Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
"Secreti tacita capior dulcedine ruris:
Quod spectare juvat, placuit deducere versu."
(Vaniére, Pread., rustici, lib. I)
Del campo silencioso la callada
dulcedumbre retiéneme cautivo:
Lo que natura contemplar agrada,
pláceme en verso trasladar, y escribo.
LIBRO PRIMERO
DE LA RUSTICACIO MEXICANA
(LAGOS MEJICANOS)
"Obtegat arcanis alius sua sensa figuris,
abstrusa quarum nemo penetrare latebras
Ausit, et ingrato mentem tor quere labore:"
Disfrace el otro allá su pensamiento (1)
con adorno retórico y arcano
en cuyas lobregueces nadie intento
hizo jamás de penetrar; y en vano
trabajo fatigándose, talento
preste a las bestias y decir galano;
los campos trueque en arsenal de guerra,
y los reinos asuele de la tierra;
que a mí me place sobre todas cosas,
de la tierra natal por los halagos,
las vegas patrias visitar frondosas,
y discurrir por los cerúleos lagos
de México, y cruzar por las hermosas
huertas de Clori, (2) entre rumores vagos,
camaradas cogiendo, por doquiera,
a bordo de piragua placentera. (3)
Visitaré después las cordilleras
del ardiente Jorullo, do se encienden
las iras de Vulcano; y las parleras
y cristalinas aguas, que descienden
de lo alto de las cumbres altaneras,
y por el valle plácidas se extienden;
y de la grana admiraré el gusano,
el tirio múrex y el veneno indiano. (4)
Con venablos, a poco, las cabañas
tocaré del Casto; y con acero
romperé de la mina las entrañas.
En arcillosos moldes prisionero
dejaré el jugo de las dulces cañas;
correré tras las fuentes placentero,
o en pos de fieras y rebaños graves,
montes y juegos celebrando y aves.
Más bien debiera --lo confieso-- en triste (5)
manto envolver mi corazón cuitando
y en lágrimas bañarme, pues no existe
consuelo para un pobre desterrado.
¡Ay! es verdad; en tanto que se viste
la campiña de flores y estrellados
se ve el cielo lucir; en lo más hondo
del corazón mi sufrimiento escondo.
Y este dolor en ocultar me afano
dentro del corazón, ¡ay! de que en luto
mil suspiros arrancan, pero.... ¡insano!
¿Por qué de triste querellar tributo
mi pecho ha de pagar? ¿Por qué mi mano
no de consuelo ha de coger el fruto?
A Apolo invoco ya, y ante él me rindo:
¡las arduas cumbres tocaré del Pindo!
Sí, de mi exilio en el tormento rudo,
al de las musas protector y guía
crinado Apolo, suplicante acudo;
y de mi voz a la tenaz porfía
fácil oído prestará, y escudo
habrá de ser en la jornada mía.
Que cuando el duelo al pecho despedaza,
el ánimo, cantando, se solaza.
Tú qué con plectro de marfil preclaro
concentos sin igual fácil regulas,
y a las sagradas musas das amparo,
y les enseñas las que tu modulas
suaves canciones; del que asunto raro
más cierto va a cantar, no dejes nulas
las esperanzas en aquel día;
ni le niegues tu grata melodía.
Érase una ciudad, de aquí distante
mas en las indias tierras conocida,
Méjico, en moradores abundante
y opulenta, además; y el yugo uncido
del indígena fue tiempo bastante;
mas por la guerra ahora ya vencida,
de su dominio el cetro está en las manos
de los que la gobiernan: los hispanos.
A esta ciudad hermosa la rodean
varias lagunas de agua transparente,
las que con olas placidas recrean
a pequeños esquifes. No es la mente
a todas celebrar; pues las que otean
de lejos la ciudad, de poca gente,
casi por lo común, son visitadas,
y por remotas, menos celebradas.
Además de esto, no alcanzan mucha fama
porque su escaso manantial no aumenta,
cual la común utilidad reclama;
porque, además, vados no alimentan
a los vivientes de agentada escama,
que aguas copiosas aman y frecuentan;
ni a "las nadantes florecidas eras." (6)
ni a las de ánades turbas vocingleras.
Empero, la que el rayo purpurino
del rubicundo sol temple quebranta,
al tomar de su umbrífero camino;
y aquella que hacia el austro se adelanta,
(por ambas un arroyo y peregrino
abre paso al cementerio y lo agiganta);
salen de madre, y baten la ribera;
¡gracia y solaz del pueblo y la pradera!
A par de éstas, y en medio a las frondosas
márgenes se destacan y se elevan
dos poblaciones, dos! por quien famosas
son las lagunas que sus nombres llevan.
Chalco y Texcoco en páginas añosas
llamarse así los sabios lo comprueban;
y a entrambas, sin que surja competencia,
ponen sobre otras y honran con prudencia.
Porque, a pesar de que las dos, seguros
a las quillas angostas brindan puertos
y son a la ciudad, cual altos muros
que amparándola están; más los expertos
ciudadanos se van tras de los puros
goces de la de Chalco, porque huertos,
y alegres mieses y tejidos
frondas alimenta en el fondo de sus ondas.
En su álveo dilatado aquí congrega
el lago insigne dulce manantiales;
y otras corrientes placidas allega
por medio de recónditos canales.
Y no contento aún, a esto agrega
de arroyuelos sin nombre los caudales
bien pobres, y los ríos desbordados
que prestan riego a los gramíneos prados.
El fondo a perturbar de quieto lago
no envía Eolo a Bóreas turbulento,
ni al raudo vendaval, que cause estrago:
ni consciente que Céfiro violento
reluche con el Euro, al aire vago;
sino que arroja a su prisión al viento,
de su estrépito vence por la pujanza,
y da a las ondas plácida bonanza.
Mas aunque de agua tanta rebosante
de Chalco el lago se contemple lleno,
un manantial purísimo, no obstante,
se ve brotar de en medio de su seno,
No se confunde el manantial brotante
con la rojilla arena del terreno
marginal, ni aún el lodo del vecino
campo en turbia su lecho cristalino.
Y es tan claro, tan puro y transparente,
que si guijas menudas arrojara
alguien al fondo mismo de la fuente,
sin esfuerzo las viera y aún contara.
Lanza luego del cauce, ya impaciente,
gélidos sus raudales; y con rara
fuerza las aguas superiores hiende,
y luego el magno círculo se extiende...
Y como en otra edad, el teucro Alfeo
que se desliza de porosa tierra
por cima, y con impulso giganteo
en subterráneo lóbrego se encierra;
después su curso acrece, y ya le veo
que bajo el mar undívago se entierra,
hasta que el linde sic ulano toca,
u un río saca, Aretusa, de tu boca:
no de otra suerte, el "ojo" cristalino,
de Chalco en la laguna plateada,
va persiguiendo incógnito camino
hasta tocar la meta deseada.
¿Más ese manantial de dónde vino? ...
¿Por quién su agua perenne es impulsada? ...
¿Quién brotar la hace con empuje grave? ...
¡Incierto todo es, nada se sabe! ...
Porque hay quien asegura --y de ello prueba
ciertas dice tener-- de que encerrado
tal vez el viento en subterráneas cuevas,
por el frío brumal queda trocado
en varias gotas, a las que otras nuevas
se juntan, para luego por el prado
ya desatarse en rápido raudales
y arrancar de las pómez manantiales.
Otros dicen tener más fundamento
el que un "brazo de mar" en la obscuras
cavernas impulsado por el viento,
quiere, a través de angostas hendiduras,
salir para tomar esparcimiento;
y dejando en el suelo las impuras
heces; sube a la tierra, recreando
las plantas y los lagos inundando.
Otros, por fin, apoyan la creencia
firme de que a los montes encumbrados
deben estos arroyos la existencia,
cuando aquellos se encuentran congelados.
Está --por más segura-- es la sentencia
de aquellos a quienes fueron revelados
los prodigios y arcanos de Natura,
y él nacimiento de esta fuente pura.
Porque, a pesar de que el fecundo prado
separa de las aguas los oteros,
y no se ve surgir ningún collado
en el valle cubierto de romeros;
con todo, hasta retar al estrellado
cielo se alzan dos montes altaneros, (7)
que en perenales nieves se coronan,
y señores del éter se pregonan.
Más, una vez que por el sol y el viento
poco a poco, la nieve derretida
ha venido a quedar; baja al momento,
y del monte penetra en la guarida;
hasta que, al fin, como escuadrón violento
de gotas mil, a tierra la salida
logre obtener, bien curso acelerado
las aguas venza del palustre vado.
A esto se añade singular portento,
hasta hoy desconocido, sin segundo;
cuyo renombre, volador el viento
llevará por los ámbitos del mundo:
marmórea cruz, a todo pulimento,
se alza del manantial en lo profundo;
y está del suelo allí tan agarrada,
que por ningún esfuerzo es arrancada.
A qué se deba aquesto, y quién tallado
haya allí de la Cruz la alma figura,
antiguos monumentos lo han dejado
dormir del tiempo en la tiniebla obscura.
De hoy más, Apolo calle avergonzado
las excelencias de Castalia pura,
desprecie Ammón sus líbicas corrientes,
y Aretusa sus linfas transparentes.
Callen también sus límpidos veneros,
y sus remansos quietos y sombríos,
y sus claros arroyos y parleros,
los númenes que habitan en los ríos.
La fama sola en ecos duraderos
doquier celebre con los versos míos
a ésta de Chalco límpida fontana,
que con la Cruz de Cristo se engalana.
Ora tras mi venid; y ya que el cielo
quieto mar nos concede, y a las quillas
angostas acaricia con anhelo
el lago azul; veloz de sus orillas
yo alejaré mi frágil barquichuelo,
para ir a contemplar las maravillas
de los huertos ¡oh Clari! donde campas,
huertos que el indio apellido "Chinampas". (8)
Tú, en tanto, de los céfiros esposa,
hada gentil imperas y dominas
sobre todos los campos, por hermosa,
¿quién --dinos-- tantas flores peregrinas
lanzó del agua a la corriente undosa,
y cultivables hizo las marinas
túmidas ondas, cuando están ufanas
por ti riendo púnicas manzanas?
Del lago en la mitad, primeramente
fundaron la ciudad los mexicanos:
ciudad que, a poco, de un imperio ingente
sede había de ser; en ella, ufanos,
a los dioses y reyes juntamente
alcázares y templos soberanos
erigieron; y en todas direcciones
domicilios y fuertes torreones.
Con lo que vino a acrecentarse luego
tanto la población de la comarca,
que llegase a infundir desasosiego
asaz grande en el pecho del Monarca.
(a quien rendía vasallaje ciego
y en pagarle tributos no era parca):
El que, en verdad, mirando se dolía
cómo la gente en la ciudad crecía.
Por lo que otros impuestos onerosos
y nada justos hizo que la gente
pagase por llevar los aromosos
jardines, a través de la corriente
del agua azul; jardines que famosos
por la hortaliza son, que es excelente,
y por los varios frutos que conducen
y las verdes retamas que producen.
Pero sí a obedecer tal mandamiento
se negasen de la urbe los señores,
el Rey ya ha concebido el pensamiento
de víctimas hacer de sus furores
a la ciudad y pueblo. Por el viento
resuenan de la turba los clamores,
invade el templo, agitase sin modo;
más con prudencia, al fin, lo alcanza todo.
En su talento y fuerza confiados,
a trabajar se dan los habitantes;
y agua y techos dejando abandonados,
penetran en la selva; y en donde antes
era imposible entrar, entran osados
y abren camino a todos los viandantes,
para formar del bosque con las frondas
esparto duro aún a las mismas ondas.
Asignarse a cada uno su faena,
y a cada uno su oficio; quién, alarga
la mano y del arbusto ya cercana
los ramos tiernos; quien, con ellos carga
la nave; quien, ya la tripula llena,
a través de las aguas; hierve, embarga
a todos del trabajo la porfía, (9)
y hallan en trabajar dulce alegría.
Más una vez que de la selva umbrosa
ha innumerables ramas hacinado,
y con maduro examen industriosa
la turba toda la obra preparada;
concurre, y con la fronda nemorosa
teje blandos tapetes, cual de estrado
largas estas --de mil casas cuna--
lanzándolos después a la laguna.
Sobre lo cual surgir en un momento
una calle se mira y otra calle;
más, a fin de que no contrario viento
turbe el lago el cristalino valle,
y amenace a las casas turbulento,
o las derribe cuando fiero estalle;
con un tronco nudoso las agarran,
y a las esteras, de la nave amarran.
Más a poco de ver los mejicanos
con éxito lograda sus labores,
las proras vuelven a la playa ufanos,
y a los prados alegres por las flores
tornan; y derramados por los llanos,
sacan del campo, a fuerza de sudores,
ricos terrones de esponjosa arcilla
en donde hacen fecunda la semilla.
(10) No de otro modo en apretadas haces
las abejas solicitas robando
el néctar de las flores, van fugaces
por la amena campiña susurrando,
cuando nuevas colmenas y capaces
con varias ramas forman, y llenando
están ya con la miel de los rosales
los hermosos y artísticos panales.
Así también, la juventud ardiente
cargando va las ágiles barquillas
con montones de césped reluciente
que los campos esmaltan y las orillas
del lago, cuyo seno ya se siente
agitado al contacto de las quillas,
o a los golpes de fuertes remadores
que, al surcarlo, provocan sus furores.
Mas luego que en las ondas extendidos
de junco y espadaña los estrados
están para la siembra apercibidos;
en ellos --sin hacer de los arados
ningún uso-- derraman escogidos
terrones, que convierten en sembrados,
sobre cuyo feraz, rico terreno,
depositan el grano de agua lleno.
Aquí sobre estas eras movedizas
de Ceres esparciendo van los dones;
aquí el germen de alegres hortalizas
gózanse en propagar; y hay ocasiones
en que, en éstas de industria nobles lizas,
no falta quien logren los blasones
de que para ellos en su vida grana
tiña sus rosas Venus soberana.
Mas luego que por sima de las olas
la turba ve los florecidos prados,
rompe acordé en alegres barcarolas;
y conduce nadantes los sembrados
--cubiertos de azucenas y amapolas,
claveles y jazmines perfumados--
a través de la líquida llanura
pagando así al tirano (11) con usura.
Mas en las ondas para sí prudente
otros jardines reservó el indiano,
que a las perlas de Flora reluciente
junten de Ceres el fecundo grano.
Jardines que cultiva con paciente
tesón el indio, porque espera ufano
que de ellos el linaje, en verde rama,
dé a su labor inmarcesible fama.
Mas si un ladrón despoja de cultivo
al campo fértil que en el lago nada,
o las maduras mieses es nocivo
túrbido viento; astuto lo traslada
a otro lugar el remador activo,
y el daño evita así; después se agrada
en ver tantas rientes sementeras
bogar sobre las móviles esteras.
De este flotante campo la riqueza
y cultivo feraz ve con envidia
la próxima ribera, que en tristeza
se consume mortal y en negra acidia.
Mas, a poco, levanta la cabeza
y por vencer a las "Chinampas" lidia;
de triunfar el deseo la estimula,
y en el prado mil dones acumulan.
¡Y es de ver el afán con que decora
de perenne verdor a la llanura,
y en ella cuántos frutos atesora!
Medra la pera allí, toda dulzura,
el cerezo y la poma tentadora
olmos y encinos de gigante altura,
pino, cedro y laurel, cuyas cimeras
horadan de los cielos las esferas.
Mas también en el bosque recatada
de aves dispuso numerosa orquesta,
a cuyo són, la selva arrebatada
remite por los ecos la respuesta.
De pájaros aquí la turba alada
con diverso color se manifiesta,
hiende el éter azul con fácil ala,
y dulce canto al litoral regala.
Y es, en verdad, muy dulce y peregrino
el canto del gorrión, pájaro bello
a cuya teta concedió el destino
airón sutil de espléndido cabello
que le da protección; pero más fino
resulta, al ver que por su grácil cuello
--cual si fueran del sol rubias guedejas--
se miran resbalar plumas bermejas.
Alegre entre las aves juguetea,
y entre todas por raro se señala
cuál príncipe, que a todas señorea,
y a quien, en voz canora nadie iguala,
el Cenzontle (12) gentil, que nos recrea
de "innumerables voces" con la escala;
y cuyo canto, por demás jocundo,
no se conoce en el antiguo mundo.
Su canto es singular: con él simula
la masculina voz, y de las aves
el sabroso cantar; flébil ulula
imitando al mastín; a los suaves
cantos del bate se une, y los modula;
agudos tonos interpreta o graves,
sin perder el compás; con su garganta
todo lo imita, lo repite, y canta.
Ora el voraz milano representa,
ora al gato cruel; ya del sonoro
clarín vuelve la voz, que se apacienta
en el útil espacio e incoloro.
Festivo ladra, y pía, y se lamenta;
y revolando en su prisión de oro,
puebla el aire de dulces melodías
con que engarza las noches en los días.
No así deplora en quejumbró su canto
la triste Filomena (13) caso impío,
envuelta toda por el denso manto
del soto, que protégela sombrío,
con sus trémulas voces de quebranto
las selvas atronando y el vacío;
como a los prados el Cenzontle encanta
con el dulce trinar de su garganta.
Este canto, estas ondas y riberas
ama la noble juventud garrida,
siendo en pequeñas barcas y ligeras
a través de las aguas conducida;
cuando apunta el Verano, y las praderas
cobran por los rosales nueva vida,
y con las flores de que van cubiertos
triscan alegres los flotantes huertos.
Fuerte remo llevando en cada mano,
ocupan las piraguas los donceles;
y tañendo sus arpas, en liviano
viento cantares dan, con que las hieles
acres mitiguen del dolor temprano;
cantares dulces, cuyos ecos fieles
del monte bajan al tendido valle,
y hacen que el bosque rumoroso estalle.
Sus esquifes después de ágiles llevan
a que justen del lago en los torneos,
por ver cuál es mejor; ya el lago prueban;
sobre su lomo azul mil cabrilleos
ejecutan corvados; ya se elevan
entre aplausos y vivos clamoreos;
y nadie ceja de la alegre tropa,
hasta el lauro arrancar para su popa.
Tras esto, en torno a las "nadantes eras"
vencedor y vencidos agrupados,
con sus canoas metense ligeras
por senderos torcidos y quebrados.
Dan la vuelta después por las riberas
caprichosas, y abordan los sembrados
ricos en hierbas y si lo estés flores,
debido a los esquifes voladores.
Como en remota edad el gran Teseo
la voz oyendo de prudente instinto,
logró de Creta con mendaz rodeo
los círculos burlar del laberinto
obscuro, y avivado del deseo,
tocó el umbral del lóbrego recinto;
así la juventud, inciertas calles
busca a través de los flotantes valles.
Se solazan algunos otras veces,
en prender con anzuelos acerados
a los del lago rutilantes peces,
y en llevarlos a tierra ya ensartados,
donde del rubio sol las brillantes
los dejan más pulidos y argentados;
mientras dejando atrás puertas y orillas
al piélago se dan con remo y quillas.
Después allí con proceder ladino
arrojan a los peces bien cebados
anzuelo engañador, que está por fino
cordón a esbelta caña encadenado.
Se hace silencio: a poco en remolino
confuso acuden del palustre vado
los moradores al manjar aleve;
pero de él a gustar nadie se atreve.
Y dejándolo, al punto se zambullen
del lago en las profundas lobregueces;
mas tornan a ascender, y ya rebullen
por cima la onda azul; una y más veces,
--temiendo que al subir los aturullen--
el camino desandan; ¡pobres peces!
presos, al fin, por el aroma fuerte
del cebo, al devorarlo, hallan la muerte.
Y al punto, el pescador irgue en la enhiesta
caña el regio botín que ha recogido
en medio a los clamores y la fiesta
de cuántos al deporte han concurrido.
El moribundo pez, en tanto, asesta
rudos golpes, que parten del herido
trémulo cuerpo, con aliento bronco
contra las bandas del cavado tronco.
Cuando esto pasa, ya la muchedumbre,
metiendo en derredor festiva gresca,
con las cañas y cebo de costumbre
torna a bregar, y obtiene nueva pesca.
¡Treme el batel con tanta pesadumbre!
Más dueños de la presa gigantesca,
todos gózanse en ella; y satisfechos,
muriendo el sol, retornan a sus techos.
Más luego que el verano ya termina,
y con él las campestres bataolas;
de los lagos la turba se encamina
a la ciudad, dejando ya las olas
claras de la Laguna cristalina,
que muda queda y sus riberas solas;
sitio amable en que, a poco, se congregan
los que en busca de paz ansiosos llegan.
Por estos litorales tan amenos
con pasos discurriendo van callados
los que de dulce paz se sienten llenos,
y los que son de penas visitados.
Ni a tan plácidas jiras son ajenos
de Minerva los hijos afamados;
ni los que son del campo a las secretas
delicias nada esquivos: los Poetas
que atruenan, cuando cantan, la ribera:
aquí, entre ellos, Carnero (14) arrebatado
en seráfico ardor, con lastimera
trova lloró de Cristo el vulnerado
cuerpo, afrentas y cruz y muerte fiera;
y aquí también, (15) Abad el afamado,
ardoroso cantó con estro divo
sublimes alabanzas al Dios vivo.
Estas mismas riberas apacibles
retemblaron al eco gigantesco giganteo
con que el meonio Alegre (16) los terribles
hados nuncio del hijo de Peleo...
También Zapata (17) y Reina, almas sensibles,
y el célebre Alarcón (18) cuando recreó
daban a sus a su dolor, aquí cantaron,
y en los tronos sus nombres señalaron.
Mas luego que con otro peregrino
cantó Juana de Asbaje (19) la corriente
rápida se paró; y en repentino
vuelo las aves en el puro ambiente
suspendidas quedaron; y al divino
cantar atentos (si el rumor no miente
de la gárrula fama) los peñones
rompieron de granito sus prisiones.
Más porque no a las Musas de desodoro
viniese esto a servir, a Apolo manda
éntre sor Juana al Aganipeo coro, (20)
y de él aumente la gloriosa banda,
por su dulce laúd, muy más sonoro
que del nevado Cisne la voz blanda,
cuando, al morir, agota su registro
sembrando de querellas el Caistro. (21)
Más ya los ríos en veloz carrera
deslizándose van, y sus caudales
huyen de la laguna placentera
a través de larguísimos canales,
para indolentes ir de la pradera
a fecundar los tristes arenal
con vivífico humor; y de seguida,
dejar a la ciudad en dos partidas.
Los que, además, encauce tortuoso,
van diversos caminos describiendo,
hasta que, al fin, en vórtice espantoso
la ribera azotando con estruendo,
se lanzan entre rocas al undoso
salobre lago; semejantes siendo
al Jordán, cuando pierde su dulzura,
mezclado de Asfaltite (22) a la amargura.
Pues no obstante que en puras filtraciones
rebosa de Texcoco el ancha vega,
y que con dulces aguas sus mansiones
perennemente la laguna llena;
con todo, de su cauce en las prisiones
salobres y mordaces se repliega,
viciando el agua con ingratas sales
y amargando, a la vez, los litorales.
De aquí nace que, a poco, de los huertos
palidezcan las verdes florecillas;
y que una hórrida peste deje muertos
los gramales que abordan las orillas.
De fétido salitre en los desiertos
campos ya no prosperan las semillas,
ni encuentra pasto el balador ganado;
¡todo, cruel la peste a desolado! ....
Damos de esto, las aguas de los lagos
saturadas del sálico veneno,
a las que a ellas afluyen peces vagos
ahuyentan y repelen de su seno.
Más si alguno, de Chalco los halagos
dulces prefiere, agora que está lleno
de pestilente sal, y lo atraviesa,
tumba hallará abajo la linfa aviesa.
De este lago, además, la onda tranquila
debe cauto surcar el barquichuelo,
porque sabe engañar. No bien rutila
en el Oriente el sol, rasgando el velo
tétrico de la noche que horripila,
y va apagando en el remoto cielo
las pálidas estrellas; cuando, manso,
a la quietud envidia y al descanso.
Pero es harto falaz; porque tan luego
como en fino tamiz o en polvo vano
a los sólidos cuerpos, con su fuego,
ha convertido el sol, y el meridiano
ocupa ya triunfal; de rabia ciego,
con ímpetu feroz austro liviano
del lago las llanuras alborota,
y las riberas espumante azota.
Y ya bajo la miseria chalupa
embravecida la onda se quebranta;
ya en tormentoso cúmulo se agrupa;
ya rápida volviendo, se levanta
hasta los astros, y el espacio ocupa.
La pobre nave entre borrasca tanta,
por repetidos golpes combatida
gime, creyendo ya verse perdida.
Y los nautas que ya de salvamento
ni una esperanza dentro el alma abrigan,
con válido clamor el firmamento
una vez y otra vez tristes fatigan.
Que si el piloto no virase atento
a las próximas playas, no se abrigan
las naves contra el Euro y se reparan;
¡Piloto y tripulantes naufragaran! ...
Mas, con todo, conserva el texcucano
pequeño mar su gracia seductora,
cuando bebe de Chalco, que es su hermano,
las aguas y otras muchas que atesora
en su cauce avariento; sin que al llano
permita que del agua bienhechora
llegue a escarparse tan siquiera un hilo,
ni que reboce su fecundo asilo.
Tal como el mar, que relamiendo toca
las islas que haya al paso y continentes,
y va después con dilatada boca
sorbiendo de los ríos las corrientes;
a éstas vedando que, con furia loca,
batan la tierra y playas sonrientes;
y que éstas no los ríos desperdicien,
salvo cuando al comercio beneficien.
Nunca, empero, miró la Nueva España
escenas más graciosa y divertida,
que la en que el indio con astucia engaña
a la de patos pléyade lucida;
cuando de junco y resonante caña
en el lecho fluvial está metida,
quieta y feliz, sin abrigar sospecha
de que ya astuto cazador la acecha.
La acuática legión --que al lago honora--
del cielo en un principio las llanuras
iba hendiendo con ala triunfadora,
y de los lagos las corrientes puras
surcaba, sin temer a que traidora
flecha dejarla hiciese las alturas
en que ocupaba transparentes sedes,
ni a que dolosas le tendiesen redes.
Y de completa impunidad estaba
tanto segura así; que con frecuencia
(y esto ya por costumbre lo tomaba);
con amor y marcada complacencia
las riberas lacustres visitaba,
dándole honra y prez con su asistencia;
y aún a veces con aires de osadía,
de los inermes indios se reía.
Pero la audacia, al fin, quedó vencida
del indio por la astucia sorprendente:
Ved como procedió; de viento henchida
crece en las selvas calabaza ingente,
que a las ramas del árbol adherida,
péndula está; muy apta la corriente
para surcar con éxito seguro,
y para vino cántaro futuro.
De aquestas calabazas las mayores
astuto el indio para sí reserva,
y vacuas a los vidrios tembladores
arrójalas; ahí do la caterva
se junta de los patos nadadores
que van en busca de frescos y hierba;
para que de ellos a la vera estando,
por cima de onda azul vaya flotando.
En un principio el ánade medroso
se horroriza al mirarlas; y espantado
del bulto que presentan monstruoso,
huye veloz, con grito desgarrado
turbando de las ribas el reposo.
Mas cuando ve que flotan por el vado
sin daño hacer; entonces, sin recelo
al estanque retoma en raudo vuelo.
Y ya en torno a las patos, triunfadoras
las calabazas van, ya no temidas,
como antes, de las aves voladoras
que ya tornan de nuevo a sus manidas.
Taimado el indio, en tanto, de traidoras
armas se vale y artes fementidas
con que, en breves instantes, asegura
de los ánades vagos la captura.
Y harto sagaz procede el muy donante:
pues que siguiendo peregrina traza,
en un todo a las otras semejante
se apodera de fofa calabaza
con la que cubre, a modo de turbante,
la orgullosa cerviz que --abriendo plaza--
ya por el lago va, condensa mole
emulando a las otras de su prole.
Con el agua hasta el cuello, el indio osado
se sepulta del piélago en el seno,
(de la rivera no muy apartado,
por menos hondo ser allí el terreno);
con tiento avanza; hasta que, al fin, al lado
se ve del escuadrón, que muy ajeno
a la negra tradición que le amenaza,
ve sin temor llegar la calabaza.
De ésta a través de algunos agujeros,
está el indio sus víctimas mirando.
Hace, a poco, su diestra prisioneros
a cuantos forman el palustre bando.
Cautivos ya los huéspedes parleros
y asidos de los pies, los va anegando
bajo las linfas de la alberca obscura
en la que encuentran negras sepultura.
Que estando ya en las aguas sumergidos,
(sin darse nadie del engaño cuenta,
pues fueron por la astucia sorprendidos)
dales el indio ahí muerte violenta;
y, a través de los cuellos retorcidos,
les arrebata el ser que los alienta.
¡Tal es la habilidad de aquella gente
motejada de inculta y de indolente!
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