y sombrías
vagando irán; no de otra suerte, al valle
agora llena de horroroso espanto
la plaga del volcán.
Más luego que éste,
calmado un poco, mitigó sus iras;
y cuando ya la tierra, harto azotada
por los temblores, empezó despacio
y gozar de quietud; he aquí que el cráter
del Jorullo amenaza con prodigios
nuevos, que ande llenar a las remotas
regiones gran pavor, y a las cercanas
estrago funeral.
De los pastores
la numerosa turba, poco a poco,
ya aquietado el temor, triste volvía
a visitar las patrias heredades,
y a ellas guiar, de nuevo, a los ganados
que, por los campos descubiertos,
iban caminando al azar; cuando, del monte
hórrida nube, en su interior preñada
de vapor negro y pestilente azufre,
vela el arduo crestón.
Primeramente,
con desmedrada lumbre centellea
la condensada nube, sin que azote
con estruendo ninguno los oídos
dispuestos a escuchar; mas .... poco a poco
caminando el fulgor, potentes fuerzas
vino a adquirir; y, repentinamente,
horrísono estampido con un rayo
a la tierra lanzó. Por la descarga
fulmínea conmovidos los oteros,
con grave resonancia levantaron
terrífico clamor.
Sigue la nube
multiplicando truenos, y doquiera,
a través de las nieblas pavorosas
y por cima los campos, ¡resplandecen
los fugaces relámpagos! ... Del alto
tonante firmamento, numerosos
y muy ardientes dardos se desprenden,
cuyas llaman partiéndose, en los campos
resuenan al caer, y no hay quien pueda
de las trisulcas teas el completo
número precisar.
Con tan frecuentes
relámpagos así la humedecida
atmosfera se alumbra; y la cerrada
nube, de su carcaj vibra saetas
que a dar la muerte van ....
La airosa encina
por el rayo flechada, de su tronco
lamenta la escisión; y a tierra vienen
los arrogantes cedros con presteza,
alzando gran clamor....
Síguese a esto
de innúmeras ovejas repentina
y horrenda mortandad; y por la lumbre
trémula del relámpago brillante
espantado el pastor, a las montañas
se dispone a marchar, en cuyos vastos
bosques a las ovejas y a los bueyes
pueda esparcir....
Esta reciente plaga
que a pastores y greyes acarrea
pérdidas tantas, y que con el triste luto
suele llenar los sitios comarcanos,
del Jorullo en el valle se repite
año tras año.
Así, siempre el Jorullo
arrebatado por la maligna rabia,
en llamas rebozar hace los campos,
o a las ciudades con saetas hiere.
Pero aún hay más: del monte la locura
los que de él brotan manantiales fríos
viene a alterar, y agita arrebatado
con extremo calor.
Érase un río
que, en ondas de cristal, de alto collado
desprendido, por cuenca rocallosa,
iba huyendo veloz; y, pasada,
de su corriente con el sesgo giro
derramaba en las verdes cementeras
bienhechora humedad; o, bien, bañaba
con gélido caudal los tiernos brotes
de las nacientes plantas; o suave
refrigerio prestaba a los ganados
que en ardorosa sed se consumían
por la estiba calor.
Pero, tan pronto
como el fuego las tétricas cavernas
arrebató feroz, y del Jorullo
toda la tierra en las ardientes lavas
del monte vino a arder, hacia el undoso
arroyuelo a mezclarse el igniscente
elemento bajó, siendo el origen
de que las aguas por el hielo gratas
en un principio al balador ganado,
a través de un humoso torbellino
a trocarse viniese en raudales
de subido calor.
Ni habrá ninguno
que con rápidos pies, de la corriente
cruce el cálido lecho, sin que pague
su temeraria empresa, resultando
desnudo de la piel.
Con todo, a tiempo
que va el dorado sol en su carrera
rápido hacia el cenit, la onda encendida
primero en vivo fuego, ya enfriada
remite su calor.
Como acontece,
según fama, de Libia en las llanuras
con la límpida fuente cirenea
que, en agua rebosante, de la noche
llegada la mitad, enardecida
mirase la correr; y, por contrario
modo, con el calor de los solares
rayos ardientes, a trocarse viene
en vena glacial; (6) no de otra guisa
el río del Jorullo, va sus aguas
ardientes conduciendo para, a poco,
venir yerto a quedar por el impulso
de los rayos del sol.
Con todo, a tantos
infortunios se añaden no pequeños
solaces, pues que el campo se reviste
de hermosura mayor.
Luego que el valle
de primero abrazose en demasía
por el mucho calor, y que el Jorullo,
con su espantoso trepidar, de escombros
dejó todo cubierto; enemigo,
con sangrienta matanza, de los campos
manchado hubo el verdor; no debilita
ya los lánguidos miembros con la fuerza
del líbico calor, ni de las manos
por los rigores de extremado frío,
entorpece la acción; sino que el pueblo
y el ganado con él, ya de apacible
clima puede gozar.
Así que, aun cuando
despojó de simiente a los alegres
campos, y por un lustro la llanura
no apta quedó para poder copiosos
frutos llevar; más, desde entonces, tantas
mieses produjo, que el desastre antiguo
superado quedase con usura
por la reciente utilidad.
En tanto
que esforzábame yo con estos versos
mis cuitas engañar, cabe las ondas
del Reno boloñés, que por los campos
se desliza veloz; cuando, de pronto,
de las casas los techos empezaron
a dar agrio crujir; y los cimientos
de la profunda casa estrepitosos
sonidos a lanzar, y el pavimento
a temblar y a moverse la techumbre:
y la que estuvo en pie por muchos años
firme Bolonia; desde su hondo a asiento
removida se vio.
Mortal pavura
llena los corazones, y los fríos
miembros sacude, produciendo espanto,
congojoso temblor. Todos empiezan
sus casas a dejar, y de ellas frente,
nadie se tiene en pie; los habitantes
sobrecogidos de terror, discurren
por toda la ciudad...
Y era que entrando
del Vesubio el volcán en rabiosa
terrible actividad; después que a Nápoles
frecuentemente sacudido había,
y consumido repetidas veces
las doradas aristas de los campos;
se lamentaba de que en pie estuviesen
nuestra ciudad y alcázares y torres.
Así que, poco a poco, de la tierra
son el cavernoso reino fue buscando
salida fácil; y del fuego interno
en el arte ya ducho, al cabo vino
de la sulfúrea vena las pisadas
ocultas a seguir; hasta que pudo
penetrar de Bolonia en la caverna.
Pero tan pronto como el dios del fuego
de la cueva la bóveda enarcada
logró tocar; al punto, bajo de ella,
brasas poniendo en el salado nitro,
en el fétido azufre y en el negro
y pegajoso cieno, pavoroso
incendio provocó; sueltas las bridas,
ensañas el volcán, y de la gruta
con los densos vapores el ambiente
cargado, lo aligera de la fuerza
rápida del calor.
El aire, al punto,
libre de trabas ya, de una a otra parte
en caprichosos giros se revuelve;
y lleno de inquietud, busca salida
por el resquicio que la tierra forma
sus venas al romper, y ansía soltarse
de tan dura prisión.
A poco, airado,
con ingente clamor, de sus cadenas
rompe la esclavitud; la excelsa mole
con titánico esfuerzo sacudiendo;
hasta que ya escapado, del vacío
venga el seno a tocar; y libre pueda,
a través de los prados y las ondas,
deslizarse veloz ....
No de otra suerte,
como en pasados tiempos (si a la fama
crédito se ha de dar, para los pueblos
nocivos y por sus llamas arrogante
de Colima el volcán, (7) bajo la densa
tierra cabo respiraderos varios,
hasta venir el sulfuroso suelo
del Jorullo a encender, y con terrible
empuje a devastar las sementeras.
De entonces a partir, rotos del valle
los senos, vomitando y llamaradas,
con quietud aparente las antiguas
hogueras extinguió; más con la astucia
de que, del todo clausurado el horno
espacioso, a través de nuevos montes,
echar pudiese afuera de su pecho,
el ígneo respirar.
Más, ¿quién, llegando
a sus oídos el rumor del monstruo
que bajo el suelo sin cesarse agita,
o cuando sabe que la tierra gime
desgarrando su seno, amedrada
por horrible temblor; al punto, presa
de gran miedo, por él y por nosotros,
(¡Tamaño mal de nuestra tierra, oh cielos
próvidos, apartad!) no del Jorullo
los hados temerá?....
Pero que teman,
¡oh Virgen de Jesse!, teman aquellos
a quienes en un tiempo fueron gratos
tus dones, pero que ahora ya los miran
con ingrato desdén. Más la preclara
Bolonia, ¿por qué causa tal desastre
habrá de formidar, cuando de ofrendas
perpetuas tus altares recargando,
los honores te paga merecidos
en humilde actitud; y de su pecho
agradecido fervorosas gracias
te rinde con afán?....
¡Ea! por tanto,
Madre Virgen, al pueblo que te invoca
ven pronto a socorrer, quieras benigna
dar con tu auxilio a la ciudad doliente
consoladora paz.
Que mientras Febo
recorra en sus corceles el Olimpo,
y a las ondas azules del profundo
mar vayan a morir raudas las fuentes;
la célebre Bolonia, siempre vivo
conservando el recuerdo de tus dones,
aclamará tu nombre, agradecida,
aun del orbe en las últimas regiones.
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