viernes, 24 de noviembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Los lagos mejicanos; transcripción)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila


"Secreti tacita capior dulcedine ruris:
Quod spectare juvat, placuit deducere versu."
                               (Vaniére, Pread., rustici, lib. I)

Del campo silencioso la callada
dulcedumbre retiéneme cautivo:
Lo que natura contemplar agrada,
pláceme en verso trasladar, y escribo.



 LIBRO PRIMERO

DE LA RUSTICACIO MEXICANA

(LAGOS MEJICANOS)

"Obtegat arcanis alius sua sensa figuris,
abstrusa quarum nemo penetrare latebras
Ausit, et ingrato mentem tor quere labore:"

Disfrace el otro allá su pensamiento (1)
con adorno retórico y arcano 
en cuyas lobregueces nadie intento 
hizo jamás de penetrar; y en vano 
trabajo fatigándose, talento 
preste a las bestias y decir galano; 
los campos trueque en arsenal de guerra, 
y los reinos asuele de la tierra; 

que a mí me place sobre todas cosas, 
de la tierra natal por los halagos, 
las vegas patrias visitar frondosas, 
y discurrir por los cerúleos lagos 
de México, y cruzar por las hermosas 
huertas de Clori, (2) entre rumores vagos, 
camaradas cogiendo, por doquiera, 
a bordo de piragua placentera. (3)

Visitaré después las cordilleras 
del ardiente Jorullo, do se encienden 
las iras de Vulcano; y las parleras 
y cristalinas aguas, que descienden 
de lo alto de las cumbres altaneras, 
y por el valle plácidas se extienden; 
y de la grana admiraré el gusano, 
el tirio múrex y el veneno indiano. (4)

    Con venablos, a poco, las cabañas 
tocaré del Casto; y con acero 
romperé de la mina las entrañas. 
En arcillosos moldes prisionero 
dejaré el jugo de las dulces cañas; 
correré tras las fuentes placentero, 
o en pos de fieras y rebaños graves, 
montes y juegos celebrando y aves. 

    Más bien debiera --lo confieso-- en triste (5)
manto envolver mi corazón cuitando 
y en lágrimas bañarme, pues no existe 
consuelo para un pobre desterrado. 
¡Ay! es verdad; en tanto que se viste 
la campiña de flores y estrellados 
se ve el cielo lucir; en lo más hondo 
del corazón mi sufrimiento escondo. 

    Y este dolor en ocultar me afano 
dentro del corazón, ¡ay! de que en luto 
mil suspiros arrancan, pero.... ¡insano! 
¿Por qué de triste querellar tributo 
mi pecho ha de pagar? ¿Por qué mi mano 
no de consuelo ha de coger el fruto? 
A Apolo invoco ya, y ante él me rindo: 
¡las arduas cumbres tocaré del Pindo! 

    Sí, de mi exilio en el tormento rudo, 
al de las musas protector y guía 
crinado Apolo, suplicante acudo; 
y de mi voz a la tenaz porfía 
fácil oído prestará, y escudo 
habrá de ser en la jornada mía. 
Que cuando el duelo al pecho despedaza, 
el ánimo, cantando, se solaza. 

    Tú qué con plectro de marfil preclaro 
concentos sin igual fácil regulas, 
y a las sagradas musas das amparo, 
y les enseñas las que tu modulas 
suaves canciones; del que asunto raro 
más cierto va a cantar, no dejes nulas 
las esperanzas en aquel día; 
ni le niegues tu grata melodía. 

    Érase una ciudad, de aquí distante 
mas en las indias tierras conocida, 
Méjico, en moradores abundante
y opulenta, además; y el yugo uncido
del indígena fue tiempo bastante; 
mas por la guerra ahora ya vencida, 
de su dominio el cetro está en las manos 
de los que la gobiernan: los hispanos. 
 
    A esta ciudad hermosa la rodean 
varias lagunas de agua transparente, 
las que con olas placidas recrean 
a pequeños esquifes. No es la mente 
a todas celebrar; pues las que otean 
de lejos la ciudad, de poca gente, 
casi por lo común, son visitadas, 
y por remotas, menos celebradas. 

    Además de esto, no alcanzan mucha fama 
porque su escaso manantial no aumenta, 
cual la común utilidad reclama; 
porque, además, vados no alimentan 
a los vivientes de agentada escama, 
que aguas copiosas aman y frecuentan; 
ni a "las nadantes florecidas eras." (6)
ni a las de ánades turbas vocingleras. 

    Empero, la que el rayo purpurino 
del rubicundo sol temple quebranta, 
al tomar de su umbrífero camino; 
y aquella que hacia el austro se adelanta, 
(por ambas un arroyo y peregrino 
abre paso al cementerio y lo agiganta);
salen de madre, y baten la ribera; 
¡gracia y solaz del pueblo y la pradera! 

    A par de éstas, y en medio a las frondosas 
márgenes se destacan y se elevan 
dos poblaciones, dos! por quien famosas 
son las lagunas que sus nombres llevan. 
Chalco y Texcoco en páginas añosas 
llamarse así los sabios lo comprueban; 
y a entrambas, sin que surja competencia, 
ponen sobre otras y honran con prudencia. 

    Porque, a pesar de que las dos, seguros 
a las quillas angostas brindan puertos 
y son a la ciudad, cual altos muros 
que amparándola están; más los expertos 
ciudadanos se van tras de los puros 
goces de la de Chalco, porque huertos, 
y alegres mieses y tejidos 
frondas alimenta en el fondo de sus ondas.  

    En su álveo dilatado aquí congrega 
el lago insigne dulce manantiales; 
y otras corrientes placidas allega 
por medio de recónditos canales. 
Y no contento aún, a esto agrega 
de arroyuelos sin nombre los caudales 
bien pobres, y los ríos desbordados
 que prestan riego a los gramíneos prados. 

    El fondo a perturbar de quieto lago 
no envía Eolo a Bóreas turbulento, 
ni al raudo vendaval, que cause estrago: 
ni consciente que Céfiro violento 
reluche con el Euro, al aire vago; 
sino que arroja a su prisión al viento, 
de su estrépito vence por la pujanza, 
y da a las ondas plácida bonanza. 

    Mas aunque de agua tanta rebosante 
de Chalco el lago se contemple lleno, 
un manantial purísimo, no obstante, 
se ve brotar de en medio de su seno, 
No se confunde el manantial brotante 
con la rojilla arena del terreno 
marginal, ni aún el lodo del vecino 
campo en turbia su lecho cristalino. 

Y es tan claro, tan puro y transparente, 
que si guijas menudas arrojara 
alguien al fondo mismo de la fuente, 
sin esfuerzo las viera y aún contara. 
Lanza luego del cauce, ya impaciente, 
gélidos sus raudales; y con rara 
fuerza las aguas superiores hiende,
y luego el magno círculo se extiende...

    Y como en otra edad, el teucro Alfeo 
que se desliza de porosa tierra 
por cima, y con impulso giganteo 
en subterráneo lóbrego se encierra; 
después su curso acrece, y ya le veo 
que bajo el mar undívago se entierra, 
hasta que el linde sic ulano toca, 
u un río saca, Aretusa, de tu boca: 

    no de otra suerte, el "ojo" cristalino, 
de Chalco en la laguna plateada, 
va persiguiendo incógnito camino 
hasta tocar la meta deseada. 
¿Más ese manantial de dónde vino? ... 
¿Por quién su agua perenne es impulsada? ... 
¿Quién brotar la hace con empuje grave? ... 
¡Incierto todo es, nada se sabe! ... 

    Porque hay quien asegura --y de ello prueba 
ciertas dice tener-- de que encerrado 
tal vez el viento en subterráneas cuevas,
por el frío brumal queda trocado 
en varias gotas, a las que otras nuevas 
se juntan, para luego por el prado 
ya desatarse en rápido raudales 
y arrancar de las pómez manantiales. 

    Otros dicen tener más fundamento 
el que un "brazo de mar" en la obscuras 
cavernas impulsado por el viento, 
quiere, a través de angostas hendiduras, 
salir para tomar esparcimiento; 
y dejando en el suelo las impuras 
heces; sube a la tierra, recreando
las plantas y los lagos inundando. 
    
    Otros, por fin, apoyan la creencia 
firme de que a los montes encumbrados 
deben estos arroyos la existencia, 
cuando aquellos se encuentran congelados. 
Está --por más segura-- es la sentencia
de aquellos a quienes fueron revelados 
los prodigios y arcanos de Natura, 
y él nacimiento de esta fuente pura. 

    Porque, a pesar de que el fecundo prado
 separa de las aguas los oteros, 
y no se ve surgir ningún collado 
en el valle cubierto de romeros; 
con todo, hasta retar al estrellado 
cielo se alzan dos montes altaneros, (7)
que en perenales nieves se coronan, 
y señores del éter se pregonan. 

    Más, una vez que por el sol y el viento 
poco a poco, la nieve derretida 
ha venido a quedar; baja al momento, 
y del monte penetra en la guarida; 
hasta que, al fin, como escuadrón violento 
de gotas mil, a tierra la salida 
logre obtener, bien curso acelerado 
las aguas venza del palustre vado. 

    A esto se añade singular portento, 
hasta hoy desconocido, sin segundo; 
cuyo renombre, volador el viento 
llevará por los ámbitos del mundo: 
marmórea cruz, a todo pulimento, 
se alza del manantial en lo profundo; 
y está del suelo allí tan agarrada, 
que por ningún esfuerzo es arrancada. 

    A qué se deba aquesto, y quién tallado 
haya allí de la Cruz la alma figura, 
antiguos monumentos lo han dejado 
dormir del tiempo en la tiniebla obscura. 
De hoy más, Apolo calle avergonzado 
las excelencias de Castalia pura, 
desprecie Ammón sus líbicas corrientes, 
y Aretusa sus linfas transparentes. 

    Callen también sus límpidos veneros, 
y sus remansos quietos y sombríos, 
y sus claros arroyos y parleros, 
los númenes que habitan en los ríos. 
La fama sola en ecos duraderos 
doquier celebre con los versos míos 
a ésta de Chalco límpida fontana, 
que con la Cruz de Cristo se engalana. 

    Ora tras mi venid; y ya que el cielo 
quieto mar nos concede, y a las quillas 
angostas acaricia con anhelo 
el lago azul; veloz de sus orillas
yo alejaré mi frágil barquichuelo, 
para ir a contemplar las maravillas 
de los huertos ¡oh Clari! donde campas, 
huertos que el indio apellido "Chinampas". (8)

    Tú, en tanto, de los céfiros esposa,
hada gentil imperas y dominas
sobre todos los campos, por hermosa, 
¿quién --dinos-- tantas flores peregrinas 
lanzó del agua a la corriente undosa, 
y cultivables hizo las marinas 
túmidas ondas, cuando están ufanas 
por ti riendo púnicas manzanas?
 
Del lago en la mitad, primeramente 
fundaron la ciudad los mexicanos: 
ciudad que, a poco, de un imperio ingente
sede había de ser; en ella, ufanos, 
a los dioses y reyes juntamente 
alcázares y templos soberanos 
erigieron; y en todas direcciones 
domicilios y fuertes torreones.

    Con lo que vino a acrecentarse luego 
tanto la población de la comarca, 
que llegase a infundir desasosiego 
asaz grande en el pecho del Monarca. 
(a quien rendía vasallaje ciego 
y en pagarle tributos no era parca): 
El que, en verdad, mirando se dolía 
cómo la gente en la ciudad crecía. 

    Por lo que otros impuestos onerosos 
y nada justos hizo que la gente 
pagase por llevar los aromosos 
jardines, a través de la corriente 
del agua azul; jardines que famosos 
por la hortaliza son, que es excelente, 
y por los varios frutos que conducen 
y las verdes retamas que producen. 

    Pero sí a obedecer tal mandamiento 
se negasen de la urbe los señores, 
el Rey ya ha concebido el pensamiento 
de víctimas hacer de sus furores 
a la ciudad y pueblo. Por el viento 
resuenan de la turba los clamores, 
invade el templo, agitase sin modo; 
más con prudencia, al fin, lo alcanza todo. 

    En su talento y fuerza confiados, 
a trabajar se dan los habitantes; 
y agua y techos dejando abandonados, 
penetran en la selva; y en donde antes 
era imposible entrar, entran osados 
y abren camino a todos los viandantes, 
para formar del bosque con las frondas 
esparto duro aún a las mismas ondas. 

    Asignarse a cada uno su faena, 
y a cada uno su oficio; quién, alarga  
la mano y del arbusto ya cercana 
los ramos tiernos; quien, con ellos carga 
la nave; quien, ya la tripula llena, 
a través de las aguas; hierve, embarga 
a todos del trabajo la porfía, (9) 
y hallan en trabajar dulce alegría. 

Más una vez que de la selva umbrosa 
ha innumerables ramas hacinado, 
y con maduro examen industriosa 
la turba toda la obra preparada; 
concurre, y con la fronda nemorosa 
teje blandos tapetes, cual de estrado 
largas estas --de mil casas cuna-- 
lanzándolos después a la laguna. 

    Sobre lo cual surgir en un momento 
una calle se mira y otra calle; 
más, a fin de que no contrario viento 
turbe el lago el cristalino valle, 
y amenace a las casas turbulento, 
o las derribe cuando fiero estalle; 
con un tronco nudoso las agarran, 
y a las esteras, de la nave amarran. 

Más a poco de ver los mejicanos 
con éxito lograda sus labores, 
las proras vuelven a la playa ufanos, 
y a los prados alegres por las flores 
tornan; y derramados por los llanos, 
sacan del campo, a fuerza de sudores, 
ricos terrones de esponjosa arcilla 
en donde hacen fecunda la semilla. 

 (10) No de otro modo en apretadas haces 
las abejas solicitas robando 
el néctar de las flores, van fugaces 
por la amena campiña susurrando, 
cuando nuevas colmenas y capaces 
con varias ramas forman, y llenando 
están ya con la miel de los rosales 
los hermosos y artísticos panales.
  
    Así también, la juventud ardiente 
cargando va las ágiles barquillas 
con montones de césped reluciente 
que los campos esmaltan y las orillas 
del lago, cuyo seno ya se siente 
agitado al contacto de las quillas, 
o a los golpes de fuertes remadores 
que, al surcarlo, provocan sus furores. 

    Mas luego que en las ondas extendidos 
de junco y espadaña los estrados 
están para la siembra apercibidos; 
en ellos --sin hacer de los arados 
ningún uso-- derraman escogidos 
terrones, que convierten en sembrados, 
sobre cuyo feraz, rico terreno, 
depositan el grano de agua lleno. 

    Aquí sobre estas eras movedizas 
de Ceres esparciendo van los dones; 
aquí el germen de alegres hortalizas 
gózanse en propagar; y hay ocasiones 
en que, en éstas de industria nobles lizas, 
no falta quien logren los blasones 
de que para ellos en su vida grana 
tiña sus rosas Venus soberana. 

    Mas luego que por sima de las olas 
la turba ve los florecidos prados, 
rompe acordé en alegres barcarolas; 
y conduce nadantes los sembrados 
--cubiertos de azucenas y amapolas, 
claveles y jazmines perfumados-- 
a través de la líquida llanura 
pagando así al tirano (11) con usura. 

    Mas en las ondas para sí prudente 
otros jardines reservó el indiano, 
que a las perlas de Flora reluciente 
junten de Ceres el fecundo grano. 
Jardines que cultiva con paciente 
tesón el indio, porque espera ufano 
que de ellos el linaje, en verde rama, 
dé a su labor inmarcesible fama. 

    Mas si un ladrón despoja de cultivo 
al campo fértil que en el lago nada, 
o las maduras mieses es nocivo 
túrbido viento; astuto lo traslada 
a otro lugar el remador activo, 
y el daño evita así; después se agrada
en ver tantas rientes sementeras
bogar sobre las móviles esteras. 

    De este flotante campo la riqueza 
y cultivo feraz ve con envidia 
la próxima ribera, que en tristeza 
se consume mortal y en negra acidia. 
Mas, a poco, levanta la cabeza 
y por vencer a las "Chinampas" lidia; 
de triunfar el deseo la estimula, 
y en el prado mil dones acumulan. 

    ¡Y es de ver el afán con que decora 
de perenne verdor a la llanura, 
y en ella cuántos frutos atesora! 
Medra la pera allí, toda dulzura, 
el cerezo y la poma tentadora 
olmos y encinos de gigante altura, 
pino, cedro y laurel, cuyas cimeras
horadan de los cielos las esferas. 

    Mas también en el bosque recatada 
de aves dispuso numerosa orquesta, 
a cuyo són, la selva arrebatada
remite por los ecos la respuesta. 
De pájaros aquí la turba alada 
con diverso color se manifiesta, 
hiende el éter azul con fácil ala, 
y dulce canto al litoral regala. 

    Y es, en verdad, muy dulce y peregrino 
el canto del gorrión, pájaro bello 
a cuya teta concedió el destino 
airón sutil de espléndido cabello 
que le da protección; pero más fino 
resulta, al ver que por su grácil cuello 
--cual si fueran del sol rubias guedejas-- 
se miran resbalar plumas bermejas. 

    Alegre entre las aves juguetea, 
y entre todas por raro se señala 
cuál príncipe, que a todas señorea, 
y a quien, en voz canora nadie iguala, 
el Cenzontle (12) gentil, que nos recrea 
de "innumerables voces" con la escala; 
y cuyo canto, por demás jocundo, 
no se conoce en el antiguo mundo.  

    Su canto es singular: con él simula 
la masculina voz, y de las aves 
el sabroso cantar; flébil ulula 
imitando al mastín; a los suaves 
cantos del bate se une, y los modula; 
agudos tonos interpreta o graves, 
sin perder el compás; con su garganta 
todo lo imita, lo repite, y canta. 

    Ora el voraz milano representa, 
ora al gato cruel; ya del sonoro 
clarín vuelve la voz, que se apacienta 
en el útil espacio e incoloro. 
Festivo ladra, y pía, y se lamenta; 
y revolando en su prisión de oro, 
puebla el aire de dulces melodías 
con que engarza las noches en los días. 

    No así deplora en quejumbró su canto 
la triste Filomena (13) caso impío, 
envuelta toda por el denso manto 
del soto, que protégela sombrío, 
con sus trémulas voces de quebranto 
las selvas atronando y el vacío; 
como a los prados el Cenzontle encanta 
con el dulce trinar de su garganta. 

    Este canto, estas ondas y riberas 
ama la noble juventud garrida, 
siendo en pequeñas barcas y ligeras
a través de las aguas conducida; 
cuando apunta el Verano, y las praderas 
cobran por los rosales nueva vida, 
y con las flores de que van cubiertos 
triscan alegres los flotantes huertos. 

    Fuerte remo llevando en cada mano, 
ocupan las piraguas los donceles; 
y tañendo sus arpas, en liviano 
viento cantares dan, con que las hieles 
acres mitiguen del dolor temprano; 
cantares dulces, cuyos ecos fieles 
del monte bajan al tendido valle, 
y hacen que el bosque rumoroso estalle. 

    Sus esquifes después de ágiles llevan 
a que justen del lago en los torneos, 
por ver cuál es mejor; ya el lago prueban; 
sobre su lomo azul mil cabrilleos 
ejecutan corvados; ya se elevan 
entre aplausos y vivos clamoreos; 
y nadie ceja de la alegre tropa, 
hasta el lauro arrancar para su popa. 

    Tras esto, en torno a las "nadantes eras" 
vencedor y vencidos agrupados, 
con sus canoas metense ligeras 
por senderos torcidos y quebrados. 
Dan la vuelta después por las riberas 
caprichosas, y abordan los sembrados 
ricos en hierbas y si lo estés flores, 
debido a los esquifes voladores. 

    Como en remota edad el gran Teseo 
la voz oyendo de prudente instinto, 
logró de Creta con mendaz rodeo 
los círculos burlar del laberinto 
obscuro, y avivado del deseo, 
tocó el umbral del lóbrego recinto; 
así la juventud, inciertas calles 
busca a través de los flotantes valles. 

    Se solazan algunos otras veces, 
en prender con anzuelos acerados 
a los del lago rutilantes peces, 
y en llevarlos a tierra ya ensartados, 
donde del rubio sol las brillantes 
los dejan más pulidos y argentados; 
mientras dejando atrás puertas y orillas 
al piélago se dan con remo y quillas. 

    Después allí con proceder ladino 
arrojan a los peces bien cebados 
anzuelo engañador, que está por fino 
cordón a esbelta caña encadenado. 
Se hace silencio: a poco en remolino 
confuso acuden del palustre vado 
los moradores al manjar aleve; 
pero de él a gustar nadie se atreve. 

    Y dejándolo, al punto se zambullen 
del lago en las profundas lobregueces; 
mas tornan a ascender, y ya rebullen 
por cima la onda azul; una y más veces, 
--temiendo que al subir los aturullen-- 
el camino desandan; ¡pobres peces! 
presos, al fin, por el aroma fuerte 
del cebo, al devorarlo, hallan la muerte. 

    Y al punto, el pescador irgue en la enhiesta 
caña el regio botín que ha recogido 
en medio a los clamores y la fiesta 
de cuántos al deporte han concurrido. 
El moribundo pez, en tanto, asesta 
rudos golpes, que parten del herido 
trémulo cuerpo, con aliento bronco 
contra las bandas del cavado tronco. 

    Cuando esto pasa, ya la muchedumbre, 
metiendo en derredor festiva gresca, 
con las cañas y cebo de costumbre 
torna a bregar, y obtiene nueva pesca.
¡Treme el batel con tanta pesadumbre! 
Más dueños de la presa gigantesca, 
todos gózanse en ella; y satisfechos, 
muriendo el sol, retornan a sus techos. 

    Más luego que el verano ya termina, 
y con él las campestres bataolas; 
de los lagos la turba se encamina 
a la ciudad, dejando ya las olas 
claras de la Laguna cristalina, 
que muda queda y sus riberas solas; 
sitio amable en que, a poco, se congregan 
los que en busca de paz ansiosos llegan. 

    Por estos litorales tan amenos 
con pasos discurriendo van callados 
los que de dulce paz se sienten llenos, 
y los que son de penas visitados. 
Ni a tan plácidas jiras son ajenos 
de Minerva los hijos afamados; 
ni los que son del campo a las secretas 
delicias nada esquivos: los Poetas 

que atruenan, cuando cantan, la ribera: 
aquí, entre ellos, Carnero (14) arrebatado 
en seráfico ardor, con lastimera 
trova lloró de Cristo el vulnerado 
cuerpo, afrentas y cruz y muerte fiera; 
y aquí también, (15) Abad el afamado, 
ardoroso cantó con estro divo 
sublimes alabanzas al Dios vivo

    Estas mismas riberas apacibles 
retemblaron al eco gigantesco giganteo 
con que el meonio Alegre (16) los terribles 
hados nuncio del hijo de Peleo...
También Zapata (17) y Reina, almas sensibles, 
y el célebre Alarcón (18) cuando recreó 
daban a sus a su dolor, aquí cantaron, 
y en los tronos sus nombres señalaron. 

    Mas luego que con otro peregrino 
cantó Juana de Asbaje (19) la corriente 
rápida se paró; y en repentino 
vuelo las aves en el puro ambiente 
suspendidas quedaron; y al divino 
cantar atentos (si el rumor no miente 
de la gárrula fama) los peñones 
rompieron de granito sus prisiones. 

Más porque no a las Musas de desodoro 
viniese esto a servir, a Apolo manda 
éntre sor Juana al Aganipeo coro, (20) 
y de él aumente la gloriosa banda, 
por su dulce laúd, muy más sonoro 
que del nevado Cisne la voz blanda, 
cuando, al morir, agota su registro 
sembrando de querellas el Caistro. (21)  

    Más ya los ríos en veloz carrera 
deslizándose van, y sus caudales 
huyen de la laguna placentera 
a través de larguísimos canales, 
para indolentes ir de la pradera 
a fecundar los tristes arenal
con vivífico humor; y de seguida, 
dejar a la ciudad en dos partidas. 

    Los que, además, encauce tortuoso, 
van diversos caminos describiendo, 
hasta que, al fin, en vórtice espantoso 
la ribera azotando con estruendo, 
se lanzan entre rocas al undoso 
salobre lago; semejantes siendo 
al Jordán, cuando pierde su dulzura,
mezclado de  Asfaltite (22) a la amargura. 

    Pues no obstante que en puras filtraciones 
rebosa de Texcoco el ancha vega, 
y que con dulces aguas sus mansiones 
perennemente la laguna llena; 
con todo, de su cauce en las prisiones 
salobres y mordaces se repliega, 
viciando el agua con ingratas sales 
y amargando, a la vez, los litorales. 
   
 De aquí nace que, a poco, de los huertos 
palidezcan las verdes florecillas; 
y que una hórrida peste deje muertos 
los gramales que abordan las orillas. 
De fétido salitre en los desiertos 
campos ya no prosperan las semillas, 
ni encuentra pasto el balador ganado; 
¡todo, cruel la peste a desolado! ....

    Damos de esto, las aguas de los lagos 
saturadas del sálico veneno, 
a las que a ellas afluyen peces vagos 
ahuyentan y repelen de su seno. 
Más si alguno, de Chalco los halagos 
dulces prefiere, agora que está lleno 
de pestilente sal, y lo atraviesa, 
tumba hallará abajo la linfa aviesa. 

    De este lago, además, la onda tranquila 
debe cauto surcar el barquichuelo, 
porque sabe engañar. No bien rutila 
en el Oriente el sol, rasgando el velo 
tétrico de la noche que horripila, 
y va apagando en el remoto cielo 
las pálidas estrellas; cuando, manso, 
a la quietud envidia y al descanso. 

    Pero es harto falaz; porque tan luego 
como en fino tamiz o en polvo vano 
a los sólidos cuerpos, con su fuego, 
ha convertido el sol, y el meridiano 
ocupa ya triunfal; de rabia ciego, 
con ímpetu feroz austro liviano 
del lago las llanuras alborota, 
y las riberas espumante azota. 

Y ya bajo la miseria chalupa 
embravecida la onda se quebranta; 
ya en tormentoso cúmulo se agrupa; 
ya rápida volviendo, se levanta 
hasta los astros, y el espacio ocupa. 
La pobre nave entre borrasca tanta, 
por repetidos golpes combatida 
gime, creyendo ya verse perdida. 

Y los nautas que ya de salvamento 
ni una esperanza dentro el alma abrigan, 
con válido clamor el firmamento 
una vez y otra vez tristes fatigan. 
Que si el piloto no virase atento 
a las próximas playas, no se abrigan 
las naves contra el Euro y se reparan; 
¡Piloto y tripulantes naufragaran! ... 

Mas, con todo, conserva el texcucano 
pequeño mar su gracia seductora, 
cuando bebe de Chalco, que es su hermano, 
las aguas y otras muchas que atesora 
en su cauce avariento; sin que al llano 
permita que del agua bienhechora 
llegue a escarparse tan siquiera un hilo, 
ni que reboce su fecundo asilo. 

    Tal como el mar, que relamiendo toca 
las islas que haya al paso y continentes, 
y va después con dilatada boca 
sorbiendo de los ríos las corrientes; 
a éstas vedando que, con furia loca, 
batan la tierra y playas sonrientes; 
y que éstas no los ríos desperdicien, 
salvo cuando al comercio beneficien. 

    Nunca, empero, miró la Nueva España 
escenas más graciosa y divertida, 
que la en que el indio con astucia engaña 
a la de patos pléyade lucida; 
cuando de junco y resonante caña 
en el lecho fluvial está metida, 
quieta y feliz, sin abrigar sospecha 
de que ya astuto cazador la acecha. 

    La acuática legión --que al lago honora-- 
del cielo en un principio las llanuras 
iba hendiendo con ala triunfadora, 
y de los lagos las corrientes puras 
surcaba, sin temer a que traidora 
flecha dejarla hiciese las alturas 
en que ocupaba transparentes sedes, 
ni a que dolosas le tendiesen redes. 

Y de completa impunidad estaba 
tanto segura así; que con frecuencia
(y esto ya por costumbre lo tomaba); 
con amor y marcada complacencia 
las riberas lacustres visitaba, 
dándole honra y prez con su asistencia; 
y aún a veces con aires de osadía, 
de los inermes indios se reía. 

    Pero la audacia, al fin, quedó vencida 
del indio por la astucia sorprendente: 
Ved como procedió; de viento henchida 
crece en las selvas calabaza ingente, 
que a las ramas del árbol adherida, 
péndula está; muy apta la corriente 
para surcar con éxito seguro, 
y para vino cántaro futuro. 

De aquestas calabazas las mayores 
astuto el indio para sí reserva, 
y vacuas a los vidrios tembladores 
arrójalas; ahí do la caterva 
se junta de los patos nadadores 
que van en busca de frescos y hierba; 
para que de ellos a la vera estando, 
por cima de onda azul vaya flotando. 

    En un principio el ánade medroso 
se horroriza al mirarlas; y espantado 
del bulto que presentan monstruoso, 
huye veloz, con grito desgarrado 
turbando de las ribas el reposo. 
Mas cuando ve que flotan por el vado 
sin daño hacer; entonces, sin recelo 
al estanque retoma en raudo vuelo. 

    Y ya en torno a las patos, triunfadoras
las calabazas van, ya no temidas, 
como antes, de las aves voladoras 
que ya tornan de nuevo a sus manidas. 
Taimado el indio, en tanto, de traidoras 
armas se vale y artes fementidas 
con que, en breves instantes, asegura 
de los ánades vagos la captura. 

    Y harto sagaz procede el muy donante: 
pues que siguiendo peregrina traza, 
en un todo a las otras semejante 
se apodera de fofa calabaza 
con la que cubre, a modo de turbante, 
la orgullosa cerviz que --abriendo plaza-- 
ya por el lago va, condensa mole 
emulando a las otras de su prole. 

    Con el agua hasta el cuello, el indio osado 
se sepulta del piélago en el seno, 
(de la rivera no muy apartado, 
por menos hondo ser allí el terreno); 
con tiento avanza; hasta que, al fin, al lado 
se ve del escuadrón, que muy ajeno 
a la negra tradición que le amenaza, 
ve sin temor llegar la calabaza. 

    De ésta a través de algunos agujeros, 
está el indio sus víctimas mirando. 
Hace, a poco, su diestra prisioneros 
a cuantos forman el palustre bando. 
Cautivos ya los huéspedes parleros 
y asidos de los pies, los va anegando 
bajo las linfas de la alberca obscura 
en la que encuentran negras sepultura. 

    Que estando ya en las aguas sumergidos, 
(sin darse nadie del engaño cuenta, 
pues fueron por la astucia sorprendidos) 
dales el indio ahí muerte violenta; 
y, a través de los cuellos retorcidos, 
les arrebata el ser que los alienta. 
¡Tal es la habilidad de aquella gente 
motejada de inculta y de indolente! 









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