sábado, 25 de noviembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro segundo, El Jorullo, transcripción))

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila


LIBRO SEGUNDO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

EL JORULLO





"Nunc, quique, Xoruli Vulcania regnare canendo
Persequar, et nigras montis penetrabo cavernas
Qui mala tot populis, clademnque minatus acerbam"...


Los volcánicos reinos del Jorullo (1) 
de mis cantos también objeto ahora 
habrán de ser; y llegaré hasta el fondo 
de las cavernas hórridas del monte 
que, amenazando al pueblo tantos males 
y acerca destrucción, los floreciente 
campos en rica miel dejó asolados; 
cuando impaciente ya, por sus entrañas 
rotas se abrió camino, densos globos 
de llamas y peñascos gigantescos 
vomitando feroz; y con pavura 
fría a las gentes sacudiendo, como 
si ya del orbe el postrimero día 
a cumplir se aprestase. 

                                  Más aun cuando 
a el alma agranden los floridos huertos, 
y halle placer en los arroyos puros 
que, a través de los prados ubertosos 
deslizando se van; con todo, a veces, 
no faltan quienes gocen con atenta 
vista en mirar, de lejos, espectáculos 
que los llenen de horror. 

                                 Feraz Pomona: 
tú que el furor del monte soportaste, 
y del negro volcán con las sutiles 
pavesas te miraste consumida; 
dinos ¿que mieses agostó en los campos 
ignívomo el Jorullo, y que tupidos 
bosques dejó desnudos de la fuerza 
obscura del follaje; a quien, furioso, 
con las armas la guerra hasta el Olimpo 
atrevióse a llevar, proporcionando 
con las nocturnas llamas horrorosos 
cuadros, en que a la vista se presentan 
todas las cosas que del fuego han sido 
presa segura, y las que del terrible 
estrago cuenta dan? 

                              Érase un valle 
con el antiguo nombre de Jorullo 
de todos conocido; valle extenso, 
cuya área se dilata, por doquiera,  
a través de praderas anchurosas. 
Valle apto, por igual, para el cultivo 
de la caña de azúcar y el ganado 
fértil agostadero; en él las aguas 
de numerosos ríos fecundizan 
las productivas tierras, a las que ornan 
los silenciosos, taciturnos bosques 
de árboles mil con el ramaje espeso. 

             De estas fértiles vegas una parte 
para las cañas destinado había 
el rústico cultor, y en ellas rica 
la tierra hendía con arados ciento. 
La otra quedaba circunscrita sólo 
para nutrir con abundoso pasto 
a numerosas greyes. 

                            Las colmenas, 
recamadas de gotas de rocío, 
se hinchan de miel, que es delicioso néctar, 
y las cañas de almíbar rebosantes 
en quebradizos conos se aprisionan. 
    Ningún aprisco allí, dentro su seno 
al rebaño lanígero encerraba; 
sino que, en plena libertad, errante 
vagaba por las selvas y los campos 
anchurosos, llevando en su compaña 
de vigilantes perros la traílla, 
a la que, en torno de él, con el cayado 
aguijaba el pastor. 
                          Luego el coloso, 
de los carneros al rebaño torpe 
juntó la tribu de pacientes bueyes, 
y la familia de ligeros potros 
que en la abierta llanura despuntaban
los tiernos tallos del risueño césped, 
o iban ufanos en el bosque umbroso 
a gozar de frescos. 

                          Mas porque el campo 
no al labrador viniese de fastidio 
objeto, al fin, a ser; Naturaleza 
providente a aumentar vino las aves 
que vuelan en bandadas; porque mansas 
solacen al cansado, y con ingenio 
apacible reparen el perdido 
vigor del alma, y por acerbas cuitas 
al oprimido corazón embarguen 
en oculto placer. 

                      De aquí que, de ánades 
numeroso escuadrón; de aquí que el ganso 
locuaz, y la gallina (de su prole 
la más fiel guardadora) la cohorte 
compacta de las aves aumentasen, 
tras sí llevando a sus polluelos tiernos 
que pipiaban sin cesar, alzando 
persistente clamor. ...

                         Más, entre todas, 
el pintado Pavón --ave de Juno-- 
campa soberbio: con la sien ceñida 
de sideral diadema, ya gozando 
con su cola de perlas matizada 
el vil polvo en barrer; ya de su frente 
el penacho de estrellas levantado, 
en pasear ufanase, engreído 
por el vano esplendor de su plumaje, 
y por doquiera en ir con lento paso 
círculos caprichosos describiendo. 
    
    A más de esto, veloces las palomas 
--blanca legión de Venus Citerea-- 
de gigantesca torre despeñadas, 
por el éter azul alternos grupos 
entre sí concertaban, por raudo 
vuelo ser impulsadas consentían 
varios giros formando; hasta el extremo 
de velar con sus alas la esplendente 
lumbre del astro-rey!... 

                              Empero, cuando 
de los campos tomaban a los techos 
para ellas conocidos; amanera
 de preñada nube, de la casa 
los anchurosos patios invadían; 
y cada cual, para sustento propio 
y el de sus crías, a coger se daban 
de las eras los granos que, en suaves 
viandas convertidas, les sirviesen 
de opíparo festín. 

                                 En medio a aquestas 
casas, la de un colono distinguido 
arrogante descuella, fabricada 
por muy experta a mano, y por su adorno 
fastosa por demás; a cuyas puertas 
apostada de esclavos se veía 
gran multitud. 

                              Fronteras a esta casa, 
los muros levantasen de humilde 
ermita, a la que un tiempo de los fieles 
ornaba la piedad con abundancia 
del preciado metal; a la que el pueblo 
con culto asiduo visitar solía. 
    Con estos dones la falaz fortuna 
acrecentado había del activo 
colono el bienestar; y de su vida 
hecho el curso feliz, sin que alterase 
nada su grata paz. 

                           Cuando, de pronto, 
aparece un anciano, de la gente
antes no conocido, que a su cuerpo 
sayal pardo ajustaba, y se envolvía 
en áspero mantón. Era de verse 
de su barba la nítida blancura; 
y de su noble faz por el aspecto 
débase a respetar. 

                          El cual, mezclando 
hondos suspiros a dolientes voces, 
así a hablar empezó: 
                             "Se acerca el tiempo, 
cual ninguno cruel, en que, cumplido 
que haya la luna en el espacio siete 
giros, y con celajes el otoño 
haya igualado las espesas sombras; 
devastador volcán impunemente, 
a través de estos campos, furibundo 
paseará sus iras; y este valle, 
por las ardientes lavas, a cenizas 
reducido será: 
                                  ¡Ya están mis ojos 
viendo como por cima de estas vegas 
peñascos horrorosos y encendidos 
rodando van; y a divisar alcanzo 
cómo el Jorullo sumergido queda 
de muertos y de ruinas en inmenso 
campo de soledad!" 

                                 Así el anciano 
con profética voz dijo; y, al punto, 
apresurando el paso, despidiose 
de los lóbregos que temblando estaban, 
y que del caso a hacerse disponían 
completa indagación. 

                                   Más los cuitados 
indígenas, en tanto que en el fondo 
de su medroso corazón revuelven 
estos terribles nuncios, y los graban 
del alma en lo interior; súbitamente 
aligeran la fama, por los campos 
y por los pueblos, del fatal estrago 
va esparciendo el rumor de que al Jorullo 
amenaza catástrofe tremenda; 
por la que no podrán ya, en adelante, 
los peritos del campo en aquel sitio 
arar las tierras, ni coger lozanas 
mieses, ni apacentar a los ganados, 
ni edificar viviendas; pues que todo 
habrá de ser del inminente incendio 
blanco de destrucción. 

                                  Todos, al punto, 
pierden la paz. Y una mortal pavura 
hace los huesos sacudir, y el curso 
regular de las venas en el frío 
cuerpo se paraliza. 

                                 Sin demora 
todo empiezan a tratar, cuanto antes, 
de partir al poblado; y de la vega 
alejarse en tropel, ardiendo en ansias 
de ir a encontrar habitación segura 
en los bosques lejanos. 

                                  Cual, un tiempo, 
fatídico Jonás, en la soberbia 
Nínive, tanto al Rey como a su gente 
ruina vaticinoles vengadora; 
y súbito a temblar todos se dieron, 
y atronar el espacio con ingentes 
clamores, y por arte de dudosa 
zozobra a consumir los amarillos 
miembros; no de otra suerte los colonos, 
de su desgracia venidera ciertos, 
empiezan a temer; y con espanto 
no pequeño, de todos el semblante 
báñese en palidez. 

Mientras aquesto 
efectuando se iba; a los oídos 
del dueño colonial llegado había 
el présago rumor que entre la gente 
rápido propalándose, anunciaba 
males sin cuento; por lo que medrosos 
a vista del futuro cataclismo, 
los labradores con tristeza huían 
en libertad dejando, en las dehesas, 
de bueyes y de ovejas los rebaños. 
    De estos el dueño presuroso vuela, 
y con más rapidez que el raudo viento, 
llega corriendo al valle, y a los pávidos 
pastores así increpa:
 
                              "¡Oh miserables! 
¿qué engaño, o qué locura de vosotros 
se ha apoderado así, que a los augurios 
vanos de ignoto huésped habéis dado 
tanto crédito y fe; que hasta el extremo 
llegado habéis de abandonar veloces 
en fuga inútil las riquezas vuestras, 
y los paternos campos y solanas 
dulces de vuestro hogar; y todo cuanto, 
vuestros abuelos guardaron con afán? ..... ¿De vuestra raza 
es este el recio temple? .... ¿Así se prueba 
de vuestra alma el valor? ..... ¡Ah! ... que os sonroje, 
siendo hombres como sois, temblar cobardes; 
y que vergüenza es dé, por torpe miedo, 
propio de una mujer, los ya granados campos 
de rubia mies en abandono 
completo haber dejado". 

                                      Con razones 
tales, astuto el Amo pretendía 
de sus siervos calmar la incertidumbre, 
y que mirasen con desdén del huésped 
incógnito los necios vaticinios. 
    Los fatigados miembros lentamente 
dejando iba el pavor; cuando, de pronto, 
muge la tierra y, a lo lejos, se oyen 
con ronco estruendo y espantable grita 
resonar las cavernas; y aun los campos 
sumidos en la paz de las faenas 
tranquilas, sacudidos por el golpe 
tremendo de la tierra, noche y día 
empiezan a tronar .... 

                                        Cual suele, a veces, 
nube cargada de vapor alzarse 
de las ecuóreas ondas, por impulso 
del encendido sol; y en el espacio 
de luz brillante arreboladas teas 
temblorosa blandir, y en vivas llamas 
toda encenderse; y en el alto cielo 
produciendo terrífico estampido, 
las regiones del aire tenebrosas 
con los campos y montes, en desorden 
confundir y mezclar; no de otra suerte, 
del fértil valle las entrañas negras, 
turbadas por el ronco griterío 
de las cóncavas grutas, por doquiera 
empiezan a gemir... 
                                   
                              Con estas cosas 
perturbado, de nuevo, los pastores, 
del desastre futuro los presagios 
horrendos ya meditan. 

                             Más, tan pronto 
como el dorado sol a la encumbrada 
Libra se avecinó; súbitamente 
vióse que el hondo valle en sus cimientos 
empezó a trepidar, y a conmoverse 
el bosque y altas casas y los muros 
espesos de los templos, y en terrible 
vaivén a vacilar de los colonos 
las miserables chozas! ... 

                               Sacudida 
por el sísmico agente la llanura, 
debajo de los pies se tambalea, 
a guisa de beodo; y ya no puede 
en su turbado y vacilante paso 
fijar las plantas bien; ya las rodillas 
trémulas se doblegan, y la tierra 
rápido huyendo, sin ningún apoyo 
deja a los pies. 
                               
                          Entonces, de los techos 
los artesones a crujir empiezan, 
y a cuartearse las paredes todas, 
y las rústicas chozas a volcarse 
y dar en tierra por la acción terrible 
del furioso temblor. 
                             
                           ¡Y hasta los templos 
de consistente mármol fabricados 
parecieron del aire a las regiones 
encaramados ir, por el impulso 
de la tierra que, grávida, enarcaba 
su dorso colosal!... 

                            En tanto, obscura 
nube bien a eclipsar la luz del día, 
y de paz sospechosos arreboles 
en el cielo a engendrar. Señales todas 
que a la gente denuncian lo inminente 
del estrago cruel. 

                              En un principio 
pasmados los labriegos, a las fauces 
adheridas la lengua, no acertaban 
frases a articular; y por efecto 
de excesivo terror, el miedo había 
en sola una mirada concentrado 
de los ojos la luz. 

                             Pero las voces 
trémulas, agitadas por lo grande 
e intenso de la pena, a poco estallan 
en profundo gemir; y con querellas 
desgarradoras y dolientes pueblan 
todas las auras, y con vena turbia 
de llanto las queridas heredades 
bañan con profusión. 
                            Quiénes, vertiendo 
lágrimas, a los hados de crueles 
culpan y de impiedad; quiénes, en tierra 
doblando las rodillas, a la altura 
de los cielos elevan suplicantes 
las palmas sin vigor; quiénes, las aras 
de los santos se afanan con promesas 
sagradas en cargar. A todo cuantos 
son presa del terror, el Sacerdote 
con voz entrecortada así les dice: 
"A dolor tan prolijo abandonaros 
remisos e indolentes, ¡qué provecho 
de ello sacáis, en tanto que la vida, 
la más cara porción, dejáis expuesta 
a riesgo sin igual? .... ¡Rápida fuga 
tomad sin dilación, y de los campos 
será mejor salir!... ¡Huyamos --clama-- 
Huyamos de la muerte! Por la fuga 
ponernos en seguro, lo permite, 
y lo aconseja el cielo. ¡Pronto, amigos, 
pronto huyamos de aquí!... Por las razones 
que de exponer acabo, os interesa 
que evitéis de la muerte amenazante 
la llegada fatal." 

                              Dijo; y tomando 
la delantera, a caminar echose 
del valle descubierto por la senda 
más breve; y en su fuga, presuroso 
apenas si en la tierra va dejando 
las huellas de sus pies. 

                                 La turba ansiosa 
se precipita en pos de su caudillo 
que a toda prisa va; y en presuroso 
curso tras él marchando acelerada 
y de él no muy distante, ya le apremia, 
los anchurosos campos atronando 
con femenil clamor. 

                                ¡Así en un punto 
su riqueza, sus casas y sus campos 
la gente abandonó! ... 

                              Tal, en un tiempo, 
de Dárdano los hijos, con presura 
el incendio esquinando pavoroso 
que el Aquivo inflamó, por no trillado 
camino huyeron; tras de sí los dulces 
lares dejando, y la risueña patria, 
Y reinos de Ilión, llevando heridos 
los corazones por el hondo duelo 
de la patria que ya triste veían 
vacilar y caer. 

                                  Mas cuando, lejos 
de los míseros campos del Jorullo, 
el pueblo complacer creído había 
del extremo peligro libertarse; 
cuando, de nuevo, a la turbada gente 
con monstruosas señas amenaza 
el inquieto volcán. 

                                      Era la hora 
en que Letonia cándida, del éter 
habiendo recorrido las regiones, 
ya de vencida, su fulgente coche, 
a Ocaso dirigía; sin que, en tanto, 
perezosa la Aurora señal diese 
de uncir a su carroza voladora 
los rosados corceles; cuando, al pronto, 
por horrendo estallido desgarrada 
la tierra y furibunda, a las estrellas 
lanza llamas volcánicas y enormes 
círculos de ceniza, y de abrazante 
pez y escoria pavesas; con obscura 
tiniebla, de los cielos el espacio 
llenando de negror. 

                                   Bien caldeadas 
del volcán en las rojas oficinas, 
vuelan de piedras gigantescas moles 
de llamas en un mar; y por el brusco 
y repetido golpe sacudida, 
desgarrase la tierra; y sus entrañas, 
a través de las grietas anchurosas,
asomándose están. 

                                      De nuevo llena 
de pánico la gente por la vista 
de estos raros sucesos, se apercibe 
más lejos a partir, ya trasladarse 
a sitio más seguro, en que las casas 
de ningún terremoto ya el asedio 
tenga que soportar; y en que furioso 
ya no el volcán, a modo de Bacante, 
con ígneas armas la campiña asuele. 
    
    Y hablando con verdad, pues que la ardiente 
locura que en el centro del rabioso 
campo alentaba aún, con gigantescas 
convulsiones llegaba los vecinos 
poblados a inquietar; y furibundo 
por su espacioso y agrietado seno 
tales lanzaban enardecidas teas, 
que con ímpetu grandes a las altivas 
nubes atrás dejasen; y con rojas 
llamaradas de luz a las ciudades 
alumbrasen lejanas. (2) 

                                    A todo esto, 
mil cenizas volando en el vacío 
por aquí y acullá, rápidas fueron 
a pueblos (3) del Jorullo muy distantes 
a oprimir con pavor. 

                                   Más, entre tanto, 
de impaciente cráter, en siniestros 
males fecundo, de encendidas rocas 
tantos fragmentos lanza, que juntando 
peñascos con peñascos, y añadiendo 
rocas a rocas, colosal montaña (4) 
de piedras en mitad de la llanura 
vino al fin a formar. 

                                      Mas, sin embargo, 
como de todos para mal no fuese 
un cráter suficiente; el devorante 
volcán, ya desgarradas sus entrañas, 
en torno del primero, puerta franca 
deja a otros cuatro --dilatadas bocas-- 
que entre la gente y el ganado, horrendo 
pánico, han de aumentar. 

                                     Los que, cerrados 
que hubieron sido por la densa mole 
de pedriscos sobre ellos hacinados 
en la cúspide excelsa; y ya que el fuego 
hubo de arenas cárdenas formado 
gigantesco montón; la tierra entonces 
por la sola abertura que le queda 
vomita su furor. 

                                    No así el Vesubio 
tanto se encoleriza cuando en vivo 
fuego bullendo está, y en la vecina 
Partenopea ciudad pone pavura 
con las teas rojizas que derraman 
siniestros resplandor; ni hórrido el Etna 
con tamañas desgracias, de Sicilia 
prueba a los habitantes, cuando forjan 
los Cíclopes el hierro en yunque duro, 
o los golpes de Encélado, Trinacria 
todo empieza a temblar. 

                                  De aquí a las selvas 
oscuras vino deletéreo ambiente 
por completo a cubrir; y las encinas 
veladas en negro por mucho tiempo, 
y los altos cipreses, de follaje 
despojado, los brazos extendían 
llenos de palidez. 

                                 En la pradera 
los sembrados marchitasen; y los dones 
de la preciada miel ya consumidos 
por el fuego, derraman en la tierra 
su nectáreo licor. 

                                 Del fuego a causa, 
el tímido ganado y el novillo 
no débil para el yugo, hallan la muerte 
o de ella se libertan, escapando 
por los carriles de las anchas vías. 
    Además, del colono distinguido 
la antigua casa, débil ladeándose 
a tierra viene a dar y, en su caída, 
arrastra en pos de si grandes escombros; 
y los templos con lujo engalanado 
de tanto tiempo atrás, hoy oscilantes 
con violencia caen y, a su desplome, 
del valle en torno retembló la tierra, 
y los cóncavos montes produjeron 
horrísono fragor. 

                                   Por todas partes 
amenaza la muerte; ¡la pavura 
reina por todas partes, y el espanto 
por doquiera también! .... 

                                  ¿Qué más? ¡Del bosque 
hasta en el mismo corazón penetra, 
y de las fieras llega a los cubiles; 
obligando a las bestias espantadas 
de sus celosos reinos las guaridas 
a dejar en tropel!... 

                                      Ya por su parte 
tirando cada cual, dejan las selvas 
y los antros de obscuros escondites, 
y hoy, ya olvidadas del furor antiguo, 
llenas de mansedumbre, en las ciudades 
(como un tiempo en los bosques) sus estancias 
fijan para vivir. De tal manera 
que el potente León, el Oso fiero, 
el astuto Coyote, (5) el inhumano 
tigre de instintos sanguinarios; todos 
los animales que la selva oculta 
en sus lóbregos silos, un albergue, 
a través del poblado, con gemidos 
buscando van. 

                                        Así como, pasados 
los tiempos, de la tierra el postrimero 
día a las fieras de mortal pavura 
llenará, y a los hombres que, temblando 
por los extraordinarios terremotos 
y los incendios que con vivas llamas 
devorarán el orbe, en las obscuras 
cavernas buscarán habitaciones; 
y, a su vez, las salvajes alimañas 
por las urbes desiertas y sombrías 
vagando irán; no de otra suerte, al valle 
agora llena de horroroso espanto 
la plaga del volcán. 

                                        Más luego que éste, 
calmado un poco, mitigó sus iras; 
y cuando ya la tierra, harto azotada 
por los temblores, empezó despacio 
y gozar de quietud; he aquí que el cráter 
del Jorullo amenaza con prodigios 
nuevos, que ande llenar a las remotas 
regiones gran pavor, y a las cercanas 
estrago funeral. 

                                        De los pastores 
la numerosa turba, poco a poco, 
ya aquietado el temor, triste volvía 
a visitar las patrias heredades, 
y a ellas guiar, de nuevo, a los ganados 
que, por los campos descubiertos, 
iban caminando al azar; cuando, del monte 
hórrida nube, en su interior preñada 
de vapor negro y pestilente azufre, 
vela el arduo crestón. 

                                      Primeramente, 
con desmedrada lumbre centellea 
la condensada nube, sin que azote 
con estruendo ninguno los oídos 
dispuestos a escuchar; mas .... poco a poco 
caminando el fulgor, potentes fuerzas 
vino a adquirir; y, repentinamente, 
horrísono estampido con un rayo 
a la tierra lanzó. Por la descarga
fulmínea conmovidos los oteros, 
con grave resonancia levantaron 
terrífico clamor. 

                                      Sigue la nube 
multiplicando truenos, y doquiera, 
a través de las nieblas pavorosas 
y por cima los campos, ¡resplandecen 
los fugaces relámpagos! ... Del alto 
tonante firmamento, numerosos 
y muy ardientes dardos se desprenden, 
cuyas llaman partiéndose, en los campos 
resuenan al caer, y no hay quien pueda 
de las trisulcas teas el completo 
número precisar. 

                                       Con tan frecuentes 
relámpagos así la humedecida 
atmosfera se alumbra; y la cerrada 
nube, de su carcaj vibra saetas 
que a dar la muerte van .... 

                                     La airosa encina 
por el rayo flechada, de su tronco 
lamenta la escisión; y a tierra vienen 
los arrogantes cedros con presteza, 
alzando gran clamor.... 

                                     Síguese a esto 
de innúmeras ovejas repentina 
y horrenda mortandad; y por la lumbre 
trémula del relámpago brillante 
espantado el pastor, a las montañas 
se dispone a marchar, en cuyos vastos 
bosques a las ovejas y a los bueyes 
pueda esparcir.... 

                                     Esta reciente plaga 
que a pastores y greyes acarrea 
pérdidas tantas, y que con el triste luto 
suele llenar los sitios comarcanos, 
del Jorullo en el valle se repite 
año tras año. 

                                     Así, siempre el Jorullo 
arrebatado por la maligna rabia, 
en llamas rebozar hace los campos, 
o a las ciudades con saetas hiere. 
Pero aún hay más: del monte la locura 
los que de él brotan manantiales fríos 
viene a alterar, y agita arrebatado 
con extremo calor. 
     
                                      Érase un río 
que, en ondas de cristal, de alto collado 
desprendido, por cuenca rocallosa, 
iba huyendo veloz; y, pasada, 
de su corriente con el sesgo giro 
derramaba en las verdes cementeras 
bienhechora humedad; o, bien, bañaba 
con gélido caudal los tiernos brotes 
de las nacientes plantas; o suave
refrigerio prestaba a los ganados 
que en ardorosa sed se consumían
por la estiba calor. 

                                      Pero, tan pronto 
como el fuego las tétricas cavernas 
arrebató feroz, y del Jorullo 
toda la tierra en las ardientes lavas 
del monte vino a arder, hacia el undoso 
arroyuelo a mezclarse el igniscente 
elemento bajó, siendo el origen 
de que las aguas por el hielo gratas 
en un principio al balador ganado, 
a través de un humoso torbellino 
a trocarse viniese en raudales 
de subido calor. 

                              Ni habrá ninguno 
que con rápidos pies, de la corriente 
cruce el cálido lecho, sin que pague 
su temeraria empresa, resultando 
desnudo de la piel. 

                             Con todo, a tiempo 
que va el dorado sol en su carrera 
rápido hacia el cenit, la onda encendida 
primero en vivo fuego, ya enfriada 
remite su calor. 

                                Como acontece, 
según fama, de Libia en las llanuras 
con la límpida fuente cirenea 
que, en agua rebosante, de la noche 
llegada la mitad, enardecida 
mirase la correr; y, por contrario 
modo, con el calor de los solares 
rayos ardientes, a trocarse viene 
en vena glacial; (6) no de otra guisa 
el río del Jorullo, va sus aguas 
ardientes conduciendo para, a poco, 
venir yerto a quedar por el impulso 
de los rayos del sol. 

                               Con todo, a tantos 
infortunios se añaden no pequeños 
solaces, pues que el campo se reviste 
de hermosura mayor. 

                               Luego que el valle 
de primero abrazose en demasía 
por el mucho calor, y que el Jorullo, 
con su espantoso trepidar, de escombros 
dejó todo cubierto; enemigo, 
con sangrienta matanza, de los campos 
manchado hubo el verdor; no debilita 
ya los lánguidos miembros con la fuerza 
del líbico calor, ni de las manos 
por los rigores de extremado frío, 
entorpece la acción; sino que el pueblo 
y el ganado con él, ya de apacible 
clima puede gozar. 

                              Así que, aun cuando 
despojó de simiente a los alegres 
campos, y por un lustro la llanura 
no apta quedó para poder copiosos 
frutos llevar; más, desde entonces, tantas 
mieses produjo, que el desastre antiguo
superado quedase con usura 
por la reciente utilidad. 

                               En tanto 
que esforzábame yo con estos versos 
mis cuitas engañar, cabe las ondas 
del Reno boloñés, que por los campos 
se desliza veloz; cuando, de pronto, 
de las casas los techos empezaron 
a dar agrio crujir; y los cimientos 
de la profunda casa estrepitosos 
sonidos a lanzar, y el pavimento 
a temblar y a moverse la techumbre: 
y la que estuvo en pie por muchos años 
firme Bolonia; desde su hondo a asiento 
removida se vio. 

                              Mortal pavura 
llena los corazones, y los fríos 
miembros sacude, produciendo espanto, 
congojoso temblor. Todos empiezan 
sus casas a dejar, y de ellas frente, 
nadie se tiene en pie; los habitantes 
sobrecogidos de terror, discurren 
por toda la ciudad... 

                                Y era que entrando 
del Vesubio el volcán en rabiosa 
terrible actividad; después que a Nápoles 
frecuentemente sacudido había, 
y consumido repetidas veces 
las doradas aristas de los campos; 
se lamentaba de que en pie estuviesen 
nuestra ciudad y alcázares y torres. 
    Así que, poco a poco, de la tierra 
son el cavernoso reino fue buscando 
salida fácil; y del fuego interno 
en el arte ya ducho, al cabo vino 
de la sulfúrea vena las pisadas 
ocultas a seguir; hasta que pudo 
penetrar de Bolonia en la caverna. 

    Pero tan pronto como el dios del fuego 
de la cueva la bóveda enarcada 
logró tocar; al punto, bajo de ella, 
brasas poniendo en el salado nitro, 
en el fétido azufre y en el negro 
y pegajoso cieno, pavoroso 
incendio provocó; sueltas las bridas, 
ensañas el volcán, y de la gruta 
con los densos vapores el ambiente 
cargado, lo aligera de la fuerza 
rápida del calor. 

                            El aire, al punto, 
libre de trabas ya, de una a otra parte 
en caprichosos giros se revuelve; 
y lleno de inquietud, busca salida 
por el resquicio que la tierra forma 
sus venas al romper, y ansía soltarse 
de tan dura prisión. 

                              A poco, airado, 
con ingente clamor, de sus cadenas 
rompe la esclavitud; la excelsa mole 
con titánico esfuerzo sacudiendo; 
hasta que ya escapado, del vacío 
venga el seno a tocar; y libre pueda, 
a través de los prados y las ondas, 
deslizarse veloz .... 

                              No de otra suerte, 
como en pasados tiempos (si a la fama 
crédito se ha de dar, para los pueblos 
nocivos y por sus llamas arrogante 
de Colima el volcán, (7) bajo la densa 
tierra cabo respiraderos varios, 
hasta venir el sulfuroso suelo 
del Jorullo a encender, y con terrible 
empuje a devastar las sementeras. 
    De entonces a partir, rotos del valle 
los senos, vomitando y llamaradas, 
con quietud aparente las antiguas 
hogueras extinguió; más con la astucia 
de que, del todo clausurado el horno 
espacioso, a través de nuevos montes, 
echar pudiese afuera de su pecho, 
el ígneo respirar. 

                          Más, ¿quién, llegando 
a sus oídos el rumor del monstruo 
que bajo el suelo sin cesarse agita, 
o cuando sabe que la tierra gime 
desgarrando su seno, amedrada 
por horrible temblor; al punto, presa 
de gran miedo, por él y por nosotros, 
(¡Tamaño mal de nuestra tierra, oh cielos 
próvidos, apartad!) no del Jorullo 
los hados temerá?.... 

                            Pero que teman, 
¡oh Virgen de Jesse!, teman aquellos 
a quienes en un tiempo fueron gratos 
tus dones, pero que ahora ya los miran 
con ingrato desdén. Más la preclara 
Bolonia, ¿por qué causa tal desastre 
habrá de formidar, cuando de ofrendas 
perpetuas tus altares recargando
los honores te paga merecidos 
en humilde actitud; y de su pecho 
agradecido fervorosas gracias 
te rinde con afán?.... 

                         ¡Ea! por tanto, 
Madre Virgen, al pueblo que te invoca 
ven pronto a socorrer, quieras benigna 
dar con tu auxilio a la ciudad doliente
consoladora paz. 

                         Que mientras Febo 
recorra en sus corceles el Olimpo, 
y a las ondas azules del profundo 
mar vayan a morir raudas las fuentes; 
la célebre Bolonia, siempre vivo 
conservando el recuerdo de tus dones, 
aclamará tu nombre, agradecida, 
aun del orbe en las últimas regiones. 





 

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